Misteriosos jinetes que cabalgan sobre los vientos celestes
“¿Quién salvo Dios puede concebir escenas tan infinitamente gloriosas? ¿Quién salvo Dios podría hacerlas realidad, pintando los cielos de forma que manifiesten semejante esplendor?”
¿QUÉ fue lo que produjo tal sentimiento de fervor en Charles F. Hall, que exploró el Ártico en el siglo XIX? Uno de los fenómenos naturales más impresionantes que el ojo humano puede contemplar: las luces polares, llamadas comúnmente auroras boreales.
La fascinación por estas luces celestes se remonta al siglo IV a.E.C., cuando el filósofo griego Aristóteles escribió su teoría sobre este fenómeno. Sin embargo, hubo que esperar a 1621 para que el filósofo, matemático, físico y astrónomo francés Pierre Gassendi introdujera el término “aurora boreal”, que actualmente utilizamos. En la mitología clásica, Aurora era el nombre de la diosa romana del amanecer, una diosa con los dedos rosados. Se la identifica como la madre de los vientos, entre ellos el viento del norte llamado Bóreas.
¿Qué procesos dan lugar a la aurora boreal? ¿Se produce debido a la reflexión de los rayos solares en minúsculos cristales de hielo suspendidos en el aire? ¿O es la causa, quizás, la reflexión de la luz del Sol en los icebergs? ¿Se forma, más bien, como consecuencia de explosiones producidas al encontrarse corrientes de aire caliente con otras de aire frío? No, nada de esto da lugar a la aurora boreal. Los estudios científicos más avanzados ven en este fenómeno una relación directa entre la actividad del Sol y el campo magnético de la Tierra.
El maravilloso espectáculo de las auroras empieza a 150 millones de kilómetros de aquí, en el centro del sistema solar. Las explosiones nucleares que se producen tanto en la superficie como en el interior del Sol arrojan al espacio grandes cantidades de gas a velocidades que alcanzan, según algunos, los 4.000.000 de kilómetros por hora. Estos impetuosos vientos solares —formados por corrientes de partículas de gran energía— pueden alcanzar las capas superiores de la atmósfera al cabo de entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas. Al incidir en el borde exterior del campo magnético terrestre, muchas partículas cargadas son atrapadas y atraídas hacia los polos. Estas chocan con moléculas de nitrógeno y átomos de oxígeno, produciendo su excitación y activando una exhibición de luces. Una reacción similar se produce cuando se acciona el interruptor para encender una lámpara de neón.
A veces parece que las cortinas aurorales casi tocan el suelo. Sin embargo, este fenómeno solo se produce a entre 100 y 1.000 kilómetros de la superficie terrestre. Los choques que tienen lugar a menor altitud crean tonalidades amarillas y verdes, mientras que a mayores altitudes producen emisiones lumínicas rojas y azules. Algunas auroras polares son enormes —pueden llegar a medir de 3 a 5 kilómetros de espesor y más de 160 kilómetros de altura—, y se extienden literalmente por miles de kilómetros.
Dónde podemos verlas y cómo son
Lamentablemente, solo un porcentaje muy pequeño de la población de la Tierra verá alguna vez una aurora boreal. Para los que viven en los trópicos es un fenómeno prácticamente desconocido. Sin embargo, si usted vive en el sur de Groenlandia, en Islandia o en el norte de Noruega o de Alaska, la aurora boreal danza para usted unas doscientas cuarenta noches al año. En el norte de Siberia y la región central de Canadá se ve unas cien noches al año, mientras que los que residen en el sur de Alaska solo la observan unas cinco noches al año. En el centro de México se puede contemplar una manifestación auroral cada diez años. En el hemisferio sur, estas luces danzantes, llamadas aurora austral, presentan su espectáculo principalmente ante las focas, las ballenas y los pingüinos. Sin embargo, como Nueva Zelanda y partes de Australia y Argentina están dentro de la región auroral escasamente poblada, sus habitantes pueden contemplar dicha exhibición de luces celestes.
Un cielo nocturno despejado constituye un perfecto telón de fondo para el panorama siempre cambiante de cortinas, arcos y cascadas que ondulan y se balancean por los cielos. Parece ser que donde las luces brillan más es en el cinturón invisible que circunda los polos geomagnéticos norte y sur, a una latitud de entre 55 y 75 grados. El explorador polar William H. Hooper admite: “No existen palabras para describir sus hermosísimas fases en cambio constante; es imposible expresar por escrito sus veleidosas tonalidades, su resplandor y su grandiosidad”.
¿Es cierto que se pueden oír?
Aunque los científicos no han descartado la posibilidad de que las auroras polares vayan acompañadas de ciertos sonidos, no está nada claro cómo podría salir algún ruido perceptible de dicha exhibición de luz. Teniendo en cuenta que el fenómeno se produce a una distancia considerable de la Tierra y que el sonido tarda unos tres segundos en recorrer un kilómetro, la resonancia llevaría un retraso sensible con respecto al destello.
Es interesante, sin embargo, que un hombre al que se le vendaron los ojos durante la manifestación de una resplandeciente aurora boreal, “casi cada vez que se producía una brillante ráfaga de luz auroral, exclamaba: ‘¿No la oyen?’”. Cierto astrónomo aficionado dijo: “Sonaba como celofán y vapor. Fue uno de los momentos más sobrecogedores de mi vida”. A un nativo inuit de Fort Chimo (Ungava, Canadá), se le pidió que relatase lo que había oído cierta noche despejada cuando regresaba a casa con sus perros. “Algo así como uuuch, uich, uuuch. No era viento. La noche estaba muy tranquila. [...] Y los perros se asustaron. Estaban tan asustados que se dispersaron.”
Hay quienes piensan que esos ruidos no son más que alucinaciones, una sensación subjetiva. Sin embargo, el científico William Petrie ofrece una posible explicación en su libro Keoeeit—The Story of the Aurora Borealis (Keoeeit: La historia de la aurora boreal). Razona en estos términos: “Un interruptor de la luz defectuoso puede producir un débil sonido de siseo o crepitación al escaparse la electricidad en lugar de seguir la ruta normal a través del interruptor. Como una aurora polar es el resultado de la entrada en la atmósfera de partículas electrizadas, podría esperarse que las condiciones eléctricas cerca de la superficie terrestre sufriesen alteraciones. Recientemente se ha determinado que dichas condiciones cambian considerablemente, con el resultado de que partículas atómicas electrizadas se ‘desbordan’, y al hacerlo es posible que produzcan un tenue sonido”.
¿Qué potencia tiene esa energía eléctrica? La revista trimestral Alaska Geographic publicó en 1979 un informe titulado Aurora Borealis—The Amazing Northern Lights (La aurora boreal: asombrosas luces polares), en el que decía que “la energía eléctrica relacionada con la descarga auroral es enorme, de unos 1.000 millones de vatios, o 9 billones de kilovatios-hora al año, una cifra superior a la del consumo anual de energía eléctrica en Estados Unidos, que es algo menos de 1 billón de kilovatios-hora”. La aurora boreal emite unas ondas, llamadas ruido radioléctrico, que pueden ser captadas por un receptor de radio, pero son imperceptibles para el ser humano. Afortunadamente, la ionosfera nos escuda de este ruido, de modo que podemos escuchar la radio sin interferencias.
Algunas veces, violentas tempestades aurorales han interceptado medios de comunicación comerciales. En cierta ocasión, un programa de música suave de una emisora de radio sufrió interferencias y empezaron a oírse conversaciones telefónicas groseras. En otra ocasión, el oleoducto que atraviesa Alaska se cargó con 100 amperios de electricidad como consecuencia de la aurora boreal. Hasta los sistemas de radar han sido engañados, y han llegado a avisar de ataques de misiles nucleares. Se dice que una gigantesca aurora boreal que se produjo en 1941 sobre América del Norte despertó a las gaviotas de la zona portuaria de Toronto (Canadá).
Recuerdos perdurables
Al observar una aurora boreal, Edward Ellis, aventurero y autor del siglo XIX, se sintió impulsado a decir: “Me compadezco del hombre que dice que ‘no hay Dios’ o que puede aparentar que permanece impasible hasta lo más profundo de su ser ante semejantes despliegues de poder infinito”. Presenciar por primera vez los efectos de estos misteriosos jinetes que cabalgan sobre los vientos celestes induce al uso de calificativos como impresionante, espectacular, majestuoso. Este fenómeno constituye tal atracción que gente de lugares tan lejanos como Japón fleta aviones para desplazarse a Yellowknife, en los Territorios del Noroeste (Canadá), con el único fin de contemplar la aurora boreal. Un residente de esa zona comentó lo siguiente acerca de uno de esos grupos de visitantes: “A algunos les pareció tan hermoso que después lloraron”.
Desde luego, únicamente la obra de nuestro Diseñador Magistral puede afectar nuestras emociones de una manera tan hermosa. Es tal como se sintió motivado a escribir el salmista: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión está informando”. (Salmo 19:1.)
[Reconocimiento en las páginas 24, 25]
Foto de la NASA
[Recuadro en la página 26]
Leyendas y supersticiones relacionadas con la aurora boreal
Las culturas septentrionales han creído durante generaciones que las auroras boreales eran: “Antorchas en las manos de los espíritus para guiar las almas de los que acaban de morir hacia un mundo de felicidad y abundancia”
“Espíritus de los muertos jugando a la pelota con la cabeza de una morsa”
“Un mal augurio de guerra y pestilencia”
“Los fantasmas de sus enemigos asesinados”
Un indicio de que “el tiempo empeoraría”
“Hogueras sobre las cuales los grandes hechiceros y guerreros [...] hervían a fuego lento en enormes ollas a sus enemigos muertos”
“Una serpiente radiante danzando en el cielo”
“Los espíritus de los niños que murieron al nacer”
“Provechosas para curar dolencias cardíacas”