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  • El equilibrio, don divino

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  • El equilibrio, don divino
  • ¡Despertad! 1996
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¡Despertad! 1996
g96 22/3 págs. 25-27

El equilibrio, don divino

“ES MIENTRAS te repones del movimiento del barco —dijeron mis amigos—. Quizás te lleve varios días.” Corría el mes de octubre de 1990, y acababa de bajar a tierra seca tras un crucero de una semana por el Caribe. Lo que creí que sería cuestión de días duró muchos meses. Parecía que no hubiese desembarcado. Tenía problemas con el aparato vestibular, el intrincado sistema de equilibrio ubicado en el oído interno y que tiene sus conexiones centrales en el cerebro.

Qué es y cómo funciona

El centro que coordina el equilibrio está localizado en la base del cerebro y se llama tallo encefálico. Cuando uno está sano, mantiene el equilibrio gracias a los innumerables impulsos que recibe de los ojos, los músculos y el aparato vestibular.

Los ojos proporcionan continuamente al tallo encefálico información sensorial sobre el entorno. Los proprioceptores, receptores sensoriales de los músculos, transmiten al cerebro información sobre la clase de superficie que se pisa o toca. Sin embargo, es el aparato vestibular el que actúa como un sistema de orientación interno, que informa al cerebro de qué posición ocupa el cuerpo en el espacio con relación a la Tierra y su fuerza de gravedad.

El aparato vestibular se compone de cinco partes que tienen que ver con el equilibrio: tres conductos semicirculares y dos vesículas. Los conductos semicirculares se designan como superior (anterior), horizontal (lateral) e inferior (posterior). Las dos vesículas se llaman utrículo y sáculo.

Los conductos semicirculares ocupan planos que forman ángulos rectos entre sí, como las paredes y el suelo que se juntan en el rincón de una habitación. Los conductos son canales que componen un laberinto oculto dentro de un hueso duro del cráneo: el temporal. En el interior de este laberinto óseo se halla otro laberinto: el membranoso. En el extremo de cada uno de los conductos semicirculares membranosos hay un agrandamiento denominado ampolla. El laberinto membranoso tiene en el interior un líquido especial, la endolinfa, y, en el exterior, otro fluido de distinta composición química: la perilinfa.

La ampolla, que es la dilatación de cada conducto semicircular, contiene un tipo especial de células ciliadas (pilosas) caracterizadas por un penacho o hacecillo de “pelos” e insertas en una masa gelatinosa denominada cúpula de la cresta ampular. Cuando se mueve la cabeza en alguna dirección, el líquido endolinfático se rezaga con respecto a los conductos desplazados, distorsionando la cúpula y los penachos ciliares que contiene. El desplazamiento de los penachos altera las propiedades eléctricas de las células ciliadas, lo que se traduce en el envío de mensajes al cerebro mediante las neuronas. Los mensajes, sin embargo, no van únicamente de la célula ciliar al cerebro, a través de los llamados nervios aferentes, sino que regresan del cerebro a la célula por medio de los nervios eferentes a fin de proporcionar a la célula ciliar información compensatoria en caso necesario.

Los conductos semicirculares detectan el movimiento angular o rotatorio de la cabeza en cualquier dirección, sea que se incline hacia adelante o hacia atrás, o que gire a la izquierda o a la derecha.

Por otro lado, el utrículo y el sáculo, sensibles a la aceleración lineal, son dos gravirreceptores, o sensores gravitatorios. Ambos tienen también células ciliadas en sus respectivas máculas acústicas. El sáculo, por ejemplo, envía al cerebro información que se traduce en la sensación de aceleración ascendente cuando uno se eleva en el ascensor. El utrículo es el detector principal que actúa cuando vamos en un automóvil y se acelera súbitamente. Este detector envía información al cerebro para que uno sienta que se le impulsa hacia adelante o hacia atrás. El cerebro luego combina esta información con otros impulsos a fin de tomar decisiones, como los movimientos que han de tener los ojos y otros miembros del cuerpo en respuesta al movimiento aparente, lo que contribuye a mantener el sentido de la orientación.

Este sistema maravilloso honra a su Creador, Jehová Dios. Hasta los investigadores no pueden menos que maravillarse de su estructura. A. J. Hudspeth, profesor de biología y fisiología, escribió en la revista Investigación y Ciencia: “En todo caso, los trabajos futuros no dejarán de depararnos cada vez más asombro sobre la sensibilidad y complejidad de este aparato biológico en miniatura”.

Trastornos del aparato vestibular

En mi caso, el problema del oído interno que se me diagnosticó fue otospongiosis debida a otosclerosis. En esta afección, el hueso que aloja el aparato vestibular se reblandece, es decir, se vuelve poroso. Normalmente este hueso es muy duro, más que los demás del cuerpo. Se cree que durante el reblandecimiento se forma una enzima que se filtra en el líquido del oído interno y lo altera químicamente o de hecho lo envenena, lo que ocasiona la extraña sensación de estar en movimiento continuo aunque uno esté quieto, tanto de pie como recostado.

En mi caso, sentía que el suelo sobre el que caminaba formaba ondulaciones de hasta 30 centímetros. Cuando me acostaba, me parecía estar en el mar, en el fondo de un bote de remos, entre olas de un metro de altura. La sensación no era intermitente, como ocurre en algunos mareos, sino que duraba las veinticuatro horas del día, mes tras mes. El único alivio venía cuando estaba inconsciente mientras dormía.

Causas y tratamientos

Aún no se conoce la causa de la otospongiosis y la otosclerosis, pero se ha relacionado a cierto grado con factores hereditarios. El estudio de esta enfermedad no es tarea fácil para la ciencia médica, pues parece afectar únicamente al ser humano. Sería extrañísimo que la padecieran animales. La otospongiosis puede originar tinnitus (ruido que se escucha en el oído), sensación de plenitud en la cabeza, aturdimiento, pérdida del equilibrio y varios tipos de vértigo. Esta afección puede anquilosar el estribo, huesecillo del oído medio, con la consiguiente sordera de conducción. Si la otospongiosis llega al caracol, puede producir sordera sensorineural al destruir la función del nervio.

Se dispone de tratamientos para estas afecciones. En algunos casos se utiliza la cirugía (véase ¡Despertad! del 8 de julio de 1988, página 19); en otros se trata de detener el deterioro óseo con suplementos de calcio y fluoruro. A veces se aconseja un régimen alimenticio sin azúcar, pues el oído interno es un órgano ávido de azúcar sanguíneo. En efecto, para funcionar, el oído interno requiere el triple de azúcar que el mismo volumen de masa cerebral. El oído sano suele soportar bien las fluctuaciones normales en el nivel de azúcar de la sangre; pero si está afectado, las variaciones ocasionan mareos. Por lo visto, la cafeína y el alcohol también son nocivos si hay disfunciones en el oído interno. Aunque el crucero que se mencionó al principio del artículo no fue el auténtico culpable del problema, los cambios de temperatura, humedad y dieta probablemente desencadenaron el desequilibrio.

El oído interno no solo permite la audición. De forma extraordinaria, nos ayuda a mantener el equilibrio. Debería maravillarnos el ingenio de esta obra de nuestro Hacedor y ayudarnos a estimar más su grandeza como Creador.—Contribuido.

[Ilustración de la página 26]

El asombroso aparato vestibular

Vista exterior

CONDUCTO SUPERIOR

VENTANA OVAL

CARACOL

VENTANA REDONDA

CONDUCTO INFERIOR

CONDUCTO HORIZONTAL

Vista interior

HUESO TEMPORAL

LABERINTO MEMBRANOSO

AMPOLLA

SÁCULO

CRESTAS AMPULARES

CARACOL

MÁCULAS

UTRÍCULO

CRESTA AMPULAR

Miden el movimiento angular

Detector del movimiento vertical

Órgano del oído

Detector del movimiento horizontal

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