Un mundo libre de la codicia
“A MENOS que haya una revolución universal en la esfera de la conciencia del hombre, nada mejorará nuestra existencia humana, y la catástrofe a la que se encamina este mundo [...] será ineludible.”—Václav Havel, presidente de la República Checa.
Muchos admiten que el presente orden mundial no puede sobrevivir. Hay quien estima, como Václav Havel, que la única solución es un cambio universal en el pensamiento y las acciones del hombre. Por ejemplo, un comentarista de la actualidad mundial dice: “Para los cientos de millones que viven sumidos en la pobreza extrema, las perspectivas de obtener alimentos y otros artículos esenciales no van a mejorar [...] a menos que las naciones del mundo actúen con decisión para modificar las tendencias actuales”. (Food Poverty & Power.)
Ahora bien, ¿es realista cifrar las esperanzas de sobrevivir en una especie de cambio esencial de la naturaleza humana? ¿Cabe esperar que los estados “actúen con decisión para modificar las tendencias actuales”? Hay quien opina que sí. ‘Dios nos concedió el libre albedrío —señalan— y nos compete a nosotros cambiar la situación.’ Pero ante la triste verdad histórica, es muy cuestionable que el hombre tenga el deseo y la capacidad de realizar los cambios precisos. Esta postura no es pesimista, sino realista. ¿Pondría usted su vida en manos de un cirujano si supiera que todos sus pacientes se le habían muerto?
¿Es un problema de educación?
“El problema es de tipo educativo”, indica Ted Trainer en la obra Developed to Death—Rethinking Third World Development. Afirma que si no se enseña a las personas a ver la necesidad del cambio, “no cabe esperar que se realice la transición a un orden mundial sostenible”. Sin duda, debe enseñárseles la importancia de modificar sus actitudes y obras para que sobreviva este mundo. En realidad, es esencial, y la Biblia habla de dicho programa educativo. Dice que la Tierra “estará llena del conocimiento de Jehová”, y entonces las personas “no harán ningún daño ni causarán ninguna ruina” en ningún rincón del planeta. (Isaías 11:9.)
Pero no basta con la instrucción, ni siquiera la del programa educativo de Dios, para erradicar de la Tierra a los codiciosos que tanto daño y ruina ocasionan. La educación efectuará cambios solo en quienes tengan la voluntad de hacerlos, en quienes deseen obedecer las normas divinas. Y según Jesucristo, constituyen una minoría. (Mateo 7:13, 14.) Por consiguiente, la Biblia no funda su promesa de cambio en la utopía de que algún día todos los hombres cobren conciencia de la magnitud del problema y cambien de proceder. Señala que Dios actuará directamente para limpiar de codiciosos la Tierra.
La intervención de Dios
Para muchos, la idea de que Dios actúe directamente es un sueño, un espejismo. “El progreso intelectual del siglo XVIII nos obligó a despojarnos de la noción tranquilizadora de un Dios intervencionista que pondría en orden el hogar humano”, señala la obra World Hunger: Twelve Myths. Pero ¿debe darse crédito a los argumentos y filosofías intelectuales de quienes han perdido la fe en “un Dios intervencionista”? ¿Acaso no son sus soluciones un mero espejismo?
Es más prudente fundar las esperanzas de sobrevivir en las infalibles profecías de la Biblia sobre la actuación divina en favor nuestro. Creer en las promesas de Dios no es solo una “noción tranquilizadora”; es la única esperanza realista de sobrevivir que tenemos.
“La ruina de los que están arruinando la tierra”
¿Qué promete Dios, exactamente? Por un lado, eliminar de la Tierra a quienes contaminan y destruyen el medio ambiente. Revelación (Apocalipsis) 11:18 muestra que tiene un “tiempo señalado” para “causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. ¿Qué significará esta medida? La eliminación de quienes ahora oprimen al pobre y al desvalido. Dios ‘juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del pobre, y aplastará al defraudador’. Se deshará de los codiciosos y permitirá que prosperen las víctimas inocentes. “Él librará al pobre que clama por ayuda [...]. De la opresión y de la violencia les redimirá el alma.” (Salmo 72:4, 12-14.)
Será un cambio radical. Como indica el apóstol Pedro, un cambio tan abarcador que originará “nuevos cielos y una nueva tierra”. (2 Pedro 3:13.) En la “nueva tierra”, todos participarán equitativamente del fruto de los campos. (Miqueas 4:4.) Aun hoy en día hay alimento en abundancia para todos; las dificultades vienen de la distribución injusta. “Se calcula que labrando todo el terreno potencialmente cultivable del planeta, tendríamos suficientes alimentos para que vivan entre 38.000 millones y 48.000 millones de personas”, señala Anne Buchanan en su libro Food Poverty & Power.
La Tierra subsistirá; su Hacedor “no la creó sencillamente para nada, [sino] que la formó aun para ser habitada”. (Isaías 45:18.) La intervención de Dios en contra de los codiciosos conllevará una breve etapa de “gran tribulación”. (Mateo 24:21.) Los sobrevivientes de dicha tribulación gozarán de una Tierra paradisíaca, habitada por personas exentas de codicia. (Salmo 37:10, 11; 104:5.) Se verificará la siguiente promesa bíblica: “Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro”. (Isaías 25:8.)
Usted tiene ante sí la dicha de beneficiarse de la intervención divina que eliminará la codicia de la Tierra. Si desea sinceramente hacer la voluntad de Dios, aproveche todos los medios disponibles que le ayudarán a sobrevivir en este mundo codicioso. Dé los pasos oportunos para sobrevivir a la “gran tribulación”. Los testigos de Jehová están dispuestos a ayudarle a aprender lo necesario. Llame cuando guste al Salón del Reino de su localidad, o escriba a la dirección de la página 5 más cercana a su domicilio.