Cómo vencí los retos de la vida en el sur de Asia
SEGÚN iba recobrando el conocimiento, sentía una extraña rigidez en la pierna izquierda. Volví la cabeza. Mi amado Henry se estaba muriendo. Pero no era el momento de desesperarse. Tenía que luchar, luchar por mantener mi integridad al Dios que tanto nos había dado.
Era el 17 de mayo de 1982. Mi esposo era superintendente viajante de las congregaciones de habla tamil de los testigos de Jehová en Sri Lanka. Estábamos visitando una congregación lejos de Colombo, la ciudad más grande. Los dos íbamos en una sola bicicleta, como hacen muchas personas en este país, y nos quedaba un corto trecho para llegar a casa de otro Testigo. De pronto, como si de una cobra se tratase, un camión que pareció surgir de la nada nos atropelló.
Cuando los médicos perdieron la esperanza de salvar a Henry, concentraron toda su atención en mí. Aunque estaba débil, sentía la necesidad imperiosa de comunicar mi determinación de respetar la ley de Jehová sobre abstenerse de sangre. (Hechos 15:28, 29.) Tenía que hacer que lo supieran. Hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y dije: “Un trozo de papel, por favor”. Con mucho esfuerzo conseguí escribir mis convicciones y firmar el papel. Entonces comenzó la lucha.
Recibí los primeros auxilios, y quedó claro que las heridas eran de gravedad. La decisión de actuar como una verdadera cristiana era lo que más me preocupaba en aquellas circunstancias; no era el momento de lamentarse.
Se negaron a operarme sin sangre
La batalla respecto a la transfusión de sangre continuó durante nueve días: yo luchaba por vivir en armonía con mi conciencia rechazando la sangre, y los médicos luchaban por convencerme de que la aceptara. Aunque sabían operar sin sangre, simplemente se negaban a intervenir sin usarla. La herida era grave y necesitaba su atención inmediata.
Pero no estuve sola en la batalla: Jehová estuvo conmigo en todo momento, y la hermandad del pueblo de Jehová rebosó de cuidados amorosos. Colombo estaba a 400 kilómetros de distancia. El Dr. Perrin Jayasekera, que es testigo de Jehová, consiguió que su hermano, un cirujano, me ingresara en el Hospital General de Colombo.
Las casi veinticuatro horas que pasé en la parte trasera de la furgoneta por carreteras pedregosas me parecieron el viaje más largo de mi vida. A pesar de todo, mi corazón sentía una inmensa gratitud a Jehová Dios por su cuidado amoroso, la misma que he sentido desde que aprendí la verdad por primera vez en la India, el país donde nací. Sin embargo, en aquel momento ninguno de mis parientes estaba a mi lado. ¿Cómo fui a parar a Sri Lanka?
Nací de padres católicos en el estado de Kerala (India). Hablábamos malayalam; el inglés se aprendía en el colegio. ¡Cuánto me alegro de haberlo aprendido bien! Gran parte de la población de aquella región de la India afirma ser cristiana. De hecho, la tradición cuenta que el apóstol Tomás llevó el cristianismo a Kerala durante el siglo primero. En todo caso, mil cuatrocientos años después, cuando los colonizadores portugueses encabezados por Vasco de Gama llegaron a Kerala, les sorprendió descubrir que muchos de sus habitantes ya creían en Cristo.
Decisiones importantes
Cuando mi familia comenzó a aprender las verdades iluminadoras de la Biblia con la ayuda de los testigos de Jehová, mi deseo natural fue dar a conocer aquella verdad a los que profesaban el cristianismo en mi comunidad. Así que me hice precursora, o ministra de tiempo completo, poco después de mi dedicación y bautismo. Ello significó rechazar un magnífico puesto de profesora en mi estado natal. Muchos jóvenes de la India tienen la meta de disfrutar de la seguridad aparente que brinda un trabajo con derecho a pensión, pero mi propósito en la vida había cambiado. Quería disfrutar de verdadera seguridad, que solo se puede encontrar en la mano protectora de Jehová.
Dos años después se presentó un nuevo desafío. ¿Estaría dispuesta a mudarme a otro lugar de la India para ayudar donde hubiese más necesidad de predicadores? Hacerlo significaba aceptar el reto de aprender un nuevo idioma, el tamil, y ayudar a personas de muy distintos antecedentes religiosos: los hindúes. Pero la oportunidad de demostrar mi gratitud a Jehová hacía que todos los cambios merecieran la pena. De hecho, dar testimonio a aquellas personas cálidas y amigables de antecedentes hindúes fue un verdadero gozo. Aceptaban con facilidad la idea de que nos estamos acercando al fin del Kali Yuga (la era inicua) y de que a los que actúen ahora con justicia les espera algo mucho mejor. Por otro lado, ayudarles a comprender la diferencia entre el cristianismo verdadero y lo que habían aprendido del mundo occidental era un gran desafío. Con mucha frecuencia abría la Biblia en Mateo 7:21-23: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre ejecutamos muchas obras poderosas?’. Y sin embargo, entonces les confesaré: ¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obradores del desafuero”. Mohandas Gandhi lo había expresado bien: “Amo a Cristo, pero desprecio a los cristianos porque no viven como vivió Cristo”.
Muchos hindúes hoy están descubriendo, tal como hice yo, que hay mucho de cierto en la afirmación de Gandhi. Y observan también que muchos de sus correligionarios hindúes actúan de forma bastante similar a los occidentales que profesan hipócritamente el cristianismo. Pero los testigos de Jehová son muy diferentes, y miles de hindúes empiezan a darse cuenta de ello.
Un nuevo compañero, una nueva prueba de integridad
Pasaron dos años y medio. Durante 1963 se celebró por todo el mundo la asamblea “Buenas Nuevas Eternas” de los testigos de Jehová. Uno de los lugares fue Nueva Delhi, al norte del país. ¡Qué asamblea más memorable! Allí conocí a Henry Abraham. Ambos estábamos buscando a alguien con quien compartir nuestra vida de devoción a Jehová. Nos casamos cinco meses después.
Él había recibido el curso de formación misional de la Escuela Bíblica de Galaad, en el estado de Nueva York, y había sido enviado de nuevo a su país natal, Sri Lanka, pues allí había gran necesidad. Yo esperaba que quisiera trasladarse a la India, donde me parecía que la necesidad era aún mayor. Pero no pudo ser. Lo necesitaban donde estaba. Así que la maravillosa isla de Sri Lanka llegó a ser mi hogar. Por suerte, el tamil y el inglés son idiomas muy útiles en este país. Así que no tuve que aprender otro idioma, al menos entonces. Disfrutamos de dieciocho años felices sirviendo juntos a Jehová antes de que azotara la tragedia que narré al principio.
Pero ahora estaba en Colombo, y continuaba mi lucha por vivir sin comprometer mi integridad con una transfusión de sangre. Mi vida estaba en peligro, no debido a mi postura respecto a la sangre, sino por causa del retraso en el tratamiento.
Un cirujano plástico budista y un cirujano ortopédico hindú se ofrecieron para aunar sus conocimientos y atender mi caso. Mi recuento sanguíneo había descendido hasta cuatro.
¿Cómo amputarían a la altura del muslo con tan poca sangre? Mi decisión era clara, ¿pero estarían dispuestos estos dos cirujanos a darme la asistencia que antes se me había negado? Su valor para aceptar aquel tremendo desafío sin intentar obligarme a transigir en cuanto a mis principios de conciencia fue notable. Perdí la pierna, pero salvaron mi vida y me mantuve cabalmente íntegra a Jehová.
Sin el esposo que tanto amaba, se abría un capítulo totalmente nuevo en mi vida. Primero con muletas y después con una prótesis (luego, gracias a la bondad de muchos hermanos, con una pierna artificial perfeccionada), pude continuar mi ministerio. El dolor fue dando paso a la actividad paulatinamente.
¿Debería regresar a la India y vivir con familiares que no eran creyentes? El maravilloso ejemplo bíblico de otra viuda, llamada Rut, era más claro que el agua. Yo también quería continuar donde pudiera servir a Jehová al máximo de mi capacidad, ahora un tanto limitada. Sri Lanka es aún mi hogar. (Rut 1:16, 17.)
El desafío del territorio
Los últimos once años han pasado deprisa. Ha habido “mucho que hacer en la obra del Señor”. (1 Corintios 15:58.) Sigo ocupada en el ministerio del campo en Colombo. Las personas tienen antecedentes religiosos muy diversos: hindúes, musulmanes, budistas, cristianos nominales y otros. Los retos continúan.
Todos los meses varios hermanos pasamos un fin de semana en alguna de las ciudades del sur donde todavía no hay grupos de testigos de Jehová. La gran mayoría de los habitantes profesa el budismo, y su idioma es el cingalés. Aprender a ayudar a esas personas ha sido muy importante para mí.
Al igual que les ha ocurrido a los hindúes de la India y de Sri Lanka, los budistas se han apartado de la Biblia debido a la conducta de los supuestos cristianos de occidente. No obstante, sus principios budistas básicos, la famosa Senda o Sendero óctuple del pensamiento y conducta correctos (creencia, intención, habla, acción, vida, esfuerzo, pensamiento y meditación correctos), no son más que sabiduría humana imperfecta en comparación con los principios divinos que se encuentran en la Biblia, la mayoría de los cuales fueron escritos siglos antes de Siddharta Gautama.
Cuando Siddharta Gautama habló con los Kalamas, tal como se cita en el Kalama Sutta, dijo: “No creas lo que se aprende por oírlo repetidas veces ni por la tradición”. Qué extraño resultó el privilegio de tener que recordar a muchos budistas sinceros que si se presta atención a ese consejo en la actualidad, nadie podría creer en el mito de la evolución ni negar la existencia de un Creador.
Se acerca el fin de la maldad
Los testigos de Jehová tienen muchos argumentos en la Biblia para mostrar a estas personas que el kalpa vinasha, el fin de la maldad, está muy cerca. Esta profecía bíblica, que tiene mil novecientos años, se encuentra en 2 Timoteo 3:1-5, 13. También tenemos el privilegio de mostrarles que no es ni en las religiones de occidente ni en las de oriente el lugar donde buscar salvación en este tiempo, sino, como los 2Ti 3 versículos 16 y 17 de ese mismo capítulo muestran, en la Palabra inspirada de Jehová, la Biblia.
El budismo es una búsqueda de iluminación. En la Biblia, mucho antes de que Siddharta Gautama comenzara su propia búsqueda, se explicó cuál era la verdadera causa del sufrimiento. La rebelión contra la ley justa al principio de la historia humana produjo resultados muy tristes: la enfermedad y la muerte, que, sin poder impedirlo, se pasaron a todos los humanos pecadores. Hay a quienes les surgen preguntas turbadoras, como las de Habacuc 1:3: “¿Por qué me haces ver lo que es perjudicial, y sigues mirando simple penoso afán? ¿Y por qué hay expoliación y violencia enfrente de mí, y por qué ocurre la riña, y por qué se lleva la contienda?”. Solo el Creador compasivo puede dar las respuestas y encontrar el modo de devolver de forma permanente lo que se perdió. Incluso ahora, millones de personas de todo el mundo se benefician de la sabiduría práctica de la Palabra de Dios. Y por eso el cingalés, el idioma más importante de este país, se ha convertido en otro desafío para mí, porque en ese idioma puedo ayudar a los que buscan de corazón la iluminación que yo encontré hace treinta y siete años.
Me queda otro desafío. Con la construcción de la nueva sucursal y un centro de traducción para Sri Lanka, se ha de preparar a más personas. Poco a poco voy aprendiendo el nuevo idioma de los ordenadores mientras colaboro en el Departamento de Contabilidad de nuestra sucursal.
Mis treinta y tres años de servicio de tiempo completo a Jehová han sido tan solo un momento de lo que confío será una eternidad de servicio a él. Muchos se han unido a nosotros en el servicio a Jehová durante estos años, entre ellos el hábil cirujano que consiguió que me ingresaran en el hospital de Colombo para la operación que necesitaba. Ahora él también es un testigo de Jehová dedicado.
Jehová y su familia de siervos terrestres me han cuidado muy bien. Siento cómo me envuelven sus brazos protectores, y sé que su amor leal no olvidará a Henry. Solo Jehová puede volver a traer a mi amado del polvo, permitirme verle de nuevo y contarle todos los desafíos emocionantes de nuestra generación y cómo Jehová nos ha ayudado a superarlos.—Relatado por Annama Abraham.
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Annama Abraham y su esposo, Henry
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Annama dando testimonio a las cosechadoras de té en una plantación de Sri Lanka