El ave que besa las flores
LOS brasileños llaman al colibrí (o zumbador) beija-flor (besaflor), nombre que encaja bien con la labor que efectúa. Otras personas, al reparar en su deslumbrante plumaje, califican a estas diminutas criaturas de “joyas vivientes” y “bellos retazos de arco iris”, y designan a algunas especies con términos tan exquisitos como rubí topacio, garganta amatista y zafiro.
Su espectacular coloración es particularmente notoria en las plumas especiales de la garganta y el píleo (parte superior de la cabeza) del macho. Estas plumas tienen capas de células llenas de aire que refractan la luz y forman todo un arco iris cromático, como si se tratara de millones de minúsculas pompas de jabón.
El libro Creature Comforts, de Joan Ward-Harris, realiza una hermosa descripción del colibrí rufo o leonado, habitual en el oeste de Norteamérica: “Luce en la garganta su joya: el collar [...]. Se extiende bajo las mejillas y el mentón hasta la garganta y el pecho, como un babero. Este collar llameante consigue un efecto deslumbrador: da la impresión de que el ave es el doble de grande y de que lleva encendido un fuego literal”. Cuando se aleja como una centella, el collar emite destellos violeta, esmeralda o incluso de todos los colores del espectro, pero asume un intenso negro aterciopelado si el colibrí se aparta de la luz.
Prodigioso acróbata del aire
Los colibríes son los acróbatas aéreos por excelencia. En un momento liban el néctar, cernidos sobre la flor con las alas reducidas a nubecillas vibrantes, y luego salen disparados, cuales poderosos dardos en miniatura, moviéndose adelante, atrás, a los lados, arriba o abajo, batiendo las alas entre 50 y 70 —según algunos, 80— veces por segundo. Dicen que, aunque su velocidad oscila entre los 50 y 100 kilómetros por hora, pueden detenerse en seco. ¿Qué les permite realizar tales proezas?
El secreto reside en la maravillosa mecánica de sus órganos. Entre el 25 y el 30% del peso corporal está integrado por músculos bien desarrollados y anclados a un fuerte esternón. Dado que las alas son rígidas desde la punta hasta el hombro, las bate con gran potencia tanto hacia arriba como hacia abajo, a diferencia de otras aves, que solo las mueven con fuerza hacia abajo. De ahí que ambas batidas le proporcionen elevación y propulsión, mientras que la coyuntura del hombro le permite giros rotatorios de 180 grados. No es extraño que nos fascinen las acrobacias de la avecilla.
¿Pasaría el zumbador una prueba de resistencia? Sin duda. Por ejemplo, algunos colibríes rufos realizan todos los años un viaje migratorio de más de 3.000 kilómetros desde su hogar invernal en México hasta Alaska, en el extremo norte. No les amedrentan los peligros de los altos pasos montañosos, el mar abierto ni el mal tiempo.
El voraz zumbador
La pasión del colibrí por las flores cumple un fin útil: realizar la polinización cruzada. En realidad, lo que le atrae es el néctar. Para mantener su portentosa energía, tiene que ingerir todos los días aproximadamente la mitad (según algunos, el doble) de su peso corporal en néctar, sustancia rica en hidratos de carbono. ¿Se imagina lo que debería ingerir el ser humano si se mantuviese esa proporción?
El colibrí se distingue de la mayoría de las aves en que rara vez camina. Además, se alimenta en pleno vuelo. Dado que el pico varía en longitud y forma, en función de la especie, elige las flores más adecuadas a sus características. Complementa su dieta atrapando moscas de la fruta y áfidos de la vegetación. Ahora bien, ¿cómo sorbe el néctar de las flores que besa?
La clave del mecanismo de succión es su lengua. Escribe Joan Ward-Harris: “Es larga, estrecha, bífida y algo vellosa en la punta; la dividen dos surcos rizados que crean canalillos por los que, por atracción capilar, fluye el néctar hasta ser deglutido”.
Si coloca un comedero cerca de la ventana y logra atraer a los fascinantes y enérgicos colibríes, no se cansará nunca del espectáculo. Pero póngalo únicamente si está dispuesto a cuidar de ellos toda la temporada, pues dependerán del alimento que les brinde mientras críen a su familia en un nido cercano.
El galanteo
Algunas especies de América central y meridional conquistan a sus amadas con el canto. El zumbador magenta, de Guatemala, utiliza cadencias sumamente melódicas, y la canción del colibrí de orejas blancas suena como “el repique de una campanita de plata de dulce sonido”. No obstante, la mayoría no son buenos cantores y se limitan a emitir monótonamente las mismas notas metálicas, o, en ocasiones, zumbidos con el pico cerrado y la garganta inflada.
Varias especies realizan una deslumbrante demostración acrobática en sus despliegues nupciales. Así ocurre con el colibrí rufo, el rayito de fuego que se precipita desde gran altura hasta llegar a poca distancia de la hembra que lo observa y luego, justo a tiempo, vira y se eleva formando una letra J. Vuelve a trazar de un punto a otro la base de la J hasta que regresa al punto elevado o se va volando con su nueva pareja. Durante su vistosa exhibición tal vez llegue a dar doscientos aletazos por segundo.
Primorosas casitas
El nido del colibrí es “una de las estructuras más primorosas del mundo”, señala un observador. Joan Ward-Harris le enseñó a un reportero de ¡Despertad! el que había hallado. La cómoda residencia medía un centímetro de profundidad y cuatro y medio de anchura, y estaba preparada para expandirse al crecer los polluelos, que son del tamaño de un abejorro. Es fascinante tener el nido en la mano: una tacita de muñecas hecha con suaves fibras vegetales. Otras viviendas se elaboran con plumillas unidas mediante telarañas. En el interior se depositan dos o tres huevos blanquísimos, “como perlas de un mismo juego”.
A la hora de alimentar a las crías, la madre introduce el pico en sus pequeñas gargantas y regurgita el alimento que requieren. Generalmente al cabo de unas tres semanas, los polluelos siguen su instinto y se independizan, dedicándose a comer y a crecer hasta que sus relojes internos los envían en un largo viaje migratorio en busca de un invierno más benigno.
El intrépido zumbador
Por extraño que resulte, el colibrí es muy valiente. Lo demuestra cuando los ánimos parecen caldearse en disputas por el comedero o el territorio. En Sudamérica se vio a dos colibríes de cabeza de terciopelo púrpura lanzarse con valor contra un águila que había invadido su zona de nidificación, demostrando que estaban dispuestos a enfrentarse a un “Goliat” de ser necesario. A veces pierden la vida en la lucha con otros enemigos: serpientes, ranas, telarañas, flores espinosas y coleccionistas, entre otros.
Pero hay muchas otras personas que se hacen amigos de ellos y que esperan con ilusión a que regresen cada temporada para reanudar su productiva vida. Estudiar en detalle estas relucientes gemas de la creación sin duda nos llevará a disfrutar más con su presencia, siempre que decidan, claro está, ir a besar las flores de su jardín.
[Recuadro de la página 17]
DATOS DE INTERÉS
• Los colibríes constituyen la segunda familia de aves más grande del hemisferio occidental, pues comprende 320 especies
• Son las miniaturas del mundo de las aves: El colibrí abeja (o sunsún) de Cuba mide unos seis centímetros desde el extremo de la cola hasta la punta del pico
• La especie más grande mide 22 centímetros de longitud y vive en la región occidental de Sudamérica, desde el Ecuador hasta Chile
• Su hábitat principal abarca la región ecuatorial de Sudamérica, desde el nivel del mar hasta altitudes superiores a los 4.500 metros, así como algunas islas del Caribe y el Pacífico
• Durante el verano se encuentra en puntos tan al norte como Alaska y tan al sur como Tierra del Fuego
• Antaño se les mató por millones a fin de decorar los sombreros femeninos europeos, lo que probablemente llevó al exterminio de varias especies
[Ilustraciones de la página 15]
Colibrí rufo
Colibrí abeja (aumentado)
Zumbador grande
[Reconocimientos]
THE HUMMINGBIRD SOCIETY / Newark Delaware (E.U.A.)
© 1990 Robert A. Tyrrell
© 1990 Robert A. Tyrrell
[Ilustraciones de las páginas 16 y 17]
Colibrí pecho canela
Colibrí de Anna (aumentado)
Colibrí gigante (tamaño natural)
Colibrí abeja (tamaño natural)
Hembra de colibrí de garganta de rubí con sus crías
[Reconocimientos]
© 1990 Robert A. Tyrrell
Patricia Meacham/Cornell Laboratory of Ornithology
© C. H. Greenewalt/VIREO
© 1990 Robert A. Tyrrell