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  • Una atmósfera dañada
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¡Despertad! 1994
g94 22/12 págs. 6-9

Una atmósfera dañada

DURANTE el viaje a la Luna que realizó en 1971, Edgar Mitchell dijo al ver la Tierra desde el Apolo 14: “Parece una joya resplandeciente de color azul y blanco”. ¿Qué contemplaría hoy una persona desde el espacio?

Si se pusiera unos lentes especiales para observar los gases invisibles de la atmósfera terrestre, se encontraría con una escena muy distinta. Raj Chengappa escribió en India Today: “Sobre la Antártida y América del Norte percibiría unos gigantescos agujeros en la protectora capa de ozono. En lugar de una joya resplandeciente de color azul y blanco, vería una Tierra apagada y sucia, llena de oscuras nubes de dióxido de carbono y dióxido de azufre”.

¿Qué origen tienen los agujeros en la ozonosfera, la protectora capa de la atmósfera alta? ¿Será tan peligroso como dicen el incremento de los contaminantes atmosféricos?

¿Cómo se destruye el ozono?

Hace más de seis décadas, los científicos anunciaron el descubrimiento de un refrigerante inocuo que sustituiría a los existentes, que eran tóxicos y fétidos. Las moléculas del nuevo gas estaban integradas por un átomo de carbono, dos de cloro y dos de flúor (CCl⁠2F⁠2). Esta y otras sustancias sintéticas parecidas reciben el nombre de clorofluorocarbonos (CFC).

A principios de los años setenta, la producción industrial de CFC prosperaba en todo el mundo. No solo se utilizaban en neveras, sino en aerosoles, en acondicionadores de aire, en productos de limpieza y en la fabricación de espumas plásticas y envases de comida rápida.

No obstante, en septiembre de 1974, los científicos Sherwood Rowland y Mario Molina dieron a conocer que los CFC ascienden lentamente hasta alcanzar la estratosfera, donde liberan su contenido de cloro. Se calcula que cada átomo de cloro puede destruir miles de moléculas de ozono. Pero la pérdida de ozono no ha sido uniforme por toda la atmósfera superior, ya que en las regiones polares se ha observado una disminución mucho mayor.

Desde 1979, todas las primaveras se pierden grandes cantidades de ozono sobre la Antártida, que luego reaparecen. Esta reducción estacional, llamada agujero de ozono, se ha agravado y prolongado en los últimos años. En 1992, las mediciones efectuadas por satélite revelaron un agujero de tamaño récord que superaba en extensión a toda Norteamérica. Apenas quedaba ozono en dicha zona. Los globos sonda registraron una disminución de más del 60%, la mayor jamás detectada.

Mientras tanto, los niveles de ozono de la atmósfera alta también han descendido en otros sectores del planeta. “Las últimas mediciones —informa la revista New Scientist— muestran que [...] en 1992 hubo concentraciones de ozono anormalmente bajas entre los 50 y los 60 grados norte, que comprenden la Europa septentrional, Rusia y Canadá. El nivel de ozono fue un 12% inferior a lo usual, el más bajo en los últimos treinta y cinco años de observación continua.”

La revista Scientific American afirma: “Se ha demostrado que hasta las predicciones más fatídicas subestimaron la pérdida de ozono ocasionada por los clorofluorocarbonos. [...] Sin embargo, cuando se efectuaron tales pronósticos, algunos elementos influyentes del gobierno y la industria se opusieron firmemente a la adopción de medidas restrictivas, por considerar que no había suficientes pruebas científicas”.

Ya se han vertido alrededor de 20.000.000 de toneladas de CFC en el aire. Dado que estos gases tardan años en alcanzar la estratosfera, varios millones de toneladas no han iniciado aún su acción destructiva. Pero los CFC no son la única fuente de emisión del cloro que elimina el ozono. “La NASA calcula que cada vez que se lanza un transbordador espacial, se depositan 75 toneladas de cloro en la ozonosfera”, indica la revista Popular Science.

¿Cuáles son las consecuencias?

No se conocen con toda exactitud las repercusiones del empobrecimiento del ozono estratosférico. Sí parece cierto, sin embargo, que la Tierra está recibiendo una mayor cantidad de la nociva radiación ultravioleta, lo que ha aumentado la incidencia de cáncer de piel. “Durante la última década —informa la revista Earth—, subió un 5% la dosis anual de radiación ultravioleta dañina que penetra en el hemisferio norte.”

Se calcula que un incremento de solo el 1% elevaría los casos de cáncer cutáneo de un 2 a un 3%. La revista africana Getaway afirma: “Todos los años se producen 8.000 nuevos casos de cáncer de piel en África del Sur [...]. Tenemos uno de los niveles de protección de ozono más bajos y una de las incidencias de cáncer de piel más altas (no es casualidad que coincidan ambos fenómenos)”.

Los científicos Rowland y Molina ya predijeron hace años que la destrucción del ozono de la atmósfera alta causaría un aumento en la incidencia del cáncer cutáneo, y por ello recomendaron la prohibición inmediata en Estados Unidos del uso de clorofluorocarbonos en los atomizadores. Reconociendo el peligro, muchos países han acordado suspender la producción de CFC antes de enero de 1996. Entretanto, la utilización de estos compuestos sigue poniendo en peligro la vida en la Tierra.

La disminución de ozono en la Antártida, explica la revista Our Living World, “ha propiciado la penetración de la luz ultravioleta en el océano a mayor profundidad de lo que se esperaba. [...] Esta circunstancia ha conllevado una reducción considerable de la productividad de los organismos unicelulares que constituyen la base de la cadena alimenticia oceánica”. Además, se ha constatado mediante diversos experimentos que al aumentar la radiación ultravioleta, se reduce el rendimiento de las cosechas, lo que representa una amenaza para el suministro mundial de alimento.

Evidentemente, el empleo de los CFC puede desembocar en una catástrofe. No obstante, la atmósfera sufre el bombardeo de muchos más agentes contaminantes. Uno de ellos es un gas atmosférico que en cantidades mínimas es esencial para la vida en la Tierra.

Efectos de la contaminación

A mediados del siglo XIX, el hombre empezó a quemar carbón, gas natural y petróleo en cantidades cada vez mayores, liberando así una abundancia de dióxido de carbono a la atmósfera. En aquel entonces, el contenido de este gas en el aire era de unas 285 partes por millón. Pero al incrementarse el consumo de combustibles fósiles, los niveles de dióxido de carbono han superado las 350 partes por millón. ¿Qué consecuencias ha tenido el hecho de que en la atmósfera haya aumentado la cantidad de este gas que atrapa el calor?

Un gran número de investigadores opina que la subida de los niveles de dióxido de carbono origina el alza de la temperatura de la Tierra. Otros, en cambio, dicen que el calentamiento del planeta obedece principalmente a la variabilidad del Sol, que, según ellos, ha emitido más energía en los últimos tiempos.

Sea como fuere, la década de los ochenta ha sido la más calurosa desde que se empezaron a registrar las temperaturas, a mediados del siglo XIX. “La tendencia persiste en este decenio —señala el periódico sudafricano The Star—, pues de los ciento cuarenta años de los que se tienen datos, 1990 fue el más caliente, 1991 el tercero y 1992 [...] el décimo.” El ligero enfriamiento de los últimos dos años se atribuye al polvo que lanzó a la atmósfera el monte Pinatubo al hacer erupción en 1991.

Los efectos futuros del ascenso de las temperaturas generan candentes discusiones. Pero una consecuencia obvia es que se ha complicado la ya difícil labor meteorológica. New Scientist indica que ‘con los cambios climáticos que ocasiona el calentamiento del planeta, es probable que crezca el número de pronósticos erróneos’.

Muchas compañías de seguros temen que el caldeamiento del planeta reste rentabilidad a sus pólizas. “Al hallarse ante [una] avalancha de infortunios —admite la revista The Economist—, algunos reaseguradores están reduciendo su cobertura de riesgos catastróficos. Otros hablan de retirarse del mercado por completo. [...] Les asusta la incertidumbre.”

Es significativo que en 1990, el año más cálido de que hay constancia, una gran parte del casquete polar ártico se derritió a un grado sin precedentes, lo que confinó a centenares de osos polares en la isla de Wrangel por más de un mes. La revista BBC Wildlife advierte: “El recalentamiento del planeta podría hacer que estas condiciones [...] se dieran con frecuencia”.

“Los meteorólogos —explicó un diario africano en 1992— atribuyen al caldeamiento de la Tierra el aumento espectacular en la cantidad de icebergs que van a la deriva desde la Antártida hacia el norte, y que representan un peligro para los barcos en el sur del Atlántico.” Según el número de enero de 1993 de Earth, la subida gradual del nivel del mar en la costa sur de California se debe, en parte, al calentamiento del agua.

Por desgracia, los seres humanos siguen vertiendo una pasmosa cantidad de gases tóxicos en la atmósfera. El libro The Earth Report 3 menciona: “En Estados Unidos, según un informe que elaboró en 1989 la Agencia de Protección del Medio Ambiente, se arrojan al aire más de 900.000 toneladas de tóxicos al año”. Algunos consideran que esta cifra está por debajo de la realidad porque no incluye los gases emitidos por millones de automóviles.

Muchos otros países industrializados han dado a conocer datos estremecedores referentes a la contaminación del aire. Han causado particular inquietud las revelaciones recientes sobre la polución atmosférica desenfrenada que tuvo lugar en los países de Europa oriental durante las décadas de dominio comunista.

Los árboles del planeta, que absorben dióxido de carbono y desprenden oxígeno, son también víctimas del aire tóxico. New Scientist manifestó: “La salud de los árboles alemanes es cada vez más precaria, según [...] el ministro de Agricultura, [quien dijo] que la contaminación del aire sigue siendo una de las principales causas de la degradación forestal”.

La situación es parecida en una región de la provincia sudafricana del Transvaal llamada Highveld. “Los primeros indicios del daño causado por la lluvia ácida están apareciendo en el Transvaal oriental, donde las agujas de los pinos están cambiando su saludable color verde oscuro por un enfermizo beige moteado”, explica James Clarke en su libro Back to Earth (Retorno a la Tierra).

De todo el globo terráqueo llegan noticias semejantes. Ningún país está inmune. Mediante chimeneas de cañón muy elevado, las naciones industrializadas exportan su contaminación a países vecinos. El historial humano de codicioso desarrollo industrial no infunde ninguna esperanza.

Ahora bien, hay razones para ser optimistas. Podemos estar seguros de que la preciosa atmósfera se salvará del desastre. Lea en el siguiente artículo cómo será posible.

[Fotografía en la página 7]

La destrucción del ozono estratosférico ha provocado un aumento de la incidencia de cáncer de piel

[Fotografía en la página 9]

¿Cuáles son las consecuencias de la contaminación?

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