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g98 22/8 pág. 3

Perdidos en un mar de publicidad

“PAPÁ, ¿y la Luna qué anuncia?” Esta curiosa pregunta, planteada por una niña, aparecía en un poema escrito hace cincuenta años por Carl Sandburg. Pero esa pregunta tal vez no parezca tan curiosa en el futuro. De acuerdo con la revista New Scientist, dos publicistas londinenses están elaborando un sistema que permita utilizar la luz solar reflejada para proyectar anuncios en la superficie lunar.

¡Imagínese lo que sería utilizar la Luna como valla publicitaria! Anunciar un mensaje comercial a un público mundial, un mensaje que nadie pudiera eludir apagando el aparato de radio o televisión, colgando el teléfono, echándolo a la basura o quitándole el sonido con un mando a distancia. Aunque a usted no le entusiasme la idea, para algunos sería un sueño hecho realidad.

Es cierto que la publicidad todavía no ha llegado a la Luna, pero sí ha inundado la Tierra entera. La mayor parte de las revistas y los periódicos estadounidenses reservan el 60% de sus páginas a la publicidad. La edición dominical del rotativo The New York Times puede contener 350 páginas de anuncios. Algunas emisoras de radio dedican cuarenta minutos de cada hora a la publicidad.

Otro medio publicitario es la televisión. Según cierto cálculo, los jóvenes estadounidenses ven tres horas semanales de publicidad televisiva. Para cuando se gradúan de la escuela secundaria, han pasado ante sus ojos 360.000 anuncios televisados. La propaganda por televisión ha llegado a los aeropuertos, las salas de espera de hospitales y hasta las escuelas.

Las grandes competiciones deportivas se han convertido en grandes instrumentos para la industria de la publicidad. Los automóviles de carreras sirven de veloces soportes publicitarios. La mayor parte de los ingresos de algunos deportistas procede de empresas anunciantes. Un famoso jugador de baloncesto que ganaba 3,9 millones de dólares, recibió nueve veces esa cantidad para que promocionara ciertos productos.

No hay escapatoria. Se ven anuncios publicitarios en paredes, autobuses y camiones. Adornan el interior de taxis y metros, hasta las puertas de retretes públicos. Nos llegan mensajes publicitarios a través del sistema de megafonía de supermercados, tiendas, ascensores y mientras esperamos para hablar con alguien por teléfono. En algunos países se recibe tanta propaganda por correo que muchas personas, cuando abren el buzón, buscan la papelera más próxima para deshacerse de ella.

Según el Insider’s Report, informe publicado por la agencia de publicidad mundial McCann-Erickson, la cantidad estimada de dinero que se invirtió mundialmente en publicidad en 1990 fue de 275.500 millones de dólares. Desde entonces, las cifras se han disparado: en 1997 se gastaron 411.600 millones y las previsiones para 1998 son de 434.400 millones. Es muchísimo dinero.

¿Qué efecto ha tenido toda esta publicidad? Según una analista, “la publicidad es una de las fuerzas sociales más poderosas de la civilización. [...] Los anuncios no solo venden productos; venden imágenes, valores, objetivos, conceptos de quiénes somos y quiénes deberíamos ser [...]. Moldean nuestras actitudes, y estas moldean nuestra conducta”.

Dado que no podemos escapar de la publicidad, ¿por qué no averiguar cómo trabaja y cómo puede influir en nosotros?

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