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¡Despertad! 1996
g96 8/5 págs. 11-14

Impedimentos que no me impiden conducir

“¡PUEDO conducir!” Estas palabras, en las que tal vez no se perciba nada extraordinario, influyeron mucho en mí. Las pronunció desde el suelo un señor de 50 años cuyas piernas, pequeñas y atrofiadas, no se habían desarrollado a causa de la poliomielitis que padeció en la infancia, de modo que las tenía cruzadas bajo el cuerpo. Sin embargo, era robusto de hombros y brazos, pues llevaba años caminando con las manos. Su total ausencia de autocompasión, y sobre todo el orgullo con que decía que podía conducir, me dieron una buena lección.

Permítame explicarle. Enfermé de poliomielitis cuando tenía 28 años. Fue muy duro enterarme de que ya no podría caminar sin muletas. Por eso, el sencillo comentario de aquel señor me ayudó a superar la depresión. Pensé que si él había logrado sobreponerse a una condición mucho peor que la mía, ¿por qué no iba a hacerlo yo? En aquel momento, decidí volver a conducir.

No fue fácil

Aquella escena ocurrió hace casi cuarenta años. Para entonces, el discapacitado tenía que ser intrépido si quería manejar un automóvil. El mío era adaptado, todo un artilugio. Bajo la axila izquierda iba una muleta que llegaba al pedal del embrague, que se accionaba al mover el hombro hacia adelante. El acelerador era una palanca de un antiguo Ford T, y el freno también era manual. ¿Se imagina el cuadro? Al tiempo que desplazaba el hombro adelante y atrás, controlaba con la mano izquierda el volante y el freno, y con la derecha, el volante y el acelerador; con esta mano (en Australia conducimos por la izquierda) también señalizaba, pues los autos no tenían luces intermitentes.

Estoy muy agradecido de que haya pasado a la historia la conducción con la ayuda de dispositivos engorrosos. Hoy, la transmisión automática y las luces intermitentes de activación manual facilitan muchísimo la labor. Los adelantos tecnológicos permiten que muchos discapacitados guíen un vehículo. En la página 14 se describen varios instrumentos de este tipo.

Consejos personales

Si usted es disminuido físico y piensa adaptar un automóvil para su uso personal, le recomiendo encarecidamente que busque el asesoramiento de un especialista, quien puede encargarse de que se inspeccione a fondo la maquinaria, lo cual redundará en protección para usted y sus acompañantes. Dada la posibilidad de accidentes, conviene suscribir un seguro contra todo riesgo en una compañía prestigiosa.

Por lo general, sería prudente conducir acompañado. Un antiguo proverbio da este sabio consejo: “Más valen dos que uno, pues mayor provecho obtienen de su trabajo. Y si uno de ellos cae, el otro lo levanta. ¡Pero ay del que cae estando solo, pues no habrá quien lo levante!”. (Eclesiastés 4:9, 10, Versión Popular.) El acompañante puede ser muy útil si ocurre un accidente, falla el motor o se desinfla un neumático. Algunos discapacitados llevan un teléfono celular, pues les infunde confianza si tienen que conducir solos.

También es aconsejable afiliarse a una sociedad de asistencia en carretera, ya que pone a su disposición ayuda rápida, día y noche, con tan solo llamar. La cuota anual suele ser módica, un precio muy pequeño por la tranquilidad que brinda.

Huelga decir que los disminuidos físicos debemos reconocer nuestras limitaciones y tenerlas presentes al conducir. No hemos de actuar con agresividad para probar que conducimos tan bien como cualquiera. En vez de ello, muchos ponen letreros que dicen algo así como “¡Cuidado! Conductor discapacitado”. Este aviso indica que el minusválido quizás se mueva con más cautela y lentitud, pero no que sea preciso que los demás guarden una distancia exagerada. He podido constatar que hay muy poca diferencia entre el tiempo que tarda en frenar un impedido y un conductor promedio, sobre todo a partir de la implantación de los nuevos accesorios en los automóviles.

Conducir o no conducir: el serio dilema

Si usted es discapacitado y desea conducir, debe analizar el asunto seriamente. Primero, hable con su familia y con el médico. Pudiera hacerse preguntas como estas: ¿Necesito conducir? ¿Podría arreglármelas en un accidente? Si tengo miedo, ¿sabré superarlo? ¿Qué ventajas reporta? ¿Me permitirá regresar al mundo laboral? ¿Me ayudará a relacionarme con la gente?

También es importante saber cuándo hay que retirarse del volante. Todo conductor, minusválido o no, debe planteárselo si disminuye su capacidad de discernir el peligro y pierde reflejos. De llegarle a usted el turno, no piense solo en usted, sino en los seres que ama, como su familia, y en el prójimo, lo que incluye a los demás conductores. ¿Pudiera ser que sus facultades mermadas constituyan un peligro para ellos?

En algunos países como el mío, Australia, los discapacitados mayores de 65 años tienen que renovar anualmente el permiso de conducir, previa presentación de un certificado médico en el que conste que no tienen problemas médicos que desaconsejen la conducción.

Mi vehículo y el ministerio cristiano

En estos tiempos agitados, el auto es casi indispensable para los cristianos de algunos países, pues les permite llevar las buenas nuevas del Reino de Dios a miles —o millones— de seres. (Mateo 24:14.) Así es, sobre todo, para quienes somos impedidos. Gracias a mi vehículo adaptado, divulgo mis creencias: que pronto habrá un nuevo mundo sin accidentes, enfermedad ni minusvalidez. (Isaías 35:5, 6.) Hasta hay disminuidos físicos que logran ser evangelizadores de tiempo completo.

Una testigo de Jehová de Iowa (Estados Unidos) que se desplaza en silla de ruedas, ha perseverado en la predicación durante muchos años. Según explica ella, su furgoneta le es sumamente útil, pues cuenta con aparatos especiales —como una plataforma que la sube al vehículo— concebidos por un compañero Testigo. Una vez dentro, se pasa de la silla al asiento del conductor. “Así —comenta ella— puedo salir con regularidad a visitar a las personas en sus hogares, y normalmente logro dirigir varios estudios bíblicos.”

Pese a que yo no puedo participar de tiempo completo en el ministerio, mi vehículo adaptado ha sido utilísimo para la predicación. Durante años fui de casa en casa con las muletas, pero el esfuerzo acabó perjudicándome, de modo que busqué una forma menos fatigosa. Sea que predique en la ciudad o en el campo, busco casas con caminos que me dejen cerca de la puerta.

Cuando visito a alguien por primera vez, suelo estacionar el vehículo, caminar con las muletas hasta la casa y explicar brevemente el propósito de la visita. Si el amo de casa tiene interés, trato de hacerme amigo de él para que en las siguientes visitas pueda tomarme la libertad de tocar la bocina a fin de que sepan que he llegado y salgan a hablar conmigo.

Esta táctica me ha dado buenos resultados. En vez de verlo como una molestia, muchos amos de casa deciden subir al automóvil para hablar unos minutos, cómodos y resguardados de los elementos. Nunca faltan quienes agradecen mi visita y anhelan conversar sobre el animador mensaje bíblico y recibir los últimos números de las revistas La Atalaya y ¡Despertad!

Obviamente, la situación varía de un discapacitado a otro. Pero es posible que la conducción le reporte a usted los mismos beneficios que a mí: Más confianza, independencia y oportunidades de ayudar al prójimo, además del gran placer de poder decir “¡Me voy en el auto!”.—Relatado por Cecil W. Bruhn.

[Recuadro de la página 14]

Cómo adaptar el vehículo al discapacitado

POR regla general, los conductores minusválidos hacen con las manos lo que no pueden con los pies. Hay un tipo de control manual sumamente práctico: una palanca que encaja muy bien debajo del volante, y sobresale de la columna de dirección; de esta palanca parte una vara de acero que llega al pedal del freno, de forma que al accionarla hacia adelante se frena el vehículo.

Este dispositivo va conectado por un cable al acelerador. La palanca se mueve en dos sentidos: hacia adelante para frenar, y hacia arriba para acelerar. Su utilización no exige mucha fuerza. Entre las ventajas principales de este control está el hecho de que otros puedan manejar el vehículo de la forma usual. Además, el aparato puede cambiarse con facilidad de un automóvil a otro.

Para beneficio de los que no tienen mucha fuerza en las manos, hay una variante de este control. Como en el modelo anterior, se frena moviendo la palanca hacia adelante; la diferencia radica en que se presiona hacia abajo para acelerar, de modo que el peso de la mano basta para la operación.

¿Qué hacemos con la silla de ruedas?

El disminuido físico afronta otra dificultad a la hora de conducir: qué hacer con la silla de ruedas. Muchos conductores jóvenes adquieren cupés de dos puertas en los que pueden colocar la silla detrás del asiento del conductor. Claro, para ello se precisan brazos y hombros robustos. Quienes carezcan de la fortaleza precisa, dependerán de que alguien tenga la amabilidad de levantar la silla y meterla en el vehículo.

Otra opción es instalar un montacargas, una caja grande de fibra de vidrio que va sobre el techo del automóvil. Al pulsar un botón, un pequeño motor pone la caja en posición vertical a fin de cargar la silla mediante un sistema de poleas; una vez cargada, recobra la posición horizontal. En Australia fabrican un montacargas que se conecta al encendedor del vehículo.

Entre las desventajas de esta instalación está que el automóvil pierde aerodinamismo, lo que incrementa el consumo de combustible de un 15 a un 20%. Además, el aparato puede ser muy caro. Con todo, muchos opinan que vale la pena instalarlo en vista de la independencia que reporta. Cierta discapacitada dijo: “Puedo ir yo sola a donde quiera sin tener que llevar acompañante ni pedir a la llegada que me ayuden a bajar la silla”.

[Ilustración de la página 13]

Puedo dar testimonio desde el automóvil

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