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DIOS

(heb. ’El, “Poderoso; Dios”; ’Eló·ah, “Dios”; ’elo·hím [plural], “dioses” o “Dios” si es plural de excelencia; ha-’El, “el Dios [verdadero]”; aram. ’E-láh, “Dios”; gr. The·ós, “Dios”).

Cualquier cosa que se adore puede denominarse un dios, puesto que el adorador le atribuye un poder superior al suyo y le venera. Alguien incluso puede dejar que su apetito sea un dios, y que le gobierne. (Rom. 16:18; Fili. 3:18, 19.)

DIOS TODOPODEROSO

En el texto hebreo se usa siete veces Schad·dáy junto con ’El (“Dios”), formando el título “Dios Todopoderoso”. (Gén. 17:1; 28:3; 35:11; 43:14; 48:3; Éxo. 6:3; Eze. 10:5.) Las otras cuarenta y una veces en que aparece esta expresión va sola y se traduce “el Todopoderoso”. El poder implica fuerza o potencia para realizar y llevar a cabo una cosa propuesta, así como para superar obstáculos u oposición, y la omnipotencia de Dios se manifiesta en su poder irresistible para llevar a cabo su propósito.

En las Escrituras Griegas Cristianas la palabra Pan·to·krá·tor aparece diez veces, y nueve de ellas en el libro de Revelación. (2 Cor. 6:18; Rev. 16:14.) La palabra significa básicamente “el Todopoderoso” o “Gobernante de todo”, “Aquel que tiene todo el poder”. Su uso en las Escrituras Cristianas aporta base para que el término hebreo Schad·dáy se vierta “el Todopoderoso”, ya que de otra manera no habría un vocablo correspondiente para Pan·to·krá·tor en las Escrituras Hebreas.

EL DIOS VERDADERO JEHOVÁ

El Dios verdadero no es un Dios innominado. Su nombre es Jehová. (Deu. 6:4; Sal. 83:18.) Él es Dios debido a que es el Creador. (Gén. 1:1; Rev. 4:11.) El Dios verdadero es real (Juan 7:28), una persona (Hech. 3:19; Heb. 9:24); no es una ley natural que opere sin un legislador vivo ni tampoco una fuerza ciega que por medio de accidentes produzca algo determinado.

Pruebas de la existencia del “Dios vivo”

La realidad de la existencia de Dios se prueba por el orden, el poder y la complejidad de la creación, tanto macroscópica como microscópica, y por medio de sus tratos con su pueblo a lo largo de la historia. Al investigar lo que se podría llamar el “Libro de la creación divina”, los científicos aprenden mucho, y sólo se puede aprender de un libro que sea producto de preparación y pensamiento inteligente por parte del autor. El profesor Albert Einstein reconoció: “Es suficiente para mí [...] reflexionar sobre la estructura maravillosa del universo, que podemos percibir solo oscuramente, y tratar humildemente de comprender aunque sea una parte infinitesimal de la INTELIGENCIA MANIFIESTA EN LA NATURALEZA”.

En contraste con los dioses inanimados de las naciones, a Jehová se le llama “el Dios vivo”. (Jer. 10:10; 2 Cor. 6:16.) En todas partes hay testimonio de su actividad y su grandeza: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión está informando”. (Sal. 19:1.) Los hombres no tienen ninguna razón o excusa válida para negar a Dios, ya que “lo que puede conocerse acerca de Dios está entre ellos manifiesto, porque Dios se lo ha puesto de manifiesto. Porque las cualidades invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad, de modo que ellos son inexcusables”. (Rom. 1:18-20.)

Al describir a Jehová Dios, la Biblia dice que vive desde tiempo indefinido hasta tiempo indefinido, para siempre (Sal. 90:2, 4; Rev. 10:6), que es el Rey de la eternidad, incorruptible, invisible y el único Dios verdadero. (1 Tim. 1:17.) No ha existido ningún dios antes que Él. (Isa. 43:10, 11.)

Infinito, pero abordable

El Dios verdadero es infinito y está más allá de la mente del hombre su total comprensión. La criatura jamás podría esperar llegar a ser igual a su Creador ni comprender a cabalidad Su mente (Rom. 11:33-36); no obstante, Él puede ser hallado y suministra a los que le adoran todo lo necesario para su bienestar y felicidad. (Hech. 17:26, 27; Sal. 145:16.) Dios tiene todo el poder y la completa disposición para dar dádivas buenas y dones a sus criaturas. (Sant. 1:17.) Jehová siempre actúa según sus propias normas justas, haciendo todas las cosas sobre una base legal. (Rom. 3:4, 23-26.) Por esta razón, todas sus criaturas pueden tener absoluta confianza en Él, sabiendo que siempre actúa en armonía con los principios que ha establecido. Dios no cambia (Mal. 3:6), y no hay “variación” en Él en cuanto a la aplicación de sus principios. Tampoco es parcial (Deu. 10:17, 18; Rom. 2:11), y es imposible que mienta. (Núm. 23:16, 19; Tito 1:1, 2; Heb. 6:17, 18.)

Sus atributos

El Dios verdadero no es omnipresente, pues de Él se dice que tiene una ubicación. (1 Rey. 8:49; Juan 16:28; Heb. 9:24.) Su trono está en el cielo. (Isa. 66:1.) Al ser el Dios Todopoderoso, es omnipotente. (Gén. 17:1; Rev. 16:14.) “Todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de [Él]”, y Dios es “Aquel que declara desde el principio el final”. (Heb. 4:13; Isa. 46:10, 11; 1 Sam. 2:3.) Su poder y conocimiento se extienden a todas partes y alcanzan toda región del universo. (2 Cró. 16:9; Sal. 139:7-12; Amós 9:2-4.)

El Dios verdadero es espíritu, no carne (Juan 4:24; 2 Cor. 3:17), aunque a veces asemeje sus atributos de vista, poder y así por el estilo a facultades humanas. De esta forma, Él habla de manera figurada de su “brazo” (Éxo. 6:6), sus “ojos” y sus “oídos” (Sal. 34:15), y señala que, como el Creador de los ojos y oídos humanos, ciertamente puede ver y oír. (Sal. 94:9.)

Algunos de los principales atributos de Dios son el amor (1 Juan 4:8), la sabiduría (Pro. 2:6; Rom. 11:33), la justicia (Deu. 32:4; Luc. 18:7, 8) y el poder. (Job 37:23; Luc. 1: 35.) Él es un Dios de orden y de paz. (1 Cor. 14:33.) Es completamente santo, limpio y puro (Isa. 6:3; Hab. 1:13; Rev. 4:8), feliz (1 Tim. 1:11) y misericordioso. (Éxo. 34:6; Luc. 6:36.) En las Escrituras se describen muchas otras cualidades que conforman su personalidad.

Su posición

Jehová es el Soberano Supremo del universo, el Rey eterno. (Sal. 68:20; Dan. 4:25, 35; Hech. 4:24; 1 Tim. 1:17.) La posición de su trono es suprema. (Eze. 1:4-28; Dan. 7:9-14; Rev. 4:1-8.) Él es la Majestad (Heb. 1:3; 8:1), el majestuoso Dios, el Majestuoso. (1 Sam. 4:8; Isa. 33: 21.) Es la Fuente de toda vida. (Job 33:4; Sal. 36:9; Hech. 17:24, 25.)

Su justicia y gloria

El Dios verdadero es un Dios justo. (Sal. 7:9.) Es el glorioso Dios. (Sal. 29:3; Hech. 7:2.) Disfruta de eminencia sobre todo (Deu. 33:26); se viste de eminencia y fuerza (Sal. 93:1; 68:34), con dignidad y esplendor. (Sal. 104:1; 1 Cró. 16:27; Job 37:22; Sal. 8:1.) “Su actividad es dignidad y esplendor mismos.” (Sal. 111:3.) Hay gloria y esplendor en su gobernación real. (Sal. 145:11, 12.)

Su propósito

Dios tiene un propósito que se desarrollará y que no se puede frustrar. (Isa. 46:10; 55:8-11.) Este propósito, según se expresa en Efesios 1:9, 10 es: “Reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. (Compárese con Mateo 6:9, 10.) Nadie existió antes que Él; por lo tanto, es “el primero”. (Isa. 44:6.) Como Creador, existió antes que cualquier otro dios, y todos los dioses falsos serán borrados, de manera que no existirá ninguno después de Él. (Isa. 43:10.) Como el Alfa y la Omega (Rev. 22:13), Dios concluye con éxito todo lo que comienza. (Rev. 1:8; 21:5, 6.) Nunca olvida o abandona sus propósitos o sus pactos, lo cual le convierte en un Dios confiable y leal. (Sal. 105:8.)

Un Dios comunicativo

Debido a que tiene un gran amor por sus criaturas, Dios provee amplia oportunidad para conocerle y saber de sus propósitos. En tres ocasiones se ha oído su propia voz en la Tierra. (Mat. 3:17; 17:5; Juan 12:28.) También se ha comunicado por medio de ángeles (Luc. 2:9-12; Hech. 7:52, 53); a través de hombres, como Moisés y los otros profetas, a los cuales dio instrucciones y revelaciones; y de manera especial por medio de su Hijo Jesucristo. (Heb. 1:1, 2; Rev. 1:1.) Su Palabra escrita es el medio de comunicación con su pueblo, y esta les capacita para estar completamente equipados como sus siervos y ministros, instruyéndolos en el camino de la vida. (2 Ped. 1:19-21; 2 Tiro. 3:16, 17; Juan 17:3.)

Contrastado con los dioses de las naciones

El Dios verdadero, el Creador de los gloriosos cuerpos celestes, tiene una gloria y un resplandor que la vista humana no puede resistir, pues Jehová mismo dijo: “Ningún hombre puede verme y sin embargo vivir”. (Éxo. 33:20.) Solo los ángeles, criaturas espíritus, pueden contemplar su rostro en un sentido literal. (Mat. 18:10; Luc. 1:19.) Como muestra de bondad amorosa a los seres humanos, Dios les permite ver sus excelentes cualidades por medio de su Palabra, donde se revela a sí mismo mediante su Hijo Cristo Jesús. (Mat. 11:27; Juan 1:18; 14:9.)

En el libro de Revelación Dios nos da una idea del efecto de su presencia. El apóstol Juan tuvo una visión que le reveló el efecto de contemplarle en su trono. Dios no tenía la apariencia de un hombre, pues Él no ha revelado ninguna figura suya al hombre, como más tarde dijo Juan mismo: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás”. (Juan 1:18.) Más bien, Dios fue representado como gemas sumamente pulidas, preciosas, brillantes, hermosas, gemas que atraen la vista y provocan una deleitable admiración. Su ‘apariencia era, semejante a una piedra de jaspe y a una piedra preciosa de color rojo, y alrededor del trono había un arco iris de apariencia semejante a una esmeralda’. (Rev. 4:3.) Así, Él es de hermosa apariencia y agradable a la vista, provocando la admiración. También hay gloria alrededor de su trono y un ambiente de calma y serenidad. Esto es lo que indica precisamente la presencia de un arco iris perfecto de color esmeralda, que, además, evoca la calma agradable y silenciosa que sigue a una tormenta. (Compárese con Génesis 9:12-16.)

Por lo tanto, cuán diferente es el Dios verdadero de los dioses de las naciones, a quienes a menudo se les representa como grotescos, enojados, feroces, implacables, sin misericordia, caprichosos al bendecir o maldecir, horripilantes, diabólicos y dispuestos a torturar a criaturas terrestres (almas humanas) en algún tipo de “fuego del infierno”.

“Un Dios que exige devoción exclusiva”

“Aunque hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, así como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente para nosotros hay un solo Dios el Padre.” (1 Cor. 8:5, 6.) Muchos de estos dioses son ‘poderosos’, pero Jehová es el Dios Todopoderoso. Él es un Dios que exige devoción exclusiva. (Éxo. 20:5.) Asimismo, requiere que sus adoradores le adoren con espíritu y con verdad. (Juan 4:24.) Ellos deben temerle, lo cual significa odiar lo malo y reconocer su soberanía y supremacía, su omnipotencia y su justicia. (Pro. 1:7; 8:13; Jer. 11:20.) Deben estar ante Él con reverencia respetuosa. (Isa. 8:13; Heb. 12:28, 29.)

Entre los otros poderosos a los que se les llama “dioses” en la Biblia está Jesucristo, quien es “el dios unigénito”. Pero él mismo claramente dijo: “Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado”. (Juan 1:18; Luc. 4:8; Deu. 10:20.) Los ángeles son “los que tienen parecido a Dios”, pero uno de ellos detuvo a Juan de adorarle, diciéndole: “¡Ten cuidado! ¡No hagas eso! [...] Adora a Dios”. (Sal. 8:5; Heb. 2:7; Rev. 19:10.) A los hombres poderosos entre los hebreos se les llamaba “dioses” (Sal. 82:1-7); pero Dios no se había propuesto que ningún hombre recibiese adoración. Cuando Cornelio empezó a rendir homenaje a Pedro, el apóstol le detuvo con las palabras: “Levántate; yo mismo también soy hombre”. (Hech. 10:25, 26.) Ciertamente, los dioses falsos inventados y formados por los hombres a través de los siglos desde la rebelión en Edén no deben ser adorados. La ley mosaica advierte enérgicamente en contra de abandonar a Jehová para volverse a esos dioses falsos. (Éxo. 20:3-5.) Jehová, el Dios verdadero, no tolerará para siempre la rivalidad de los dioses falsos que nada valen. (Jer. 10:10, 11.)

El apóstol Pablo dice que Dios es Aquel que declara a las personas justas, y que llegará a ser “todas las cosas para con todos” una vez que Cristo, como rey nombrado por Dios, reduzca a la nada a toda otra autoridad y poder, y después le entregue el reino a su Dios y Padre. (Rom. 8:33; 1 Cor. 15:23-28.) Con el tiempo, todos los vivientes reconocerán la soberanía de Dios y alabarán su nombre continuamente. (Sal. 150; Fili. 2:9-11; Rev. 21:22-27; véanse ELOHIM; JEHOVÁ.)

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