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  • Cuando la infancia se convierte en una pesadilla

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  • ¡Despertad! 1994
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¡Despertad! 1994
g94 8/5 págs. 3-4

Cuando la infancia se convierte en una pesadilla

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN ESPAÑA

Hoy, un día de la década de los noventa como otro cualquiera, 200.000 niños combatirán en guerras de guerrillas, 100 millones en edad escolar no irán a la escuela, 150 millones se acostarán con hambre, 30 millones dormirán en la calle y 40.000 morirán.

SI ESTAS cifras parecen espantosas, los rostros que hay tras ellas son realmente desgarradores. A continuación se ofrece una breve historia de cinco niños cuya desesperada situación nos ayuda a captar el significado de estos horribles datos.

Un niño soldado. Mohammad vive en el sudoeste asiático, y aunque solo tiene 13 años, ya es un soldado avezado, un veterano de siete batallas. Antes de ir a la guerra —cuando tenía 10 años—, cuidaba cabras. Ahora empuña un fusil ligero de asalto AK-47, que no duda en utilizar. En una escaramuza mató a dos soldados enemigos desde muy cerca. Cuando se le preguntó cómo se había sentido al matar, su respuesta fue: “Me alegró matarlos”. Su superior explica que los niños son mejores soldados “porque no tienen miedo”.

Un niño obrero. Woodcaby es un niño de 4 años que vive en una isla del Caribe en una casa construida con bloques de cemento mezclado con cenizas. Se levanta a las seis de la mañana para atender sus tareas domésticas cotidianas: cocinar, ir a buscar agua y limpiar la casa de su dueña. No recibe ningún salario y probablemente no irá nunca a la escuela. Woodcaby dice que echa de menos a sus padres, pero no sabe dónde están. Su día termina a las nueve y media de la noche, y con un poco de suerte no se acostará con hambre.

Una niña hambrienta. En la aldea africana de Comosawha, una niña de 11 años se dedica a realizar todos los días la misma y tediosa tarea: hurgar en busca de bulbos silvestres para su propia subsistencia y la de su familia. Eso es prácticamente lo único que crece en un suelo tan reseco. Los comen hervidos o machacados y fritos. La sequía y la guerra civil han dejado a los aldeanos al borde de la inanición.

Un niño de la calle. Edison es uno más de los miles de niños de la calle que viven en una populosa ciudad sudamericana. Gana un poco de dinero trabajando de limpiabotas, y duerme en el suelo cerca de la estación de autobuses acurrucado junto a otros niños para protegerse del frío de la noche. A veces comete algún pequeño robo para incrementar un poco sus ingresos. En dos ocasiones ha recibido palizas de la policía, y ha pasado tres meses en la cárcel. Edison insiste en que ya “casi” ha dejado de consumir drogas y de inhalar pegamento. Sueña con ser mecánico, con aprender un oficio.

La muerte de un niño. La mañana es fría y húmeda en el monte Dugen, en Oriente Medio. Un niño amortajado es enterrado en una sepultura poco profunda. El bebé murió de diarrea, una causa común de mortalidad infantil. La madre es una refugiada a la que se le secó la leche durante su extenuante huida para ponerse a salvo. Desesperada, trató de alimentar a su bebé con azúcar disuelto en agua, pero el agua estaba infectada y el bebé murió. Fue uno de los 25.000 niños de menos de un año de edad que se enterraron aquel día.

Estos trágicos relatos, multiplicados miles de veces, ilustran cómo es la vida para muchos de los niños del mundo. La infancia, un tiempo para aprender y madurar al amparo de una familia amorosa, se ha convertido para ellos en una pesadilla de la que muchos nunca despertarán.

Peter Adamson, redactor del informe sobre el Estado Mundial de la Infancia, dijo lo siguiente en 1990: “Tal escala de mortalidad y sufrimiento ya no es inevitable y, por tanto, ha dejado de ser aceptable. La ética debe avanzar a la par que la nueva capacidad”.

[Reconocimiento en la página 3]

Foto: Godo-Foto

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