Cómo ver la belleza que nos rodea
“En todos los idiomas, una de nuestras primeras frases es: ‘¡Déjeme ver!’”—William White, Jr.
EL PEQUEÑO que sigue con la mirada a la mariposa que revolotea, el matrimonio de edad que contempla una hermosa puesta de sol, el ama de casa que admira sus rosas..., todos están centrando momentáneamente su atención en la belleza.
Como la belleza de la creación de Dios se encuentra en todas partes, no es necesario viajar centenares de kilómetros para contemplarla. Cierto, un paisaje realmente imponente quizás quede muy lejos, pero en nuestro propio entorno podemos encontrar impresionantes obras de arte si las buscamos, y, lo que es más importante aún, si sabemos buscarlas.
Muchas veces se dice que “la belleza es subjetiva, está en los ojos de quien la contempla”. Lo que sucede es que, aunque la belleza esté ahí, no todo el mundo repara en ella. Quizás nos haga falta un cuadro o una fotografía para percatarnos de que algo es bello. De hecho, muchos pintores creen que su éxito depende más de su capacidad de observación que de su aptitud para el dibujo. El libro The Painter’s Eye (El ojo del pintor), de Maurice Grosser, dice que “el pintor dibuja con sus ojos, no con sus manos. Cualquier cosa que vea, si la ve claramente, puede reproducirla. [...] Ver claro es lo importante”.
Seamos artistas o no, podemos aprender a ver con mayor claridad, a percibir la belleza que nos rodea. En otras palabras, tenemos que salir y mirar las cosas con otros ojos.
Con respecto a esto, John Barrett, escritor de obras de historia natural, enfatiza el valor de sumergirse en lo que se contempla. “No hay nada que reemplace el ver algo por uno mismo, tocar, oler y escuchar a los animales y las plantas en plena naturaleza —dice—. Imbúyase de la belleza [...]. Dondequiera que esté, mire, goce y vuelva a mirar.”
Pero, ¿qué deberíamos buscar? Podríamos empezar por aprender a fijarnos en los cuatro elementos básicos de la belleza. Estos elementos pueden percibirse en casi toda faceta de la creación de Jehová. Cuantas más veces nos detengamos para observarlos, más disfrutaremos de las obras de arte divinas.
Desglosemos los elementos de la belleza
Las formas y los motivos. Vivimos en un mundo lleno de formas. Algunas son lineales, como las cañas de un bosque de bambúes, otras son geométricas, como una tela de araña, y también las hay que no son definidas, como las nubes, cuyo aspecto varía constantemente. Hay muchas formas atractivas: una orquídea exótica, las espirales de una concha marina o hasta las ramas de un árbol que ha perdido las hojas.
Cuando una misma forma se repite, obtenemos un motivo, que también puede resultar atractivo a la vista. Por ejemplo, imagínese un grupo de árboles de un bosque. Sus formas —todas ellas distintas y, no obstante, similares— crean un agradable arreglo. Pero para percibir tanto las formas como el motivo que estas crean, tiene que haber luz.
La luz. La distribución de la luz confiere una cualidad especial a las formas que encontramos atractivas. Se realzan los detalles, la textura toma color y se crea un ambiente. La luz varía según la hora del día, la estación del año, el clima y hasta el lugar donde vivamos. Un día nublado con su luz difuminada es ideal para apreciar las tonalidades tenues de las flores silvestres o las hojas otoñales, mientras que la espectacular silueta de los peñascos y los picos de una cordillera luce más cuando aparece esculpida por el sol naciente o poniente. La suave luz solar que caracteriza los inviernos del hemisferio norte añade encanto a un paisaje campestre. Por otro lado, el sol brillante de los trópicos convierte las aguas someras del mar en un paraíso transparente para los aficionados al buceo.
Pero todavía falta un elemento importante.
El color. Da vida a los diferentes objetos que vemos a nuestro alrededor. Aunque la forma los distingue, su color realza su singularidad. Además, la distribución del color en arreglos armoniosos crea su propia belleza. El color que capte nuestra atención puede ser brillante y llamativo, como el rojo o el naranja, o quizás relajante, como el azul o el verde.
Imagínese una masa de flores amarillas en un claro de un bosque. Bañadas por el sol de la mañana, parecen resplandecer en contraste con los oscuros troncos de los árboles que, orlados de luz, forman un perfecto telón de fondo. Ya tenemos un cuadro. Solo hace falta “enmarcarlo”, y ahí es donde interviene la composición.
La composición. La manera de estar dispuestos los tres elementos básicos —la forma, la luz y el color— determina la composición. Es en la composición donde nosotros, como observadores, desempeñamos un papel importante. Con solo movernos un poco hacia adelante, hacia atrás, para un lado, hacia arriba o hacia abajo, podemos ajustar los elementos o la iluminación del cuadro que nos forjamos, podemos encuadrar la escena de modo que solo abarque los elementos que deseamos.
Muchas veces, al contemplar una vista magnífica enmarcada por árboles cercanos u otros tipos de vegetación, automáticamente componemos un cuadro. Pero justo a nuestros pies hay un sinfín de cuadros más pequeños, sumamente bellos también.
Cómo percibir la belleza de lo pequeño y de lo grande
Las obras de Dios son todas hermosas, tanto las grandes como las pequeñas, y si aprendemos a ver los detalles, que se combinan gratamente, obtendremos mayor placer. El enorme lienzo de la naturaleza se ve salpicado por delicadas miniaturas. Para apreciarlas, todo lo que tenemos que hacer es agacharnos y observarlas más de cerca.
En su libro Closeups in Nature (Primeros planos en la naturaleza), el fotógrafo John Shaw describió de la siguiente manera estas miniaturas que son parte de un cuadro más grande: “Nunca deja de asombrarme el hecho de que cuando se mira detenidamente un detalle de la naturaleza, se siente el impulso de mirar con mayor detenimiento aún. [...] Primero vemos todo el panorama, luego una mancha de color en una esquina del cuadro. Al fijarnos más, observamos flores y, sobre una de ellas, una mariposa. Sus alas presentan un diseño singular que obedece a la disposición precisa y ordenada de las escamas, y cada escama es perfecta de por sí. Si pudiéramos entender realmente la perfección que caracteriza a esa escama de ala de mariposa, quizás podríamos empezar a entender la perfección del inmenso entramado de la naturaleza”.
Las obras de arte que encontramos en la naturaleza —tanto grandes como pequeñas—, no solo nos proporcionan placer estético, sino que también pueden acercarnos más a nuestro Creador. “Levanten los ojos a lo alto y vean”, exhortó Jehová. Al detenernos para ver, para contemplar y reflexionar, tanto si centramos nuestra mirada en los cielos estrellados como en cualquier otra de las creaciones de Dios, todo nos hace pensar en Aquel que “ha creado estas cosas”. (Isaías 40:26.)
Hombres que aprendieron a ver
En tiempos bíblicos los siervos de Dios se interesaron mucho por la creación. Según 1 Reyes 4:30, 33, “la sabiduría de Salomón era más vasta que la sabiduría de todos los orientales [...]. Hablaba acerca de los árboles, desde el cedro que está en el Líbano hasta el hisopo que va saliendo en el muro; y hablaba acerca de las bestias y acerca de las criaturas voladoras y acerca de las cosas movientes y acerca de los peces”.
Puede que el interés de Salomón en las maravillas de la creación se debiera en parte al ejemplo de su padre. David fue pastor durante un buen número de sus años de formación, y meditaba a menudo en las obras de Dios. En particular le impresionaba la belleza de los cielos. En Salmo 19:1 escribió: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión está informando”. (Compárese con Salmo 139:14.) Es obvio que su contacto con la creación le acercó más a su Dios. Y lo mismo puede suceder con nosotros.a
Estos hombres piadosos sabían que reconocer y apreciar las obras de Dios es algo que eleva el espíritu y enriquece nuestra vida. En nuestro mundo moderno plagado de formas de entretenimiento pasivas, diversión que muchas veces es degradante, contemplar la creación de Jehová puede constituir una actividad sana tanto para nosotros como para nuestra familia. Y a los ojos de los que ansían el prometido nuevo mundo de Dios, es un pasatiempo con futuro. (Isaías 35:1, 2.)
Si además de ver las obras de arte que nos rodean, percibimos las cualidades del Artista Magistral que las creó, nos sentiremos motivados a hacernos eco de estas palabras de David: “No hay ninguno como tú [...] oh Jehová, ni hay obras como las tuyas”. (Salmo 86:8.)
[Nota a pie de página]
a Otros escritores de la Biblia, como Agur y Jeremías eran también cuidadosos estudiantes de la historia natural. (Proverbios 30:24-28; Jeremías 8:7.)
[Fotografías en la página 10]
Ejemplos de motivo y forma, luz, color y composición
[Reconocimiento]
Godo-Foto