BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g96 8/7 págs. 12-15
  • El fin de una era: ¿preludio de tiempos mejores?

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • El fin de una era: ¿preludio de tiempos mejores?
  • ¡Despertad! 1996
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Glasnost y perestroika
  • Comienza a tambalearse
  • La perestroika política desencadena la revolución
  • El fin de la Guerra Fría
  • Se ensombrece el panorama
  • Y el Muro se desmoronó
    ¡Despertad! 1991
  • En busca de paz y seguridad
    ¡Despertad! 1989
  • Los testigos de Jehová en Europa oriental
    ¡Despertad! 1991
  • Crecimiento espectacular
    ¡Despertad! 1991
Ver más
¡Despertad! 1996
g96 8/7 págs. 12-15

El fin de una era: ¿preludio de tiempos mejores?

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN ALEMANIA

ENTRE 1987 y 1990 ocurrieron movimientos telúricos de 6,9 grados en la escala de Richter en Armenia, China, Ecuador, Estados Unidos, Filipinas e Irán; unas setenta mil personas perdieron la vida, decenas de miles sufrieron heridas y cientos de miles quedaron sin hogar. Los daños ascendieron a miles de millones de dólares.

Aun así, ninguno de aquellos sismos conmocionó a tanta gente ni tuvo tanta fuerza como el terremoto que sacudió al mundo en aquellos años: la convulsión política que acabó con una era y alteró el futuro de millones de personas.

¿Qué condujo a tan extraordinarios sucesos? ¿Qué repercusiones tendrá?

Glasnost y perestroika

El 11 de marzo de 1985, Mijail Gorbachov fue designado secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. Los soviéticos, como muchos otros observadores, no esperaban que su administración comportara cambios significativos de tipo político.

No había pasado un año cuando Arkady Shevchenko, ex consejero del ministro de asuntos exteriores soviético y subsecretario general de la ONU durante un lustro, escribió con gran clarividencia: “La U.R.S.S. está ante una encrucijada. De no aliviarse pronto los problemas socioeconómicos, se erosionará aún más su sistema económico, lo que pondrá en peligro a largo plazo su propia supervivencia. [...] Es obvio que Gorbachov ha adoptado un nuevo estilo. [...] Pero está por verse si su administración introducirá una nueva era para la U.R.S.S. [...] Las dificultades que afronta son prácticamente insuperables”.

El cargo asumido por Gorbachov le otorgaba la influencia política necesaria para implantar en la sociedad soviética una política que ya había expuesto en 1971: la glasnost (transparencia informativa), una política de sinceridad oficial ante los problemas de la U.R.S.S. Propugnaba una sociedad más abierta en la que los ciudadanos y la prensa de la Unión Soviética tuvieran más libertad de expresión. Con el tiempo, la glasnost permitió criticar públicamente al gobierno y sus medidas.

Otro término que Gorbachov llevaba utilizando desde hacía tiempo era perestroika (reestructuración). En un ensayo editado en 1982, habló de “la necesidad de una reestructuración psicológica adecuada” en el campo de la agricultura.

Cuando se convirtió en el primer ejecutivo de la Unión Soviética, Gorbachov se convenció de que también era imperioso reestructurar la gestión económica. Sabía que sería una tarea harto difícil, o hasta imposible, a menos que fuera acompañada de cambios políticos.

Su empeño por aplicar la glasnost y la perestroika no indicaba que estuviera decidido a aniquilar el comunismo. Todo lo contrario. The Encyclopædia Britannica explica: “Pretendía poner en marcha una revolución controlada desde arriba; no minar el sistema soviético, sino solo hacerlo más eficiente”.

La aplicación de estos planteamientos aflojó las restricciones, creando cierta incomodidad entre algunos miembros de la cúpula soviética. Otro tanto ocurrió entre los líderes de varios países del bloque del Este. Aunque muchos admitían que se necesitaba la reestructuración económica, no todos consideraban que los cambios políticos fueran precisos o recomendables.

Gorbachov comunicó a sus aliados de la Europa Oriental que tenían libertad para experimentar sus propios programas de perestroika. Entretanto, Gorbachov advirtió a Bulgaria —lo que equivalía en la práctica a avisar a todos los estados del bloque del Este— que las reformas eran necesarias, pero debían tener cuidado de que el partido comunista no perdiera el control.

Comienza a tambalearse

Con los años, arreciaron las críticas al comunismo tanto en la Unión Soviética como en las naciones satélites. Por ejemplo, desde principios de los ochenta, el semanario húngaro HVG (Heti Világgazdaság) cuestionó con agresividad los criterios comunistas ortodoxos, aunque evitó la crítica directa al partido comunista.

Solidaridad, el primer sindicato independiente del bloque del Este, se fundó en Polonia en 1980, aunque su origen se remonta a 1976, año en que un grupo de disidentes formó un Comité de Defensa de los Trabajadores. A principios de 1981, Solidaridad ya tenía diez millones de afiliados. El sindicato pedía reformas económicas y elecciones libres, y respaldaba sus demandas con huelgas. Aunque fue disuelto por el gobierno polaco debido a la amenaza de una intervención soviética, siguió actuando en la clandestinidad. Convocó huelgas para exigir el reconocimiento oficial, que logró recuperar en 1989. En junio de aquel año se celebraron elecciones libres, en las que fueron elegidos muchos candidatos de Solidaridad. En agosto, por primera vez en cuarenta años, accedía al poder un primer ministro no comunista.

Era patente que la glasnost y la perestroika, aunadas a los problemas que padecía el mundo comunista, estaban cambiando la estructura del entero bloque del Este.

La perestroika política desencadena la revolución

“Hasta julio de 1987 —escribe Martin McCauley, de la Universidad de Londres— parecía que todo estaba saliendo a la manera de Mijail Gorbachov.” Aun en junio de 1988, en la XIX Conferencia del Partido Comunista celebrada en Moscú, se informó que Gorbachov había obtenido un “respaldo amplio, aunque a veces tibio, para sus programas”. Quedó patente, sin embargo, que se toparía con dificultades para reestructurar el Partido Comunista y su gobierno soviético.

En 1988, las enmiendas constitucionales permitieron la sustitución del Soviet Supremo por el Congreso de Diputados del Pueblo de la U.R.S.S., integrado por 2.250 representantes que fueron elegidos un año más tarde. Estos diputados, a su vez, escogieron de entre ellos dos cámaras legislativas con 271 integrantes cada una. Boris Yeltsin, uno de los miembros más destacados, no tardó en señalar el fracaso de la perestroika y en pedir reformas en los campos que estimó conveniente. Así, aunque Gorbachov había ascendido en 1988 a la presidencia, un puesto que deseaba reorganizar y fortalecer, recibió cada vez más oposición.

Mientras tanto, las dos superpotencias, la Unión Soviética y Estados Unidos, realizaban importantes progresos encaminados a reducir las fuerzas militares y eliminar la amenaza nuclear. Cada acuerdo que se firmaba renovaba la esperanza de que la paz mundial era factible, a tal grado que el escritor John Elson señaló en septiembre de 1989: “Según muchos comentaristas, los últimos días de los ochenta constituyen una especie de adiós a las armas. Parece que la guerra fría está por terminar y la paz resurge en muchas regiones del mundo”.

El 9 de noviembre de 1989, se abrió el Muro de Berlín; aunque aún estaba intacto, había caído el obstáculo simbólico que durante veintiocho años había dividido el este y el oeste. Con rapidez, las naciones de Europa Oriental abandonaron el régimen socialista una tras otra. En su libro Death of the Dark Hero—Eastern Europe, 1987-90 (La muerte del héroe tenebroso. Europa Oriental, 1987-1990), David Selbourne denominó al proceso “una de las mayores revoluciones históricas: una revolución democrática, y esencialmente antisocialista, cuyos efectos pervivirán mucho después que sus realizadores y testigos oculares desaparezcan de la escena”.

Una vez desencadenado, el proceso revolucionario pacífico fue breve. En Praga, un letrero lo resumió así: “Polonia: diez años; Hungría: diez meses; Alemania Oriental: diez semanas; Checoslovaquia: diez días, y, tras una semana de horrores, Rumania: diez horas”.

El fin de la Guerra Fría

Selbourne dijo: “El patrón que siguió la caída de la Europa Oriental se destacó por su ritmo constante”. Luego agregó: “Es patente que el catalizador, aplicado en marzo de 1985, fue el ascenso de Gorbachov al poder en Moscú, lo que puso fin a la ‘Doctrina Brezhnev’, asestando un golpe fatal a los regímenes de la Europa del Este, que perdieron la seguridad de que la U.R.S.S. enviara ayuda y tropas si ocurrían alzamientos populares”.

Según The New Encyclopædia Britannica, Gorbachov fue “en el plano individual, el principal promotor de los sucesos que desde finales de 1989 y hasta 1990 cambiaron la configuración política europea y marcaron el fin de la Guerra Fría”.

Gorbachov, claro está, no habría podido terminar con la Guerra Fría él solo. Como indicio de lo que iba a ocurrir, la primera ministra británica Margaret Thatcher dijo tras su primera reunión con él: “Me cae bien el señor Gorbachov. Podemos hacer tratos los dos”. La extraordinaria relación que la unía al presidente estadounidense Reagan le permitió convencerlo de la conveniencia de colaborar con Gorbachov. Gail Sheehy, autora del libro Gorbachev—The Making of the Man Who Shook the World (Gorbachov. La formación del hombre que conmocionó al mundo), concluye: “Thatcher podía felicitarse por ser, ‘de forma muy real, madrina del enlace Reagan-Gorbachov’”.

Como ha ocurrido tantas veces en la historia, la gente clave estuvo en su lugar en el momento oportuno para realizar cambios que, de otro modo, no se habrían llevado a cabo.

Se ensombrece el panorama

Mientras el Este y el Oeste se alegraban de que la Guerra Fría tocara a su fin, el panorama se ensombrecía por doquier. En 1988, el mundo apenas prestó atención al asesinato de miles de burundeses en un estallido de violencia étnica. Otro tanto ocurrió en abril de 1989 con los informes de que en Yugoslavia tenían lugar las más crueles manifestaciones de odios étnicos desde 1945. Al mismo tiempo, el que hubiera más libertad en la Unión Soviética contribuyó al descontento generalizado de la población. Algunas repúblicas llegaron a lanzar campañas en pro de la independencia.

En agosto de 1990, las tropas iraquíes penetraron en Kuwait y lo tomaron en doce horas. Al tiempo que los alemanes, menos de un año después de la caída del Muro de Berlín, celebraban la reunificación de Alemania, el presidente de Irak proclamaba con arrogancia: “Kuwait pertenece a Irak, y no lo soltaremos nunca aunque tengamos que luchar por él mil años”. En noviembre, las Naciones Unidas reaccionaron inmediatamente y amenazaron con enviar tropas si Irak no se retiraba de Kuwait. El mundo volvía a estar al borde de la catástrofe, y el control de los suministros de petróleo era el principal motivo de disputa.

Las esperanzas de paz y seguridad se habían avivado con el fin de la Guerra Fría, pero ¿se extinguirían sin dar fruto? Este punto se analizará en nuestro próximo número, en el artículo “El ‘Nuevo Orden Mundial’: endeble de nacimiento”.

[Ilustración de la página 15]

El Muro de Berlín, la barrera simbólica que dividía el este y el oeste, cayó súbitamente

[Reconocimiento de la página 12]

Gorbachov (izquierda) y Reagan: Robert/Sipa Press

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir