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  • El arte de conversar
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¡Despertad! 1995
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El arte de conversar

COMER, dormir y trabajar son necesidades básicas del ser humano. Pero tenemos otra necesidad imperiosa. ¿Cuál es?

Observe lo que dijo un hombre que estuvo incomunicado en la cárcel cinco años, sin poder satisfacer esa necesidad de primordial importancia en la vida: “Anhelaba la compañía de otras personas, tener a alguien con quien hablar, con quien conversar —admite—. Me di cuenta de que debía hacer algo para contrarrestar la soledad y el silencio, o mi mente se afectaría”.

En efecto, tenemos la necesidad innata de comunicarnos, y conversar nos ayuda a satisfacerla. Los investigadores Dennis R. Smith y L. Keith Williamson comentan: “Precisamos de personas que sean de nuestra total confianza, con las que podamos hablar y compartir nuestros principales temores y alegrías”.

Necesitamos hablar

El ser humano está dotado del maravilloso don del habla. Sí; estamos hechos para conversar. Cierto hombre hizo la siguiente observación: “Dios nos creó sociables. Si no podemos hablar o se nos priva de la posibilidad de comunicarnos, es como si nos impusieran un castigo. Conversar resulta muy provechoso. Nos hace sentir mejor con nosotros mismos y nos beneficiamos de saber lo que piensan y sienten los demás”.

Elaine, la esposa de un ministro viajante, dice: “Las palabras expresan sentimientos. No  debe darse por sentado que el cónyuge sabe cuánto significa para uno. Hay que expresarlo audiblemente. Es necesario conversar”.

David, el hijo de un anciano cristiano, relata: “A veces me frustro y me siento confundido. Mi tendencia natural es no decir palabra, lo que me pone aún más tenso. Pero me he dado cuenta de que hablar con alguien es una válvula de escape. A medida que me expreso, descubro lo que siento, y encuentro una solución”.

Barreras que dificultan la conversación

Conversar verdaderamente satisface una necesidad. No obstante, existen barreras que la dificultan. Para algunos, de hecho, el dialogar representa una lucha, de modo que lo evitan.

“Casi toda la vida he esquivado las conversaciones porque me supone menos esfuerzo”, dice Gary. Explica: “El problema radica en mi falta de confianza en mí mismo. Cuando hablo con otros, temo parecer un tonto, o que me menosprecien”.

Elaine culpa de su problema a la timidez. Nos cuenta: “Me crié en una familia donde no había comunicación. Mi padre nos intimidaba muchísimo. Así que crecí pensando que yo no tenía nada que valiera la pena decir”. Efectivamente, la timidez puede levantar enormes barreras que impidan el disfrute de la conversación. Puede encerrarlo a usted entre muros de silencio.

“Es como una plaga —dice John, un anciano cristiano que confiesa estar librando una batalla contra los sentimientos de poca autoestima—. Si uno cede a la timidez, se aísla. Aunque haya cien personas en una habitación, no hablará con nadie. Y uno se siente fatal.”

Por otro lado, un anciano llamado Daniel indica: “Soy hablador por naturaleza. Pero, sin darme cuenta, interrumpo a los demás y monopolizo la conversación. Me percato de ello por la expresión de mi esposa, y entonces pienso para mis adentros: ‘¡Oh, no! Otra vez no’. Sé que la amargo a ella por el resto de la conversación”.

¿Cómo pueden salvarse estas y otras barreras que obstaculizan la conversación? ¿Qué cualidades son esenciales para dominar este arte y cómo pueden aplicarse?

‘¿Qué digo?’

‘¿De qué puedo hablar?’ ‘Yo no sé nada.’ ‘Nadie va a escucharme.’ Aunque piense de esta forma, probablemente no tenga razón. Usted sabe mucho más de lo que se imagina, y es posible que algunos de sus conocimientos sean de interés para los demás. Por ejemplo, si ha viajado últimamente, tal vez otros quieran saber cómo es el lugar que ha visitado en comparación con aquel donde viven ellos.

Además, puede y debe enriquecer su cultura general leyendo. Es una buena costumbre dedicar cada día un rato a la lectura. Las publicaciones de los testigos de Jehová contienen información sobre la Biblia y asuntos de interés general. Cuanta más información absorba, más temas de conversación tendrá. Un buen ejemplo es el texto diario que los testigos de Jehová leen del folleto Examinando las Escrituras diariamente. Su lectura les da todos los días algo diferente en que pensar y de que hablar.

Entablar un diálogo no significa que uno tenga que decirlo todo. Ambas partes deben expresarse. Deje hablar a su interlocutor. Si este es callado, anímelo haciéndole preguntas con tacto. Suponga que está hablando con una persona mayor. Podría preguntarle sobre sucesos del pasado o sobre los cambios que ha sufrido el mundo o el círculo familiar desde que era joven. Disfrutará escuchándolo y aprenderá.

Escuche atentamente

Para conversar, es menester escuchar atentamente. La atención que prestemos puede resultar muy valiosa a los que buscan ayuda para sus problemas. Un hombre que se veía a sí mismo como escoria humana y estaba pasando por un período depresivo telefoneó a un amigo para pedirle ayuda. A pesar de que era un momento muy inoportuno, el amigo lo escuchó con interés por dos horas. El hombre en cuestión considera que aquella conversación marcó un cambio decisivo en su vida. ¿Qué tuvo de particular? “Lo escuché con atención —explica el amigo—. No recuerdo haberle dado ningún consejo. Me limité a hacerle preguntas pertinentes: ‘¿Por qué te sientes así? ¿Por qué te está perturbando eso? ¿Qué crees que podría ayudarte?’. Al contestar a mis preguntas respondió en realidad a las suyas.”

Los hijos agradecen muchísimo que los padres dediquen tiempo a conversar con ellos. Un niño de nombre Scott comenta: “Es bueno que los padres se acerquen a los hijos y les pregunten qué les preocupa. Papá lo ha hecho últimamente, y me ha sido muy útil porque hay algunas situaciones que uno no sabe cómo resolver por sí mismo”.

“Debe crear un ambiente en el que sus hijos se sientan con la libertad de hablar”, sugiere un padre de familia. Él tiene por costumbre conversar un rato con cada uno de sus cuatro hijos por separado, pues cree que para que los jóvenes desarrollen personalidades equilibradas es esencial que los padres los escuchen atenta y comprensivamente. Su recomendación es que si surge la oportunidad y el niño quiere hablar, le preste atención. “Sin importar lo cansado o agobiado que se sienta, jamás lo mande callar. Escúchelo.”

El interés sincero promueve el diálogo

Muchas personas necesitan ayuda emocional para abrirse a otros. Un joven dijo apenado: “Necesito hablar con alguien, pero ¿con quién? A mí me cuesta hablar. Necesito a alguien que se interese en mí”. El interés verdadero puede crear una atmósfera de confianza y seguridad que invite a la persona a hablar y a sincerarse.

Un hombre cuenta: “Hace unos cuantos años estaba pasando una mala racha debido a problemas familiares e intenté conversar con un amigo. Sus únicas palabras fueron: ‘Hazte duro y aguanta la situación, y todo saldrá bien’. No hubo diálogo y no recibí ninguna ayuda. Al contrario, me encerré más en mí mismo. Poco después hablé con un superintendente de los testigos de Jehová. Por su mirada, su expresión facial y su amabilidad, percibí que era una persona comprensiva y que se interesaba sinceramente en mi situación. De manera que me abrí a él y conversamos. Me dijo: ‘Vamos a hacer todo lo que podamos para ayudarte’. ¡Con gente así da gusto hablar!”.

¿Podemos nosotros también ensanchar nuestro corazón y animar a otros a participar en conversaciones significativas? Cuando vemos que alguien se mantiene apartado del grupo por timidez, ¿intentamos incluirlo en la conversación? John, mencionado antes, dice: “Comprendo ese sentimiento porque me pongo en el lugar del otro y sufro con él”. Añade: “Es muy importante que nos acerquemos a los tímidos y dialoguemos con ellos. Podríamos hasta orar en silencio al respecto”.

Dan cuenta con relación a un amigo: “Roy tenía tan poca confianza en su habilidad de conversar que siempre que había un grupo hablando se quedaba a unos cuantos pasos de distancia. Así que yo le preguntaba: ‘Roy, ¿qué dijiste tú sobre este tema?’. Y entonces hablaba. De ese modo los demás descubrían un aspecto de su personalidad que desconocían”. Dan aconseja: “No se rinda si alguien es muy reservado y no se presta mucho al diálogo. Piense que hay una gran persona en su interior que desea expresarse. Siga intentándolo hasta lograr que se muestre más comunicativo”.

Cultivando interés sincero y amoroso en los demás se beneficia a usted mismo, incluso si tiene el problema de la timidez. John descubrió que tal interés le ayudaba a vencer la tendencia a aislarse. Explica: “El amor no busca sus propios intereses. (1 Corintios 13:5.) Si tenemos amor, debemos hablar con otras personas y preguntar por ellas. Cediendo a nuestras deficiencias no conseguimos nada. Mediante la oración podemos superar nuestras tendencias personales”. Añade: “Los resultados bien valen la pena. Cuando vemos que los demás responden y que los estimulamos, nosotros también nos animamos. Y eso debería infundirnos el valor para seguir abordando a las personas tímidas”.

La empatía, fundamento de la conversación

Una de las cualidades humanas más valiosas es la empatía. Pero ¿qué es exactamente? Según el Dr. Bernard Guerney, de la Universidad Estatal de Pensilvania, la empatía es ‘la capacidad de comprender los sentimientos y opiniones del prójimo, sea que se compartan o no’. ¿Qué importancia tiene la empatía en la conversación? “Es fundamental; es la base sobre la que se edifica todo lo demás.”

El Dr. Guerney explica que para mantener buenas relaciones es indispensable conversar. En muchos casos surgen diferencias de opinión. Para zanjarlas y salvar la relación debemos estar dispuestos a hablar del problema. Muchos lo evitan porque no saben cómo hablar sin que los demás se pongan a la defensiva y se enfaden. Según el Dr. Guerney, “la mayoría de las personas confunden el hecho de comprender y respetar la postura del interlocutor con estar de acuerdo con dicha postura. Por consiguiente, cuando discrepan, no muestran ni comprensión ni respeto. La empatía nos permite distinguir entre comprender y estar de acuerdo”.

Al ponerse en el lugar de la otra persona entenderá cómo siente y piensa ella. En tales circunstancias, verá cómo puede ser más comprensivo y respetuoso, aun cuando disienta de su opinión.

Pongamos por ejemplo el caso de Janet, una madre de cuatro hijos. Hubo un tiempo en que estaba deprimida y se sentía inútil. Ahora entiende lo importante que es mostrar empatía cuando se quiere ayudar a alguien. Janet cuenta: “Recuerdo que mi esposo habló conmigo y me hizo ver las diversas maneras en que yo estaba ayudando a otros, a pesar de que yo creía que mi trabajo no servía de nada en absoluto. Escuchó con cariño lo que le dije entre sollozos, y luego me consoló. Si hubiera minimizado mis pensamientos o hubiera dicho ‘Eso son tonterías’ o algo parecido, me habría callado y me habría encerrado en mí misma. Pero, por el contrario, aquella noche tuvimos una larga y significativa conversación”.

‘El interés personal que denota la empatía, fomenta la comunicación, el intercambio extenso de ideas que la mayoría de la gente desea y necesita’, concluye el Dr. Guerney.

Usted puede conseguirlo

Usted puede ser un buen conversador. Hemos analizado algunos puntos claves para dominar el arte de la conversación, pero hay muchos más, como la cordialidad, el sentido del humor y la prudencia, por mencionar solo unos cuantos. No obstante, al igual que el pintor que a fuerza de práctica llega a mover diestramente el pincel sobre el lienzo y a crear una obra maestra, nosotros también tenemos que ejercitarnos para adquirir estas cualidades tan necesarias.

Daniel, por ejemplo, se ha convertido en un buen conversador. ¿Cómo? Aprendiendo a controlar su tendencia a interrumpir y acaparar la conversación. “Tengo que hacer un esfuerzo para no monopolizar la conversación —admite—. En mi caso eso significa morderme la lengua. Cuando veo que quiero añadir detalles a las palabras de otro, me pongo freno, o si creo que un comentario mío va a cambiar el tema o va a coartar a alguien, me callo.”

¿Qué ayudó a Elaine? Cuando obtuvo conocimiento exacto de la Biblia, se dio cuenta de que tenía algo de lo que sí valía la pena hablar. “He visto que si no centro la atención en mí misma y hablo de cosas espirituales con los demás, me siento más cómoda conversando —dice—. También me ayuda leer las publicaciones bíblicas que recibimos periódicamente. Manteniéndome al día con su lectura, tengo algo nuevo y fresco que comentar, y me resulta más fácil conversar.”

Intente cultivar estas cualidades esenciales en su conversación. Así usted también podrá aportar algo reconfortante y agradable a los demás, y tendrá la satisfacción de dominar un arte que cubre una necesidad humana.

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