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  • ¿Hay divisiones entre los científicos?

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  • ¿Hay divisiones entre los científicos?
  • ¡Despertad! 1998
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¡Despertad! 1998
g98 8/3 págs. 5-9

¿Hay divisiones entre los científicos?

“AUNQUE no debe rechazarse la noción de ciencia como búsqueda de la verdad sobre el universo, hemos de tener presentes los factores psicológicos y sociales que suelen entorpecer dicha investigación”, dijo Tony Morton en su artículo “Escuelas en pugna: Motivos y métodos de los científicos”. Por lo visto, la fama, el dinero e incluso la orientación política afectan a veces los hallazgos de los especialistas.

Ya en 1873, lord Jessel expresó inquietud por la influencia de tales factores en los procesos jurídicos: “El testimonio pericial [...] lo aportan expertos que, aun si viven de sus ocupaciones, en todo caso perciben honorarios por testificar. [...] Como es lógico, su mente, por honrada que sea, favorece a quienes los contratan, como lo indican las muestras de parcialidad que descubrimos”.

Pongamos por caso la medicina legal. Un tribunal de apelaciones señaló la posibilidad de caer en partidismos en esta disciplina. El periódico Search dice: “El hecho de que la policía pida los servicios del forense puede crear vínculos entre este y aquella. [...] Los forenses de la administración quizá lleguen a creer que su misión es ayudar a la policía”. Este rotativo también señala los procesos británicos contra Maguire (1989) y Ward (1974), miembros del IRA (Ejército Republicano Irlandés) acusados de empleo de bombas, como “testimonio elocuente de la predisposición de algunos especialistas muy experimentados, y por lo demás acreditados, a abandonar la neutralidad científica y creerse en la obligación de ayudar a la fiscalía”.

Otro ejemplo destacado es la causa celebrada en Australia (1981-1982) contra Lindy Chamberlain, que dio origen a la película Un grito en la oscuridad. Todo indica que las pruebas forenses llevaron a condenar a la señora Chamberlain, acusada de asesinar a su hija Azaria. Aunque ella decía que la había matado un dingo (perro salvaje), fue condenada a prisión. Años más tarde, cuando se halló la chaquetita sucia y ensangrentada de la niña, las pruebas anteriores no soportaron el escrutinio. Por consiguiente, se excarceló a Lindy, se anuló el veredicto y se le otorgaron daños y perjuicios por condena injusta.

Las disputas entre científicos pueden ser encarnizadas. Hace decenios tuvo eco mundial el desafío del doctor William McBride a los fabricantes de la talidomida. Este médico se convirtió en héroe de la noche a la mañana al exponer que el fármaco, con el que se combatían las náuseas del embarazo, ocasionaba graves deformidades a la criatura en gestación. Pero años más tarde, cuando realizaba otro proyecto, un médico que se había dedicado al periodismo lo acusó de alterar los datos. McBride fue condenado por fraude científico y falta de ética profesional. Se le prohibió ejercer su profesión en Australia.

Polémicas científicas

La posibilidad de que los campos electromagnéticos sean nocivos para la salud del hombre y los animales es hoy objeto de discusiones. Según ciertos indicios, está muy extendida la contaminación electromagnética, cuyos agentes abarcan desde las líneas de alta tensión hasta la computadora o el microondas del hogar. Hay quienes llegan a afirmar que el uso de teléfonos celulares acaba perjudicando con los años el cerebro. E incluso se aducen estudios que dan a entender que esta radiación causa cáncer y muerte. Por ejemplo, el diario The Australian informa: “Se va a demandar a una compañía de electricidad británica por la muerte de un niño que presuntamente contrajo cáncer por dormir cerca de cables de alta tensión”. El doctor Bruce Hocking, asesor de medicina del trabajo, de Melbourne, llegó a la conclusión de que “la tasa de leucemia infantil en Sydney era dos veces mayor entre los niños que viven a menos de cuatro kilómetros de las principales torres de televisión” de la ciudad.

Mientras el ecologismo esgrime estos datos, el gran capital lucha por no perder miles de millones de dólares a causa de las que son, a su juicio, “campañas alarmistas infundadas”. Por ello, el gran capital lanza contraofensivas con el apoyo de otros sectores del mundo científico.

La contaminación química también suscita controversias. Para unos, la dioxina es “el peor tóxico creado por el hombre”. Para Michael Fumento es “tan solo un producto que surge inevitablemente al fabricar ciertos herbicidas” (Science Under Siege [La ciencia asediada]), mientras hay quien la llama “el principal ingrediente del agente naranja”.a La dioxina fue el centro de atención tras la guerra de Vietnam, al librarse grandes batallas legales entre los veteranos y las compañías químicas, cada grupo con su equipo de expertos.

De igual modo, cuestiones ecológicas como el calentamiento del planeta, el efecto invernadero y la reducción de la capa de ozono generan mucho interés entre el público. Con referencia a la inquietud por la Antártida, el diario The Canberra Times dice: “Las investigaciones de los especialistas destacados en Palmer Station, base científica estadounidense situada en la isla de Anvers, indican que la radiación ultravioleta ha acarreado graves daños a organismos inferiores, como el plancton y los moluscos, y que estos daños pudieran extenderse a través de la cadena alimenticia”. Sin embargo, un buen número de estudios aparentemente contradice esta opinión y disipa los temores acerca de la reducción de la capa de ozono y el calentamiento mundial.

Entonces, ¿quién tiene la razón? Se diría que los expertos pueden probar o refutar cualquier afirmación o razonamiento. “A la hora de determinar la verdad científica, el clima social del momento tiene al menos tanta influencia como los dictados de la razón y la lógica”, afirma el libro Paradigms Lost (Paradigmas perdidos). Michael Fumento resume así la cuestión de la dioxina: “Dependiendo de a quién escuchemos, todos podemos ser víctimas, sea del envenenamiento o de la desinformación crasa”.

Pero quedan sin explicación algunas famosas catástrofes científicas, por las que debe rendir cuentas la ciencia.

“Tragedia [...] de abrumadora amargura”

En Un mensaje a los intelectuales, publicado el 29 de agosto de 1948, Albert Einstein reflexionó sobre el lado oscuro de la historia de la ciencia: “Por dolorosa experiencia, hemos aprendido que la razón no basta para resolver los problemas de nuestra vida social. La penetrante investigación y el sutil trabajo científico han aportado a menudo trágicas complicaciones a la humanidad, [...] creando los medios para su propia destrucción en masa. ¡Tragedia, realmente, de abrumadora amargura!”.

Un comunicado reciente de la agencia Associated Press dijo: “Gran Bretaña admite que experimentó con la radiación en seres humanos”. El ministro de Defensa británico confirmó que la administración había realizado tales pruebas durante casi cuarenta años. Una de ellas se realizó con una bomba atómica en Maralinga (Australia del Sur) a mediados de los años cincuenta.

Maralinga, cuyo nombre procede del vocablo aborigen para “trueno”, es una región aislada que Gran Bretaña consideró idónea para sus experimentos. Tras la primera detonación, la euforia del éxito reinaba en el ambiente. En el informe de un diario de Melbourne se dijo: “Cuando se disipó la nube [radiactiva], llegaron en convoyes de camiones y todoterrenos los soldados británicos, canadienses, australianos y neozelandeses que se habían resguardado de la explosión en trincheras situadas a solo ocho kilómetros de donde se produjo. Casi todos los rostros estaban sonrientes. Era como si volvieran de un día de campo”.

El corresponsal de asuntos científicos del diario británico Daily Express, Chapman Pincher, llegó a componer la canción “Nostalgia por el hongo atómico”. Añádanse las garantías de un ministro del gobierno, quien dijo que todo había salido conforme a los planes y que la radiación no encerraba peligro para ningún australiano. Años más tarde se borraron las sonrisas de quienes agonizaban por haberse expuesto a la radiación, y hubo un alud de reclamaciones por daños y perjuicios. Se acabó la “Nostalgia por el hongo atómico”. Hasta la fecha, Maralinga es una zona de acceso restringido por culpa de la contaminación radiactiva.

La experiencia estadounidense con las pruebas de bombas atómicas realizadas en Nevada son muy parecidas. Algunos opinan que no se trata de un error científico, sino de un asunto político. Robert Oppenheimer, quien estuvo a cargo de la fabricación de la primera bomba atómica de Estados Unidos en Los Álamos (Nuevo México), dijo: “No es responsabilidad de los científicos decidir si se debe utilizar o no una bomba de hidrógeno. Esa responsabilidad corresponde al pueblo norteamericano y a los representantes por él elegidos”.

Una tragedia de otro tipo

El empleo de sangre con fines terapéuticos se generalizó tras la II Guerra Mundial. La ciencia aclamó la sangre como un medio de salvar vidas y declaró que su utilización no encerraba peligro. Pero el advenimiento del sida enturbió la satisfacción del mundo médico. Para algunos, aquel “fluido salvador” se había convertido de súbito en un asesino. Un administrador de un importante centro hospitalario de Sydney (Australia) dijo a ¡Despertad!: “Durante decenios hemos transfundido una sustancia que apenas conocíamos. No sabíamos ni siquiera unas pocas de las enfermedades que transmitía. Aun hoy desconocemos qué otros males estamos transfundiendo, pues es imposible realizar pruebas sobre lo que ignoramos”.

Cierta hormona del crecimiento supuso una gran tragedia para las mujeres que, con la esperanza de sentirse más realizadas siendo madres, aceptaron con gusto un tratamiento hormonal contra la esterilidad. Años más tarde, algunas fallecieron misteriosamente de una afección degenerativa del cerebro, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ). También murieron niños que recibieron la hormona como remedio contra la atrofia del crecimiento. Según las investigaciones, la hormona procedía de las pituitarias de personas difuntas. Por lo visto, algunas tenían el virus de la ECJ, que contaminó varias partidas de la hormona. Aún es más trágico que hubiera mujeres tratadas con ella que donaran sangre antes de aparecerles los síntomas de la ECJ. Se teme que el virus esté en los bancos de sangre, pues no hay prueba para detectarlo.

Todo tipo de ciencia conlleva riesgos. No es de extrañar que, como señala el libro The Unnatural Nature of Science (La naturaleza no natural de la Ciencia), “se ve [a la ciencia] con una mezcla de admiración y miedo, de esperanza y desesperación; que se le considere la raíz de muchos males de la sociedad industrializada y la fuente de los remedios de todos estos males”.

Pero ¿de qué modo se reducen al mínimo los riesgos que uno corre? ¿Cómo se puede juzgar a la ciencia con ecuanimidad? El siguiente artículo aporta información que puede sernos de utilidad.

[Nota]

a El agente naranja es un herbicida que se utilizó en la guerra de Vietnam para la defoliación de regiones forestales.

[Comentario de la página 6]

Un ministro del gobierno aseguró que no habría peligro de radiación

[Comentario de la página 7]

El sector donde se realizó la prueba de Maralinga tiene contaminación radiactiva

[Ilustración de la página 8]

“No es responsabilidad de los científicos decidir si se debe utilizar o no una bomba de hidrógeno.”—Robert Oppenheimer, científico atómico

[Reconocimiento]

Hulton-Deutsch Collection/Corbis

[Ilustración de la página 9]

“Por dolorosa experiencia, hemos aprendido que la razón no basta para resolver los problemas de nuestra vida social.”—Albert Einstein, físico

[Reconocimiento]

U.S. National Archives photo

[Reconocimiento de la página 5]

Richard T. Nowitz/Corbis

[Reconocimiento de la página 8]

USAF photo

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