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  • ¿Quién es Dios?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1959
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1959
w59 1/10 págs. 596-600

¿Quién es Dios?

De los muchos dioses que existen, ¿cuál es el Correcto? ¿Cómo ha probado ante toda la creación que él es Dios?

CASI toda cosa concebible que el hombre conoce ha sido adorada, en un tiempo u otro, como dios o diosa. El sol, la luna, las estrellas y los planetas, todos han sido objetos de adoración desde tiempo inmemorial. Plantas y animales, insectos y reptiles, criaturas animadas e inanimadas fueron agregados a la colección de dioses. Mosquitos, moscas, monos, jabalíes, cobras y vacas, árboles y ríos todavía se cuentan entre los dioses prominentes de la actualidad. De hacer dioses no parece haber fin.

Algunos pueblos adoraban a un solo Dios y no tenían ídolos, otros adoraban a millones de dioses y tenían igual cantidad de ídolos. El rey Salomón adoró a Astoret, la diosa de los sidonios, y a Milcom, la cosa repugnante de los amonitas. Algunas mujeres de Jerusalén adoraban a Tamuz. El rey Acab y la reina Jezabel adoraban a Baal. El rey Jeroboam hizo que la gente se inclinara ante becerros de oro. Los israelitas hasta hicieron que sus hijos y sus hijas fueran pasados por fuego al dios Moloc. Babilonia y Egipto tuvieron sus muchos dioses; Asiria y Persia, Grecia y Roma, todas tuvieron dioses de diferentes nombres a los cuales adoraron.

El mundo moderno tiene sus dioses. Por ejemplo, la Iglesia católica romana adora a un dios trino, un dios sin nombre, al cual se hace referencia solamente por medio de sus títulos tales como “Señor,” “Dios,” “Padre,” etc. Los católicos consideran que es un dios tanto amoroso como vengativo, que bendice a los buenos con la dicha celestial, purga a los malhechores en un purgatorio ardiente y castiga a los inicuos para toda la eternidad con dolor agudísimo en un infierno de fuego. Muchas denominaciones protestantes se unen a la Iglesia católica romana en la adoración de este dios trino e innominado.

Por otra parte, los adeptos de la ciencia cristiana sostienen: “Dios es Mente, Alma y Espíritu divinos. Él es Vida, Verdad y Amor. Él es omnipotente, omnisciente y omnipresente; el único creador, la una sola causa, el Todo-en-todo.”

Las religiones orientales tienen muchos dioses. Los dioses y diosas en solamente la India han aumentado tanto que hoy en día han ascendido a unos 330,000,000, y éstos son adorados en miles de templos, en muchos casos con imágenes y ritos que horrorizan a las personas morales y pundonorosas.

Pero los cristianos profesan adorar a un solo Dios, como el apóstol Pablo declaró a los corintios: “Porque aun cuando hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, igual como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente hay para nosotros un solo Dios el Padre, procedente de quien son todas las cosas, y nosotros para él, y hay un solo Señor, Jesucristo, por medio de quien son todas las cosas, y nosotros por medio de él.” Pero, ¿quién es este un solo Dios?—1 Cor. 8:5, 6.

No cabe duda en nuestra mente de que él es el Dios de Jesucristo, el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos; el Dios de los fieles Abrahán, Isaac y Jacob, los antepasados de Israel; el Dios de Samuel, de Elías, de Isaías, de Jeremías y de los otros profetas fieles; Aquel en quien confesaba creer Moisés, a quien honraba David y a quien servía Noé; el Dios de la Santa Biblia, cuyo nombre es Jehová. “Yo soy Jehová. Ese es mi nombre; y a nadie más daré mi propia gloria, ni mi alabanza a las imágenes esculpidas.” Este nombre Jehová aparece más de 6,823 veces en el texto hebreo de las Santas Escrituras. Acerca de él escribió el profeta Moisés: “Aun desde tiempo indefinido hasta tiempo indefinido tú eres Dios.”—Isa. 42:8; Sal. 90:2.

EL APARECIMIENTO DE DIOSES FALSOS

Noé sobrevivió al diluvio porque él adoraba al Dios verdadero, Jehová. Él pasó a sus hijos la adoración del Dios vivo, pero poco después del diluvio la adoración verdadera degeneró en la adoración falsa de muchos dioses. Descuidaron la adoración de Jehová los que comenzaron a adorar los poderes y objetos de la naturaleza. Tal como el apóstol Pablo declaró: Los hombres “cambiaron la verdad de Dios por la mentira y veneraron y rindieron servicio sagrado a la creación más bien que a Aquel que creó, que es bendito para siempre. Amén.”—Rom. 1:23, 25.

En Ur de los caldeos, la tierra donde nació Abrán, la gente adoró a dioses estrellas, porque sus líderes eran grandes astrólogos. Sus dioses, Asur y Kisar, eran obras de sus propias manos. Los caldeos también hicieron a los dioses Anu, Bel y Baal y Hea. Jehová probó su supremacía sobre todos los dioses de los caldeos cuando, por medio de confundir la lengua de los hombres, frustró su esfuerzo por construir la torre de Babel.—Gén. 11:5-9.

Cuando los descendientes de Abrahán viajaron a Egipto, encontraron allí una selección entera de dioses diferentes. Según Wilkinson, Egipto tenía muchos dioses, de los cuales los principales eran Neph, Amun, Phah, Khem, Sati, Maut y Bubastis. Ra y Seb eran los primeros entre la segunda clase de deidades egipcias. Los egipcios creían que Neph hacía que el sol y la luna giraran. Se adoraba a Phah como el creador. Khem era el dios de la agricultura. Se adoraba a Ra como el dios sol y su hijo Seb representaba el tiempo. Los antiguos egipcios también adoraban una trinidad compuesta de Osiris, Isis y Horus, a saber, padre, madre e hijo. Esta trinidad es precisamente como la que se adora en la cristiandad. Ha sido pasada de una generación a otra desde el Egipto y la Babilonia antiguos.

Jehová vindicó su supremacía sobre todos los dioses de Egipto cuando los avergonzó con diez plagas y destruyó a las fuerzas egipcias en el mar Rojo. Después de la victoria del mar Rojo los israelitas cantaron en alabanza a Jehová: “Este es mi Dios, y lo loaré; el Dios de mi padre, y lo levantaré en alto. Jehová es persona varonil de guerra. Jehová es su nombre. . . . ¿Quién entre los dioses es semejante a ti, oh Jehová?” No hay ninguno.—Éxo. 15:2, 3, 11.

Baal era el gran dios de los antiguos babilonios. También era el dios de los asirios, fenicios y cartagineses. Hasta los israelitas se desviaron y adoraron a Baal. Se le representaba como un dios cruel. Para apaciguarlo le hacían ofrendas de niñitos en sacrificio. Los sacerdotes de Baal se cortaban con cuchillos y lancetas hasta que chorreaba la sangre. También le sacrificaban grandes cantidades de animales. Una estatua de doce metros de altura hecha de oro sirvió de templo construído para la adoración de Baal en Babilonia. Jehová se mostró invencible ante Baal cuando hizo que los profetas de Baal fueran muertos durante el tiempo de Elías. Más tarde, cuando los babilonios comenzaron a adorar a Merodac como dios, el rey Nabucodonosor se vió obligado a reconocer que Jehová era el Dios verdadero, pues dijo éste al profeta Daniel: “¡Es verdad que vuestro Dios es Dios de los dioses, y Señor de los señores!”—Dan. 2:47, Mod.

Aun todos los dioses de los asirios demostraron ser impotentes ante Jehová cuando él derrotó los ejércitos de ellos, destruyendo a 185,000 de los soldados de Senaquerib en una sola noche. Nisroc, dios del rey asirio, ni siquiera pudo salvar al rey de ser asesinado por sus propios hijos.—Isa. 37:36-38.

MEDOS, PERSAS, GRIEGOS Y ROMANOS

Cuando los medos y persas se apoderaron del dominio mundial nuevos dioses se hicieron prominentes. El dios persa Ormuzd vino a ser el dios supremo que había de ser adorado. A veces se le representaba como un hombre majestuoso sentado en un toro, el emblema persa de la creación. Mithra, el dios mediador simbolizado por el sol, y Ahrimán, príncipe de las tinieblas, junto con Ormuzd, formaban la trinidad persa. Grandes ceremonias se celebraban en honor de Mithra en el día de su cumpleaños, que era el 25 de diciembre, el día de Navidad de la cristiandad.

A pesar de los muchos dioses de Persia, el rey Darío se vió obligado a reconocer al Dios de Daniel como el Dios verdadero. Darío hizo un decreto que rezaba: “De mi parte se establece decreto, que en todo el dominio de mi reino todos teman y se llenen de pavor delante del Dios de Daniel; porque él es el Dios vivo y que permanece para siempre; cuyo reino nunca será destruído.” El Dios de Daniel era Jehová, Dios del Israel fiel.—Dan. 6:26, Mod.

Los griegos antiguos superaron a otras naciones en cuanto al número de dioses que inventaron y adoraron. Algunos sostienen que en el monte Olimpo, en Grecia, durante un breve período de tiempo, hubo 30,000 dioses de varios grados. Los dioses griegos eran personificaciones de las fuerzas de la naturaleza. Gradualmente los griegos hicieron que evolucionaran en representantes de poderes y pasiones humanos. Los dioses griegos entonces llegaron a ser hombres y mujeres idealizados, cálidos de vida, que tenían aventuras humanas, guerras y amores. Más tarde Roma aceptó los dioses griegos, pero les dió nombres distintos.

A Saturno se le adoró por traer una edad de oro a Roma. Una vez al año se llevaba a cabo en su honor una celebración de siete días llamada los saturnales. Los historiadores nos dicen que fué de esta fiesta pagana, que se celebraba en diciembre, que la cristiandad adquirió su fiesta de Navidad.

Jehová desconcertó a los dioses griegos y romanos cuando resucitó a su Hijo unigénito, Jesucristo, de la condición de la muerte a la vida otra vez. Jesucristo era Aquel a quien los soldados romanos habían empalado y de quien se habían mofado.

LOS DIOSES DE LA INDIA Y DE LA CHINA

Los dioses de la India eran principalmente abstracciones. Los antiguos hindúes tenían muchos dioses. Se creía que Indra era el mayor de todos los dioses. Sus adoradores sostenían que él había matado al dios demoníaco Vritra, probando así su supremacía sobre los dioses. A Yama se le adoraba como el dios de la muerte y se habla de él como fundador del paraíso y gobernante de la edad de oro en ultratumba.

En la mitología hindú posterior se representa a Brahma como la deidad suprema. La trinidad hindú se compone de Brahma el Creador, Vichnú el Preservador, y Siva el Destructor. Juntos, los tres componían un solo dios, Brahm. Brahm es el dios supremo de los hindúes, pero en realidad recibe poca adoración, y se dice que en toda la India sólo hay dos templos dedicados a él. Vichnú, la segunda persona de la trinidad hindú, recibe la adoración de millones. A Siva, la tercera persona de la trinidad, se le representa con una soga con la cual ahorcar a los malhechores, con un collar de calaveras, con aretes de serpientes y con el río sagrado Ganges sobre la cabeza. Hay numerosos templos edificados en honor de Siva para su adoración. En la India tienen por sagrados las vacas, los monos, las serpientes y los jabalíes.

Respecto a la China antigua se dice que sus dioses eran pocos, pero más tarde los chinos tuvieron un dios especial para casi cada cosa de la vida. Se adoraba a Chang-ti como la gran causa primera. Los nuevos emperadores dedicaban una cosecha de cierta sección de tierra en sacrificio a Chang-ti. Cuando los gobernantes descuidaban esta práctica, se creía que les acaecían varias formas de calamidades públicas.

Los chinos adoraban a otros dioses. A Hwa-Kwang, dios del fuego y del calor, se le representa con tres ojos. Sus adoradores sostienen que él puede ver hasta mil seiscientos kilómetros, aun en la obscuridad. Los comerciantes acuden a él para que los proteja de los ladrones y saqueadores. To-ti es el dios de la tierra que confiere prosperidad en los negocios. El dios tigre y el dios fuego son dos deidades chinas muy populares. Semejantes a éstos, casi todos los dioses chinos son feos y grotescos.

El sintoísmo, la religión común de los japoneses, tiene sus dioses y diosas, símbolos y leyendas sagrados. El dios-infierno japonés es verdaderamente colosal en cuanto a tamaño, unos diecinueve metros y treinta y cinco centímetros desde abajo hasta arriba.

Los teutones y los sajones adoraban dioses del cielo. Comúnmente se ofrendaban sacrificios humanos para apaciguar a los dioses. A Huitzilopochtli, dios de guerra de los aztecas, se le apaciguaba sólo por medio de sacrificios humanos. F. S. Dobbins afirmó que “no menos de veinte mil hombres, mujeres y niños eran sacrificados anualmente a este monstruo.” Eso representa una cifra de no menos de cincuenta humanos cada día.

Luego había dioses y diosas dedicados a la virtud, la fe, el honor, la esperanza, la justicia, la misericordia, la castidad, la verdad, el buen juicio, la paz, la salud, la fidelidad, el dinero, la libertad, la risa, el genio y el silencio. Una peculiaridad notoria de los dioses es que en casi todo caso se les ha hecho poseer las características de sus hacedores. Eran las obras e imaginaciones de hombres. El apóstol Pablo enseñó correctamente, como testificó Demetrio: “Este Pablo ha atraído a una muchedumbre considerable y los ha convertido a otra opinión, diciendo que los que se hacen con las manos no son dioses.” En realidad no lo son.—Hech. 19:26.

EL DIOS VERDADERO

El único Dios que ha probado su supremacía a través de todos los siglos es Jehová. Acerca de Jehová, David escribió: “Todos los dioses de los pueblos son dioses inútiles, pero en cuanto a Jehová, él ha hecho los mismísimos cielos.” “Jehová es un gran Dios y un gran Rey sobre todos los demás dioses.” El gobernante del universo no es un dios innominado y trino. Su nombre es Jehová. Acerca de sí mismo él declara: “Antes de mí no hubo Dios alguno formado, y después de mí continuó sin que hubiese alguno. Yo—yo soy Jehová, y además de mí no hay salvador.” “Vuélvanse a mí y sean salvos, todos ustedes los que están en los cabos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay ningún otro.” El apóstol Pedro declaró: “Cualquiera que invoque el nombre de Jehová será salvado.” Esta verdad todavía permanece, porque “Jehová es en verdad Dios. Él es el Dios vivo y el Rey hasta tiempo indefinido.” Vuélvase usted a él. Adórele y viva.—Sal. 96:5; 95:3; Isa. 43:10, 11; 45:22; Hech. 2:21; Jer. 10:10.

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