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¡Despertad! 1998
g98 8/5 págs. 12-13

¿Sobrevivirán las pluviselvas?

A COMIENZOS de este siglo se extinguió la paloma migratoria o viajera de Norteamérica, posiblemente el ave más numerosa que jamás haya existido. Los ornitólogos calculan que hace dos siglos su población oscilaba entre cinco mil millones y diez mil millones.

No obstante, en menos de cien años desapareció un suministro aparentemente inagotable de carne de ave barata en lo que se describe como “la disminución más drástica de todos los tiempos” experimentada por especie alguna. En el Parque Estatal Wyalusing (Wisconsin, E.U.A.) hay un monumento a esta paloma con una lápida que dice: “Esta especie se extinguió por la avaricia y la irreflexión del hombre”.

La suerte de la paloma migratoria nos recuerda que hasta el ser vivo más prolífico de la Tierra es vulnerable al ataque del hombre. La avaricia y la irreflexión aún predominan. Y actualmente no es solo una especie la que está en peligro, sino todo un ecosistema. Si las pluviselvas desaparecen, la totalidad de sus habitantes —alrededor de la mitad de las especies del planeta— desaparecerán con ellas. Los científicos dicen que semejante cataclismo sería “la peor catástrofe biológica [perpetrada] por el hombre”.

Es cierto que hoy sabemos más del medio ambiente que hace un siglo, pero este conocimiento no ha bastado para poner freno a la incesante destrucción. “Estamos destruyendo algo que no tiene precio —se lamenta el botánico Manuel Fidalgo—, y no nos queda mucho tiempo. Temo que en unos pocos años las únicas selvas intactas serán las que se encuentran en las laderas a las que no pueden acceder los taladores.”

Lo que alarma a los naturalistas es el hecho de que las pluviselvas son muy difíciles de regenerar. El libro The Emerald Realm: Earth’s Precious Rain Forests describe francamente la reforestación como un proceso “lento y costoso, [...] un último recurso contra la destrucción de la pluviselva”. Únicamente pueden replantarse, como mucho, unas cuantas especies de árboles tropicales, y mientras estos son jóvenes necesitan atención constante para que la mala hierba no los ahogue.

La posibilidad de que una zona replantada recupere su antiguo esplendor depende de lo cerca que esté de la selva virgen. Solo si está muy próxima podrá, con el tiempo, ser colonizada por las decenas de miles de especies que componen una verdadera selva pluvial. Y aun así, el proceso tomaría siglos. Algunos sectores que fueron abandonados hace mil años cuando cayó la civilización maya todavía no se han regenerado por completo.

¿“Un nuevo internacionalismo”?

Para proteger el mayor número posible de especies, un científico de la Smithsonian Institution, en Washington, D.C., propuso reservar para la posteridad el 10% de las pluviselvas existentes. En este momento se encuentra protegido aproximadamente el 8%, pero una buena cantidad de tales reservas o parques nacionales lo son solo de nombre, pues carecen de fondos y personal suficiente para llevar a cabo su misión. Es obvio que hacen falta otras medidas.

Peter Raven, portavoz de los defensores de las selvas pluviales, explica: “Para salvar las pluviselvas hace falta un nuevo internacionalismo, reconocer que el mundo entero desempeña un papel en el destino de la Tierra. Es necesario encontrar maneras de aliviar la pobreza y el hambre en todo el planeta. Habrá que elaborar nuevos acuerdos entre las naciones”.

A muchas personas les parece razonable esta recomendación. Para salvar las pluviselvas hace falta una solución a escala mundial, como es el caso de otros muchos problemas que afectan a la humanidad en general. Lo difícil es elaborar “acuerdos entre las naciones” antes de que se produzca una catástrofe y antes de que el daño causado sea irreparable. Como indica Peter Raven, la destrucción de las selvas pluviales guarda una estrecha relación con otros problemas espinosos del mundo en desarrollo, como son el hambre y la pobreza.

Hasta el presente, los esfuerzos internacionales por tratar tales problemas no han tenido mucho éxito. Hay quienes se preguntan si algún día las naciones superarán sus intolerantes y opuestos intereses nacionales en pro del bien común, o si la búsqueda de “un nuevo internacionalismo” no es más que un sueño.

La historia no parece dar motivos para ser optimistas. Pero hay un factor que suele pasarse por alto: la opinión del Creador de las pluviselvas. “Debería tenerse presente que estamos destruyendo parte de la Creación —señala el profesor Edward O. Wilson—, con lo que privamos a las generaciones futuras del legado que nosotros recibimos.”

¿Permitirá el Creador de la Tierra que la humanidad destruya por completo Su obra? Sería inconcebible.a La Biblia predice más bien que Dios va a “causar la ruina de los que están arruinando la tierra” (Revelación 11:18). ¿Cómo aplicará Dios su solución? Él promete establecer un Reino —un gobierno celestial supranacional— que resolverá todos los problemas de la Tierra y que “nunca será reducido a ruinas” (Daniel 2:44).

El Reino de Dios no solo pondrá fin al maltrato de la Tierra a manos del hombre, sino que también supervisará la restauración de su belleza natural. El planeta entero terminará por convertirse en un parque mundial, tal como nuestro Creador se proponía en el principio (Génesis 1:28; 2:15; Lucas 23:42, 43). Todas las personas serán “enseñadas por Jehová”, y aprenderán a amar y respetar toda la creación, incluidas las pluviselvas (Isaías 54:13).

Respecto a ese tiempo dichoso, el salmista escribió: “Prorrumpan gozosamente en gritos todos los árboles del bosque delante de Jehová. Porque ha venido; porque ha venido a juzgar la tierra. Juzgará la tierra productiva con justicia, y a los pueblos con su fidelidad” (Salmo 96:12, 13).

Afortunadamente, el futuro de las pluviselvas no depende del interés —o la avaricia— del hombre. La Biblia nos da razón para confiar en que el propio Creador intervendrá para salvar las pluviselvas. En el prometido nuevo mundo de Dios, las generaciones futuras verán el esplendor de las pluviselvas (Revelación 21:1-4).

[Nota]

a Curiosamente, los conservacionistas que intentan salvar el mayor número posible de especies en peligro de extinción llaman a su ética el “principio de Noé”, pues a Noé se le mandó que introdujera en el arca ejemplares “de toda criatura viviente de toda clase de carne” (Génesis 6:19). “Se considera que el hecho de que las [especies] hayan existido en la naturaleza desde hace mucho tiempo les da el derecho irrefutable de seguir existiendo”, argumenta el biólogo David Ehrenfeld.

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