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  • ¿Un mundo sin automóviles?
  • ¡Despertad! 1996
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¡Despertad! 1996
g96 8/6 págs. 3-5

¿Un mundo sin automóviles?

¿SE IMAGINA un mundo sin vehículos de motor? ¿Podría mencionar un invento que haya cambiado tanto el estilo de vida y el comportamiento de la gente en el transcurso de este siglo? Sin automóviles no habría hoteles en la carretera, restaurantes con servicio en la ventanilla, ni autocines. Más importante, sin autobuses, taxis, automóviles o camionetas, ¿cómo llegaría usted al trabajo, o a la escuela? ¿Cómo transportarían los agricultores y los fabricantes sus productos al mercado?

“En Estados Unidos, 1 de cada 6 negocios depende de la fabricación, distribución, reparación o utilización de vehículos de motor”, comenta The New Encyclopædia Britannica, y añade: “las ventas y entradas de las industrias automovilísticas representan más de la quinta parte de los negocios mayoristas del país y más de la cuarta parte del comercio minorista. Aunque en otros países la proporción no es tan grande, Japón y las naciones de Europa occidental están alcanzando rápidamente el nivel estadounidense”.

Con todo, algunas personas dicen que un mundo sin vehículos sería mejor. Opinan así principalmente por dos razones.

Paralización del tránsito a nivel mundial

Si ha tenido que dar vueltas interminables en un estacionamiento buscando dónde dejar el auto, nadie tiene que decirle que los automóviles no son tan útiles en una zona repleta de vehículos. Y si alguna vez se ha quedado atrapado en un terrible embotellamiento, conoce la desesperación que se siente al estar detenido en un lugar ideado para circular.

En 1950, Estados Unidos era el único país donde había 1 automóvil por cada 4 habitantes. Para 1974, Alemania, Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Italia, los Países Bajos y Suecia alcanzaron esa proporción, pero Estados Unidos ya casi tenía 1 auto por cada 2 personas. Actualmente Alemania y Luxemburgo cuentan con 1 vehículo por cada 2 habitantes. Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Italia y los Países Bajos no distan mucho de esta proporción.

La mayoría de las grandes ciudades, prescindiendo de su ubicación en el mapa, están convirtiéndose en estacionamientos gigantes. Cuando la India, por citar un ejemplo, se independizó en 1947, contaba en su capital, Nueva Delhi, con 11.000 automóviles y camiones. Para 1993, la cifra rebasaba los 2.200.000; aunque esto ya es un incremento estratosférico, se espera que “la cantidad se duplique para finales de siglo”, según la revista Time.

Entretanto, en Europa oriental, que tiene una proporción cuatro veces menor que la Europa occidental de automóviles por número de habitantes, existen unos cuatrocientos millones de compradores potenciales de vehículos. En unos cuantos años, la situación de China, conocida hasta la fecha por sus 400 millones de bicicletas, habrá cambiado, pues como se informó en 1994, “las autoridades tienen planes de expandir rápidamente la producción automovilística”, de 1.300.000 vehículos al año a 3.000.000 para el cierre del siglo.

La amenaza de contaminación

“En Gran Bretaña se ha agotado el aire puro”, comentó el diario The Daily Telegraph del 28 de octubre de 1994. Aunque esa declaración sea exagerada, es lo suficientemente real como para crear preocupación. El profesor Stuart Penkett, de la Universidad de East Anglia, advirtió: “Los vehículos motorizados están cambiando la composición química de toda la atmósfera que nos rodea”.

Según el libro La Tierra: un planeta para la vida, la alta concentración de monóxido de carbono “priva al cuerpo de oxígeno, altera la percepción y el pensamiento, ralentiza los reflejos y provoca somnolencia”. Y la Organización Mundial de la Salud afirma que “alrededor de la mitad de las poblaciones urbanas de Europa y Norteamérica están expuestas a concentraciones inaceptables de monóxido de carbono”.

Se cree que en algunos lugares, las emisiones vehiculares causan la muerte de muchas personas, además de ocasionar pérdidas de millones de dólares en deterioro ambiental. En julio de 1995, un reportaje de la televisión dijo que cada año mueren más de once mil británicos por culpa de la contaminación automovilística.

En 1995 se celebró en Berlín la Cumbre del Cambio Climático de las Naciones Unidas. Los representantes de 116 países coincidieron en que debe hacerse algo, pero muchos quedaron decepcionados cuando se pospuso el cometido de adoptar metas específicas, dictar normas definidas y bosquejar programas precisos.

Por lo que mencionó en 1990 el libro 5000 Days to Save the Planet, se concluye que probablemente nadie esperaba progresos. Allí se dijo: “El poderío político y económico de la moderna sociedad industrial es de tal índole, que condiciona las medidas para combatir la destrucción del ambiente, haciéndolas aceptables solo si no interfieren con la marcha de la economía”.

Por consiguiente, la revista Time advirtió hace poco sobre “la posibilidad de que el incremento del dióxido de carbono y otros gases que contribuyen al efecto invernadero, calienten gradualmente el globo terráqueo. Las consecuencias, según muchos científicos, serán sequías, deshielos, subidas del nivel del mar, inundaciones costeras, tormentas más fuertes y otras catástrofes climáticas”.

La gravedad del problema de la contaminación exige que se tomen medidas, pero ¿cuáles?

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