CABAÑA
(heb. suk·káh).
Refugio techado construido toscamente con ramas de árboles y hojas que a veces tenía un piso de madera levantado del suelo. En Jerusalén, durante la fiesta anual de las cabañas se hacían cabañas en las azoteas, en los patios, en las plazas públicas, incluso en los terrenos del templo y por los caminos cerca de Jerusalén. Para ello usaban ramas de álamos, olivos y árboles oleíferos así como hojas de palmera y de mirto aromático. Esto se hacía para que Israel recordase que Jehová los había hecho morar en cabañas cuando los hizo subir de Egipto. (Lev. 23:34, 40-43; Neh. 8:15; véase FIESTA DE LAS CABAÑAS.)
Muchas veces también se solía construir una cabaña o choza en las viñas o en el centro de los campos, para que el guarda pudiera refugiarse del sol abrasador mientras vigilaba que no entrasen ladrones o animales. (Isa. 1:8.) Los segadores se cobijaban en una cabaña al mediodía para disfrutar de sus comidas a la sombra, y así ahorraban tiempo que de otra forma perderían si tenían que volver a sus casas desde el campo. Como estaban densamente techadas con hojas, resguardaban de la lluvia a los que se refugiaban debajo. (Isa. 4:6.) Jonás se hizo una cabaña de este tipo para protegerse del sol mientras esperaba para ver lo que le sucedería a Nínive después de haber profetizado contra ella. (Jon. 4:5.)
USOS FIGURATIVOS
Isaías ilustró la condición desolada de Judá y Jerusalén a los ojos de Jehová, asemejándolas a una simple choza, en contraste con una ciudad desarrollada y bien poblada. (Isa. 1:8.) Jehová se representa a sí mismo morando en una cabaña de nubes al descender temporalmente del cielo a la Tierra. Allí se oculta su majestuosa omnipotencia y de allí vienen los estallidos del trueno. (Sal. 18:9, 11; 2 Sam. 22:10, 12; Job 36:29.) A su vez, David asemeja el lugar donde se ocultan los que confían en Jehová a la “cabaña” de Jehová. (Sal. 31:20.)
Amós profetizó la reconstrucción de la “cabaña de David que está caída”. (Amós 9:11.) Jehová le había prometido a David que el reino davídico se mantendría estable hasta tiempo indefinido. Sin embargo, refiriéndose al derrocamiento del reino de Judá y su último rey Sedequías de la línea de David, Ezequiel profetizó bajo inspiración: “Ruina, ruina, ruina la haré. En cuanto a esta también, ciertamente no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él”. (Eze. 21:27.) Desde este tiempo en adelante no hubo ningún rey de la línea de David que ocupara “el trono de Jehová” en Jerusalén. Pero Pedro, en el día del Pentecostés del año 33 E.C., señaló que Jesucristo era de la línea de David y era aquel de quien Dios habló como Rey permanente. Pedro informó a los judíos reunidos allí en Jerusalén que en aquellos días Jehová había levantado a Jesús y lo había hecho Señor y también Cristo. (Hech. 2:29-36.) Más tarde, el discípulo Santiago explicó que la supracitada profecía de Amós tenía su cumplimiento en el recogimiento de los discípulos de Cristo (herederos del Reino), tanto de entre los judíos como de entre las naciones gentiles. (Hech. 15:14-18; Rom. 8:17.)