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¡Despertad! 1997
g97 8/9 págs. 14-17

El Kilimanjaro, el techo de África

POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN KENIA

HACE apenas ciento cincuenta años, el interior de África permanecía en su mayor parte sin explorar. Para el mundo exterior, este inmenso continente era desconocido y misterioso. Entre las muchas historias que llegaban del África oriental, hubo una que pareció especialmente extraña a los europeos. Se trataba del relato de los misioneros alemanes Johannes Rebmann y Johann L. Krapf, quienes afirmaron que en 1848 habían visto cerca del ecuador una montaña tan alta que la nieve teñía de blanco su cumbre.

La historia sobre un monte con la cumbre nevada en el África tropical no solo se recibió con incredulidad, sino también con burlas. Pese a todo, los relatos sobre una montaña colosal despertaron la curiosidad y el interés de geógrafos y exploradores, quienes con el tiempo confirmaron los informes de los misioneros. Existía, en efecto, una montaña volcánica coronada de nieve en el África oriental llamada Kilimanjaro. Algunas personas creyeron que ese nombre significaba “Montaña de grandeza”.

El “techo” de África

Hoy día, el gran Kilimanjaro es famoso por su sobria belleza y su impresionante altura. Pocas escenas son tan típicas y memorables como la de una manada de elefantes pastando por las secas y polvorientas llanuras africanas, con el Kilimanjaro, coronado de nieve, resaltando majestuoso a lo lejos como un imponente telón de fondo.

El Kilimanjaro es la montaña más alta del continente africano y figura entre los mayores volcanes inactivos del mundo. Se encuentra en Tanzania, justo al sur del ecuador y cerca de la frontera con Kenia. La Tierra expulsó en este lugar más de 4.000 millones de metros cúbicos de material volcánico y formó esta montaña con sus cimas en las nubes.

El aislamiento acentúa el inmenso tamaño de la montaña. Solitaria y distante, se eleva desde los 900 metros sobre el nivel del mar de la árida región de matorrales de los masai, hasta la colosal altura de 5.895 metros. No es de extrañar que se la llame a veces el techo de África.

También se la denominó “Montaña de las caravanas”, pues como si de un resplandeciente faro blanco se tratara, sus enormes campos de hielo y glaciares podían verse a cientos de kilómetros desde cualquier dirección. En siglos pasados, su cumbre nevada muchas veces guió a las caravanas que salían del remoto interior de África cargadas de marfil, oro y esclavos.

Sus impresionantes picos

El Kilimanjaro lo forman dos cumbres volcánicas. El Kibo es el pico volcánico principal; su hermoso cono simétrico está coronado de hielo y nieve perpetuos. Al este, un segundo pico, llamado Mawensi, se eleva a 5.354 metros, y constituye de por sí la segunda cumbre más alta de África, después del Kibo. En contraste con las suaves laderas del Kibo, el Mawensi es un pico escarpado y maravillosamente esculpido, con recortadas paredes rocosas verticales por todos lados. Los picos Kibo y Mawensi están conectados a 4.600 metros por una planicie vasta e inclinada cubierta de cantos rodados. Al oeste del Kibo se encuentra el Schira, formado por los restos derrumbados de un antiguo volcán erosionado desde hace mucho por el viento y el agua, y que en la actualidad forma una imponente meseta yerma situada a 4.000 metros sobre el nivel del mar.

Una obra maestra ecológica

El ecosistema del Kilimanjaro está compuesto de diferentes franjas definidas por la altitud, las precipitaciones y la vegetación. Las laderas inferiores aparecen cubiertas de prístinos bosques tropicales, por los que vagan manadas de elefantes y de búfalos cafres. En lo alto de la bóveda forestal habitan varias especies de monos, y de vez en cuando el visitante puede divisar fugazmente a los tímidos bosboks y duikers, que con mucha facilidad se escabullen entre la espesa maleza.

Encima del bosque se encuentra la franja del brezal. Los viejos árboles nudosos, torcidos por el rigor del viento y la edad, están cubiertos de ramales de liquen que semejan las largas barbas grises de un anciano. Aquí se extiende la ladera de la montaña, y florece el gigantesco brezo blanco. Las matas de hierba salpicadas de grupos de flores de brillantes colores embellecen el paisaje.

Por encima del límite forestal aparecen los páramos. A los árboles los sustituyen plantas de aspecto poco común llamadas senecios gigantes, que alcanzan los 4 metros de altura, y las lobelias, que parecen grandes repollos o alcachofas. Alrededor de los cantos rodados y los afloramientos rocosos crecen siemprevivas, de aspecto pajizo y secas al tacto, que dan un toque de color a un paisaje más bien gris plateado.

Más arriba, los páramos dejan lugar a la zona alpina. El terreno es de colores apagados, con tonos marrones oscuros y grises. Son pocas las plantas que crecen en este ambiente seco y pobre. Aquí es donde se conectan los dos picos principales, el Kibo y el Mawensi, mediante un enorme desfiladero de tierra: un desierto seco y rocoso a gran altitud. Las temperaturas son extremas, pues durante el día alcanzan los 38 °C, para caer por la noche bastante por debajo del punto de congelación.

Finalmente alcanzamos la cumbre, donde el aire es frío y diáfano. El color azul oscuro del cielo parece intensificar la blancura y limpieza de los grandes glaciares y los campos de hielo, que contrastan bellamente con el oscuro terreno de la montaña. El aire es poco denso, y contiene aproximadamente la mitad de oxígeno que al nivel del mar. En la plana cumbre del Kibo se encuentra el cráter del volcán, que es casi totalmente redondo y tiene un diámetro de 2,5 kilómetros. Dentro del cráter, en el mismo corazón de la montaña, hay un enorme hoyo de cenizas que mide más de 300 metros de ancho y se adentra más de 120 metros en la garganta del volcán. Las pequeñas fumarolas (grietas) inyectan lentamente gases sulfúricos calientes en el aire glacial, una prueba de la tensión que existe en las profundidades de este gigante dormido.

La masa y el tamaño gigantescos del Kilimanjaro le permiten crear su propio clima. Un viento húmedo que sopla tierra adentro desde el océano Índico a través de las tierras bajas semiáridas, tropieza con la montaña y se desvía hacia arriba, donde se condensa y produce lluvias. Gracias a este fenómeno, las laderas inferiores son fértiles y albergan plantaciones de café y cultivos de productos alimenticios, que sustentan a las poblaciones que habitan los alrededores del pie de la montaña.

La conquista del Kilimanjaro

Los pueblos que vivían a la sombra del Kilimanjaro creían que en sus laderas habitaban espíritus malvados que causarían daño a todo el que intentara acercarse a su cumbre helada. Esta superstición impidió que la gente de la zona tratara de alcanzar la cima. Hubo que esperar hasta 1889 para que dos exploradores alemanes escalaran la montaña y conquistaran el punto más alto de África. El segundo pico, el Mawensi, que es técnicamente más difícil de escalar, no se conquistó hasta 1912.

Hoy día, la experiencia de escalar el Kilimanjaro está al alcance de todo el que goce de buena salud, y es bastante popular entre los visitantes del África oriental. La administración tanzana del parque ofrece unos servicios bien organizados a quienes deseen escalar la montaña. Se puede alquilar la ropa y los materiales necesarios. Hay porteadores y guías preparados, y varios hoteles ofrecen alojamiento cómodo desde el principio hasta el final de este safari alpino. A diferentes altitudes de la montaña hay cabañas de construcción sólida que suministran a los escaladores un lugar donde dormir y refugiarse.

Ver el Kilimanjaro en persona es una experiencia impresionante y que incita a la contemplación. Enseguida se concuerda con estas palabras relativas a Dios: “Él está estableciendo las montañas firmemente con su poder”. (Salmo 65:6.) Sí, como un coloso solitario, el Kilimanjaro domina África dando un majestuoso testimonio del poder del Magnífico Creador.

[Mapa de la página 16]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

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