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Ayuda para entender la Biblia
ad págs. 827-832

JACOB

(“Asirse del Talón; Suplantador”).

Hijo de Isaac y Rebeca, y hermano gemelo menor de Esaú. Los padres de Jacob llevaban veinte años casados para cuando nacieron estos gemelos, sus únicos hijos, en 1858 a. E.C. Isaac tenía entonces sesenta años. Al igual que en el caso de Abrahán, las oraciones de Isaac para tener prole sólo recibieron respuesta después de que su paciencia y su fe en las promesas de Dios habían sido completamente probadas. (Gén. 25:20, 21, 26; Rom. 9:7-10.)

Durante su embarazo, Rebeca estaba angustiada porque los gemelos dentro de su matriz “empezaron a pugnar”, lo cual, según explicó Jehová, representaba los comienzos de dos naciones opositoras. Además, Jehová declaró que, contrario a la costumbre, el mayor serviría al menor. En conformidad con esto, cuando nacieron, Jacob, el segundo, tenía asido el talón de Esaú; de aquí el nombre Jacob, que significa “Asirse del Talón”. (Gén. 25:22-26.) Así Jehová demostró su poder de detectar la inclinación genética de los que todavía no han nacido, y de ejercer su presciencia y su derecho de seleccionar de antemano a los que Él escoge para sus propósitos, aunque sin predeterminar de ninguna manera el destino final de los individuos. (Rom. 9:10-12; Ose. 12:3.)

Esaú, el hijo favorito de su padre, era un cazador de carácter indómito, inquieto y nómada, mientras que, en contraste, a Jacob se le describe como un “hombre sin culpa [heb. tam], que moraba en tiendas”, alguien que llevaba una vida tranquila de pastor y que era confiable al atender los asuntos domésticos, alguien por quien su madre sentía un cariño especial. (Gén. 25:27, 28.) Esta palabra hebrea tam se usa también en otros lugares para describir a las personas que tienen la aprobación de Dios. Por ejemplo, “los hombres sanguinarios odian a cualquiera exento de culpa [heb. tam)”; no obstante, Jehová asegura que “el futuro de ese hombre será pacífico”. (Pro. 29:10; Sal. 37:37.) Job era un hombre que mantenía su integridad, alguien que “resultó sin culpa [heb. tam] y recto”. (Job 1:1, 8; 2:3.)

RECIBIÓ LA PRIMOGENITURA Y LA BENDICIÓN

Abrahán murió en 1843 a. E.C., cuando su nieto Jacob tenía quince años de edad, así que el muchacho tuvo suficiente oportunidad de oír directamente de los labios de su abuelo así como de su padre acerca del pacto de Dios ratificado por juramento. (Gén. 22:15-18.) Jacob se dio cuenta del gran privilegio que significaría ser partícipe en el cumplimiento de tales promesas divinas. Finalmente, se le presentó la oportunidad de comprarle legalmente a su hermano tanto la primogenitura como todo lo que esta conllevaba. (Deu. 21:15-17.) Esto sucedió un día en que Esaú volvía exhausto del campo y olió el sabroso guisado que su hermano había cocinado. “¡Aprisa, por favor —exclamó Esaú— dame un bocado de lo rojo ... lo rojo que está allí, porque estoy cansado!” Jacob respondió: “¡Véndeme, ante todo, tu derecho de primogénito!”. “Esaú despreció la primogenitura”, y por lo tanto la venta se efectuó rápidamente y se selló con un juramento solemne. (Gén. 25:29-34; Heb. 12:16.) Estas fueron razones suficientes para que Jehová dijera: “Amé a Jacob, pero odié a Esaú”. (Rom. 9:13; Mal. 1:2, 3.)

El amor de Jehová por Jacob se manifestó de manera particular por el modo en que maniobró los acontecimientos para que la bendición patriarcal de Isaac que iba destinada a Esaú recayera sobre Jacob. Isaac había pedido a Esaú que fuese a cazar una pieza. En su ausencia, Jacob, por exhortación de su madre, se vistió con las prendas de vestir de Esaú, que tenían impregnado el olor del campo, se cubrió las manos y el cuello con pieles de cabra con el fin de parecerse a su velludo hermano y le presentó a su padre un sabroso plato de carne de cabra, que este tomó por la caza deseada. Convencido de que era su primogénito el que estaba de pie ante él, Isaac le dio a Jacob la bendición que este tanto apreciaba. (Gén. 27:1-37.)

Esto no fue un engaño fraudulento y malicioso. Jacob había comprado legalmente la primogenitura y por lo tanto estaba ante su padre —a quien ya le fallaba la vista, y quien evidentemente pensaba que Esaú todavía retenía la primogenitura— en representación de su hermano o tomando su lugar.

Esaú, por su parte, rehusó respetar la venta que le había hecho a su hermano, y, peor aún, rehusó reconocer la mano de Dios en todo el asunto. Él razonó que su padre moriría pronto; después de lo cual tenía planeado matar a su hermano Jacob. Sin embargo, Rebeca actuó para proteger tanto la vida de Jacob como los intereses de la Descendencia prometida; pues tan pronto como se enteró del compló de Esaú para eliminar a Jacob, persuadió a Isaac para que enviase a Jacob a Padán-aram, a sus familiares, para que se buscara una esposa. Además, de esta manera Jacob fue protegido de la influencia cananea que Esaú había introducido en su casa. (Gén. 27:41-28:5.)

JACOB SE TRASLADA A PADAN-ARAM

Jacob tenía setenta y siete años cuando dejó Beer-seba para ir a la tierra de sus antepasados, donde pasó los siguientes veinte años de su vida. (Gén. 28:10; 31:38.) Después de viajar unos 97 Km. en dirección NE., paró en Luz, en las colinas de Judea, para pasar la noche, usando una piedra como almohada. En sus sueños vio una escalera, o un tramo de escalera, que llegaba a los cielos y por la que ascendían y descendían ángeles. En lo alto vio en visión a Jehová, quien le confirmó a Jacob el pacto divino que había hecho con Abrahán e Isaac. (Gén. 28:11-13; 1 Cró. 16:16, 17.)

En este pacto Jehová le prometió a Jacob que Él le cuidaría, le guardaría y no le abandonaría hasta que la tierra sobre la cual estaba acostado llegase a ser suya, y su descendencia a ser tanta como las partículas de polvo de la Tierra. Además, “por medio de ti y por medio de tu descendencia todas las familias del suelo ciertamente se bendecirán”. (Gén. 28:13-15.) Cuando Jacob se dio verdadera cuenta de la importancia que tenía lo que había experimentado por la noche, exclamó: “¡Cuán inspirador de temor es este lugar! Esta no es otra cosa sino la casa de Dios”. Por esa razón, cambió el nombre de Luz a Betel, que significa “Casa de Dios”, y procedió a erigir una columna y a ungirla como testigo de estos acontecimientos trascendentales. En agradecimiento a la promesa de Dios de apoyarle, Jacob también hizo el voto de que sin falta le daría a Jehová la décima parte de todo lo que recibiese. (Gén. 28:16-22.)

Jacob siguió viajando y finalmente se encontró con su prima Raquel en las inmediaciones de Harán. Labán —padre de Raquel y hermano de la madre de Jacob— le invitó a quedarse con ellos. Jacob se enamoró de Raquel y le ofreció a su padre trabajar siete años para él si se la entregaba como esposa. Los años transcurrieron “como unos cuantos días”, debido al amor tan profundo que Jacob sentía por Raquel. Sin embargo, a Jacob le engañaron el día de la boda: le entregaron a Lea, la hermana mayor de Raquel. A modo de explicación, Labán dijo: “No se acostumbra [...] el dar la menor antes de la primogénita”. Después de celebrar esta boda por una semana, Labán también le entregó a Jacob su hija Raquel como esposa con la condición de que Jacob trabajaría otros siete años en pago por ella. Además, a Lea y Raquel les dio Labán dos siervas, Zilpá y Bilhá respectivamente. (Gén. 29:1-29; Ose. 12:12.)

Jehová empezó a edificar una gran nación de este matrimonio polígamo. Lea le dio a luz a Jacob cuatro hijos seguidos: Rubén, Simeón, Leví y Judá. Raquel, al ver que seguía estéril, le dio a Jacob su esclava Bilhá y ella le dio dos hijos: Dan y Neftalí. Entonces Lea quedó estéril, de manera que le dio a Jacob su esclava Zilpá y de ella recibió dos hijos: Gad y Aser. Lea volvió a dar a luz hijos; primero tuvo a Isacar, luego a Zabulón y después tuvo una hija llamada Dina. Por fin Raquel llegó a estar encinta y dio a luz a José. Por consiguiente, en un período de tiempo relativamente corto de siete años, Jacob fue bendecido con muchos hijos. (Gén. 29:30-30:24.)

JACOB SE HACE RICO ANTES DE SALIR DE HARÁN

Habiendo completado ya su contrato de catorce años de trabajo por la adquisición de sus esposas, Jacob estaba ansioso de regresar a su tierra natal. Pero Labán, al ver cómo Jehová le había bendecido por causa de Jacob, insistió en que él continuase supervisando sus rebaños; incluso le dijo a Jacob que estipulase su propio salario. En esa zona geográfica las ovejas y las cabras suelen ser de un solo color: las ovejas, blancas; y las cabras, negras. Así que Jacob pidió quedarse como salario solo con las ovejas y las cabras que tuviesen colores o marcas anormales: todas las ovejas de color moreno oscuro y todas las cabras con cualesquier marcas blancas. “¡Pues, eso es excelente!”, fue la respuesta de Labán. Y para mantener el salario tan bajo como fuese posible, Labán, por sugerencia de Jacob, separó de los rebaños todas las cabras rayadas, moteadas y con manchas de color y toda oveja morena oscura entre los carneros jóvenes, y se las entregó a sus propios hijos para que las cuidasen, e incluso fijó una distancia de tres jornadas entre ellos, para evitar cruces entre los dos rebaños. Solo pertenecerían a Jacob las que a partir de entonces naciesen con un color anormal. (Gén. 30:25-36.)

Jacob empezó cuidando únicamente ovejas de color normal y cabras sin marcas. Sin embargo, trabajó duro e hizo lo que según él pensaba incrementaría la cantidad de animales de un color anormal. Tomó palos (ramitas verdes y todavía húmedas) de estoraques, almendros y plátanos, y los descortezó, dándoles la apariencia de estar rayados y moteados. Colocó estos palos en los canales de los abrevaderos de los animales, al parecer con la idea de que si los animales miraban las rayas cuando estaban en celo resultaría en que la prole que tuviesen fuese moteada o de un color anormal. Jacob también procuró colocar los palos en los abrevaderos sólo cuando los que estaban en celo eran los animales más fuertes y robustos. (Gén. 30:37-42.)

¿Cuáles fueron los resultados? Los animales con marcas o color anormal, y por lo tanto “el salario” de Jacob, resultaron ser más numerosos que los que eran de un solo color y del tono normal, que habrían de pertenecerle a Labán. Al obtener los resultados deseados, probablemente Jacob pensó que lo había conseguido con su estratagema de los palos rayados. Sin duda él tenía el mismo concepto erróneo que muchas personas sostenían comúnmente, a saber, que tales cosas podían afectar a la prole. Sin embargo, en un sueño su Creador le explicó la verdadera razón.

En su sueño Jacob aprendió que fueron otros factores (en este caso, los genéticos), y no los palos, los causantes del éxito obtenido. Aunque Jacob sólo estaba cuidando animales de un solo color; no obstante, la visión reveló que los machos cabríos eran rayados, moteados y manchados. ¿Cómo podía ser esto? Por lo visto, aunque tenían un color uniforme eran híbridos, debido a los cruces que se habían producido en el rebaño de Labán antes de que Jacob empezara a cobrar su salario. Por consiguiente, algunos de estos animales llevaban en sus células reproductivas los factores hereditarios para producir en futuras generaciones animales manchados y moteados, según las leyes de la herencia descubiertas por Gregor Mendel en el siglo pasado. (Gén. 31:10-12.)

Durante los seis años que Jacob trabajó bajo estas condiciones, Jehová lo bendijo en gran manera y lo hizo prosperar no solo por medio de incrementar sus rebaños, sino también aumentando la cantidad de siervos, camellos y asnos, a pesar de que Labán seguía cambiando el salario que había acordado. Finalmente, el “Dios verdadero de Betel” le mandó a Jacob que regresase a la Tierra Prometida. (Gén. 30:43; 31:1-13, 41.)

REGRESO A LA TIERRA PROMETIDA

Temiendo que Labán intentase de nuevo impedir que él dejase de servirle, Jacob tomó en secreto a sus esposas, a sus hijos y todo lo que le pertenecía, cruzó el río Éufrates y se puso en camino hacia Canaán. Es posible que Jacob estuviese apacentando sus rebaños cerca del Éufrates, como se indica en Génesis 31:4, 21, cuando pensó en este traslado. Para entonces Labán estaba fuera esquilando sus rebaños y no fue informado de la marcha de Jacob hasta tres días después de su partida. Puede que aún haya transcurrido más tiempo mientras terminaban de esquilar y organizaron todo para ir con sus fuerzas en persecución de Jacob. De modo que Jacob dispuso de suficiente tiempo para conducir lentamente a sus rebaños por todo el camino hasta la región montañosa de Galaad antes que Labán le alcanzase. La distancia que recorrió desde Harán era de más de 500 Km.; sin embargo, Labán y sus parientes, cabalgando sobre camellos en una afanosa persecución, pudieron recorrerla fácilmente en siete días. (Gén. 31:14-23.)

Cuando Labán encontró a los que estaba persiguiendo acampados a unos pocos kilómetros al norte del río Jaboq, le exigió a Jacob que le explicara por qué había marchado sin permitir que Labán besase a sus hijos y sus nietos como despedida, y por qué le había robado sus dioses. (Gén. 31:24-30.) La respuesta a la primera pregunta era bastante obvia: temía que Labán le hubiera impedido partir. En cuanto a la segunda pregunta, Jacob estaba en ignorancia de lo sucedido, y la búsqueda que se llevó a cabo no logró revelar que había sido Raquel quien había robado los terafim de la familia y los había escondido en la cesta de la silla de montar de su camello. (Gén. 31:31-35.)

La siguiente declaración puede explicar esta acción de Raquel y la preocupación de Labán al respecto: “La posesión de los dioses domésticos convertía a una persona en heredero legítimo, lo que explica la ansiedad de Labán por recobrar los suyos del poder de Jacob”, según se registra en Génesis 31:26 y los versículos siguientes. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, de James B. Pritchard, pág. 197, nota al pie de la página [1].)

Habiendo resuelto la disputa pacíficamente, Jacob erigió una columna de piedra e hizo un montón de piedras, el cual permaneció allí por muchos años como testimonio del pacto de paz que los dos habían celebrado con una comida ceremonial. Los nombres que se le dieron a este majano de piedras fueron Galeed (“Majano de Testimonio”) y La Atalaya. (Gén. 31:36-55.)

Jacob ahora estaba ansioso de hacer también las paces con su hermano Esaú, a quien no había visto por más de veinte años. Para suavizar cualquier odio que su hermano todavía pudiera abrigar, Jacob envió delante de él costosos regalos para Esaú: cientos de cabras y ovejas, además de muchos camellos, ganado y asnos. (Gén. 32:3-21.) Jacob había huido de Canaán prácticamente sin nada; ahora, debido a la bendición de Jehová, volvía convertido en un hombre rico.

Durante la noche en que la casa de Jacob cruzó el río Jaboq en camino al sur para encontrarse con Esaú, Jacob tuvo la extraordinaria experiencia de luchar con un ángel, y debido a su perseverancia su nombre fue cambiado a Israel, que significa “Dios Contiende” o “Contendiente [el Que Persevera] Con Dios”. (Gén. 32:22-28.) A partir de entonces, a menudo aparecen los dos nombres en los paralelismos poéticos hebreos. (Sal. 14:7; 22:23; 78:5, 21, 71; 105:10, 23.) En esta contienda el ángel tocó el hueco de la coyuntura del muslo de Jacob y este cojeó por el resto de su vida, lo cual posiblemente tuvo el propósito de enseñarle humildad, sirviéndole como recordatorio constante para no ensalzarse demasiado por esta prosperidad concedida por Dios ni por el hecho de haber forcejeado con un ángel. En conmemoración de estos acontecimientos trascendentales, Jacob llamó al lugar Peniel o Penuel. (Gén. 32:25, 30-32.)

Después de este encuentro amigable entre estos gemelos, Jacob y Esaú, que ahora tenían noventa y nueve años de edad, cada uno se fue por su camino, y al parecer no se encontraron de nuevo hasta que enterraron juntos a su padre Isaac, unos veintitrés años más tarde. Esaú se fue con sus regalos hacia el sur, a Seír, y Jacob se dirigió al norte, cruzando de nuevo el río Jaboq. (Gén. 33:1-17; 35:29.)

LOS SIGUIENTES TREINTA Y TRES AÑOS COMO RESIDENTE FORASTERO

Al separarse de Esaú, Jacob se estableció en Sucot. Este fue el primer lugar donde Jacob permaneció durante cierto período de tiempo desde que regresó de Padán-aram. Aunque no se declara cuánto tiempo pasó allí, puede que hayan sido varios años, pues edificó una estructura permanente en la cual vivir y también cabañas o establos cubiertos para su ganado. (Gén. 33:17.)

El siguiente traslado de Jacob fue hacia el oeste, a través del Jordán, a las inmediaciones de Siquem, donde compró una porción de terreno de los hijos de Hamor por “cien piezas de moneda [heb. qesi·táh]”. (Gén. 33:18-20; Jos. 24:32.) Fue en Siquem donde Dina, la hija de Jacob, empezó a asociarse con las cananeas, y esto, a su vez, dio pie para que Siquem, el hijo del principal Hamor, la violara. Tras este episodio, los asuntos pronto llegaron a estar fuera del control de Jacob: sus hijos mataron a todo habitante varón de Siquem, tomaron cautivas a las mujeres y los niños, se apropiaron de todas las pertenencias y riquezas de la comunidad, e hicieron que su padre Jacob fuese un hedor para los habitantes de la tierra. (Gén. 34:1-31.)

Jacob recibió entonces el mandato divino de partir de Siquem y trasladarse a Betel, y así lo hizo. Sin embargo, antes de ir, hizo que los de su casa se limpiasen, se cambiasen sus prendas de vestir y apartasen todos los dioses falsos (probablemente incluyendo los terafim de Labán), así como los aretes que posiblemente llevaban como amuletos. Todas estas cosas las enterró Jacob fuera de la vista, cerca de Siquem. (Gén. 35:1-4.)

Betel, la “Casa de Dios”, fue de importancia especial para Jacob, pues fue allí donde quizás unos treinta años antes, Jehová le había transmitido el pacto abrahámico. Ahora, después que Jacob edificara un altar a este gran Dios de sus antepasados, Jehová repitió el pacto y también confirmó que el nombre de Jacob había sido cambiado a Israel. Entonces Jacob erigió una columna sobre la cual derramó una libación y aceite en conmemoración de estos acontecimientos trascendentales. Fue también durante esta estancia en Betel cuando Débora, la nodriza de su madre, murió y fue enterrada. (Gén. 35:5-15.)

Tampoco sabemos cuánto tiempo vivió Jacob en Betel. Después de partir de allí y trasladarse hacia el sur, y mientras todavía estaban a cierta distancia de Belén (Efrata), Raquel empezó a tener dolores de parto, y al dar a luz a Benjamín, su segundo hijo, ella murió. Jacob enterró allí a su amada Raquel y erigió una columna para señalar su tumba. (Gén. 35:16-20.)

Israel, bendecido ahora con doce hijos, de los cuales saldrían doce tribus, siguió viajando más hacia el sur. Del próximo lugar donde acampó se dice que estaba “a alguna distancia más allá de la torre de Éder”, lo cual da a entender que se encontraba entre Belén y Hebrón. Mientras residía allí, Rubén, su hijo mayor, tuvo relaciones sexuales con Bilhá, concubina de su padre y madre de Dan y Neftalí. Puede que Rubén haya pensado que su padre Jacob era demasiado viejo para tomar alguna medida al respecto, pero sufrió la desaprobación de Jehová, y por su acto incestuoso perdió su primogenitura. (Gén. 35:21-26; 49:3, 4; Deu. 27:20; 1 Cró. 5:1.)

Posiblemente fue antes de que su hijo José fuera vendido a la esclavitud en Egipto que Jacob se trasladó a Hebrón, donde aún vivía su anciano padre Isaac, aunque no puede precisarse con exactitud la fecha. (Gén. 35:27.)

Un día Jacob envió a José (quien para entonces tenía diecisiete años) a ver cómo les iba a sus hermanos, que estaban cuidando los rebaños de su padre. Cuando finalmente los localizó en Dotán, a unos 105 Km. al N. de Hebrón, sus hermanos lo prendieron y lo vendieron a una caravana de comerciantes que se dirigía a Egipto. Esto sucedió en 1 750 a. E.C. Entonces hicieron que su padre creyese que una bestia salvaje había matado a José. Jacob se lamentó durante muchos días por la pérdida de su hijo, rehusando ser consolado y diciendo: “¡En duelo bajaré a donde mi hijo, al Seo!!”. (Gén. 37:2, 3, 12-36.) La muerte de su padre Isaac, en 1738 a. E.C., simplemente aumentó su dolor. (Gén. 35:28, 29.)

EL TRASLADO A EGIPTO

Unos diez años después, como consecuencia de un hambre que afectó una extensa zona, Jacob se vio obligado a enviar a diez de sus hijos a Egipto en busca de cereales. Benjamín se quedó con su padre. El administrador de alimentos del faraón, José, reconoció a sus hermanos y pidió que trajesen de vuelta a Egipto a Benjamín, su hermano más joven. (Gén. 41:57; 42:1-20.) Sin embargo, cuando se informó de ello a Jacob, al principio rehusó dejarle ir, temiendo que le acaeciese algún daño a este hijo amado de su vejez. Para ese tiempo, Benjamín tenía por lo menos veintidós años de edad. (Gén. 42:29-38.) No fue sino hasta que ya hubieron consumido todo el alimento obtenido en Egipto que Jacob finalmente consintió en dejar ir a Benjamín. (Gén. 43:1-14; Hech. 7:12.)

Una vez reconciliados José y sus hermanos, Jacob y toda su casa, junto con todo su ganado y pertenencias, fueron invitados a trasladarse a la fértil tierra de Gosén, en Egipto, en la zona del Delta; ya que aquel hambre tan grande iba a durar otros cinco años. El faraón incluso les proveyó carruajes y provisiones de alimentos. (Gén. 45:9-24.) En camino hacia Egipto, Jehová le aseguró a Jacob que este traslado tenía su bendición y aprobación. (Gén. 46:1-4.) Todas las almas pertenecientes a la casa de Jacob, incluyendo a Manasés, Efraín y otros que quizás nacieron en Egipto antes de la muerte de Jacob, fueron setenta en total. (Gén. 46:5-27; Éxo. 1:5; Deu. 10:22.) Esta cantidad no incluía a Lea, que había muerto en la Tierra Prometida (Gén. 49:31), ni a las hijas de Jacob que no se registran por nombre, ni a las esposas de sus hijos. (Gén. 46:26; compárese con Génesis 37:35.)

Finalmente, en 1711 a. E.C., después de residir diecisiete años en Egipto, Jacob murió a la edad de ciento cuarenta y siete años. (Gén. 47:27, 28.) En armonía con el deseo de Jacob de ser enterrado en la tierra de Canaán, José hizo que los médicos de Egipto embalsamaran el cuerpo de su padre en preparación para el viaje. Luego, un gran cortejo fúnebre, de acuerdo con la prominencia de su hijo José, salió de Egipto y se puso en camino. Cuando llegó a la región del Jordán, hubo siete días de ritos de duelo, después de los cuales los hijos de Jacob enterraron a su padre en la cueva de Macpelá, donde habían sido enterrados Abrahán e Isaac. (Gén. 49: 29-33; 50:1-14.)

Los profetas a menudo usaron el nombre “Jacob” en un sentido figurado con referencia a la nación que descendió de este patriarca. (Isa. 9:8; 27:9; Jer. 10:25; Eze. 39:25; Amós 6:8; Miq. 1:5; Rom. 11:26.) En una ocasión, Jesús usó el nombre de Jacob de manera figurativa al hablar de los que estarían “en el reino de los cielos”. (Mat. 8:11.)

[Mapa de la página 828]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

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