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  • Algo mejor que la aclamación del mundo

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  • Algo mejor que la aclamación del mundo
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¡Despertad! 1997
g97 22/8 págs. 12-15

Algo mejor que la aclamación del mundo

Unos años después de haber alcanzado la fama en Europa como escultor, un colega del mundo artístico me dijo en tono acusador: “¡Le has fallado al arte!”. Antes de narrar por qué dijo esto, permítame explicarle cómo llegué a dedicarme a la escultura.

NACÍ en Aurisina, pueblo en el que la mayoría de los hombres trabajaban en una antigua cantera. Este municipio del norte de Italia queda cerca de Trieste, no muy lejos de la anterior Yugoslavia. A los 15 años también empecé a ir a la cantera. Era 1939, el año que estalló la II Guerra Mundial. Trabajar con la piedra me infundió el anhelo de ser un escultor famoso. Además, no quería morir nunca. Ambos deseos me parecían irrealizables.

En 1945, acabada la guerra, fui a Roma a vivir con mi hermana, con la esperanza de matricularme en la academia de arte. ¡Qué emoción sentí cuando mi anhelo se hizo realidad! Me admitieron para cursar tres años de estudios, costeados con la ayuda de varias organizaciones caritativas.

Hambre espiritual

También procuré saciar el hambre espiritual asistiendo a los oficios del Ejército de Salvación, los valdenses y otros grupos religiosos. Incluso asistí a cursos en una universidad jesuita y estuve en un cursillo de tres días, dirigido por un obispo, en el que no podíamos conversar, sino dedicarnos al rezo, la meditación, la confesión y las disertaciones del prelado.

Al comprender que mi fe no había salido fortalecida, le pregunté al obispo: “¿Por qué no he adquirido una fe firme?”.

“La fe es don de Dios —me respondió—, que la da a quien le place.” La contestación me decepcionó tanto que abandoné la búsqueda de Dios y me entregué por entero a los estudios de arte.

Aclamado internacionalmente

Concluido el curso en Roma en 1948, recibí una beca de un año para ir a la academia de arte de Viena (Austria). Me gradué al año siguiente y acepté una beca de un año para proseguir los estudios en Ljubljana (Eslovenia, antes parte de Yugoslavia). Mi meta era mudarme a París (Francia), el centro de las bellas artes.

En 1951 me ofrecieron un trabajo en Estocolmo (Suecia), adonde me trasladé con la intención de ahorrar para dedicarme al arte en París. Pero allí conocí a Micky, nos casamos en 1952 y nos establecimos en Estocolmo. Me coloqué en un pequeño taller donde realicé esculturas de piedra, mármol y granito. Algunas de ellas se exhiben en el Millesgarden, parque y museo de la ciudad de Lidingö, localidad próxima a Estocolmo.

Dado que en Roma había aprendido a fundir el bronce según el antiguo método de la cera perdida, enseñé la técnica en la Escuela de Formación Artística y en la Academia de Arte de Estocolmo. Más tarde comencé a trabajar en la fundición de bronce del museo al aire libre de Skansen (Estocolmo). Allí, a menudo ante el público, creaba esculturas de bronce o plomo. También me contrataron para restaurar estatuas antiguas que pertenecían a Gustavo VI, entonces rey de Suecia. Estas obras se exhiben en el Palacio Real y en el castillo de Drottningholm (Estocolmo).

Entre 1954 y 1960 recibí elogios de la prensa y los críticos de arte. Muchas de mis obras se expusieron en importantes ciudades europeas, como Estocolmo, Roma, Ljubljana, Viena, Zagreb y Belgrado. En esta última, el mariscal Tito adquirió algunas de ellas para su colección particular. En la Galería Moderna de Roma mi trabajo está representado por un gran torso femenino de granito, y en el Museo Albertina de Viena se exhiben varias de mis obras. El Museo Moderno de Estocolmo posee una de mis esculturas de bronce y plomo, y la Galería Moderna de Ljubljana, una estatua de bronce.

Recobro el interés en la religión

Cuando llevaba varios años casado, Micky observó que se reavivaba mi interés en la religión. Yo me preguntaba: “¿Dónde está la fe por la que estaban dispuestos a morir los primeros cristianos?”. Volví a asistir a servicios religiosos pentecostales, adventistas y otros. Hasta examiné el islam y el budismo.

En 1959, antes de ir a una exposición de arte en Milán (Italia), estuve unos días en mi pueblo, Aurisina. Allí me dijeron que había alguien que sabía mucho de la Biblia, un testigo de Jehová. Cuando pude hablar con él, me enseñó detalles de la Biblia nuevos para mí, como que el hombre no tiene un alma distinta del cuerpo, sino que es un alma, y no inmortal, como decían otras religiones, sino mortal. (Génesis 2:7; Ezequiel 18:4.)

Luego me dijo que cuando Dios creó a Adán y Eva no se proponía que muriesen, sino que vivieran eternamente felices en la Tierra. La primera pareja humana falleció por desobedecer. (Génesis 1:28; 2:15-17.) Aprendí que al dar a su Hijo como rescate, Dios sentó la base para que los seres humanos tuvieran la perspectiva de vivir para siempre, la cual se había perdido con la desobediencia de Adán. (Juan 3:16.) Sentí una gran dicha al conocer estas verdades. (Salmo 37:29; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4.)

Reoriento mi vida

Poco después, Micky y yo regresamos a Suecia y procuramos hallar a los testigos de Jehová, pero no encontramos ninguna dirección suya. No obstante, al cabo de unos días sonó el timbre, y allí estaban. Empecé a leer las publicaciones que me dejaron y no tardé en convencerme de que decían la verdad. Con todo, quise confirmar mi opinión hablando con un viejo amigo, un arzobispo católico que conocí cuando estudié en Roma a finales de los cuarenta, así que fui a verlo en enero de 1961.

Mi amigo el arzobispo, que coordinaba las misiones católicas de todo el mundo, me deparaba una sorpresa mayúscula. Quedé atónito al ver que carecía del conocimiento bíblico más elemental. Cuando hablamos de lo que sucede a la hora de la muerte, dijo: “Lo que creemos hoy pudiera resultar ser todo lo contrario”. Y al hablar de la mención que hizo el apóstol Pedro de la promesa bíblica de “nuevos cielos y una nueva tierra”, estaba inseguro del significado de aquella promesa. (2 Pedro 3:13; Isaías 65:17-25.)

Cuando volví a Estocolmo, comencé a estudiar regularmente la Biblia con un Testigo que conocíamos mi esposa y yo. Vi con satisfacción que Micky tenía cada vez más interés en el estudio. El 26 de febrero de 1961 simbolicé mi dedicación a Jehová bautizándome en agua, y Micky se bautizó al año siguiente.

Algunos cambios laborales

Como tuvimos una niña en 1956 y un niño en 1961, me vi en la necesidad de buscar una fuente de ingresos fija para mantener a la familia. Me alegré mucho cuando en el pueblo donde nací me invitaron a construir un gran monumento a los partisanos que cayeron en la II Guerra Mundial. Aunque habría ganado mucho dinero de haberlo realizado, decliné la oferta tras analizar varios factores, entre ellos que estaría varios meses lejos de la familia y de la congregación cristiana, y que residiría en una región donde el comunismo estaba en auge, y donde no sería fácil seguir en pos de los intereses espirituales.

Hubo otro trabajo con el que tuve problemas de conciencia. Me pidieron que realizara un gran adorno para un nuevo crematorio en Suecia. Una vez terminado, me invitaron a la inauguración. Pero al enterarme de que el obispo de Estocolmo iba a descubrir mi obra, decidí no comparecer a la ceremonia, pues intervendrían personas cuyas enseñanzas y costumbres se hallaban en conflicto directo con la Palabra de Dios. (2 Corintios 6:14-18.)

Ya que el trabajo de escultor no era regular, se me hacía difícil mantener debidamente a mi familia. (1 Timoteo 5:8.) Oré a Jehová y analicé cómo podía ganarme la vida. Más tarde vino a verme un arquitecto con una maqueta de un edificio que había diseñado y me pidió que la fotografiara. Como dominaba este arte, pues había fotografiado mis esculturas, acepté gustoso el encargo. En aquellos momentos la construcción estaba en auge en Suecia, de modo que había una gran necesidad de fotografiar maquetas. Muchos arquitectos me dieron trabajo, lo que me permitió mantener bien a la familia.

En aquel entonces visité el Instituto Cultural Italiano de Estocolmo para hablar de las buenas nuevas del Reino de Dios. (Mateo 24:14.) Conocía al director del instituto y pude concertar una entrevista con él. Al enterarse de que ya no trabajaba de escultor fue cuando exclamó: “¡Le has fallado al arte!”. Le respondí explicándole que mis mayores obligaciones eran para con Dios y mi familia.

He de admitir que hubo un momento en que el arte era lo más importante de mi vida. Sin embargo, llegué a comprender que, en mi caso, seguir dedicándome a mi carrera, sería como servir a dos amos. (Mateo 6:24.) Estaba convencido de que lo más importante que podía hacer era predicar las buenas nuevas del Reino de Dios. Por esa razón decidí dejar mi trabajo de escultor, decisión que Jehová Dios ha bendecido muchísimo. (Malaquías 3:10.)

Privilegios de servicio cristiano

A principios de los años setenta había en Suecia muchos emigrantes de la Europa meridional y oriental que se interesaron en la verdad bíblica. Desde 1973 tuve el privilegio de ayudar a estudiar la Biblia a quienes hablaban italiano, español y serbocroata, y de ayudar a formar nuevos grupos de estudio y congregaciones en estos idiomas. Me encargaron que organizara las asambleas cristianas en italiano y dirigiera sus dramas bíblicos. En ocasiones también he tenido el privilegio de servir a algunas congregaciones de Suecia como superintendente viajante.

Como colaboraba en la organización de las asambleas italianas en Suecia, estuve en contacto con la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Roma. Los hermanos de Italia me dijeron que en el país había necesidad de ancianos de congregación a causa del gran aumento originado por la predicación. Por ello, en 1987 Micky y yo nos fuimos a vivir cerca de Génova, en la región italiana de Liguria. Para entonces nuestros hijos ya habían crecido y vivían independientes. Pasamos dos años maravillosos en Italia y contribuimos a formar una nueva congregación en Liguria. Constatamos la veracidad de Proverbios 10:22: “La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece”.

Cuando Micky y yo tratamos de enumerar las bendiciones de Jehová, la lista es larga. Además de contribuir a formar nuevas congregaciones, hemos ayudado a varias personas, entre ellas nuestros hijos, a llegar a dedicarse y bautizarse y luego progresar hasta convertirse en cristianos maduros. No me pesa la decisión de abandonar mi vida como escultor famoso, pues elegí una carrera mucho más gratificante: servir a nuestro amoroso Dios, Jehová. Mi familia y yo hemos recibido de este modo la sólida esperanza de vida eterna, gracias a Jehová.—Relatado por Celo Pertot.

[Ilustración de la página 13]

Trabajando en una escultura en 1955

[Ilustración de la página 15]

Con mi esposa

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