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¡Despertad! 1997
g97 22/5 págs. 24-27

La apicultura deja un sabor “dulce”

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Grecia

AL DESPUNTAR el alba, el cielo se viste de suaves tonos pastel, el ambiente es fresco y la neblina todavía no se ha disipado. Una camioneta se detiene sin hacer ruido junto a la carretera, al pie de una ladera. Aparecen dos siluetas indistintas, ataviadas con guantes, botas, trajes de faena de algodón y sombreros de ala ancha rodeados de un velo. Con cuidado, pero a la vez con resolución, cargan en la camioneta una serie de cajas de madera. ¿Se trata de un par de ladrones que se escapan con el botín? No, son dos apicultores que atienden bien a sus preciadas abejas y se disponen a transportarlas a otro lugar en el que abundan las plantas melíferas.

Los apicultores son un tipo especial de personas que goza de una relación interactiva con una clase especial de insecto. Por un lado está la abeja melífera, que tal vez sea, en sentido económico, el insecto más valioso de todos, pues produce miel y cera al tiempo que poliniza una gran variedad de cosechas. Por otro lado están las personas que a duras penas se ganan la vida cuidando abejas, pero a quienes les encantan estas pequeñas criaturas y ‘entienden por qué son como son’, según dijo cierto apicultor.

Supervisores de “milagros cotidianos”

A simple vista, la tarea de un apicultor puede parecer sencilla: obtener unas cuantas colmenas llenas de abejas, colocarlas en una zona de flora melífera, y regresar al cabo de unos meses para recolectar los productos. Pero no es así. A fin de saber a ciencia cierta todo lo que hay implicado, recurrimos a dos apicultores de profesión, John y Maria, quienes con mucho gusto nos hablaron de esa ocupación que tanto les agrada.

“La apicultura es un compendio de milagros cotidianos —dice John apoyándose en una colmena abierta—. Hasta ahora nadie entiende con claridad la organizadísima vida de comunidad de la abeja melífera, sus avanzadas dotes de comunicación y sus magníficos hábitos de trabajo.”

John se remonta a los orígenes de la apicultura profesional y nos dice que, antiguamente, cuando se recolectaba la miel se destruían las colonias de abejas, las cuales se habían instalado en troncos huecos de árboles y otras cavidades. Sin embargo, en 1851 Lorenzo Lorraine Langstroth, apicultor estadounidense, descubrió que las abejas dejan unos seis milímetros de espacio entre los panales de cera. Por lo tanto, podían utilizarse colmenas de madera en las que se dejara un espacio similar entre los cuadros para los panales. De esa forma se podía sacar cada cuadro de la colmena para recolectar la miel y la cera sin destruir la colonia.

“Para tener éxito en la apicultura —continúa diciendo John— hay que sentir cariño por las colonias de abejas. Uno es como un padre para ellas, y creo que las abejas se dan cuenta de ello y reaccionan en consecuencia. Uno también llega a ser su médico, su cuidador y quien las alimenta durante los tiempos difíciles del invierno.”

Maria añade: “Un buen apicultor se da cuenta de muchas cosas con solo echar una mirada a una colmena, que normalmente contiene entre ocho mil y ochenta mil abejas. Al abrir la colmena y escuchar el zumbido, el apicultor de experiencia sabe si la colonia es potente, productiva y se encuentra ‘feliz’; si tiene hambre; si ha quedado ‘huérfana’ porque la reina ha muerto; si está inquieta por algo desagradable, y muchísimas cosas más”.

Factores importantes para una apicultura próspera

“Los apicultores tenemos que escoger con mucho cuidado el lugar donde instalaremos nuestras colmenas —dice John—. Nos esforzamos mucho por localizar extensiones de flores para que las abejas se alimenten.

”Tal vez busquemos zonas en las que abunden las flores de azahar y de tilo para mantener las colonias ocupadas. En verano y otoño, las extensiones de pinos y abetos contribuyen a la producción de una miel de buena calidad, de un tono rojizo claro, que goza de mucha aceptación en el mercado. Los campos de tomillo silvestre producen la mejor clase de miel: la reina de las mieles, según los apicultores. Las abejas también liban néctar del trébol blanco, el trébol oloroso (o meliloto) y la alfalfa.”

El sentido común es primordial. Maria comenta: “Cuando instalamos las colmenas en una región montañosa, resulta ventajoso colocarlas cerca del pie de la montaña. De esa forma, las abejas vuelan hacia arriba para recolectar el néctar de los árboles en flor, y luego, cuando están cargadas, se les hace más fácil regresar a las colmenas volando hacia abajo. Si colocáramos las colmenas en la parte alta de la ladera, más arriba de los árboles, las abejas se agotarían y se perjudicaría la productividad de la colonia”.

“Todo apicultor conoce el papel vital que desempeña la reina en el bienestar y la productividad de la colonia —dice John, sosteniendo con cuidado uno de los cuadros de la colmena en cuyo centro se encuentra una reina joven en su celda—. Cuando una colmena produce poca cantidad de crías y de miel, hay que matar a la reina y reemplazarla por otra. Las colonias que tienen reinas jóvenes son las que más miel producen. Además, cuando deseamos crear colonias nuevas, tomamos una colmena doble que sea potente y rebose de abejas, y separamos la caja de arriba de la de abajo. Como la reina se queda en una de las mitades, colocamos en la otra mitad una reina joven y apareada. Para el tiempo de la floración, la nueva reina ya estará poniendo huevos y llenando la colmena de obreras jóvenes.”

¿Cuánto tiempo vive una abeja? Nos dicen que la duración de la vida de una obrera es inversamente proporcional a su laboriosidad. En el verano, cuando la abeja pasa unas quince horas diarias libando flores y volando a una velocidad aproximada de 21 kilómetros por hora, solo vive seis semanas. En el invierno, como el desgaste físico es menor, pues solo trabaja dos o tres horas al día, puede llegar a vivir varios meses.

Productos diversos

Lo primero que nos viene a la mente cuando hablamos de la apicultura es, por supuesto, la miel. Este fluido viscoso y dulce es el néctar transformado por la abeja obrera. Una colmena comercial llega a producir una media de 29 kilogramos de miel al año. Otro producto valioso que se obtiene de las abejas es la cera. Un panal es utilizable durante cinco o seis años. Para ese tiempo, su color se ha oscurecido debido a diversos microbios y parásitos que residen en él, y hay que sustituirlo. Los panales desechados se procesan para sacarles la cera. La producción comercial media de cera es de entre nueve y dieciocho kilogramos por cada tonelada de miel cosechada.

El polen —la principal fuente de proteínas, vitaminas, minerales y grasas para el desarrollo de la reina, las obreras y los zánganos— también es aclamado por algunas personas como un magnífico remedio natural para varias dolencias físicas. De una colmena se obtienen unos cinco kilogramos de polen al año. El propóleo es una sustancia que utilizan las abejas para impermeabilizar la colmena y recubrir los cadáveres de aquellos intrusos que, por ser demasiado grandes, no pueden sacar fuera.

La producción de aproximadamente una cuarta parte del alimento que consumimos depende directa o indirectamente de la labor polinizadora de la abeja. Las cosechas de manzanas, almendras, sandías, ciruelas, peras, pepinos y diversas clases de bayas dependen de la polinización de las abejas. Lo mismo sucede con varias cosechas destinadas a la producción de semillas de siembra, como la de las zanahorias, las cebollas y hasta los girasoles. Las abejas también influyen en la carne y los productos lácteos, pues polinizan la alfalfa, que sirve de forraje.

“Instintivamente sabias”

“Creo que la mayoría de los apicultores creen en Dios”, dice Maria, recordándonos nuestra incapacidad para explicar las complejidades de la estructura social de las abejas, la fascinante y organizada vida de comunidad que llevan, así como su magnífica capacidad de orientación y comunicación. Muchos estudiosos de las abejas y apicultores atribuyen todo esto al hecho de que son “instintivamente sabias”, y lo son porque nuestro Magnífico Creador, Jehová Dios, las ha dotado generosamente de tal instinto. (Compárese con Proverbios 30:24.)

[Ilustraciones y recuadro de la página 26]

De la flor a la mesa

1 La abeja pecoreadora liba néctar de una flor

Al ir de flor en flor, las abejas liban néctar y lo guardan en su bolsa melífera (una dilatación del esófago). Para llenar dicha bolsa, tienen que visitar entre mil y mil quinientas florecillas

2 Una vez en la colmena, el néctar se almacena en los panales

Al entrar en la colmena, la abeja pecoreadora regurgita el contenido de su bolsa melífera en la boca de una obrera joven. Esta lo deposita en una celda y efectúa las tareas necesarias para convertirlo en miel

3 El apicultor recolecta la miel

Con un cuchillo caliente raspa la cera que cubre las celdas de cada cuadro. A continuación coloca los cuadros en un extractor centrífugo para vaciar las celdas de miel

4 La miel se envasa en tarros o envases individuales

La etiqueta del tarro de miel indica qué plantas libaron las abejas. Si el tarro es transparente, puede comprobarse la calidad de la miel por su color

5 La miel es buena para la salud

La miel se asimila fácilmente y el organismo la convierte enseguida en energía. Se ha comprobado que puede utilizarse para tratar quemaduras y diversos tipos de heridas superficiales

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