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  • El mundo subterráneo de París
  • ¡Despertad! 1999
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¡Despertad! 1999
g99 8/12 págs. 24-27

El mundo subterráneo de París

De nuestro corresponsal en Francia

MARCO el número telefónico, desesperado por que me respondan. “¡Óigame! ¡Óigame! —digo—. Se me han caído las llaves del auto por la alcantarilla. ¡Vengan rápido, por favor!” Una brigada especial de trabajadores del alcantarillado llega enseguida. Su labor consiste en desatascar cloacas, sacar el agua de sótanos inundados y recuperar las llaves, lentes, billeteras e incluso animales que desaparecen por los 18.000 sumideros de las calles de París. Recuperan mis llaves y, con un suspiro de alivio, se lo agradezco de corazón.

Al día siguiente decido visitar el Musée des Égouts (Museo del Alcantarillado), situado en la ribera izquierda del Sena, frente al muelle donde se inician los famosos recorridos del río y en las inmediaciones de la torre Eiffel. Desde hace ciento treinta años, París enseña con orgullo al público su mundo subterráneo, y descubro la razón imitando a las más de noventa mil personas que, movidas por la curiosidad, visitan este singular museo anualmente. Acompáñeme mientras examino de cerca lo que el célebre escritor francés del siglo XIX Victor Hugo llamó “el intestino de Leviatán”: el alcantarillado de París.

Un “intestino” accesible

Tras descender cinco metros bajo tierra, veo el primer artículo que se expone en el museo: una rata disecada. La visión resulta espeluznante. Se dice que por cada habitante de París hay tres ratas, que digieren increíblemente bien hasta los venenos más fuertes. Y alimento no les falta, desde luego. Todos los días devoran un tercio de los desechos de las alcantarillas, lo que equivale a cien toneladas.

Piedras, clavos, llaves y otros objetos pesados se mezclan con las aguas residuales y de lluvia, obstruyendo los conductos. Con el sonido de agua goteando de fondo, examino las máquinas que purgan los 2.100 kilómetros de este enorme “intestino”. Un equipo de cerca de mil alcantarilleros extraen anualmente 15.000 metros cúbicos de desechos sólidos. La oscuridad, los chorros de agua inmunda, las paredes viscosas y las subidas repentinas del nivel del agua pueden dificultar mucho su labor.

Por cierto, cerca del techo de las galerías del alcantarillado se encuentran los conductos de una vasta red de cañerías, cables telefónicos y cables de los semáforos.

Origen romano

Los romanos fueron los primeros en dotar de alcantarillas a París. Bajo las ruinas de los baños termales romanos del barrio latino se conserva un canal de desagüe de dieciocho metros. Pero con la caída del Imperio romano, la higiene pasó al olvido. Durante siglos París fue una ciudad sucia e insalubre. Solo contaba con cloacas rudimentarias (canales en medio de la calle) o cunetas para recoger las aguas residuales. Estos desagües apestaban y eran una fuente de infecciones. En 1131, el hijo mayor del rey Luis VI cayó en una cloaca a cielo abierto y contrajo una infección que le causó la muerte.

En las alcantarillas al aire libre también se vertía basura, al igual que en las pocas canalizaciones recién construidas, por lo que estas se obstruían fácilmente. Para empeorar la situación, cuando subía el nivel del Sena, las cloacas regurgitaban fango y desechos fétidos. Por aquel entonces, el “sistema digestivo” de París era de dimensiones muy reducidas. En 1636, el “intestino” medía solo veintitrés kilómetros y prestaba servicio a una población de 415.000 personas. Siglo y medio después se había prolongado únicamente tres kilómetros. En los días de Napoleón sufría de “indigestión” aguda.

En el siglo XIX se examinaron las alcantarillas existentes y se realizó un trazado. Resultó que había casi doscientas galerías, muchas de ellas desconocidas. ¿Cómo se extrajeron las toneladas de lodo acumulado a lo largo de los siglos? Corrió el rumor de que bajo las calles de París se hallaban ocultos objetos de valor, y una muchedumbre de codiciosos buscadores de tesoros entraron en acción. A medida que avanzaban por el fango descubrían monedas, joyas y armas.

Organización del alcantarillado

Finalmente se organizó, modernizó y extendió la red de alcantarillado, y se conectó a todas las casas. Se instalaron tuberías lo suficientemente anchas como para resistir las subidas repentinas del nivel del agua. En 1878, la red contaba con seiscientos cincuenta kilómetros de canales navegables con amplios techos arqueados. “La alcantarilla está limpia, [...] de punta en blanco”, escribió Victor Hugo.

Durante el siglo XX, la red ha duplicado su longitud, y las alcantarillas se han convertido en un reflejo exacto de la ciudad. ¿En qué sentido? En cada alcantarilla se indica el nombre de la calle que esta sigue y los números de los edificios que hay encima. Las mejoras han continuado con el programa de renovación iniciado en 1991, al que se han destinado 330 millones de dólares. Durante los diez años que tomará la renovación de esta importante infraestructura, por la cual discurren diariamente 1,2 millones de metros cúbicos de agua, se van a instalar equipos de limpieza automática y dispositivos de control computarizados.

Cuando concluyo la visita al museo, estoy impaciente por respirar el aire normal de París. Pero mi recorrido subterráneo no ha terminado. “Si quiere ver las verdaderas entrañas de la ciudad, vaya a las catacumbas —me recomienda un vendedor de recuerdos de la capital—. A veinte metros de profundidad se encuentran apilados los huesos de seis millones de personas.” ¿De dónde salieron tantos restos?

Las iglesias contaminan el aire

Las catacumbas de París —un cementerio subterráneo— no recibieron los huesos sino hasta el siglo XVIII. En la Edad Media empezó a enterrarse a los difuntos en el interior de las iglesias o cerca de ellas. Esta práctica representaba una fuente de ingresos para las parroquias, pero era muy perjudicial para la salud pública, pues situaba los cementerios en el corazón de la ciudad. Algunos suponían una pesadilla para los vecinos, como el cementerio de Saints-Innocents, el mayor de la ciudad, cuyos siete mil metros cuadrados acogían los cadáveres de unas veinte iglesias, así como los cuerpos sin identificar y las víctimas de las epidemias.

En 1418, la peste negra le aportó al citado cementerio unos cincuenta mil cadáveres, y en 1572 se amontonaron bajo su superficie miles de víctimas de la masacre de la Noche de San Bartolomé.a Se alzaron voces de protesta que pedían su clausura. Los aproximadamente dos millones de cuerpos sepultados en él, a veces en fosas comunes de diez metros de profundidad, habían elevado el nivel del terreno más de dos metros. El cementerio era un foco de infecciones y emitía gases nauseabundos que, según se dice, agriaban la leche y el vino. El clero, sin embargo, se oponía al cierre de los cementerios de la ciudad.

En 1780, una fosa común se reventó, vertiendo cadáveres en los sótanos de las casas vecinas. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Se cerró el cementerio, y se prohibieron los entierros en París. Trasladaron todos los restos humanos de Saints-Innocents a la cantera subterránea de Tombe-Issoire, que estaba abandonada. Durante quince meses, todas las noches partieron del cementerio macabras caravanas con los huesos. Después se repitió la operación en otros diecisiete cementerios y trescientos lugares de culto. Los huesos fueron bajados por un pozo de diecisiete metros y medio, en el que hoy se encuentra una escalera que lleva de la calle a las catacumbas.

Visita a las catacumbas de París

Desde la plaza Denfert-Rochereau, al sur del barrio latino, desciendo los noventa y un escalones que me conducen a las catacumbas. En 1787, las damas de la corte real estuvieron entre las primeras personas que vieron este cementerio subterráneo a la luz de las antorchas. En la actualidad, el lugar cuenta con 160.000 visitantes al año.

Al final de la escalera me encuentro con una serie aparentemente interminable de galerías en las que están depositados los huesos. Camino con cautela, pensando en el hecho de que las catacumbas ocupan más de 11.000 metros cuadrados. Un hombre llamado Philibert Aspairt pasó a la fama involuntariamente porque en 1793 se perdió en este laberinto y buscó en vano la salida por los cientos de kilómetros de galerías. Su esqueleto fue encontrado once años después. Lo identificaron por las llaves y la ropa.

Bajo el treinta por ciento de la superficie de París yacen canteras subterráneas. Durante mucho tiempo se extrajo piedra sin ningún control, hasta que, en 1774, trescientos metros de calzada de la calle Enfer (Infierno, ahora Denfert-Rochereau) cedieron, cayendo en un abismo de treinta metros. París corría el peligro de hundirse. Las piedras “que vemos en la superficie —exclamó un escritor— son las que nos faltan bajo los pies”. Para sostener las galerías subterráneas se construyeron espléndidos arcos.

“Es una pena que no pavimentaran el suelo al mismo tiempo”, digo mirándome los zapatos cubiertos de barro. Me resbalo en un charco, pero logro agarrarme a una pesada puerta de bronce. Tras esta aparece un pasillo de paredes formadas por huesos humanos. Las siniestras calaveras y los quebradizos fémures y tibias dispuestos en hileras o en la forma de cruces y coronas, presentan una escena escalofriante. Hay losas grabadas con versículos bíblicos y poemas que muestran reflexiones humanas sobre el sentido de la vida y la muerte.

Al salir de las catacumbas, me limpio el barro de los zapatos en un sumidero de la calle, pero lo hago con cuidado para que mis llaves no vuelvan a visitar el alcantarillado de la ciudad. Mi recorrido por el fascinante mundo subterráneo de París ha sido una experiencia insólita que no olvidaré fácilmente. Sin duda alguna, en París hay mucho más que ver de lo que aparece ante nuestros ojos.

[Nota]

a Véase ¡Despertad! del 22 de abril de 1997, págs. 7, 8.

[Ilustraciones de la página 25]

Apertura de una sección del alcantarillado de París

Visitando las alcantarillas

Corte transversal de una alcantarilla de París

[Reconocimientos]

Valentin, Musée Carnavalet, © Photothèque des Musées de la Ville de Paris/Cliché: Giet

J. Pelcoq, The Boat, Musée Carnavalet, © Photothèque des Musées de la Ville de Paris/Cliché: Giet

Ferat, Musée Carnavalet, © Photothèque des Musées de la Ville de Paris/Cliché: Briant

[Ilustraciones de la página 26]

Siniestras calaveras y quebradizas tibias dispuestas en hileras o en la forma de cruces y coronas

Inscripción localizada antes de la salida: “El aguijón de la muerte es el pecado” (1 Corintios 15:56, Reina-Valera)

Máquinas para limpiar las alcantarillas

[Reconocimiento de la página 24]

Mapa de fondo de las págs. 24-27: Encyclopædia Britannica/9th Edition (1899)

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