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¡Despertad! 1995
g95 8/8 págs. 4-7

Efectos de la teoría evolucionista

A PRINCIPIOS del siglo XIX existía una relación bastante cordial entre la religión y la ciencia. Precisamente dos años antes de que se publicara El origen de las especies, Louis Agassiz, biólogo y catedrático de la Universidad de Harvard, había escrito que el mundo de los seres animados reflejaba “premeditación, sabiduría, grandeza”, y que uno de los objetivos primarios de la historia natural era analizar “los pensamientos del Creador del Universo”.

El punto de vista de Agassiz no era extraño, pues muchas personas juzgaban compatibles la ciencia y la religión. Los descubrimientos científicos solían considerarse como testimonio de un Magnífico Creador. Sin embargo, estaba abriéndose una brecha sutil entre estos dos ámbitos.

Arraiga el escepticismo

Los Principios de geología de Charles Lyell, cuyo primer tomo apareció en 1830, pusieron en entredicho el relato bíblico de la creación. Lyell afirmó que la creación no pudo haber tenido lugar en el curso de seis días literales. El físico Fred Hoyle escribió: “Los libros de Lyell fueron en gran medida los responsables de convencer al mundo en general de que la Biblia podía estar muy equivocada en algunos aspectos, un pensamiento hasta entonces inverosímil”.a

Así se pusieron los cimientos para el escepticismo. A muchos se les antojó que ya no era posible armonizar la ciencia con la Biblia, y ante la necesidad de tomar partido se decidieron por la ciencia. “La obra de Lyell había arrojado la duda sobre los primeros capítulos del Antiguo Testamento —escribió Hoyle—, y el libro de Darwin aparecía para sustituirlo.”

El origen de las especies llegó en un momento muy oportuno para los que no deseaban aceptar la Biblia como la Palabra de Dios. Había florecido el romance del hombre y la ciencia. El encaprichado público fue seducido por las promesas y los logros de la ciencia que, como un galán, colmó a la humanidad de regalos innovadores: el telescopio, el microscopio, la máquina de vapor y, posteriormente, la electricidad, el teléfono y el automóvil. La tecnología ya había impulsado una revolución industrial que proporcionó al hombre común ventajas materiales sin precedentes.

Por otro lado, la religión era vista como un obstáculo para el progreso. Algunos creían que mantenía a la gente en el letargo y le imposibilitaba estar al día con los rápidos adelantos científicos. Los ateos empezaron a proclamar a voz en cuello y con audacia sus ideas. En efecto, según explicó Richard Dawkins, “Darwin hizo posible el ser un ateo completo intelectualmente hablando”. La ciencia fue erigiéndose en la nueva esperanza de salvación de la humanidad.

Al principio, la clerecía rebatió la teoría evolucionista, pero con el paso de las décadas, sus miembros en general acabaron cediendo a la opinión popular y aceptaron una mezcla de evolución y creación. Un titular del diario The New York Times de 1938 rezaba: “Informe de la Iglesia Anglicana apoya la idea evolucionista de la creación”. El informe, elaborado por una comisión que encabezaba el arzobispo de York, concluyó: “No es posible objetar a la teoría evolucionista esgrimiendo los dos relatos de la creación en Génesis I y II, ya que hay consenso general entre los cristianos educados de que estas narraciones son de origen mitológico y poseen un valor simbólico antes que histórico para nosotros”. Y finalizaba diciendo: “Usted puede creer lo que quiera y seguir siendo cristiano”.

Tales intentos por conciliar el relato bíblico con la evolución solo sirvieron para debilitar la credibilidad de la Biblia, resultando en un escepticismo general que ha pervivido hasta nuestros días, aun entre algunos líderes religiosos. Un ejemplo representativo de ello son las palabras de cierto obispo Episcopal de Canadá, quien sostuvo que la Biblia había sido escrita en una era precientífica y, por ende, reflejaba prejuicios e ignorancia. Refiriéndose al nacimiento y la resurrección de Jesús, afirmó que la Biblia contenía “errores históricos” y “flagrantes exageraciones”.

Así pues, muchos individuos, sobre todo miembros del clero, se han apresurado a desacreditar la Biblia. Pero ¿adónde ha conducido este escepticismo? ¿Se ha dado otra esperanza? Con su fe en las Escrituras marchita, algunos se han vuelto a la filosofía y la política.

Repercusiones en la filosofía y la política

El origen de las especies ofreció una nueva perspectiva del comportamiento humano. ¿Qué hace que una nación logre conquistar a otra? ¿Por qué prevalece una raza sobre otra? Con su énfasis en la selección natural y la supervivencia del más apto, las explicaciones del libro impresionaron a los grandes pensadores del siglo XIX.

Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Karl Marx (1818-1883), dos filósofos que ejercieron enorme influjo en el pensamiento político, quedaron fascinados por la evolución. “El libro de Darwin es importante —afirmó Marx—, y me sirve de base científica natural para explicar la lucha de clases a lo largo de la historia.” El historiador Will Durant llamó a Nietzsche “hijo de Darwin”. El libro Philosophy—An Outline-History (Historia esquematizada de la filosofía) resume así una de las doctrinas de Nietzsche: “Los fuertes, los valientes, los dominantes y los orgullosos son los que están mejor dotados para conformar la sociedad futura”.

Darwin creía (y así lo manifestó en una carta dirigida a un amigo) que en el futuro, una cantidad “sin fin de razas inferiores habrán sido eliminadas por razas más civilizadas, por todas partes”. Como precedente aludió a la derrota que Europa infligió a otros pueblos, la cual atribuyó a “la lucha por la existencia”.

Los poderosos no tardaron en valerse de estos postulados, como refiere H. G. Wells en Esquema de la Historia: “Los pueblos predominantes a fines del siglo XIX creían predominar por virtud de la ‘Lucha por la Existencia’, en la que el fuerte y el astuto vence al débil y al confiado. Y creían, además, que tenían que ser fuertes, enérgicos, insensibles, ‘prácticos’ y egoístas”.

De esta manera, la “supervivencia del más apto” adquirió tintes filosóficos, sociales y políticos, rayando incluso en lo absurdo. “Para algunos, la guerra se convirtió en ‘una necesidad biológica’”, informa el libro Milestones of History (Hitos de la Historia). La misma obra señala también que en el siguiente siglo “las ideas darvinianas constituyeron una parte esencial de la doctrina de Hitler sobre la superioridad racial”.

Por supuesto que ni Darwin ni Marx ni Nietzsche vivieron para ver la aplicación, buena o mala, de sus ideas. De hecho, ellos confiaban en que la lucha por la existencia mejoraría la vida del hombre. Darwin vaticinó en El origen de las especies que “todos los dones intelectuales y corporales tenderán a progresar hacia la perfección”. El sacerdote y biólogo de este siglo Pierre Teilhard de Chardin fue del mismo parecer, y teorizó que con el tiempo tendría lugar una ‘evolución de las mentes de la entera raza humana; todo el mundo trabajaría armoniosamente hacia un mismo fin’.

Degradación en vez de mejora

¿Vemos que esté produciéndose tal mejora? Con relación al optimismo de De Chardin, el libro Clinging to a Myth (Aferrados a un mito) observó: “De Chardin debió de estar totalmente ajeno a la historia de derramamiento de sangre humana y de los sistemas racistas, como el del apartheid de Sudáfrica. Sus palabras parecen proceder de alguien que no vive en este mundo”. En vez de adelantar hacia la unidad, el género humano ha sufrido en este siglo segregación racial y división nacionalista en una escala sin precedentes.

Las esperanzas que daba El origen de las especies de que el hombre progresaría hacia la perfección, o por lo menos mejoraría, se han visto grandemente truncadas, y cada vez parecen estar más lejos de materializarse, pues desde la aceptación general de la evolución, la humanidad ha caído en la barbarie con demasiada frecuencia. Considere esto: en las guerras del presente siglo han sido asesinados más de cien millones de seres humanos, cincuenta millones de los cuales perecieron tan solo en la II Guerra Mundial. Piense, además, en las matanzas étnicas ocurridas recientemente en lugares como Ruanda y la antigua Yugoslavia.

¿Quiere decir esto que no hubo guerras ni brutalidad en siglos pasados? ¡Claro que las hubo! Sin embargo, la acogida de la teoría de la evolución, esa idea de que la vida es una lucha despiadada por la existencia en la que sobreviven los mejor dotados, no ha servido para mejorar la vida del hombre. De manera que, si bien no puede culparse a la evolución de todos los males acaecidos, sí ha contribuido a fomentar el odio, el delito, la violencia, la inmoralidad y la degradación. Puesto que comúnmente se acepta que los humanos descienden de animales, no es raro que cada vez más individuos se comporten como tales.

[Nota a pie de página]

a En realidad, la Biblia no enseña que la Tierra fue creada en seis días literales (144 horas). Para más información sobre este malentendido, véase el libro La vida... ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación?, páginas 25 a 37, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

[Fotografía en la página 6]

“El libro de Darwin me sirve de base científica para explicar la lucha de clases a lo largo de la historia.”—Karl Marx

[Reconocimiento]

Foto: U.S. National Archives

[Fotografía en la página 6]

“Razas inferiores habrán sido eliminadas por razas más civilizadas.”—Charles Darwin

[Reconocimiento]

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