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  • El sentido del oído: don que debemos apreciar
  • ¡Despertad! 1997
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¡Despertad! 1997
g97 22/9 págs. 21-24

El sentido del oído: don que debemos apreciar

UN ATARDECER apacible en el campo, lejos del bullicio de la civilización, brinda la oportunidad de deleitarse con los sonidos suaves de la noche. Una brisa ligera hace susurrar las hojas. Los insectos, las aves y otros animales emiten sus cantos en la distancia. ¡Qué sensación tan maravillosa oír todos esos sonidos tenues! ¿Los oye usted?

El potencial del oído humano es asombroso. Enciérrese en una cámara anecoica o sorda (sala aislada acústicamente con superficies que absorben el sonido) y después de media hora su capacidad auditiva habrá aumentado lo suficiente como para escuchar por primera vez sonidos procedentes del interior de su cuerpo. El científico acústico F. Alton Everest describe la experiencia en el libro The Master Handbook of Acoustics. En primer lugar, escuchará con toda claridad el latido de su corazón. Al cabo de una hora, oirá su sangre discurrir por los vasos sanguíneos. Finalmente, si tiene el oído agudo, “su paciencia se verá recompensada con un silbido extraño entre los latidos del corazón y el fluir de la sangre. ¿De qué se trata? Es el sonido de las partículas de aire golpeándole los tímpanos —explica Everest—. El movimiento del tímpano cuando se produce tal sonido es increíblemente pequeño: solo una diezmillonésima de milímetro”. Este es “el umbral de audición”, es decir, el límite inferior de nuestra capacidad de detectar sonido. No nos serviría de nada una sensibilidad superior, porque el ruido del movimiento de las partículas de aire ahogaría los sonidos más débiles.

La facultad de oír es posible gracias a la cooperación del oído externo, el medio y el interno, así como a la capacidad perceptiva y procesadora del sistema nervioso y el cerebro. El sonido viaja por el aire en forma de vibraciones, o sea, ondas de variaciones de presión. Tales ondas hacen vibrar el tímpano, y el oído medio transmite, a su vez, las vibraciones al oído interno, el cual las convierte en impulsos nerviosos que el cerebro interpreta como sonido.a

El importante oído externo

En el oído externo se encuentra el flexible y sinuoso pabellón auricular u oreja, que hace mucho más que recoger el sonido. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué tiene la oreja tantos pliegues? Las ondas sonoras que se reflejan en sus diversas superficies se modifican ligeramente según el ángulo de incidencia. El cerebro descifra esas mínimas variaciones —a la vez que compara la intensidad y el momento de la captación de los sonidos en cada uno de los dos oídos— y determina la posición de la fuente sonora.

Para comprobar lo anterior, chasquee los dedos mientras mueve la mano hacia arriba y hacia abajo delante de alguien que tenga los ojos cerrados. Aunque sus dedos permanezcan a la misma distancia de cada uno de los dos oídos de la persona, esta sabrá si el sonido procede de arriba, abajo o algún punto intermedio. De hecho, hasta los que solo cuentan con un oído sano pueden localizar los sonidos bastante bien.

El oído medio: mecanismo prodigioso

La función primaria del oído medio consiste en transmitir el movimiento del tímpano al líquido contenido en el oído interno, líquido que es mucho más pesado que el aire. Así pues, como en el caso del ciclista que sube una empinada cuesta, se necesita un buen ‘sistema de engranajes’ para conducir la energía sonora de la forma más eficiente posible. La transmisión de la energía en el oído medio está a cargo de tres huesecillos, llamados por su forma martillo, yunque y estribo. Este diminuto mecanismo de conexión funciona como un ‘sistema de engranajes’ casi perfecto para el oído interno. Se calcula que sin él se perdería el 97% de la energía sonora.

Unidos a este mecanismo del oído medio hay dos delicados músculos. Cuando el oído se expone a un sonido intenso de baja frecuencia, estos músculos se tensan automáticamente en una centésima de segundo, con lo que se restringe el movimiento de la cadena de huesecillos y se evita cualquier daño. Este reflejo es lo bastante rápido como para proteger el oído de prácticamente todos los sonidos de la naturaleza, aunque no de todos los que emiten los aparatos mecánicos y electrónicos. Además, estos pequeños músculos solo pueden mantener su posición protectora por un máximo de diez minutos, un margen de tiempo suficiente para huir del sonido demasiado intenso. Es digno de mención que, cuando hablamos, el cerebro manda señales a estos músculos para que disminuyan nuestra sensibilidad auditiva de modo que la voz propia no nos suene demasiado fuerte.

El increíble oído interno

La parte del oído interno relacionada con la audición se encuentra en el caracol, o cóclea, llamado así por su forma espiral. La cavidad que protege este delicado mecanismo es el hueso más duro del cuerpo. Dentro de su laberinto se encuentra la membrana basilar, uno de los varios tejidos que divide el caracol longitudinalmente en rampas o canales. A lo largo de dicha membrana está situado el órgano de Corti, con sus miles de células ciliadas, células nerviosas con terminaciones semejantes a pelos que se introducen en el líquido contenido en el caracol.

Cuando el movimiento de los huesecillos del oído medio hace vibrar la ventana oval del caracol, se forman ondas en el líquido. Estas agitan las membranas, tal como las ondas de un estanque mueven hacia arriba y hacia abajo las hojas flotantes. Las ondas curvan la membrana basilar en las porciones correspondientes a frecuencias concretas y las células ciliadas de tales porciones rozan la membrana tectorial, que se encuentra encima. Las células ciliadas reaccionan al contacto y generan impulsos que envían al cerebro. Cuanto más intenso es el sonido, más células ciliadas se estimulan y con mayor rapidez, por lo que el cerebro percibe un sonido más fuerte.

El cerebro y el sentido del oído

El cerebro es la parte principal del sistema auditivo. Posee la asombrosa capacidad de transformar en la percepción mental del sonido el torrente de datos que le aportan los impulsos nerviosos. Esta importante función pone de relieve el vínculo especial que existe entre el pensamiento y el oído, relación que se estudia en el campo conocido como psicoacústica. Por ejemplo, el cerebro permite distinguir una conversación entre muchas en una habitación abarrotada de gente, lo cual es imposible con un micrófono. De ahí que una grabación efectuada en la misma habitación podría resultar prácticamente ininteligible.

La irritación que provocan los ruidos indeseables es otra prueba de tal vínculo. Por muy baja que sea la intensidad de un sonido, si no deseamos oírlo, nos molesta. Por ejemplo, el ruido de una llave del agua goteando es muy leve, pero nos puede parecer muy irritante si se produce en el silencio de la noche y no nos deja dormir.

Nuestras emociones están muy relacionadas con el sentido del oído. Piense en el efecto contagioso de una risa desbordante o en el placer que reporta una palabra sincera de afecto o alabanza. De igual modo, gran parte del aprendizaje intelectual se realiza mediante los oídos.

Don que debemos apreciar

Todavía quedan por descubrirse muchos de los fascinantes secretos del oído. Pero el conocimiento científico adquirido hasta ahora aumenta nuestro aprecio por la inteligencia y el amor que se manifiestan en él. “Al analizar con mayor o menor profundidad el sistema auditivo humano —escribe el investigador acústico F. Alton Everest—, resulta difícil no llegar a la conclusión de que sus complicadas funciones y estructuras revelan la intervención de una mano benévola en su diseño.”

El rey David del antiguo Israel no poseía los conocimientos científicos actuales sobre el funcionamiento del oído. Sin embargo, contempló su propio cuerpo y sus muchos dones, y cantó a su Creador: “De manera que inspira temor estoy maravillosamente hecho. Tus obras son maravillosas”. (Salmo 139:14.) Los estudios científicos sobre las maravillas y misterios del cuerpo, incluido el sentido del oído, siguen aportando pruebas de que David tenía razón: fuimos diseñados maravillosamente por un Creador sabio y amoroso.

[Nota]

a Véase ¡Despertad! del 22 de enero de 1990, páginas 18-21.

[Ilustraciones de la página 23]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Oído

Pabellón auricular

Conducto auditivo

Tímpano

Martillo

Yunque

Estribo

Ventana redonda

Ventana oval

Caracol

Nervio auditivo

[Ilustración]

Órgano de Corti

Nervio auditivo

Células ciliadas

Membrana tectorial

Fibras nerviosas

Membrana basilar

[Ilustración y recuadro de la página 24]

Ayuda para los que tienen pérdida auditiva

La exposición prolongada a sonidos fuertes causa daño permanente en los oídos. No vale la pena pagar un precio tan alto por escuchar música a un volumen excesivo o trabajar con maquinaria ruidosa sin protección. No obstante, los audífonos o prótesis auditivas ayudan a los que han perdido audición e incluso a algunos sordos de nacimiento. Para muchos, tales aparatos significan volver a experimentar todo un mundo de sensaciones sonoras. Una mujer a la que le habían colocado audífonos por primera vez escuchó un sonido extraño por la ventana de la cocina. “Eran pájaros —exclama—. Hacía años que no oía a los pájaros.”

Aun cuando el deterioro no es acusado, la edad suele disminuir la capacidad de detectar los sonidos de alta frecuencia. Desgraciadamente, entre estos se encuentran las consonantes: los sonidos más importantes, por lo general, para comprender el habla. Así pues, la comunicación verbal de las personas mayores a veces se ve alterada por los sonidos domésticos normales, como los que se producen al dejar correr el agua o al arrugar un papel, ya que contienen frecuencias altas que interfieren con las consonantes. Los audífonos corrigen parcialmente el problema, pero tienen sus desventajas. Por un lado, los de calidad pueden ser muy caros, totalmente inasequibles para la persona de término medio de muchos países. Y, de todas formas, ningún audífono devuelve una audición completamente normal. ¿Qué puede hacerse, entonces?

Resulta muy útil mostrar consideración. Antes de dirigirse a alguien con pérdida auditiva, asegúrese de que sabe que va a decirle algo. Háblele frente a frente. De esta forma la persona podrá ver sus movimientos labiales y gestos, y captará toda la fuerza de las consonantes que pronuncie. Manténgase a una distancia corta, si es posible, y hable despacio y con claridad. No grite; los sonidos fuertes producen dolor a muchas personas con dificultades auditivas. Si su interlocutor no comprende lo que le ha dicho, expréselo de otra manera en vez de repetirlo. De igual modo, si es usted quien sufre la pérdida de la audición, puede facilitar a los demás la comunicación acercándose a ellos y siendo paciente. Estos esfuerzos adicionales probablemente mejoren las relaciones y le ayuden a vivir en sintonía con su alrededor.

[Ilustración]

Cuando se dirija a una persona con pérdida auditiva, colóquese frente a ella y háblele despacio y con claridad

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