Millones fueron esclavizados
CUANDO nació Olaudah Equiano, los barcos negreros de Europa llevaban ya dos siglos y medio recorriendo el Atlántico. Pero la esclavitud tenía mucha más antigüedad. La esclavización de seres humanos, normalmente vencidos en combate, se practicaba en todo el mundo desde tiempos inmemoriales.
Asimismo la esclavitud había florecido en África mucho antes de que llegaran las naves europeas. The New Encyclopædia Britannica comenta al respecto: “Desde que hay constancia histórica, los esclavos han sido artículos de propiedad en el África negra. [...] La esclavitud se practicaba por doquier, incluso con anterioridad al surgimiento del Islam, y los esclavos negros exportados desde África se comercializaban por todo el mundo islámico”.
En el caso del comercio trasatlántico, la diferencia radicaba en su magnitud y duración. Según los cálculos más confiables, entre el siglo XVI y el XIX cruzaron el Atlántico de diez a doce millones de cautivos.
La ruta triangular
Poco después de que Cristóbal Colón realizara su viaje de 1492, los colonos europeos se dedicaron a las explotaciones mineras y a las plantaciones de caña de azúcar en América. Aparte de avasallar a los nativos, iniciaron la importación de africanos.a El goteo inicial de esclavos que atravesaban el Atlántico a mediados del siglo XVI acabó convirtiéndose en un verdadero torrente a mediados del siglo XVIII, cuando se recibían 60.000 cautivos anualmente.
Los barcos europeos describían habitualmente una trayectoria triangular: primero, el viaje hacia el sur, de Europa a África; luego, el viaje intermedio (el segundo lado del triángulo) a América; y, finalmente, el regreso a Europa.
En cada vértice del triángulo, los capitanes comerciaban. Los barcos zarpaban de los puertos europeos sobrecargados de géneros tales como telas, hierro, armas y alcohol. Cuando arribaban a la costa occidental de África, los capitanes trocaban las mercancías por esclavos comprados a negreros africanos, y luego los hacinaban en barcos que se hacían a la vela con rumbo a América. Al llegar allí, los vendían, tras lo cual cargaban artículos de producción esclavista: azúcar, ron, melaza, tabaco, arroz y, a partir de 1780, algodón; entonces regresaban a Europa, destino final del viaje.
Tanto para los tratantes de Europa y África como para los colonos americanos, el tráfico de mercancía viva, según sus términos, representaba un negocio, un modo de ganar dinero. Para los esclavizados —maridos y mujeres, padres y madres, hijos e hijas— representaba salvajismo y horror.
¿De dónde procedían los esclavos? Algunos, como Olaudah Equiano, habían sido raptados, pero la mayoría eran cautivos de guerras entre estados africanos. Los proveedores eran africanos. El historiador Philip Curtin, especialista en el tema del comercio de esclavos, escribe: “Los europeos no tardaron en aprender que África era muy insalubre para ellos, lo que les impedía realizar las capturas directamente. La esclavización se convirtió en actividad exclusiva de los africanos [...]. Al comienzo, los cautivos constituían el mayor caudal que alimentaba el comercio de esclavos”.
El viaje intermedio
El viaje a América era aterrador. Los africanos primero marchaban hacia la costa en grupos, atados con grilletes, y luego languidecían, a veces durante meses, en fortines de piedra o en recintos de madera aún más pequeños. Para cuando llegaban los barcos que los llevarían a América, solían estar enfermos por los abusos padecidos. Pero aún les quedaba lo peor.
Los hombres eran arrastrados a bordo, desnudados y examinados por el médico o el capitán del barco; luego eran encadenados y metidos bajo cubierta. Para que la rentabilidad fuera mayor, el capitán llenaba la bodega al máximo de esclavos. Los niños y las mujeres tenían mayor libertad de movimiento, aunque ello los dejaba a merced de la lujuria de la tripulación.
En la bodega el aire era fétido y viciado. Así describió la situación Equiano: “La mala ventilación del lugar y el calor del clima, unidos a la multitud que había en el barco, tan apretada que uno apenas podía darse la vuelta, casi nos ahogó. Esta situación provocó copiosos sudores, de forma que el aire no tardó en hacerse irrespirable por las miasmas y desencadenó una enfermedad entre los esclavos, muchos de los cuales murieron [...]. Los gritos desgarradores de las mujeres y los gemidos de los moribundos convertían todo en una escena de horror casi inimaginable”. Los cautivos tenían que soportar ese suplicio durante toda la travesía, que duraba dos meses, y a veces más.
Las condiciones sumamente antihigiénicas favorecían las enfermedades. Eran frecuentes las epidemias de disentería y viruela. La tasa de mortalidad era alta. Los documentos indican que, hasta mediados del siglo XVIII, uno de cada cinco africanos embarcados fallecía. Los muertos eran arrojados por la borda.
Llegada a América
Cuando los barcos negreros se acercaban a América, la tripulación preparaba a los africanos para la venta. Les quitaban las cadenas, los cebaban de comida y los untaban con aceite de palma para que parecieran más sanos y para disimular las llagas y heridas.
Los capitanes normalmente subastaban a los cautivos, aunque en ocasiones cobraban de antemano un precio y ponían en vigor “la ley del más fuerte”, tal como explicó Equiano: “Al darse la señal (que podía ser un redoble de tambor), los compradores salían disparados hacia donde estaban confinados los esclavos y elegían el lote de su preferencia. El ruido y la algarabía, unidos a la avidez visible en el rostro de los compradores, contribuían no poco a agravar la aprensión de los despavoridos africanos”.
Equiano añade: “De este modo, sin escrúpulo alguno, se separa a parientes y amigos, que en la mayoría de los casos no volverán a verse jamás”. Para las familias que habían logrado sobrevivir unidas durante los meses de pesadilla, era un golpe durísimo.
Trabajar a latigazos
Los esclavos africanos trabajaban en los campos de café, arroz, tabaco, algodón y, sobre todo, de azúcar. También podían ser mineros, carpinteros, metalúrgicos, relojeros, armeros y marineros. Otros se dedicaban a las labores domésticas: sirvientes, enfermeros, sastres y cocineros. Los esclavos desmontaban el terreno, construían carreteras y edificios y excavaban canales.
A pesar del trabajo extenuante que realizaban, los esclavos eran considerados posesiones, sobre las que el amo tenía plenos derechos legales. Sin embargo, la esclavitud no prevaleció tan solo por la negación de los derechos y libertades: subsistió a latigazos. La autoridad de los amos y de sus capataces dependía de su habilidad para causar dolor, lo que hacían a la perfección.
Para disuadir a los esclavos de rebelarse y poder contenerlos, los señores administraban denigrantes castigos físicos aun por insignificancias. Equiano escribe: “[En las Indias Occidentales] era muy común marcar con hierro candente a los esclavos las iniciales del amo y colgarles al cuello un montón de pesados ganchos de hierro. Por nimiedades se les cargaba cadenas y, con frecuencia, se les añadía instrumentos de tortura. La mordaza de hierro, las empulgueras, etcétera [...] se aplicaban a veces por insignificancias. He visto cómo golpeaban a un negro hasta romperle algún hueso, solo porque había dejado rebosar un guiso en el fogón”.
Cuando los esclavos decidían rebelarse, fracasaban en la mayoría de las ocasiones, y se les reprimía atrozmente.
[Nota a pie de página]
a Las principales naciones europeas directamente implicadas eran Dinamarca, España, Francia, Gran Bretaña, Holanda y Portugal.
[Ilustraciones en la página 5]
Los muertos eran arrojados por la borda
Llenaban la bodega al máximo de esclavos
[Reconocimientos]
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Schomburg Center for Research in Black Culture/The New York Public Library/Astor, Lenox and Tilden Foundations