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¡Despertad! 1996
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Pompeya, donde el tiempo se detuvo

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN ITALIA

COCINAS con sartenes en el fogón, tiendas bien surtidas, fuentes sin agua, calles intactas, todo en su estado original, en una ciudad sin habitantes, vacía y desierta. Nos referimos a Pompeya, donde da la impresión de que el tiempo se detuvo.

Todo se conserva tal como estaba en aquel catastrófico día de hace más de mil novecientos años cuando el monte Vesubio, volcán cercano al golfo de Nápoles, entró en erupción, sepultando bajo ceniza y lava a Pompeya, Herculano, Stabiae y las tierras aledañas.

“Los antiguos —dice el libro Pompei (Pompeya)— solo tenían una idea vaga de la naturaleza volcánica del Vesubio y estaban acostumbrados a considerarlo una montaña verde con bellos viñedos intercalados en la espesura.” Pero el 24 de agosto del año 79 E.C., tras un silencio de muchos años, despertó con una tremenda explosión.

La erupción del 79 E.C.

El volcán proyectó una columna de gas, lava y detritos que oscureció el cielo y originó una terrible lluvia de ceniza y lapilli (pequeñas piedras volcánicas). Al cabo de dos días, Pompeya y una vasta zona de la campiña habían quedado cubiertas con una capa de unos dos metros y medio de espesor. Mientras fuertes temblores seguían sacudiendo el terreno, una nube gigante de gases venenosos, invisibles pero letales, rodeó la ciudad, ciñéndola con un abrazo mortal. A diferencia de Pompeya, que fue cubierta lentamente, Herculano desapareció en un instante. Según el libro Riscoprire Pompei (El redescubrimiento de Pompeya), Herculano quedó sumergido bajo una colada de “lodo y material volcánico que alcanzó una altura de 22 metros cerca de la costa”.

Los aproximadamente quince mil habitantes de Pompeya tuvieron distintas reacciones. Solo los que huyeron de inmediato lograron salvarse. Hubo algunos que no quisieron abandonar su casa y sus pertenencias, de modo que se quedaron en ella, con la esperanza de escapar del peligro. Otros, preocupados por salvar sus objetos de valor, tardaron tanto en decidirse a huir que murieron aplastados por el techo de su casa, que cedió bajo el peso de las cenizas.

Un ejemplo de ello es el de la propietaria de la “casa del Fauno”, quien al parecer se resistía a abandonar sus riquezas. Robert Étienne dice en su libro La vida cotidiana en Pompeya: “A toda prisa, la dueña de la casa reunió sus joyas más preciadas: brazaletes de oro serpentiformes, sortijas, sujetadores de los cabellos, pendientes, un espejo de plata, una bolsa llena de monedas de oro”, y se preparó para huir. No obstante, se aterrorizó, tal vez por las cenizas que caían, y permaneció en la casa. “Poco después —prosigue Étienne—, el techo se desplomó, sepultando a la infortunada y sus tesoros.” Otros murieron asfixiados por los gases tóxicos que se esparcían por todas partes.

Quienes titubearon finalmente tuvieron que huir para salvar la vida, caminando sobre la capa de ceniza volcánica que se había formado mientras tanto. Quedaron allá donde se desplomaron como consecuencia de las inhalaciones letales, y la persistente lluvia de ceniza fina los cubrió. Sus penosos restos se encontraron siglos más tarde, con sus objetos de valor aún a su lado. La ciudad y sus habitantes habían quedado sepultados bajo un manto de ceniza de seis metros de espesor.

No obstante, gracias a aquella fatídica lluvia han reaparecido los pompeyanos. ¿Sabe cómo? Observe los vaciados en yeso de sus cadáveres en la fotografía de esta página. ¿Cómo se obtuvieron? Vertiendo yeso en los huecos que la carne dejó en la ceniza al descomponerse, los arqueólogos han hecho posible que veamos los últimos gestos de angustia de las desventuradas víctimas: “La joven que yace con la cabeza apoyada en el brazo; el hombre con la boca tapada con un pañuelo que no pudo impedir la inhalación de polvo y gases venenosos; los sirvientes de las termas del foro, caídos con posturas retorcidas a causa de las convulsiones y espasmos de la asfixia; [...] una madre que rodea a su hijita con sus brazos en un último y lastimero abrazo”. (Archeo.)

Ningún refugio en Herculano

En Herculano, situado a unos cuantos kilómetros de Pompeya, los que no huyeron de inmediato quedaron atrapados. Muchos corrieron hacia la playa, esperando, quizá, escapar por el mar, pero un violento maremoto impidió zarpar a los barcos. Excavaciones efectuadas recientemente en la antigua playa de Herculano han sacado a la luz más de trescientos esqueletos. Un terrible río de lodo y derrubios volcánicos enterró vivas a estas personas mientras trataban de refugiarse debajo de una terraza que daba al mar. También en esta ciudad mucha gente había intentado salvar sus posesiones más preciadas: ornamentos de oro, vasijas de plata, un juego completo de instrumentos quirúrgicos; todo estaba aún allí, inútil, junto a los restos de sus propietarios.

El tiempo se detuvo

Pompeya es un testimonio elocuente de la fragilidad de la vida ante las fuerzas de la naturaleza. Las ruinas de Pompeya y sus alrededores proporcionan, mejor que ningún otro yacimiento arqueológico, una imagen que permite a los eruditos modernos y a los curiosos examinar la vida cotidiana del siglo primero.

La prosperidad de la región se basaba fundamentalmente en la agricultura, la industria y el comercio. Con una numerosa mano de obra —compuesta tanto por esclavos como por jornaleros— los fértiles campos producían abundantes cosechas. Gran parte de las actividades de la ciudad se relacionaban con el comercio de comestibles. Cualquiera que visite Pompeya puede observar todavía los molinos de harina, el mercado de verduras y las tiendas de los vendedores de fruta y los mercaderes de vino. También puede ver los edificios que se usaban con fines comerciales, como procesar e hilar lana y lino, y tejer telas en escala industrial. Estos establecimientos, junto con docenas de negocios más pequeños —como talleres de joyeros y ferreterías— y las viviendas, constituían la ciudad.

Las calles estrechas, en un tiempo atestadas de gente, están pavimentadas con losas. Flanquean las calzadas aceras elevadas, así como fuentes públicas alimentadas por una ingeniosa red de acueductos. En las esquinas de las calles principales puede observarse un detalle curioso: como precedentes de los modernos cruces peatonales, grandes bloques de piedra que sobresalen de la calzada facilitaban el paso de los transeúntes e impedían que se mojaran los pies cuando llovía. Los conductores de carruajes debían tener cierta habilidad para evitar los bloques. Estas piedras elevadas siguen en su lugar. Nada ha cambiado.

La vida privada

Ni siquiera la reserva que caracterizaba la vida privada de los pompeyanos escapa a la mirada indiscreta de la gente de nuestros tiempos. Una mujer cubierta de suntuosas joyas yace muerta en los brazos de un gladiador en el barracón de este. Las puertas de las casas y de las tiendas están abiertas de par en par. Las cocinas están a la vista, como si las hubieran abandonado hace apenas unos minutos, con sartenes en el fogón, pan aún sin cocer en el horno y tinajas apoyadas en la pared. Hay habitaciones decoradas con estuco, pinturas murales y mosaicos, en las que los ricos banqueteaban a sus anchas, usando copas y vasijas de plata de una delicadeza sorprendente. Los jardines interiores de ambiente apacible están rodeados de columnas y ornamentados con hermosas fuentes que ahora guardan silencio. También se pueden apreciar estatuas de mármol y bronce de exquisita calidad y altares de los dioses del hogar.

El estilo de vida de la mayoría, sin embargo, era considerablemente más modesto. Muchos no tenían cocina en casa, así que frecuentaban las numerosas tabernas donde, sin gastar demasiado, podían charlar, jugar o comprar comida y bebida. Algunos de estos establecimientos deben de haber sido lugares de mala reputación en los que trabajaban mujeres, por lo general esclavas jóvenes, que después de servir bebidas a los clientes, ejercían de prostitutas. Además del sinnúmero de tabernas de este tipo, los arqueólogos han descubierto más de veinte burdeles, caracterizados por pinturas e inscripciones extremadamente obscenas.

Es hora de actuar

La destrucción repentina de Pompeya hace que uno reflexione. Según parece, los miles que perecieron no reaccionaron con suficiente presteza a las señales que advertían del desastre inminente: los temblores de tierra constantes, las explosiones del volcán y la terrible lluvia de piedrecillas volcánicas. Titubearon, tal vez porque no querían abandonar su vida cómoda y sus posesiones. Quizá pensaron que el peligro pasaría o que tendrían tiempo de huir si la situación empeoraba. Pero, desgraciadamente, se equivocaron.

Las Escrituras nos dicen que hoy el mundo entero se halla en una situación parecida. Vivimos en una sociedad corrupta y alejada de Dios que en breve será destruida súbitamente. (2 Pedro 3:10-12; Efesios 4:17-19.) Todo indica que sucederá pronto. (Mateo 24:3-42; Marcos 13:3-37; Lucas 21:7-36.) Y los trágicos restos de Pompeya son un testimonio silencioso de lo insensata que resulta la indecisión.

[Recuadro de la página 24]

¿Cruces cristianas?

El descubrimiento en Pompeya de varias cruces, incluida una de yeso en la pared de una panadería, se ha interpretado como prueba de la presencia de cristianos en la ciudad antes de su destrucción en el año 79 E.C. ¿Es válida esta suposición?

Aparentemente, no lo es. Para encontrar “un culto verdadero a la cruz como objeto —dice Antonio Varone en su libro Presenze giudaiche e cristiane a Pompei (Presencias judaicas y cristianas en Pompeya)—, hay que esperar hasta el siglo IV, cuando la conversión del emperador y las masas de paganos haría que tal forma de veneración estuviera más acorde con su espiritualidad”. Varone añade: “Incluso en los siglos II y III y hasta los tiempos de Constantino es muy raro encontrar tal símbolo en conexión clara con el cristianismo”.

Si no es un símbolo cristiano, ¿qué origen tiene? Aparte de las dudas sobre la identificación de este símbolo que se supone que es una cruz y del descubrimiento en la misma panadería de la pintura de una divinidad con forma de serpiente, hay “algunos hallazgos sumamente obscenos que son también difíciles de conciliar con la supuesta espiritualidad cristiana del arrendatario de la panadería”, dice Varone. Y agrega: “Es sabido que desde los albores de la civilización, aun antes de convertirse en símbolo de redención, el emblema cruciforme se utilizaba con un claro significado mágico y ritual”. Este erudito explica que en tiempos antiguos se creía que la cruz tenía el poder de proteger de influencias malignas o destruirlas, y que servía principalmente de amuleto.

[Ilustraciones de la página 23]

Arco de Calígula con el monte Vesubio al fondo

Arriba: vaciados en yeso de cadáveres de pompeyanos

Izquierda: vista del Arco de Nerón y parte del templo de Júpiter

[Reconocimientos de la página 22]

Márgenes laterales: Glazier

Fotos de las páginas 2 (abajo), 22 y 23: Soprintendenza Archeologica di Pompei

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