Nuestro maravilloso techo... el cielo
UNA de las más hermosas escenas cambiantes sobre la Tierra es el cielo. Su alcance y grandeza simplemente sobrepasan cuanto se puede imaginar. Toda la Tierra está envuelta en el majestuoso y colorido panorama infinito del cielo. En el este un resplandor dorado anuncia el alba, mientras que en el oeste un cielo carmesí se despide del día. Hay momentos en que se ve el cielo adornado de un regio dosel de azul, o de gris lúgubre, o puede verse en blanco resplandeciente. Onduladas nubes blancas, semejantes a algodón, llamadas “cúmulos,” proclaman un excelente día de primavera; las alegres nubes semejantes a plumas que se llaman “cirros” indican que ha llegado el verano, y un elegante manto otoñal de nubes que parecen lana de borrego pronostica la proximidad del invierno.
Por la noche la belleza del cielo es aun más magnífica cuando la adorna el esplendor de las estrellas. La gloria intensa de la noche se acrecienta cuando la aurora polar teje un delicado tapiz de colores a gran altura. Cada vestidura del cielo toma una infinita variedad de formas, todas deslumbrantes obras maestras de belleza, todas creaciones de arte perfecto. Con razón ciertos adoradores de Jehová se refirieron a las bellezas de nuestro “techo” maravilloso como “las maravillosas obras de Aquel que es perfecto en conocimiento,” “las maravillosas obras de Dios.”—Job 37:14, 16.
Casi diariamente desfilan por la vía ancha del cielo nubes de todo tamaño y descripción. Nubes esponjosas, nubes onduladas, nubes aborregadas... son como gloriosos flotadores que van deslizándose silenciosamente. Hay nubes blancas con forma de pilares rodeadas de nubecillas dispersas, que se rezagan, como hijos en torno de sus padres. Hay nubes onduladas cuyas formas son dignas del mejor escultor. Hay nubes enormes que se asemejan a gigantescas coliflores o a enormes yunques blancos.
Las cumulonimbos, a las cuales también se llama nubes tempestuosas, son voluminosas. Se componen de miles de millones de cristales de hielo. Estas formaciones pueden elevarse a 15.000 metros o más. ¡Una sola formación puede contener hasta 300.000 toneladas de agua! Se calcula que 44.000 tormentas eléctricas azotan la superficie de la Tierra todos los días, ¡unas 1.800 de ellas están en acción en cualquier momento dado! Son majestuosas por lo imponentes y de ellas puede brotar aquel espectáculo regio de la creación... el arco iris. Dios lo llama “mi arco iris,” obviamente una de Sus maravillosas obras.—Gén. 9:11-16.
A menudo el cielo suministra información que ayuda a pronosticar el tiempo. En el hemisferio occidental, cuando hay cúmulos diseminados por el cielo, cuando el barómetro permanece constante o sube, y cuando el viento sopla suavemente, es probable que continúe el buen tiempo. Las largas nubes ensortijadas conocidas como “colas de caballo” por lo general son una señal de que en el transcurso de veinticuatro horas probablemente llegue mal tiempo, en forma de nieve o lluvia fuerte. También cuando las nubes de gris opaco de los altoestratos oscurecen todo el cielo y desciende el barómetro, probablemente continúe cayendo la lluvia o la nieve. La Biblia, en Mateo 16:2, 3, da significado al cielo ardiente que a menudo se ve al ponerse el Sol: “Al anochecer ustedes acostumbran decir: ‘Habrá buen tiempo, porque el cielo está rojo encendido’; y a la mañana: ‘Hoy habrá tiempo invernal y lluvioso, porque el cielo está rojo encendido, pero de aspecto sombrío.’” Una salida de sol roja presagia lo contrario de una puesta de sol roja.
Por qué es azul el cielo
¿Qué es esta maravillosa obra de Dios que llamamos “el cielo azul”? Azul no es el color del aire, como creían algunos en el siglo diecinueve. Tampoco se debe el azul a la luz emitida por la atmósfera misma, porque entonces parecería azul por la noche. Si el aire fuese completamente transparente o si no hubiese ninguno, el cielo forzosamente sería tan negro como el espacio, un hecho que confirmaron los astronautas que viajaron más allá de la atmósfera. “Allá arriba, hay un mundo de blanco y negro. No hay color,” dijo el astronauta norteamericano Jim Lovell. Pero más recientemente los cosmonautas que regresaron de la superficie de la Luna han descrito la superficie lunar como de gris inclasificable.
Puesto que el cielo no es negro para nosotros en la Tierra, la causa, entonces, tiene que estar en el comportamiento de la luz del Sol cuando da con la sustancia de la atmósfera.
El color del cielo es resultado del aire que está dentro de menos de ciento sesenta kilómetros de la Tierra. Este cinturón de atmósfera se compone principalmente de cinco gases, a saber: nitrógeno, oxígeno, argón, vapor acuoso (una combinación de hidrógeno y oxígeno) y bióxido de carbono. Además de estos gases hay otros que son raros, pero en cantidades más pequeñas, como helio, xenón, neón; y unos cuantos gases venenosos, como metano, amoníaco, monóxido de carbono y óxido nitroso. Hasta la región de las más altas nubes conocidas el cielo también retiene cantidades de materia extraña, como polen, polvo, bacterias, tizne, esporas, ceniza volcánica, partículas de sal de los mares y polvo del espacio sideral.
Cuando la radiación del Sol, que consiste de ondas electromagnéticas de muchas diferentes longitudes de onda, pasa por la atmósfera, las longitudes de onda más largas surcan la atmósfera muy fácilmente y llegan a nuestra Tierra. Las podemos sentir como calor. Pero las moléculas del aire y otras partículas de la atmósfera diseminan en toda dirección las más cortas. Se hace que la luz azul rebote vez tras vez a medida que viene hacia la tierra desde el Sol. En otras palabras, el cielo azul es una diáfana tela resplandeciente hilada de luz azul y aire. Además, solo llega a unos diecinueve kilómetros de altura; más allá de esto el cielo se oscurece hasta un color violeta. Pasando de treinta y dos kilómetros el cielo se vuelve negro y se presentan las estrellas.
¿A qué se deben los otros colores?
Aunque por lo general es azul, el cielo puede ser rojo, anaranjado, verde, de hecho, casi de cualquier color. Todo depende de cómo las ondas de la luz entren en la atmósfera y de lo que encuentren al descender.
En la atmósfera inferior hay nubes concentradas, polvo y toda clase de materia en partículas. Puesto que éstas son más grandes que las moléculas del aire, diseminan las longitudes de onda de luz más largas. Cuando el Sol está cerca del horizonte sus rayos entran sesgadamente en la atmósfera, pasando a través de mucho del aire cargado de partículas. Todas las longitudes de onda se diseminan, y solo los rayos rojos más largos logran penetrar. Por eso tenemos los matices rojizos al amanecer y al ponerse el Sol. Mientras más polvo o partículas de nube haya en el aire, más intenso es el color. Mientras menos polvo haya, más azul será el cielo, porque las ondas de luz largas llegan directamente a la tierra sin ser desviadas, mientras que las ondas de luz azul cortas que vemos son las que hacen rebotar en el cielo las moléculas del aire. Por lo tanto, en un día despejado, relativamente libre de polvo, nuestro maravilloso “techo” es azul.
Otras vistas del cielo
Cuando, después de unos cuantos días de brillante tiempo de invierno, las nubes altas, en forma de pluma y frágiles, le dan al cielo una opalescencia láctea, anillos brillantes, que se llaman halos, aparecen rodeando al Sol o la Luna. Los halos de la Luna necesariamente son mucho más tenues, y sus colores casi son imperceptibles. En muchas partes del mundo son visibles los halos, en promedio, con la frecuencia de una vez cada cuatro días. Aun algunas de las estrellas más brillantes muestran coronas cuando se deslizan lentamente ante ellas nubes delgadas, aborregadas. Estos halos pueden mostrar varios y distintos círculos concéntricos de color, cada uno azulado en el interior, luego pasando por un blanco amarillento hasta un café rojizo en el exterior. A veces parecen arco iris circulares en el cielo. Este fenómeno se produce por ondas de luz que rebotan de cristales de hielo de forma regular que flotan a gran altura.
El arco iris corriente que vemos en el cielo, que despierta temor reverente y excitación, se forma cuando la luz afecta las gotas de agua que caen. Cada gota de agua obra como un prisma diminuto, descomponiendo los rayos blancos del Sol de luz mixta en sus colores espectrales componentes. De vez en cuando las gotitas de la neblina pueden producir un arco iris, pero por lo general son las gotas de agua, que son de mayor tamaño.
No hay dos personas que vean el mismo arco iris. Cada individuo ve el arco iris desde su punto de vista en particular, porque un arco iris solo es la luz que proviene de cierta dirección. Puesto que las gotas que reflejan la luz caen, esto significa que vemos un nuevo arco iris formado por cada nuevo conjunto de gotas de agua. ¡Qué magnífico don de Dios... el arco iris!
A veces puede aparecer un segundo arco iris en el cielo, fuera del primero y brillando algo más tenuemente. ¿Ha notado usted que los colores de este arco iris están en orden inverso, de modo que el azul está fuera y el rojo dentro? Esto se debe a que los rayos de luz han sufrido un nuevo reflejo sobre las superficies internas de las gotas de agua y se invierten de manera muy semejante a como la izquierda llega a ser derecha y la derecha llega a ser izquierda en un espejo. Pero este reflejo adicional produce una disminución en la intensidad de la luz, y por esa razón el segundo arco iris siempre es menos claro.
La aurora polar
Ni un arco iris ni una formación de nubes, salvo quizás una gloriosa puesta de sol o una salida de sol, se puede comparar a la aurora polar en el cielo, es decir, la aurora boreal o la aurora austral. No hay descripción escrita ni fotografía que pueda transmitir la verdadera magnificencia de estos despliegues luminosos de variedad constante, a menudo en colores vívidos. A veces son tan brillantes que se puede leer a su luz.
Por lo general la aurora polar titila, sugiriendo que arde un fuego precisamente sobre alguna colina. A menudo el resplandor sigue encendiéndose hasta un brillo intenso, tomando la forma de un enorme arco, o quizás la forma de haces de rayos como los de luz solar que brillara a través de huecos en una nube. Estos haces de luz pueden ser de blanco pálido, de verde esmeralda, de violeta o rojo rosado. A veces la aurora polar parece colgar en pliegues como una enorme cortina o telón de teatro. Puede rielar como los pliegues de un gran tapiz que pendiera del cielo agitado por un viento tranquilo. O puede estallar en actividad febril. El amarillo se tiñe de rojo y verde mientras los rayos saltan hacia arriba, pierden esplendor y luego salen disparados hacia adelante de nuevo.
No hay nada con lo que se pueda comparar la delicada belleza y colorido de la aurora polar producida por nubes de partículas cargadas de electricidad que provienen del Sol y entran en el campo magnético de la Tierra. Estas partículas chocan con las moléculas del aire, haciéndolas vibrar y despedir las luces rojas, blancas, azules y verdes de sus imponentes despliegues. La aurora polar... otra de las maravillosas dádivas de Dios al hombre.
El milagro del rayo
Se calcula que 9.000.000 de rayos golpean el suelo diariamente. Aproximadamente la mitad de las veces, lo que la gente ve en el cielo como un solo relámpago realmente está compuesto de hasta diez rayos sucesivos que viajan con suma rapidez por la misma senda que el primero. Puede haber hasta cuarenta aumentos de intensidad en un segundo, que es aproximadamente el tiempo que la senda del relámpago permanece abierta. El calor de la senda aumenta tan abruptamente que el aire circunstante rompe la barrera del sonido al alejarse. El resultado es el trueno. El cielo en una ocasión como ésa está vivo con fuego y ruido.
Hay varias clases de relámpagos. El fucilazo se produce en el horizonte y se considera que es el reflejo de rayos que están demasiado lejos para poder ser vistos u oídos directamente. El rayo que parece una cortina de luz acontece dentro de las nubes, cubriéndolas de una extensa luz vacilante. El relámpago de “listón” se produce cuando un viento fuerte empuja hacia un lado el canal de conducción de un rayo múltiple. Los rayos sucesivos rugen hacia arriba con unos cuatro metros de separación, asemejándose a listones de luz.
Pero, ¿qué bien se efectúa con todo este fuego que llena el cielo? Ahora se sabe que el rayo ayuda mucho a fertilizar el suelo. El ochenta por ciento de la atmósfera o cielo se compone de nitrógeno, un alimento esencial para las plantas. Aproximadamente 8.500.000 de toneladas de este alimento flotan sobre cada kilómetro cuadrado de la Tierra. Pero las plantas no pueden utilizar el nitrógeno en la forma en que existe en la atmósfera. Antes de que las plantas puedan sacar vida de él, tiene que pasar por una serie de cambios químicos, de modo muy semejante a como el alimento de nuestro sistema digestivo tiene que sufrir cambios. El rayo del cielo inicia la serie de cambios. Las partículas del aire son calentadas al rojo blanco por el rayo, pues éste puede calentar a una temperatura mayor que la de la superficie del Sol un conducto de cinco a veinticinco centímetros de aire. Bajo este calor intenso, el nitrógeno se combina con el oxígeno del aire y forma óxidos de nitrógeno que son solubles en el agua. La lluvia disuelve los óxidos y los lleva a la tierra como ácido nítrico diluido. Al llegar a tierra, el ácido nítrico reacciona con los minerales de la tierra, formándose allí nitratos de los cuales se pueden alimentar las plantas. ¡Puesto que las plantas pueden alimentarse y vivir, el hombre y los animales se pueden alimentar de las plantas y vivir!
¡Qué maravillosa dádiva de Dios al hombre es el rayo! Efectúa más que alumbrar el cielo. Los meteorólogos calculan que el rayo bombardea la tierra a razón de más de cien veces por segundo, ¡transformando el aire superior en abono para las plantas!
Dios nos ha dado, no solo un cielo práctico, sino un maravilloso “techo” lleno de bellezas de imponente grandor y siempre variantes, un cielo que impele a los hombres fieles a alabar a Jehová el Hacedor de todas estas cosas maravillosas.—Sal. 136:4.