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  • El virus letal que atacó a Zaire

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  • El virus letal que atacó a Zaire
  • ¡Despertad! 1996
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  • En busca del foco de infección
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¡Despertad! 1996
g96 8/5 págs. 23-25

El virus letal que atacó a Zaire

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN ÁFRICA

A LAS afueras de Kikwit, ciudad zaireña de rápido crecimiento situada en las inmediaciones de un bosque tropical, vivía Gaspard Menga Kitambala (42 años), el único testigo de Jehová de su familia. Se dedicaba a elaborar carbón de leña dentro del bosque, y luego lo llevaba en bultos sobre la cabeza para venderlo en Kikwit.

El 6 de enero de 1995 se sintió enfermo. Cuando volvía del bosque, se cayó dos veces; al llegar a casa se quejó de dolor de cabeza y fiebre.

La situación se agravó en los días siguientes, de modo que el 12 de enero fue ingresado en el Hospital General de Kikwit, donde los Testigos de la congregación del hermano Menga ayudaron a su familia a cuidarlo. Lamentablemente empeoró; tenía vómitos de sangre y hemorragias incontrolables por la nariz y los oídos. Finalmente, murió el 15 de enero.

Poco después, los familiares que lo habían tocado enfermaron. A principios de marzo ya habían fallecido doce parientes cercanos, entre ellos su esposa y dos de sus seis hijos.

A mediados de abril, varios empleados del hospital, así como otras personas, presentaron el mismo cuadro de enfermedad y muerte de la familia Menga. El mal no tardó en diseminarse a otras dos localidades de la región. Era imperioso recibir ayuda del extranjero.

El profesor Muyembe, el más insigne virólogo de Zaire, viajó a Kikwit el 1 de mayo. Posteriormente explicó a ¡Despertad!: “Dedujimos que en Kikwit concurrían dos epidemias: diarrea de origen bacteriano y fiebre hemorrágica grave de tipo viral. Obviamente, había que confirmar el diagnóstico, por lo que enviamos muestras de sangre de varios pacientes al Centro para el Control de la Enfermedad, ubicado en Atlanta (Estados Unidos)”.

Este centro corroboró las sospechas de Muyembe y de otros médicos de Zaire: se trataba del Ebola.

Enfermedad letal

Se trata de un patógeno muy virulento que mata con rapidez. No tiene vacuna, ni se conoce tratamiento alguno para los afectados.

El Ebola, que recibe el nombre de un río zaireño, se identificó por vez primera en 1976, cuando afectó la región sur de Sudán y luego el norte de Zaire. En 1979 hubo un brote menor en Sudán, tras lo cual desapareció y durante años solo se dieron casos aislados de moribundos con los síntomas característicos.

Es un virus tan mortífero que los científicos de Atlanta lo analizan en un laboratorio de máxima seguridad con un sistema de ventilación que impide la fuga de microbios aerotransportados. Para entrar en él, los científicos se embuten en un “traje espacial” protector. A la salida reciben una ducha desinfectante. Los equipos de médicos que acudieron a Kikwit iban bien protegidos con guantes y gorros desechables, anteojos de seguridad y un traje de trabajo especial que impide la penetración del virus.

Por contraste, la mayoría de habitantes de Kikwit carecían del conocimiento y el equipo requeridos para protegerse. Otros, con plena conciencia del peligro, cuidaron de sus seres queridos enfermos, pagándolo con la vida en muchos casos. Los amigos y parientes, desprovistos de toda protección, cargaron a sus espaldas u hombros a los enfermos y los cadáveres, lo que ocasionó una espantosa mortandad de familias enteras.

Medidas para contener la plaga

Ante la llamada de auxilio de Kikwit, la comunidad internacional reaccionó enviando dinero y material médico. Acudieron equipos de investigadores de Europa, Sudáfrica y Estados Unidos, con dos fines: 1) frenar la epidemia y 2) descubrir dónde se alojaba el virus entre una epidemia y la siguiente.

Para ayudar a detener la plaga, los trabajadores de la salud buscaban calle por calle a toda persona que presentara síntomas de la enfermedad. Los enfermos eran trasladados al hospital, donde se les ponía en cuarentena y se les cuidaba de forma segura. Los muertos eran amortajados con sábanas plásticas y enterrados en seguida.

Se emprendió una extensa campaña para informar de la enfermedad a los trabajadores de la salud y a la población en general. El mensaje advirtió enérgicamente a las familias que no siguieran las costumbres funerarias tradicionales, en las que se realiza un lavado ceremonial del cadáver.

En busca del foco de infección

El deseo de los científicos era localizar el foco original del virus. Estos son los datos de que disponen hasta la fecha: Los virus son organismos que carecen de independencia metabólica, pues son incapaces de comer, beber o multiplicarse por sí solos. Para reproducirse y sobrevivir han de invadir parasíticamente la compleja estructura de las células vivas.

Cuando un virus infecta un animal, la relación es habitualmente de coexistencia: el animal no mata al virus, y viceversa. Pero el virus se vuelve letal cuando de algún modo pasa al ser humano que entra en contacto con un animal infectado.

Dado que el Ebola mata al hombre y a los monos con una velocidad vertiginosa, los científicos suponen que el virus debe sobrevivir en un organismo diferente. Si descubrieran en cuál, podrían adoptar medidas para controlarlo y evitar futuras epidemias. Aún queda por saber dónde se aloja entre una epidemia que afecta al hombre y la siguiente.

Para hallar la respuesta, los investigadores deben trazar el rastro del microbio hasta su foco originario. Las tentativas de localización del reservorio animal cuando se declararon las epidemias anteriores habían sido un fracaso. Así pues, la epidemia de Kikwit brindó una nueva oportunidad.

Los científicos supusieron que Gaspard Menga era la primera víctima de la epidemia de Kikwit. ¿Cómo se infectó? Si fue por un animal, ¿de qué especie era? Era lógico suponer que la respuesta se hallara en el bosque donde trabajaba. Varios equipos colocaron 350 trampas en los lugares donde Menga trabajaba en la elaboración de carbón. Capturaron roedores, musarañas, sapos, lagartos, serpientes, mosquitos, jejenes, garrapatas, chinches, piojos, niguas (piques) y pulgas, un total de 2.200 animales pequeños y 15.000 insectos. Los científicos, vestidos con equipo protector, mataron a los animales con gas anestésico y luego enviaron muestras de tejidos a Estados Unidos, donde se examinarían para ver si contenían el virus.

Dado que los escondites de un virus son casi ilimitados, no hay certeza de que vaya a localizarse el foco. El doctor C. J. Peters, que dirige la unidad de patógenos especiales, dijo: “Creo que las probabilidades de que hallemos el reservorio del virus del Ebola no superan el 50%”.

Termina la epidemia

El 25 de agosto se dio por terminada la epidemia oficialmente, pues en los últimos cuarenta y dos días —el doble del período de incubación— no se habían registrado nuevos casos. ¿Por qué no se propagó la enfermedad a extensas regiones? En parte, gracias a la colaboración médica internacional para detener la epidemia. Por otro lado, la severidad de la plaga contribuyó a su brevedad; la rapidez con que aparecía y mataba a sus víctimas, y la transmisión por contacto directo, exclusivamente, impidieron que se contagiaran grandes cantidades de personas.

Las estadísticas oficiales arrojan un saldo de 315 individuos que contrajeron la enfermedad, de los cuales fallecieron 244, lo que representa una tasa de mortalidad del 77%. Por el momento, el Ebola se ha quedado quieto, pero en el nuevo mundo que instaurará Jehová pasará a estar inactivo eternamente. (Véase Isaías 33:24.) Entretanto, la gente se pregunta: ‘¿Resurgirá esta epidemia asesina?’. Tal vez, pero nadie sabe dónde ni cuándo.

[Recuadro de la página 25]

La epidemia en su justa perspectiva

Aunque el Ebola es un virus mortífero, los africanos viven mucho más amenazados por enfermedades menos espectaculares. Durante la epidemia, otras afecciones segaron gran cantidad de vidas sin armar revuelo. Según informes, a solo unos centenares de kilómetros al este de Kikwit, 250 personas se contagiaron de la poliomielitis. Al noroeste, un tipo mortal de cólera asoló Mali. Al sur, en Angola, hubo 30.000 afectados por la enfermedad del sueño. En una región más amplia de África occidental, fallecieron miles de personas a causa de una epidemia de meningitis. El periódico The New York Times declaró: “Los africanos tienen ante sí una inquietante pregunta: ¿Por qué la conciencia del mundo apenas se inmuta ante las batallas mortíferas que cada día se pelean [en África] con enfermedades que, en su mayoría, son prevenibles?”.

[Ilustración de la página 24]

Los científicos investigan el origen del virus letal

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