Un manto invernal
¿HA MIRADO alguna vez, fascinado, la nieve cuando va cayendo? Si así es, seguramente concuerda con nosotros en que es una de las escenas más hermosas y serenas, sobre todo si usted está en un lugar seguro y abrigado y no necesita salir. A medida que aumenta el espesor del blanco manto, parece ir transmitiendo al entorno una profunda paz y quietud. Hasta el barullo de la ciudad se atenúa con el suave descenso de los millones de copos.
¿No es asombroso que algo tan delicado como una nevada tenga capacidad destructiva? Ciudades tan bulliciosas como Nueva York, llamada con frecuencia “la ciudad que nunca duerme”, pueden sufrir la humillación de quedar paralizadas si se acumula suficiente nieve.
Por ello no sorprende que Dios le haya preguntado al fiel Job: “¿Has entrado en los almacenes de la nieve, o ves siquiera los almacenes del granizo, que yo he retenido para el tiempo de angustia, para el día de pelea y guerra?”. (Job 38:22, 23.) En las manos de su Creador, Jehová Dios, la nieve puede ser un arma verdaderamente poderosa.
No obstante, la nieve a menudo contribuye a proteger la vida, más bien que a destruirla. La Biblia dice, por ejemplo, que Dios “está dando la nieve como lana”. (Salmo 147:16.) ¿De qué modo es la nieve como la lana? La Biblia usa ambos términos como símbolos de blancura y pureza. (Isaías 1:18.) Pero hay otra semejanza importante. Tanto la lana como la nieve son aislantes. La obra The World Book Encyclopedia explica: “La lana [...] aísla tanto del calor como del frío”. Y con relación a la nieve, la misma obra destaca que esta también “sirve bien como aislante. La nieve contribuye a proteger del cierzo invernal a las plantas y a los animales que hibernan”.
Por consiguiente, la próxima vez que observe descender la nieve del cielo, podría reflexionar en el formidable poder del Creador. O quizá prefiera pensar en la suave protección que suministra a su creación con ese manto blanco, como un padre amoroso que arropa con cuidado a su hijo en la cama.