BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g93 22/1 págs. 12-14
  • Si yo he perdido peso, ¡cualquiera puede conseguirlo!

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Si yo he perdido peso, ¡cualquiera puede conseguirlo!
  • ¡Despertad! 1993
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • La pérdida de peso comienza en la mente
  • Conozca los enemigos de su régimen
  • Cómo superar lo más difícil
  • Armas secretas
  • La guerra que nunca termina
  • ¿Cómo puedo bajar de peso?
    Los jóvenes preguntan
  • Cuando la abundancia está de sobra
    ¡Despertad! 1997
  • ¿Cómo puedo perder peso?
    ¡Despertad! 1994
  • ¿Merece la pena combatir la obesidad?
    ¡Despertad! 2004
Ver más
¡Despertad! 1993
g93 22/1 págs. 12-14

Si yo he perdido peso, ¡cualquiera puede conseguirlo!

¿DETESTA la báscula que tiene en el baño? Yo la odiaba. Recuerdo el disgusto que sentí un día del año pasado cuando vi que había vuelto a aumentar de peso: había llegado casi a los 110 kilos. Me dije: ‘Peso más que el campeón mundial de boxeo de la categoría de peso pesado y más que muchos jugadores profesionales de fútbol americano. Esto no es solo ridículo, se está poniendo peligroso’.

Puede que usted conozca a alguien como yo: un oficinista de poco más de cuarenta años que de joven se mantenía muy activo, pero que ahora dedica mucho tiempo a leer el periódico y solo hace ejercicio de vez en cuando. La presión arterial raya en alta, el colesterol también está “un poco” alto, pesa 20 kilos de más y todavía cree que el problema no es demasiado serio.

Pues bien, el problema es serio. Todos los días personas como yo mueren de un ataque cardíaco, y muchas personas sufren estos ataques. Podría citar estadísticas sobre los riesgos que entraña cada kilogramo de más, pero el problema no está en las estadísticas. Radica, hablando sin rodeos, en las viudas y los huérfanos. El problema son los niños —como mis dos hijas pequeñas—, que crecen sin su padre.

Padres, piensen en ello.

Una vez tomada la decisión de perder peso, recordé la excelente información que se publicó en la revista ¡Despertad! del 22 de mayo de 1989 con el tema: “¿Es el perder peso una batalla perdida?”, y especialmente el artículo sobre las “Cuatro maneras de ganar” la batalla del sobrepeso, que son: 1) el alimento apropiado, 2) en el momento apropiado, 3) en la cantidad apropiada y 4) con el ejercicio apropiado.

¡Y funciona! Siguiendo esas pautas perdí 30 kilos. Si yo lo he logrado, usted también puede. Permítame mencionarle algunos detalles que aprendí mientras perdía peso y que quizás le resulten útiles.

La pérdida de peso comienza en la mente

La mayoría de las personas con exceso de peso lo fuimos ganando poco a poco, de año en año, normalmente después de cumplir los treinta. De vez en cuando hacíamos régimen y perdíamos unos kilos, pero volvíamos a recuperarlos con creces. Cuando esto me ocurrió, me sobrevino una sensación de ‘impotencia adquirida’, una sensación de que nada funcionaría, y me decía: “¿Para qué intentarlo?”.

La forma de interrumpir este proceso es empezando el régimen en la mente, no en la cintura. Es decir, hay que cambiar la actitud que se tiene hacia la comida. Para ello se necesita ser muy honrado consigo mismo; de lo contrario, el régimen tendrá muy pocas posibilidades de lograr su objetivo.

Lo que a mí me abrió los ojos fue anotar todo lo que comía y bebía en una semana. Es cierto que no solía comer mucho cuando me sentaba a la mesa, pero como por la noche no dejaba de picar, estropeaba todo lo que había conseguido ejerciendo autodominio durante el día. Cuando sumé las calorías del queso, las nueces, la crema de cacahuete y las galletitas que tomaba después de cenar, me quedé atónito. Y lo peor era que aquellos tentempiés estaban llenos de grasa y azúcar. Ningún régimen me resultaría a menos que dejara de picar por las noches. ¿Le ocurre a usted algo parecido?

Otra dolorosa realidad que descubrí en mi caso fue que no conseguiría perder peso sin volverlo a recuperar a menos que dejara de tomar bebidas alcohólicas. El alcohol tiene muchas calorías y se convierte fácilmente en grasa, pero me di cuenta de que un solo vaso de vino por la noche debilita mi autodominio y mi resolución a no picar. Un vaso de vino no es solo un vaso de vino. Para mí implica también unas galletitas y un puñadito de nueces. Así que opté por sustituir el vino con una infusión de hierbas, y me dio buenos resultados. Ahora, aun después de haber conseguido estabilizarme en el peso que quería, bebo menos alcohol que antes.

Este examen honrado de mis hábitos me convenció de la importancia de respetar dos reglas básicas durante la primera fase de mi régimen, la de la pérdida de peso.

1. No picar nada por las noches.

2. Evitar toda clase de bebidas alcohólicas.

Conozca los enemigos de su régimen

Los franceses tienen un dicho: En mangeant, l’appetit vient, que significa que cuanto más comemos, más hambre nos da. Para muchos de nosotros, esta es la pura realidad. Puede que no tengamos apetito cuando nos sentemos a comer nuestro plato preferido, pero una vez que empezamos, no sabemos por qué, sentimos de pronto un hambre atroz. Así que nos atiborramos hasta acabar con la comida o hasta que, después de habernos servido cuatro platos, nuestro dolorido estómago pide clemencia. ¿Qué ha sucedido?

En mi caso el problema era el pan, especialmente el hecho en casa. Mi sufrida esposa, que hace un pan delicioso, tuvo que dejar de hacerlo por un tiempo. Un hombre puede resistir la tentación solo hasta cierto límite. Puede que para usted el problema sea el chocolate u otra cosa. La clave está en saber reconocer al enemigo. Hágase una lista de los alimentos que le abren el apetito cuando los come y evítelos. Hay muchas otras cosas para comer. Yo encontré que las ensaladas y las verduras al vapor resultan agradables al paladar y me dejan satisfecho sin despertar en mí ese deseo de comer más.

Cómo superar lo más difícil

Las llamadas dietas yoyó —bajar de peso y recuperarlo enseguida— es un juego de principiantes que solo sirve para enriquecer a los promotores de dietas, que tanto abundan en los países desarrollados de Occidente. Como también había probado ese tipo de dietas, decidí que esta vez sería diferente. Pero ¿qué haría?

No le avergüence pedir ayuda. Hable con su médico. Busque a personas que lo encomien y lo incentiven todas las semanas según vaya adelgazando. Podría ser un amigo que también se haya puesto a dieta, un familiar o el personal de una clínica de adelgazamiento acreditada. Trabajar en equipo y contar con el apoyo de otros le ayudará a superar lo más difícil, a seguir adelante tras esa etapa en la que en otras ocasiones se ha dado por vencido. Logrado esto se sentirá mejor, y la gente empezará a felicitarle por su apariencia. De ahí en adelante, los factores psicológicos dejarán de estar en su contra y pasarán a ser sus aliados.

Otra clave para superar la etapa más difícil es seguir un régimen que sea razonable y que no le deje con hambre o desfallecido. Descubrí que los mejores consejos dietéticos que pude conseguir no hacían más que ampliar la información sobre los alimentos apropiados publicada en la revista ¡Despertad! del 22 de mayo de 1989. Mi régimen de adelgazamiento consiste en lo siguiente: para el desayuno, cereales bajos en grasas —o un bollito de dieta— y media toronja; para el almuerzo, una abundante ensalada con un aderezo bajo en grasas, y para la cena, verduras al vapor y carnes magras, sin pan ni postre. Una dieta de entre 1.200 y 1.500 calorías diarias es estricta, pero difícilmente podría calificarse de draconiana, o muy severa. Si se desea tomar algo entre comidas, una manzana es un buen tentempié, y en las ocasiones excepcionales en las que es imposible resistir el hambre, siempre utilizo una de mis armas secretas, armas sorprendentes que emplean las personas que están a dieta y que usted también debería conocer.

Armas secretas

¿Cuál es una de esas armas? Se trata de una sustancia que es buena para usted, le llena casi al instante, no contiene absolutamente ninguna caloría y además es barata: el agua. Es sorprendente lo que pueden hacer entre seis y ocho vasos de agua al día para contribuir al éxito de su régimen. Cuando el organismo aprende que lo único que va a recibir como respuesta a las punzadas de hambre del estómago es un vaso de agua, estas empezarán a desaparecer. El agua fue, más que cualquier otra cosa, lo que me ayudó a superar el hábito que había tenido toda la vida de picar por la noche.

Otra arma secreta para mantener a largo plazo el equilibrio del peso es el ejercicio regular. Por supuesto, todos han oído que el ejercicio ayuda a perder peso, así que ¿dónde está el secreto? En este caso el secreto radica en el extraordinario incentivo psicológico que da encontrarse mejor y tener un mejor aspecto. Esos resultados compensan de sobras el sacrificio de privarse de ciertos alimentos. Son una ayuda para seguir adelante y ni siquiera sentir envidia cuando se ve a alguien tomar una mousse de chocolate mientras uno come uvas congeladas.

El régimen y el ejercicio se complementan a la perfección. Perder peso no significa que usted tenga que verse enfermo. El ejercicio regular le dará un buen color de cara y tonificará sus músculos. Es más, cuando mis músculos empezaron a mejorar de forma, los que me conocían pensaban que estaba adelgazando más deprisa de lo que en realidad adelgazaba. Descubrí que necesitaba una variedad de deportes que pudiera practicar con otros, como el tenis, y también algunos ejercicios para hacer a solas en cualquier momento, como el levantamiento de peso. El ejercicio contribuía a la eficacia del régimen, y este también aumentaba la eficacia del ejercicio, pues dejaba entrever músculos que habían estado enterrados diez años bajo una gruesa capa de carne flácida. Al bajar de 110 a 80 kilos, me sentí con ganas de hacer mis ejercicios junto a algunos adolescentes sanos de mi zona ¡para ver si podían mantener mi ritmo!

Si usted ha tenido exceso de peso tanto tiempo como yo lo tuve, puede que se haya acostumbrado a levantarse por la mañana agotado, sintiendo que lleva una carga pesada, a ir a rastras todo el día y cabecear cuando se acomoda en el sillón por la noche. Pesar 20 ó 30 kilos de más es como ir por la vida encadenado a una bola de presidiario. Ya no recordaba la sensación de saltar de la cama por la mañana con ganas de levantarme, con energías de sobra para todo el día. Ahora vuelvo a sentirme así.

La guerra que nunca termina

Perder el peso que uno deseaba es como ganar una larga batalla. Pero aunque haya ganado esa primera batalla, la verdadera guerra no ha hecho más que empezar. Los que somos de mediana edad y tenemos un trabajo sedentario, debemos vigilar siempre lo que comemos si no queremos recuperar el peso que tanto esfuerzo nos ha costado perder. El truco está en considerar el régimen como un proyecto de toda la vida. Se puede modificar para que contribuya a mantener el mismo peso en vez de seguir adelgazando, pero nunca se puede prescindir por completo de él. Si usted vuelve a sus antiguos hábitos alimentarios, volverá a engordar.

Cuando haya conseguido alcanzar el peso deseado, ¿por qué no lo celebra comprándose algo de ropa nueva? Luego piense en deshacerse de las prendas viejas. Guardar esa vieja ropa ancha solo por si acaso es una invitación al fracaso. Lleve ropa que no le quede muy holgada, pues así se dará cuenta enseguida si empieza a ganar unos centímetros. Aunque el régimen de mantenimiento le permitirá una mayor variedad de alimentos que el de adelgazamiento, coma siempre alimentos bajos en grasas y en azúcar, y no abandone el ejercicio regular. Eso es importante para sentirse bien.—Contribuido.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir