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¡Despertad! 1997
g97 22/9 págs. 3-5

¡Cuidado! Estafadores en acción

IMAGÍNESE la escena. Tras la tormenta, libres del implacable embate de los vientos desoladores y la amenaza de inundaciones, salen de los refugios los despavoridos sobrevivientes, y los evacuados, tensos y aterrados, acuden de lejos a ver las secuelas: techos volados; árboles arrancados, caídos en el interior de las casas, y cables abatidos, que impiden la comunicación y el envío de mensajes de emergencia. Algunos hogares, cobijo de familias felices, están irreparables. Una localidad tranquila y apacible se ha convertido en un cuadro de ruina y desesperación.

La población se entrega decidida a la reconstrucción. Los vecinos se ayudan aunque no se conozcan por nombre. Los hombres comparten herramientas y destrezas. Las mujeres alimentan a las cuadrillas de trabajadores, y los hijos mayores cuidan de los más jóvenes. Del exterior llegan caravanas de equipos dispuestos a colaborar, entre ellos especialistas en techumbre, retirada de árboles, carpintería y pintura. Con ellos, sin embargo, concurren los estafadores, dispuestos a explotar a los damnificados.

Vienen exigiendo de antemano cuantiosos pagos iniciales por las reparaciones. Los propietarios, desesperados, les dan su dinero, pero no vuelven a verlos. Los arreglos de las grietas los realizan techadores que “garantizan” su trabajo, aunque son tan chapuceros que con las primeras lluvias se producen copiosas goteras. Los especialistas en retirar árboles sacan a sus víctimas miles de dólares por adelantado con la excusa de alquilar maquinaria pesada para el trabajo del día siguiente, día que nunca llega.

A la ruina y las pérdidas se añade el quebranto de los propietarios, que pagaron cuantiosas primas a aseguradoras insolventes o fraudulentas que rehúsan indemnizarlos, o cuyos dueños abandonan las oficinas. Quienes tienen la fortuna de recibir la compensación por daños, suelen toparse con contratistas sin escrúpulos ni preparación que se aprovechan de la escasez de personal capacitado. Como resultado, el trabajo es de mala calidad, para desdicha del atribulado propietario.

Los damnificados son explotados en múltiples ocasiones. Lo que comenzó como una población devastada que se unió para beneficio de todos, acaba siendo para algunos una gran decepción.

Cuando un huracán asoló cierta localidad, el precio de las chocolatinas se disparó a 4 dólares, y el de una lata de leche maternizada, a 6. En una tienda no vendían pilas si no se adquiría un televisor o un radiorreceptor. Los proveedores de materiales de construcción llenaron sus arcas cobrando precios abusivos. En otro caso, los dueños de casas móviles tuvieron que pagar un 600% más de lo habitual para que las remolcaran a zonas más altas durante las inundaciones. Después de un terremoto, una señora de 84 años cuya vivienda había quedado maltrecha recibió la llamada de un supuesto funcionario. Luego la anciana firmó unos documentos creyendo que eran solicitudes de ayuda de la administración y de cupones de comida. En realidad se trataba del gravamen de una hipoteca de 18.000 dólares sobre el inmueble de su propiedad para la financiación de reparaciones cuyo valor real ascendía a solo 5.000 dólares.

El fraude en la televenta

“Felicidades, señora Zutana. Hoy es su día de suerte. Ha resultado agraciada con el gran premio de...” Esta pudiera ser la introducción de una llamada sorpresa. Buen número de ciudadanos ha recibido llamadas así, que anuncian que uno “ya ha ganado” algo, y que los premios están “garantizados”. El “premio” tal vez sea un automóvil nuevo, un equipo completo de imagen y sonido, o incluso una sortija de diamantes.

¿Le han llamado alguna vez comunicándole que recibirá un regalo? ¿Se le agitó el corazón? ¿No pudo dar crédito a sus oídos? Si respondió a la llamada, ¿obtuvo el premio prometido? ¿O fue una víctima más de los fraudes de televenta? Si así le ocurrió, no es el único. Según la revista Consumers’ Research, tan solo en Estados Unidos los televendedores farsantes defraudan a unas diez personas por minuto. Estos timadores sin escrúpulos estafan cada año entre 10.000 y 40.000 millones de dólares a los consumidores, lo que representa 7.500 dólares por minuto.

“Más de 150.000 canadienses —comentó la revista Reader’s Digest—, atienden cada año a televendedores fraudulentos que les hablan del gran premio que han ‘ganado’ o para el que se les ha ‘seleccionado’. Y todos los años caen en la trampa telefónica miles de ellos, cada uno de los cuales gasta un promedio de 2.000 dólares a fin de obtener el premio.” Un oficial de la Policía Provincial de Ontario dijo: “El timo telefónico es uno de los mayores fraudes de la historia de Canadá”. Añade: “Sabemos que cada año les cuesta a los canadienses millones de dólares”. En su mayoría, las cifras corresponden a casos denunciados. Se cree, sin embargo, que solo un 10% de los afectados presentan denuncias, por lo que resulta imposible determinar la magnitud exacta del problema.

“Les decimos que han ganado para turbarles el juicio —admitió un hábil embaucador—. Luego les presionamos para que envíen dinero, y no aceptamos negativas.” Cuando la víctima cae en la treta, tal vez se venda su nombre a otras compañías de televentas para colocarlo en la sección de incautos. “Cuando trabajamos con una lista de incautos —dijo un ex televendedor— conseguimos que el 75% compre en la primera llamada. La cifra baja al 50% en la tercera. Pero una vez dentro, algunos ya no salen de la red; no cejan en su empeño de obtener mucho dinero.”

¿Hasta dónde llega el embaucado en su afán de realizar el sueño del gran premio que ofrece el falso televendedor? “Hemos tenido que pedir a los bancos que congelen las cuentas de algunos ancianos para que no los desvalijen”, dijo un detective. Se sabe que una señora que enviudó recientemente envió a dieciséis televendedores 85.000 dólares en 36 pagos a cambio de “un montón de chucherías”.

Artimañas para los más avispados

Pero el estafador no se anda con reparos. Sus víctimas abarcan todos los niveles sociales, hasta profesionales en teoría experimentados. El engaño es tan insidioso que aun el consumidor más avezado puede caer en sus garras. Los timos más caros perpetrados contra el comprador cauto tal vez se anuncien en la televisión o en coloridos folletos distribuidos por correo. A veces son operaciones que ofrecen altos réditos, como inversiones en estudios de cine, oro, minas auríferas o pozos de petróleo. Pero los resultados son los mismos: la pérdida total del dinero.

“Es increíble la magnitud del engaño —dijo una víctima culta—. Al ser profesora, me creía inteligente. [...] Las promesas eran interminables.” Perdió 20.000 dólares en un fraude de una compañía cinematográfica.

Los fraudes en la televenta son un problema internacional. Los investigadores vaticinan que “este decenio la situación empeorará”. Pero, ¡cuidado! Hay estafas de otro tipo, y algunos especialistas del engaño tienen un objetivo predilecto: la tercera edad.

[Ilustración de la página 4]

¡Ojo con los estafadores que vienen después de una tormenta!

[Ilustración de la página 5]

“¡Ha ganado un premio!” ¿Será verdad?

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