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  • Donde el sida constituye una pandemia

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  • Donde el sida constituye una pandemia
  • ¡Despertad! 1995
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  • Los más perjudicados
  • “El mayor problema de salud de nuestros tiempos”
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¡Despertad! 1995
g95 22/7 págs. 10-12

Donde el sida constituye una pandemia

EN MENOS de quince años, el sida ha proyectado su sombra sobre todos los continentes del planeta. En efecto, esta bomba biológica ha alcanzado proporciones pandémicas en apenas unos cuantos años. Según estimaciones de la OMS (Organización Mundial de la Salud), todos los días se contagian 5.000 personas en el mundo, lo que equivale a más de tres infectados por minuto. La peor parte le ha tocado a los países más pobres, los integrantes del llamado mundo en desarrollo. Para el año 2000, según pronósticos del mismo organismo, el 90% de todos los infectados con el VIH, y a la larga el 90% de todos los casos de sida, corresponderán a dichos países.

Los más perjudicados

Rose contaba 27 años y tenía tres hijos cuando su esposo enfermó súbitamente; unos meses después, él falleció. En ese momento no se determinó la causa exacta de su muerte. Los médicos le habían diagnosticado tuberculosis; sus parientes aseguraban que estaba embrujado. La familia política de Rose comenzó a despojarla de sus bienes, y un día le quitaron a sus hijos mientras estaba ausente de casa. Rose se vio forzada a regresar a su aldea natal. Dos años más tarde empezó a tener vómitos y diarrea. Entonces se dio cuenta de que su esposo había muerto de sida y que ella también estaba infectada. Murió tres años después, a la edad de 32 años.

Tragedias como esta son habituales hoy día. En algunas zonas han desaparecido familias, y hasta aldeas, enteras.

“El mayor problema de salud de nuestros tiempos”

La escasez de recursos económicos y la existencia de otras necesidades perentorias cuya atención es costosa, ponen a los países en desarrollo en clara desventaja en su lucha contra el sida. La recesión mundial, la falta de alimento, los desastres naturales, las guerras, las tradiciones culturales y las supersticiones solo contribuyen a agravar el problema. El cuidado especial que requieren los afectados por el VIH, que incluye el instrumental y los medicamentos para tratar la aparición frecuente de infecciones, resulta oneroso. Muchos de los principales hospitales se encuentran atestados, deteriorados y escasos de personal. A la mayoría de los pacientes de sida se los envía a morir a casa para que un número cada vez mayor de otros enfermos necesitados ocupen sus camas. Las enfermedades infecciosas relacionadas con el sida, como la tuberculosis, han registrado un aumento espectacular. Varios países han informado que el número de muertes por tuberculosis se ha duplicado en el último trienio, y el 80% de los pacientes hospitalizados por sida padecen esta enfermedad.

El impacto social del sida

La pandemia del sida no solo causa un gran impacto en el sistema de salud pública, sino también en todos los sectores socioeconómicos. Un 80% de los infectados cuentan entre 16 y 40 años, el grupo de edad más productivo de la sociedad. La mayoría de las personas que contribuyen económicamente a la manutención de su familia corresponden a esta categoría, lo que significa que tras su enfermedad y posterior muerte dejan una estela de niños y ancianos sin sustento. En las sociedades africanas, la tradición dicta que los huérfanos sean adoptados por el clan familiar. No obstante, hoy día, cuando los padres perecen, los abuelos u otros familiares o son de edad muy avanzada, o ya tienen demasiadas cargas tratando de cubrir las necesidades de sus propios hijos. Esta situación ha generado una crisis de orfandad y un incremento en el número de niños que viven en la calle. La OMS calcula que para fines de siglo, tan solo en el África subsahariana habrá más de diez millones de huérfanos.

Para las mujeres, el azote del sida ha resultado ser doblemente angustiante y gravoso; además de todos los quehaceres domésticos que han de atender, son fundamentalmente las que deben cuidar de los enfermos y moribundos las veinticuatro horas del día.

Qué se está haciendo

A comienzos de los años ochenta, debido al estigma social de la epidemia y al desconocimiento de la inusitada rapidez con que se propagaría, muchos funcionarios del gobierno se mostraron indiferentes. No obstante, en 1986 el gobierno ugandés le declaró la guerra al sida, y desde entonces se le ha reconocido como el país que cuenta con “la campaña antisida más innovadora hasta la fecha”.

Existen en Uganda más de seiscientos organismos nacionales e internacionales que se esfuerzan por frenar la pandemia. Estas organizaciones humanitarias han fundado una red de centros de educación sobre el sida en todo el territorio nacional. Mediante obras teatrales, bailes, canciones, programas de radio y televisión, la prensa y el teléfono se intenta crear conciencia del peligro entre la población. Además de proporcionar asistencia domiciliaria y ayuda material, también se ofrece consejo a las víctimas del sida, al igual que a las viudas y los huérfanos.

Para los testigos de Jehová, el cuidado de los huérfanos y las viudas forma parte de la adoración cristiana. (Santiago 1:27; 2:15-17; 1 Juan 3:17, 18.) La congregación no asume la responsabilidad que tienen las familias de cuidar a sus enfermos; pero si alguien no tiene parientes cercanos, o si los huérfanos y las viudas no pueden mantenerse a sí mismos, amorosamente les presta ayuda.

Examine el caso de Joyce, testigo de Jehová de Kampala, la capital ugandesa, que murió a causa del sida en agosto de 1993. Antes de morir, escribió el siguiente relato: “Me crié en un hogar protestante, pero me casé con un católico. Veía a muchas personas de comportamiento inmoral en mi iglesia, por lo que la abandoné. Mi hermana mayor estaba estudiando la Biblia con los testigos de Jehová, y cuando vino de visita, me habló de las cosas que estaba aprendiendo.

”Mi marido se opuso enérgicamente a que yo estudiara la Biblia; también mis padres empezaron a oponerse, sobre todo mi padre. La oposición duró dos años, mas no logró desanimarme, pues creía firmemente que estaba aprendiendo la verdad. Cuando le manifesté a mi esposo mi deseo de bautizarme, se enfureció. Me golpeó y me echó de casa; así es que me fui a vivir sola a una pequeña habitación alquilada.

”Algún tiempo después, mi esposo me pidió que volviera. A poco de regresar, él comenzó a debilitarse y a ponerse muy enfermo, lo que me sorprendió, ya que siempre había gozado de excelente salud. Con el tiempo supimos que tenía sida. Falleció en 1987. Para entonces, yo era precursora regular [evangelizadora de tiempo completo], y a pesar de haber quedado viuda con cinco hijos, proseguí con dicho servicio.

”Cuatro años después, en 1991, me di cuenta de que mi esposo me había contagiado el virus. Empecé a deteriorarme físicamente; me salió un sarpullido en la piel, perdí peso rápidamente y comencé a padecer gripe de continuo. Aun así, seguí siendo precursora y dirigiendo veinte estudios bíblicos; no obstante, después me vi obligada a reducirlos a dieciséis debido a mi progresivo debilitamiento. Siete de aquellos estudiantes progresaron hasta bautizarse.

”Nunca me sentí sola ni deprimida, pues la congregación fue un verdadero apoyo para mí. Después de un cierto tiempo, empecé a faltar a algunas reuniones debido a que no tenía fuerzas. Los hermanos me grababan el programa en casetes, y de ese modo me alimentaba continuamente en sentido espiritual. Los ancianos de la congregación elaboraron una lista de las hermanas espirituales que podían turnarse para cuidarme y acompañarme durante las noches. No obstante, tenía una preocupación: mis hijos. ‘¿Qué será de ellos cuando yo falte?’, me preguntaba.

”En África, los bienes del difunto normalmente pasan a manos de sus deudos, de manera que oraba continuamente a Jehová sobre este asunto. Decidí vender la casa y construir varias viviendas más pequeñas para arrendar; así mis hijos siempre tendrían techo y un ingreso regular. Los hermanos de la congregación efectuaron la venta de la casa por mí, compraron un terreno y construyeron las viviendas. Me mudé a una de ellas, y me sentía tranquila sabiendo que mis hijos no quedarían desamparados.

”Mis parientes, enfurecidos por la venta de la casa, me llevaron a juicio. De nuevo, los hermanos vinieron en mi auxilio e intervinieron en mi favor. Ganamos el pleito. Aunque ahora me siento mucho más débil, la amorosa organización de Jehová y la esperanza del Reino todavía me sostienen. Me han hospitalizado debido a mi estado de salud actual. Aún tengo a mi lado a mis hermanas espirituales que me atienden día y noche, ya que el hospital no puede suministrar alimento y ropa de cama apropiados.”

Tras seis meses de hospitalización, Joyce fue enviada a casa, donde moriría dos días después. Sus cinco hijos están al cuidado de una hermana precursora de la congregación, que ya tiene tres hijos a su cargo.

La solución

En Uganda, donde el sida constituye una pandemia, el presidente Yoweri Kaguta Museveni declaró: “Creo que la mejor respuesta al peligro que representan el sida y otras enfermedades de transmisión sexual es reiterar públicamente y con franqueza la reverencia, el respeto y la responsabilidad que todo ser humano debe a su prójimo”. En suma, es preciso retornar a la moralidad monógama dentro del vínculo matrimonial. Todo el mundo coincide en que esta es la única manera de protegerse y de controlar el avance del sida; sin embargo, pocos son los que consideran que dicha meta sea alcanzable.

Los testigos de Jehová no solo juzgan que tal moralidad es asequible, sino que se rigen por ella. Además, al igual que Joyce, confían en la promesa divina de que habrá nuevos cielos y una nueva tierra donde morará la justicia. (2 Pedro 3:13.) En un mundo libre de toda la maldad, Jehová Dios cumplirá la promesa de Revelación [Apocalipsis] 21:4: “Limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”.

[Fotografía en la página 10]

Un padre lleva a enterrar a su hijo que ha muerto de sida

[Reconocimiento]

WHO/E. Hooper

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