Una luz que salva vidas
FUE una ardua travesía de cinco semanas por el Atlántico a finales del siglo XIX. Los pasajeros esperaban avistar tierra en cualquier momento. Entonces apareció una luz, una estrella solitaria en el horizonte; pero no se trataba de un astro, sino de un faro. “Al ver la luz, caímos de rodillas y dimos gracias a Dios”, relató un pasajero. Gracias a esta luz, la embarcación llegó a buen puerto. Sin embargo, no todos aquellos viajes tuvieron un final feliz.
El 22 de diciembre de 1839 hacía buen tiempo en la costa de Nueva Inglaterra (E.U.A.). El guarda, o torrero, del faro de Plum Island (Massachusetts) pensó que no habría ningún inconveniente en llevar de compras a su mujer en su pequeño bote de remos y regresar a la isla antes del anochecer. No obstante, el viento empezó a soplar en su ausencia; se avecinaba una tormenta a gran velocidad; pronto, el cielo y el mar se fundieron en una rugiente masa gris de lluvia, espuma y rocío. Los intentos desesperados del torrero por regresar a la isla fueron inútiles. Aquella noche el faro permaneció apagado.
Hacia la media noche, el Pocahontas encalló en los bajos de arena mientras luchaba en vano por hallar la embocadura del puerto, señalado normalmente por el faro; partida la popa, se hundió con todos sus tripulantes. Justo antes de que rompiera el alba, el Richmond Packer, en ruta hacia el mismo puerto, también se fue a pique, aunque solo perdió la vida una persona: la esposa del capitán.
La historia marítima está repleta de desastres que pudieron haberse prevenido con las luces de un faro. “En la antigüedad, muchos navíos surcaban el océano sin contratiempos, solo para naufragar cuando intentaban entrar a puerto”, dice el libro America’s Maritime Heritage (La herencia marítima de América). “La parte más peligrosa de una travesía oceánica eran las últimas millas, cuando la nave por fin divisaba tierra.”
Según D. Alan Stevenson, historiador experto en faros, entre 1793 y 1833 el promedio anual de naufragios en las costas británicas aumentó de 550 a 800. Se precisaban más faros y mejores sistemas de alumbrado.
En algunos países, entre ellos Inglaterra y Estados Unidos, el peligro era aún mayor a causa de los infames moon cussers (maldecidores de la luna), maleantes que instalaban luces engañosas para hacer que los buques chocaran con las rocas y proceder a su saqueo. A fin de que no hubiera testigos, solían matar a los sobrevivientes. No obstante, en ocasiones la luz brillante de la luna les estropeaba su ardid; de ahí el nombre que recibieron. Con el tiempo, la construcción de más faros y las mejoras introducidas en el alumbrado contribuyeron a la desaparición de estos ladrones y asesinos.
Los primeros faros
La alusión más antigua a estas señales luminosas se encuentra en un pasaje de La Ilíada, que dice: “Al ponerse el sol [los habitantes] encienden muchos fuegos”. Según el libro Keepers of the Lights (Guardas de las luces), “los faros primitivos se reducían a grandes fuegos de leña encendidos algunas veces sobre montículos de piedras y, más tarde, en grandes cestos de hierro, que a menudo se quedaban apagados algún tiempo, con trágicas consecuencias”.
Alrededor del año 300 a.E.C. se levantó en la isla de Faros, a la entrada del puerto egipcio de Alejandría, el primer auténtico faro del mundo: el faro de Alejandría. Con su torre de piedra labrada y sus 100 a 120 metros (unos 40 pisos) de elevación, fue el más alto que jamás se haya erigido. Considerado una de las siete maravillas del mundo, existió cerca de mil seiscientos años antes de derrumbarse, probablemente a causa de un terremoto.
Los romanos edificaron al menos 30 faros, desde el mar Negro hasta el océano Atlántico; pero a la caída de su imperio, el comercio disminuyó y los faros se sumieron en la oscuridad y el abandono. Su construcción cobró nuevo auge hacia el año 1100. Un faro célebre de la nueva era fue el Lanterna de Génova, cuyo guarda en 1449 era Antonio Colón, tío del explorador Cristóbal Colón.
El primer faro en alta mar fue uno de madera, erigido en 1699 por Henry Winstanley en las traicioneras aguas de Eddystone Rocks, cerca de la costa inglesa de Plymouth. Según el documental Guardians of the Night (Guardas de la noche), Winstanley, orgulloso de su creación, desafiaba al mar mientras pescaba desde el faro, diciendo: “¡Levántate, mar! ¡Ven a poner a prueba mi obra!”. Un día de 1703, el mar le obedeció: el faro y su constructor desaparecieron sin dejar rastro.
En conmemoración de la amistad entre los pueblos de Estados Unidos y Francia, la estatua de la Libertad, de 93 metros de altura, emplazada en el puerto de Nueva York, también sirvió de señal para la navegación temporalmente. Tres vigilantes se turnaron durante dieciséis años para mantener la antorcha ardiendo. “El resplandor de la antorcha que enarbola su mano da la bienvenida al mundo”, dice un soneto grabado en el pedestal sobre el que se yergue.
De las llamas a las luces de xenón
El carbón, las velas —incluso candelabros— y el aceite terminaron sustituyendo a la madera como fuente luminosa de los faros. Se intentó concentrar la luz en forma de haz mediante reflectores, pero estos tendían a ahumarse y a llenarse de hollín. Sin embargo, en 1782, el científico suizo Aimé Argand ideó una lámpara de aceite en la que el aire circulaba por el interior de una mecha tubular y salía al exterior por una chimenea de vidrio. Suprimido el ennegrecimiento de los cristales, los reflectores parabólicos (semejantes a los faros de automóvil) se convirtieron en elementos comunes de los faros. Un buen reflector aumentaba la potencia luminosa unas trescientas cincuenta veces.
Otro gran adelanto se verificó en 1815, cuando el físico francés Augustin-Jean Fresnel inventó la lente más eficaz que jamás se haya utilizado en los faros. Antes, los mejores sistemas ópticos, que empleaban las lámparas de Argand —las cuales gozaron de gran popularidad por más de una centuria—, producían intensidades del orden de las 20.000 bujías.a Las lentes de Fresnel elevaron dicha cantidad a 80.000 —casi la misma potencia de un faro de automóvil moderno—, y con solo una mecha encendida. En 1901 se inventaron los quemadores de petróleo a presión, y en poco tiempo las unidades de Fresnel proporcionaban intensidades de hasta un millón de bujías. Para la misma época comenzó a utilizarse el gas de acetileno, que ejerció un profundo efecto en la tecnología y automatización de los faros, mayormente gracias al trabajo del sueco Nils Gustaf Dalén. La válvula solar automática inventada por él —consistente en un interruptor que regula el suministro de acetileno por la acción de la luz solar— le valió el premio Nobel de Física en 1912. Las lámparas eléctricas de filamentos se popularizaron en los años veinte, y continúan siendo las principales fuentes luminosas en la actualidad. Al combinarlas con una lente de Fresnel, una bombilla de solo 250 vatios puede emitir varios cientos de miles de bujías. En la actualidad, el faro más potente del mundo, situado en Francia, corta el cielo nocturno con un enceguecedor haz luminoso de 500 millones de bujías.
Una innovación moderna es la lámpara de xenón, la cual emite un destello intenso de millonésimas de segundo de duración. Dada su brevedad e intensidad, su destello se destaca entre las demás luces.
Faros flotantes
Los faros flotantes, o buques faros, se fondeaban en lugares donde no era práctica la construcción de una torre. Al igual que las torres, los faros flotantes cuentan con una larga historia. El primero fue una galera romana que entró en servicio en tiempos de Julio César. Un brasero de hierro suspendido en lo alto del mástil alumbraba el cielo nocturno, al tiempo que dejaba caer ascuas sobre los cuerpos sudorosos de los galeotes encadenados a sus puestos.
El primer faro flotante de épocas más modernas entró en servicio en 1732 en el estuario del Támesis, cerca de Londres, tras lo cual aumentó el número de faros de este tipo. Durante muchos años, el Ambrose orientó a los navegantes que entraban y salían del puerto de Nueva York. En los últimos años, estos faros han sido sustituidos por boyas y torres luminosas automáticas, estructuras metálicas semejantes a las torres de extracción petrolífera construidas mar adentro.
Cuando la niebla y las tormentas sofocan las luces
Hasta las luces más potentes se ven ocultadas por la niebla espesa y la lluvia, justo cuando más se las necesita. Una solución, aun cuando imperfecta, consiste en la emisión de sonidos agudos y regulares, razón por la que muchos faros están dotados de potentes dispositivos acústicos, como campanas, sirenas de niebla, bocinas y, por algún tiempo, incluso cañones; de hecho, el empleo de cañones subsistió en algunos faros hasta la década de los setenta de este siglo.
No obstante, las ondas sonoras están sujetas a los caprichos de la atmósfera. Las variaciones de temperatura y humedad en las capas superiores del aire pueden “jugar” con el sonido, proyectándolo unas veces hacia arriba y otras hacia abajo. Además, así como puede hacerse que una piedra rebote en una charca, también puede ocurrir que el sonido salte por encima de una nave y no sea detectado. Pese a todo, las señales acústicas generalmente se oyen a varias millas de distancia.
El fin de una era
El arribo de la automatización eliminó la necesidad de torreros, y el radar, la radio, el sonar y los satélites de navegación han sustituido a los faros, muchos de los cuales han quedado fuera de servicio. Pero parece que es imposible olvidarse de ellos. Para muchas personas, los faros son un símbolo de luz y esperanza en un mundo entenebrecido, y continúan siendo motivo de inspiración de fotógrafos, pintores y poetas. En un intento por preservar estas hermosas y antiguas edificaciones, se han creado por todo el mundo sociedades destinadas a su protección.
Algunos faros ofrecen ahora hospedaje exclusivo a los visitantes deseosos de experimentar la clase de vida que llevaban los torreros, aunque con más comodidades. Otros visitantes sencillamente desean disfrutar de la soledad, sin más sonidos que el chillido solitario de las gaviotas y el estruendo del oleaje. En algunas partes del mundo, los faros también sirven de excelentes miradores para la observación de ballenas, aves y focas. Los guardas del faro de Alejandría y el tío de Cristóbal Colón en Génova probablemente ocupaban sus ratos de ocio en estas mismas actividades.
[Nota]
a La bujía internacional era una unidad de medida, definida como la intensidad luminosa emitida en una dirección dada por una fuente de luz patrón. Fue reemplazada por la candela.
[Recuadro de la página 21]
Dos mujeres valerosas
La historia de los faros también comprende los relatos de heroísmo y dedicación, cuyos protagonistas a menudo son mujeres. Grace Darling (1815-1842) arriesgó su vida por salvar a nueve supervivientes de un naufragio ocurrido en las proximidades del faro que cuidaba su padre en las islas Farne, cerca de la costa noreste de Inglaterra. Por insistencia suya, Grace y su padre remaron hasta el lugar del siniestro en medio de un mar embravecido, alzaron a los sobrevivientes al bote, regresaron al faro remando y los cuidaron hasta que llegó ayuda. Se construyó un monumento a la memoria de esta intrépida mujer.
Abigail Burgess, de 17 años, era hija del guarda del faro de Matinicus Rock, frente a las costas de Maine (E.U.A.). Un día de enero de 1857, su padre tuvo que ausentarse y no pudo regresar en cuatro semanas debido al mal tiempo. Abbie, como la llamaban, asumió la vigilancia del faro, así como el cuidado de su madre enferma y de sus tres hermanos, que eran muy pequeños para ayudarla. Ella escribe: “Aunque a veces el trabajo me dejaba totalmente agotada [cuidar de un faro antes del advenimiento de la electricidad era una labor abrumadora], las luces no se apagaron ni una sola vez. Gracias a Dios pude atender tanto de mis deberes habituales como los de mi padre”. El siguiente invierno, Abbie tuvo que encargarse nuevamente del faro. En esta ocasión, ella y su familia solo contaban con una ración diaria de un huevo y una taza de harina de maíz. Pero las luces nunca se apagaron.
[Recuadro de la página 23]
La lente de Fresnel
Consiste en una lente compuesta, o un panel de lentes, formada por una lente central rodeada de prismas de cristal curvos. Uniendo los paneles se forma un cilindro de vidrio que envuelve completamente la fuente luminosa. Cada panel concentra los rayos de luz en un haz horizontal. Cuanto mayor sea el número de paneles, tanto mayor será el número de haces luminosos, que son como radios que parten del centro de una rueda. Cuando el cilindro gira alrededor de la fuente luminosa, los haces de luz barren el horizonte. El número de haces, los intervalos en que se suceden y su coloración son apenas algunos de los factores que confieren a cada faro una característica luminosa única. Los buques poseen listas de dichas características para que los navegantes puedan distinguir a un faro de otro en su ruta.
[Reconocimiento]
South Street Seaport Museum
[Ilustraciones de la página 23]
Peggy’s Cove, Nueva Escocia (Canadá)
Estatua de la Libertad, Nueva York (E.U.A.)
Río Weser (Alemania)
Estado de Washington (E.U.A.)
[Reconocimiento de la página 20]
The Complete Encyclopedia of Illustration/J. G. Heck