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JERUSALÉN

(“Posesión [o: Fundamento] de Paz Doble”)

Ciudad que sirvió de capital de la antigua nación de Israel aproximadamente desde el año 1070 a. E.C. en adelante. Después de la división de la nación en dos reinos (997 a. E.C.), Jerusalén continuó como la capital del reino meridional de Judá. En las Escrituras aparecen más de ochocientas referencias a Jerusalén.

NOMBRE

El nombre más antiguo que se registra de esa ciudad es “Salem”. (Gén. 14:18.) Aunque hay quien relaciona el significado del nombre de Jerusalén con un dios semita occidental llamado Salem, el apóstol Pablo muestra que el verdadero significado de la segunda mitad del “Paz”. (Heb. 7:2.) La grafía hebrea de la segunda parte del nombre parece estar en número dual, indicando “paz doble”. En los textos acadios (asirobabilonios) se le da a esta ciudad el nombre Urusalim (o Ur-sa-li-im-mu) y por ello algunos doctos traducen el nombre: “Ciudad de Paz”. Pero la forma hebrea, que es la que lógicamente debería contar, parece significar: “Posesión (o: Fundamento) de Paz Doble”.

En las Escrituras se usaron otros de muchos títulos o expresiones para referirse a esa ciudad. En una ocasión el salmista utiliza su nombre primitivo Salem (Sal. 76:2); mientras que en otros pasajes se usan los siguientes nombres: “ciudad de Jehová” (Isa. 60:14), “pueblo del gran Rey” (Sal. 48:2; compárese con Mateo 5:35), “Ciudad de Justicia” y “Población Fiel” (Isa. 1:26), “Sión” (Isa. 33:20) y “ciudad santa”. (Neh. 11:1; Isa. 48:2; 52:1; Mat. 4:5; el nombre “El Kuds”, que significa “Ciudad Santa”, es aún la denominación popular que se le da en árabe.)

UBICACIÓN

La importancia y grandeza de Jerusalén no se debió a su situación geográfica como ciudad portuaria o fluvial, o como centro comercial, ni tampoco a que sus alrededores fuesen fértiles. Relativamente apartada de las principales rutas comerciales internacionales, estaba en los límites de un desierto árido (el desierto de Judá), y su suministro de agua era limitado.

No obstante, había dos rutas comerciales nacionales que se cruzaban cerca de la ciudad: una iba de norte a sur a lo largo de la meseta, formando la “columna vertebral” de la antigua Palestina, y unía las ciudades de Dotán, Siquem, Betel, Belén, Hebrón y Beer-seba; la segunda ruta iba de este a oeste, desde Rabat-Amón—a través de valles torrenciales—hasta la cuenca del río Jordán, subía por las escarpadas faldas de las montañas de Judea y luego bajaba serpenteando por las laderas occidentales hasta la costa mediterránea y el puerto de Jope. Además, Jerusalén tenía una ubicación céntrica con respecto a toda la Tierra Prometida, lo que la adecuaba como el centro administrativo de la nación.

Jerusalén está entre las colinas de la cadena montañosa central, a unos 56 Km. de la costa del Mediterráneo y a unos 24 Km. al O. del extremo norte del mar Muerto. (Compárese con el Salmo 125:2.) Su altitud, de aproximadamente 777 m. sobre el nivel del mar, la convirtió en una de las capitales más elevadas del mundo. En las Escrituras se menciona su “encumbramiento” y se dice que los viajeros tenían que ‘subir’ desde las llanuras costaneras para llegar a la ciudad. (Sal. 48:2; 122:3, 4.) Tiene un clima agradable, con noches frescas y una temperatura media anual de 17º C. La precipitación anual es de 610 mm. y se produce especialmente entre noviembre y abril.

A pesar de su altitud, Jerusalén no sobresale de sus alrededores, por lo que el viajero solo consigue tener una vista completa de la ciudad cuando está muy cerca. Al este, el monte de los Olivos se eleva a unos 805 m.; al norte, el monte Scopus alcanza una altura de 826 m.; y las colinas que circundan la ciudad por el sur y el oeste llegan a 835 m. Por consiguiente, la altitud de los alrededores es por lo menos 28 m. más elevada que la pequeña meseta sobre la que descansa Jerusalén.

En tiempos de guerra, podría parecer que esta situación constituía una seria desventaja. Sin embargo, cualquier inconveniente que pudiera existir estaba compensado por el hecho de que se encontraba rodeada de valles con empinadas laderas por tres de sus lados: al este, el valle torrencial de Cedrón; al sur y al oeste, el valle de Hinón. También había un valle central—al que parece hacer referencia Josefo como valle de Tiropeón (o de “Los Que Hacen Queso”)—que dividía la ciudad en dos colinas, una oriental y otra occidental. Este valle central se ha rellenado considerablemente a través de los siglos, pero cualquier visitante aún tiene que bajar a una depresión central y luego subir al otro lado cuando cruza la ciudad. Hay evidencia de que, además del valle central que iba de norte a sur, había otros dos valles menores que dividían las colinas de este a oeste: uno que dividía la colina oriental, y el otro, la occidental. La superficie total que abarcaba la antigua ciudad era relativamente pequeña, probablemente nunca sobrepasó las doscientas hectáreas.

Parece ser que en todas las épocas las laderas inclinadas del valle fueron aprovechadas para formar parte de los muros defensivos de la ciudad. El único lado de la ciudad que no tenía una defensa natural era el flanco norte, por lo que en esa parte los muros se construyeron especialmente fuertes. Según Josefo, cuando el general Tito atacó la ciudad en 70 E.C., tuvo que enfrentarse por ese lado a tres diferentes muros dispuestos uno detrás de otro.

SUMINISTRO DE AGUA

Los habitantes de Jerusalén sufrieron graves escaseces de alimento cuando la ciudad fue sitiada, pero parece ser que no tuvieron gran problema con el agua. A pesar de estar cerca del árido desierto de Judea, la ciudad tenía acceso a un constante suministro de agua dulce, y además disponía de instalaciones adecuadas para almacenarla dentro de los muros de la ciudad.

Había dos manantiales cerca de la ciudad: En-roguel y Guihón. El primero estaba un poco al sur de la confluencia de los valles de Cedrón e Hinón. Aunque representaba un valioso abastecimiento de agua, su ubicación hacía que fuese inaccesible durante tiempos de ataque o sitio. El manantial de Guihón estaba en el lado oeste del valle de Cedrón, junto a lo que llegó a llamarse la “ciudad de David”. Aunque se encontraba fuera de los muros de la ciudad, sin embargo estaba lo suficientemente cerca como para que se pudiera excavar un túnel y perforar un pozo a fin de que los habitantes de la ciudad pudieran extraer agua del manantial sin salir de los muros protectores. Según las evidencias arqueológicas, esto se hizo al principio de la historia de la ciudad. En 1961 y 1962 las excavaciones descubrieron una sólida pared primitiva situada debajo del extremo superior o entrada del túnel, con lo que dicha entrada quedaba dentro de la ciudad.

Con los años, se hicieron otros túneles y canales para encauzar las aguas de Guihón. Uno de estos canales salía de la boca de la cueva del manantial de Guihón, bajaba por el valle, rodeando el extremo de la colina sudoriental hasta un estanque ubicado en la confluencia del valle de Hinón con el valle central de Tiropeón. En vista de lo que se ha hallado, era como una zanja cubierta con piedras planas, y algunos de sus tramos estaban perforados a través de la ladera de la colina. A intervalos había aberturas que permitían sacar el agua para el riego de las terrazas del valle que estaban más abajo. El desnivel del canal, de menos de 5 mm. por metro, hacía que el agua fluyera lentamente, como “las aguas del Siloé, que están yendo apaciblemente”. (Isa. 8:6.) Se piensa que este canal, no protegido y vulnerable, fue construido durante el reinado de Salomón, cuando predominaban la paz y seguridad.

Los hogares y edificios de Jerusalén estaban provistos de cisternas subterráneas para complementar el suministro de agua de los manantiales. El agua de lluvia que se recogía de los tejados se almacenaba en estas cisternas que la mantenían limpia y fresca. Al parecer la zona del templo tenía cisternas de tamaño considerable. Los arqueólogos han encontrado restos de 37 cisternas en esa zona, y afirman que su capacidad total era de unos 38.000.000 de litros. Una sola cisterna se calculó que tenía un volumen de 7.500.000 litros.

Cerca de Belén se encuentran unas represas, frecuentemente llamadas los “estanques de Salomón” (compárese con Eclesiastés 2:6), que suministraban agua a la ciudad por medio de dos acueductos o conductos. Aunque Jerusalén está a solo unos 19 Km. de distancia en línea recta, el serpenteante trayecto del conducto más bajo recorre 64 Km. para llegar allí. El conducto superior es más directo y está perforado en las laderas. Se cree que este último es de una construcción más tardía, posiblemente del tiempo de Herodes. Según los cálculos, ambos canales cruzaban el valle central de Tiropeón por medio de un acueducto elevado y llegaban a la plataforma del templo incrementando su abastecimiento de agua. El geógrafo Estrabón (del primer siglo de la era común) describió a Jerusalén como “una fortaleza rocosa bien encerrada; por dentro bien regada, por fuera completamente seca”.

HISTORIA PRIMITIVA

La primera mención histórica que se hace de la ciudad se remonta a la década de 1943 a 1933 a. E.C. cuando se encontraron Abrahán y Melquisedec. Melquisedec era “rey de Salem” y “sacerdote del Dios Altísimo”. (Gén. 14:17-20.) Sin embargo, el origen de esa ciudad y de su población sigue tan oscuro como el origen de su rey-sacerdote Melquisedec. (Compárese con Hebreos 7:1-3.)

Parece ser que otro acontecimiento de la vida de Abrahán tuvo lugar en las inmediaciones de Jerusalén. A Abrahán se le mandó que ofreciera a su hijo Isaac en “una de las montañas” de la “tierra de Moria”. El templo de Salomón fue construido sobre el “monte Moria”, en un lugar que previamente había sido una era. (Gén. 22:2; 2 Cró. 3:1.) Por lo tanto, al parecer la Biblia asocia el lugar donde Abrahán estuvo a punto de efectuar el sacrificio con la región montañosa de los alrededores de Jerusalén. (Véase MORIA.) No se menciona si Melquisedec aún vivía entonces; pero probablemente Salem nunca fue un territorio enemigo para Abrahán.

Las tablillas de Tell el-Amarna, escritas por gobernantes cananeos a su jefe supremo egipcio, incluyen siete cartas procedentes del rey o gobernador de Jerusalén (Urusalim). Estas cartas se escribieron antes de que los israelitas conquistasen la tierra de Canaán. Así, Jerusalén, en los aproximadamente cuatrocientos cincuenta años transcurridos entre el encuentro de Abrahán con Melquisedec y la conquista israelita, había llegado a posesión de los cananeos camitas paganos y estaba bajo la dominación del imperio egipcio, también camita.

En el relato de la conquista relámpago de Canaán que llevó a cabo Josué se menciona a Adonizédeq, rey de Jerusalén, entre los reyes confederados que atacaron Gabaón. Su nombre (que significa “Señor de Justicia”) se asemeja mucho al del anterior rey de Jerusalén, Melquisedec (“Rey de Justicia”), pero Adoni-zédeq no era adorador del Dios Altísimo, Jehová. (Jos. 10:1-5, 23, 26; 12:7, 8, 10.)

Al repartir por suertes los territorios tribuales, Jerusalén quedó en el límite entre Judá y Benjamín, siendo el valle de Hinón el verdadero límite. Esto colocaría dentro del territorio de Benjamín al menos lo que posteriormente llegó a ser la “ciudad de David”, situada en las colinas entre los valles de Cedrón y Tiropeón. Sin embargo, parece que la ciudad cananea tenía poblados anexos o “suburbios”, los cuales probablemente se extenderían al oeste y al sur del valle de Hinón, ya dentro del territorio de Judá. En Jueces 1:8 se le atribuye a Judá la captura inicial de Jerusalén, pero después que las fuerzas invasoras siguieron adelante, los habitantes jebuseos se quedaron (o volvieron) con una fuerza suficiente como para formar un foco de resistencia que ni Judá ni Benjamín pudieron reducir. Así, tanto de Judá como de Benjamín se dice que ‘los jebuseos continuaron morando con ellos en Jerusalén’. (Jos. 15:63; Jue 1:21.) Esta situación continuó por unos cuatro siglos, y a veces se hacía referencia a la ciudad como “Jebús”, una “ciudad de extranjeros”. (Jue. 19:10-12; 1 Cró. 11:4, 5.)

ANTES DE LA DIVISIÓN DEL REINO

El centro de operaciones del rey Saúl estaba en Gabaa, en el territorio de Benjamín. Al principio, la ciudad capital del rey David fue Hebrón, de la tribu de Judá, a unos 31 Km. al S. de Jerusalén. Después de gobernar allí un total de siete años y medio (2 Sam. 5:5), decidió transferir la capital a Jerusalén. Esto lo hizo por dirección divina (2 Cró. 6:4-6), pues Jehová había hablado siglos antes del ‘lugar que escogería para colocar allí su nombre’. (Deu. 12:5; 26:2; compárese con 2 Crónicas 7:12.)

Parece ser que para entonces los jebuseos tenían su ciudad hacia el extremo sur de la colina oriental. Confiaban en que su ciudad fortificada era inexpugnable, con las laderas empinadas de los valles por tres de sus lados como defensas naturales y, probablemente, fortificaciones especiales en el lado norte. Se conocía como “el lugar de difícil acceso” (1 Cró. 11:7), y los jebuseos se burlaron de David diciendo que ‘los ciegos y los cojos de la ciudad’ podrían repeler sus ataques. No obstante, David conquistó la ciudad, con Joab al frente del ataque, quien probablemente entró en la ciudad por medio del “túnel del agua”. (2 Sam. 5:6-9; 1 Cró. 11:4-8.) Después de descubrir el túnel y el pozo que llevan al manantial de Guihón, muchos creen que Joab y sus hombres escalaron este pozo vertical, luego pasaron por el túnel inclinado hasta entrar en la ciudad, atacándola entonces por sorpresa. Se tomó la ciudad y David trasladó allí su capital (1070 a. E.C.). La fortaleza jebusea ahora llegó a ser conocida como la “ciudad de David”, llamada también “Sión”. (2 Sam. 5:7.)

David empezó un programa de edificación en esa zona, mejorando por lo visto también las defensas de la ciudad. (2 Sam. 5:9-11; 1 Cró. 11:8.) El “Montículo” (heb. Mil·lóh’) al que se hace referencia aquí (2 Sam. 5:9) y en otros relatos posteriores (1 Rey. 9:15, 24; 11:27) era un rasgo geográfico o estructural de la ciudad, bien conocido entonces pero imposible de identificar hoy. Cuando después David trasladó la sagrada “arca de Jehová” de la casa de Obed-edom a Jerusalén, la ciudad llegó a ser el centro religioso y administrativo de la nación. (2 Sam. 6:11, 12, 17.)

Hacia el final de su gobernación, David empezó a preparar los materiales de construcción para el templo. (1 Cró. 22:1, 2; compárese con 1 Reyes 6:7.) Es posible que las piedras labradas se sacaran de esa misma zona, puesto que la roca del subsuelo de Jerusalén se puede cortar y cincelar fácilmente según la forma y el tamaño deseados, y cuando se expone a la intemperie se endurece convirtiéndose en piedras de construcción duraderas y bonitas. Se han encontrado vestigios de una antigua cantera, cerca de la actual Puerta de Damasco, de donde se han extraído grandes cantidades de roca con el transcurso del tiempo.

El reinado de Salomón se caracterizó por el hecho de ensanchar la ciudad así como por la construcción (y quizá la reedificación) que se efectuó dentro de ella. (1 Rey. 3:1; 9:15-19, 24; 11:27; compárese con Eclesiastés 2:3-6, 9.) El templo, su obra de construcción más sobresaliente, con sus edificios anexos y patios, se construyó sobre el monte Moria, en la loma oriental, pero al norte de la “ciudad de David”, probablemente en la zona donde actualmente está la “Cúpula de la Roca”. (2 Cró. 3:1; 1 Rey. 6:37, 38; 7:12.) Otros edificios importantes eran la propia casa o palacio de Salomón, la Casa del Bosque del Líbano, donde se utilizó mucha madera de cedro, el Pórtico de las Columnas y el Pórtico del Trono, donde él juzgaba. (1 Rey. 7:1-8.) Parece que este complejo de edificios estaba situado al sur del templo, en la pendiente que descendía gradualmente hacia la “ciudad de David”.

REINO DIVIDIDO (997-607 a. E.C.)

La rebelión de Jeroboán dividió la nación en dos reinos, y Jerusalén quedó como la capital del reino de dos tribus, Benjamín y Judá, bajo Rehoboam, el hijo de Salomón. Los levitas y los sacerdotes también se trasladaron a la ciudad que llevaba el nombre de Jehová, fortaleciendo de este modo el reinado de Rehoboam. (2 Cró. 11:1-17.) Ahora Jerusalén ya no estaba en el centro geográfico del reino, sino solo a unos cuantos kilómetros de la frontera con el reino hostil septentrional de diez tribus. Casi cinco años después de morir Salomón, la ciudad experimentó la primera invasión. El rey Sisaq de Egipto atacó al reino de Judá, probablemente porque lo vio vulnerable al haber quedado reducido. Debido a la infidelidad de la nación, pudo entrar en Jerusalén y llevarse los tesoros del templo y otros objetos valiosos. Pero debido a que el pueblo se arrepintió, Dios les concedió cierta medida de protección, impidiendo de este modo que la ciudad fuera completamente arruinada. (1 Rey. 14:25, 26; 2 Cró. 12:2-12.)

Durante el reinado del fiel rey Asá, el rey Baasá, del reino septentrional, intentó sin éxito reforzar su posición en la frontera norte del reino de Judá para aislarlo e impedir toda comunicación con Jerusalén (y posibles expresiones de lealtad por parte de sus súbditos al reino de Judá). (1 Rey. 15:17-22.) La continuidad de la adoración pura bajo el gobierno de Jehosafat, hijo de Asá, trajo la protección divina y grandes beneficios a la ciudad, entre los cuales se contaron mejores provisiones para atender las causas judiciales. (2 Cró. 19:8-11; 20:1, 22, 23, 27-30.)

Durante el resto de la historia de Jerusalén como capital del reino de Judá siguió rigiendo esta misma pauta: el practicar la adoración verdadera resultaba en la bendición y protección de Jehová; la apostasía llevaba a graves problemas que los dejaba vulnerables a los ataques. Durante el reinado de Jehoram (913-906 a. E.C.), el hijo infiel de Jehosafat, la ciudad fue invadida y saqueada por segunda vez, en esta ocasión por una coalición árabe-filistea, aun a pesar de los fuertes muros defensivos. (2 Cró. 21:12-17.) Al siglo siguiente, el rey Jehoás se apartó del proceder recto, y eso resultó en que las fuerzas sirias ‘empezaran a invadir a Judá y Jerusalén’, y el contexto indica que pudieron entrar en la ciudad. (2 Cró. 24:20-25.) Durante la apostasía de Amasias, el reino septentrional de Israel invadió Judá, y derrumbó unos 178m. del estratégico muro norte, entre la Puerta de la Esquina (en el ángulo NO.) y la Puerta de Efraín (al este de la Puerta de la Esquina). (2 Cró. 25:22-24.) Es posible que, antes de ese hecho, la ciudad se hubiera extendido a través del valle central hasta la colina occidental.

El rey Uzías (829-777 a. E.C.) mejoró notablemente las defensas de la ciudad, fortificando con torres la Puerta de la Esquina (NO.) y la Puerta del Valle (en el ángulo SO.); además construyó otra torre en el “Contrafuerte” (el “Ángulo”, BJ) que pudo ser una parte del muro oriental, no lejos de los edificios reales, ya sea los de David o los de Salomón. (2 Cró. 26:9; Neh. 3:24, 25.) Su hijo Jotán continuó el programa de construcción. (2 Cró. 27:3, 4.)

Después del apóstata rey Acaz, su hijo, el fiel rey Ezequías, limpió y reparó la zona del templo y convocó una gran celebración de la Pascua, que trajo a Jerusalén adoradores de todo el país, incluso del reino septentrional. (2 Cró. 29:1-5, 18, 19; 30:1, 10-26.) No obstante, poco después de este impulso que recibió la adoración verdadera, el país fue invadido por los asirios, que se burlaron del Dios verdadero cuyo nombre llevaba Jerusalén. En 732 a. E.C., ocho años después de que Asiria conquistara el reino norteño de Israel, el rey asirio Senaquerib atravesó Palestina devastándola a su paso y envió algunas tropas para que amenazaran Jerusalén. (2 Cró. 32:1, 9.) Ezequías había preparado la ciudad para que pudiera enfrentarse a un sitio. Había cegado las aguas de los manantiales que estaban fuera de la ciudad, para esconderlos y dificultar la tarea al enemigo, y había fortificado las murallas. (2 Cró. 32:2-5, 27-30.) Parece ser que el “conducto” para traer el agua dentro de la ciudad desde el manantial de Guihón ya estaba construido para ese tiempo. Posiblemente fuera un proyecto realizado en tiempo de paz. (2 Rey. 20:20; 2 Cró. 32:30.) Si, como se cree, este encañado incluía el túnel que se perforó en un lado del valle de Cedrón y que terminaba en el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón, entonces no sería un proyecto de poca envergadura como para que se completara en unos cuantos días. En todo caso, la fortaleza de la ciudad no dependía de sus sistemas defensivos y suministros, sino del poder protector de Jehová Dios, quien dijo: “Y ciertamente defenderé esta ciudad para salvarla por causa de mí mismo y por causa de David mi siervo”. (2 Rey. 19:32-34.) La destrucción milagrosa de 185.000 soldados asirios le obligó a Senaquerib a huir de regreso a Asiria. (2 Rey. 19:35, 36.) El registro de esta campaña militar en los anales asirios alardea de que Senaquerib encerró a Ezequías en Jerusalén como ‘un pájaro en una jaula’, pero no hace mención de que la ciudad fuera capturada. (Véase SENAQUERIB.)

Durante el reinado de Manasés (716-661 a. E.C.) se ampliaron las murallas a lo largo del valle de Cedrón. Pero la nación se apartó aún más de la adoración verdadera. (2 Cró. 33:1-9, 14.) Su nieto, Josías, detuvo temporalmente esta decadencia, y, durante su gobernación, el valle de Hinón—que había sido usado en ceremonias detestables por personas idólatras—se “hizo inservible para adoración”, probablemente siendo profanado y convertido en un basurero de la ciudad. (2 Rey. 23:10; 2 Cró. 33:6.) Parece ser que la “Puerta de los Montones de Ceniza” es la que daba a ese valle. (Neh. 3:13, 14; véanse GEHENA; HINÓN, VALLE DE.) Durante el tiempo de Josías, se menciona por primera vez “el segundo barrio” (“la nueva ciudad”, BJ) de la ciudad. (2 Rey. 22:14; 2 Cró. 34:22.) Por lo general se cree que este “segundo barrio” era la sección de la ciudad que quedaba al O. o NO. de la zona del templo. (Sof. 1:10; véase PUERTA, PASO DE ENTRADA [Puertas de Jerusalén].)

Después de la muerte de Josías, la situación de Jerusalén decayó rápidamente, pues se sucedieron en el trono cuatro reyes infieles. En el octavo año del rey Jehoiaquim (621-620 a. E.C.), Judá llegó a ser tributaria de Babilonia. La sublevación de Jehoiaquim tres años más tarde provocó el sitio de Jerusalén por los babilonios, el saqueo de los tesoros de la ciudad y la deportación del que entonces gobernaba como rey, Joaquín, así como de otros ciudadanos. (2 Rey. 24:1-16; 2 Cró. 36:5-10.) El rey designado por Babilonia, Sedequías, intentó librarse del yugo babilonio, y en el año noveno de su reinado (609-608 a. E.C.) Jerusalén fue sitiada otra vez. (2 Rey. 24:17-20; 25:1; 2 Cró. 36:11-14.) Una fuerza militar egipcia, enviada para liberar a Jerusalén, tuvo éxito en hacer que los sitiadores se retiraran, aunque solo temporalmente. (Jer. 37:5-10.) En conformidad con la profecía de Jehová dada por medio de Jeremías, los babilonios volvieron y reanudaron el sitio. (Jer. 34:1, 21, 22; 52:5-11.) Jeremías pasó la última parte del sitio preso en el “Patio de la Guardia” (Jer. 32:2; 38:28), el cual estaba conectado con la “Casa del Rey”. (Neh. 3:25.) Finalmente, al cabo de dieciocho meses de sitio, con sus consiguientes efectos de hambre, enfermedad y muerte, en el año undécimo de Sedequías abrieron una brecha en los muros de Jerusalén y la ciudad fue tomada. (2 Rey. 25:2-4; Jer. 39:1-3.)

DESOLACIÓN Y RESTAURACIÓN

La ciudad cayó el 9 de Tamuz de 607 a. E.C. Un mes más tarde, el 10 de Ab, Nebuzaradán, el agente de Nabucodonosor, entró en la ciudad conquistada y empezó el trabajo de demolición, quemando el templo y otros edificios, y derruyendo los muros de la ciudad. El rey de Jerusalén junto con la mayor parte del pueblo estaban exiliados en Babilonia, y los tesoros de la ciudad fueron llevados como botín. (2 Rey. 25:7-17; 2 Cró. 36:17-20; Jer. 52:12-20.)

La declaración del arqueólogo Conder en cuanto a que “se desconoce la historia de la ciudad arruinada hasta el tiempo de Ciro” es cierta, no solo en cuanto a Jerusalén, sino también en lo que respecta a toda la región del reino de Judá. El rey de Babilonia no repobló—como hicieron los asirios—la región conquistada. De manera que comenzó un período de setenta años de desolación, tal como se había profetizado. (Jer. 25:11; 2 Cró. 36:21.)

En el “año primero” (como gobernante de Babilonia) de Ciro el persa (538-537 a. E.C.) se emitió el decreto real que liberaba a los judíos exiliados para que ‘subieran a Jerusalén, que está en Judá y reedificaran la casa de Jehová el Dios de Israel’. (Esd. 1:1-4.) Unos cincuenta mil hombres repatriados hicieron el viaje de regreso a Jerusalén, llevando consigo los tesoros del templo. Llegaron a tiempo para celebrar la fiesta de las cabañas en el mes de Tisri (septiembre-octubre) de 537 a. E.C. (Esd. 2:64, 65; 3:1-4.) Se comenzó la reconstrucción del templo bajo la dirección del gobernador Zorobabel y, a pesar de serias interferencias y cierta apatía que se infiltró entre los judíos repatriados, finalmente se terminó para marzo de 515 a. E. C. Por autorización del rey Artajerjes (Longimano), en el año 468 a. E.C. volvieron otros exiliados con el sacerdote y escriba Esdras, trayendo más cosas para “hermosear la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén”. (Esd. 7:27; 8:25-27.)

Aproximadamente un siglo y medio después de la conquista de Nabucodonosor, los muros y puertas de la ciudad todavía estaban derruidos. Nehemías obtuvo permiso de Artajerjes para ir a Jerusalén y remediar esta situación. (Neh. 2:1-8.) El registro acerca de la inspección nocturna que hizo Nehemías y la distribución del trabajo de construcción a diferentes grupos familiares es una fuente de información muy importante acerca del trazado de la ciudad en ese tiempo, y en especial de sus puertas. (Neh. 2:11-15; 3:1-32.) Esa reconstrucción cumplió la profecía de Daniel y marcó el principio de las setenta “semanas” proféticas con respecto a la venida del Mesías. (Dan. 9:24-27.) En el año 455 a. E.C., a pesar del hostigamiento a que tuvieron que hacer frente, los israelitas edificaron un muro y puertas alrededor de Jerusalén en tan solo cincuenta y dos días. (Neh. 4:1-23; 6:15; 7:1.)

Jerusalén era ahora “ancha y grande, [pero] había pocas personas dentro de ella”. (Neh. 7:4.) Después de la lectura pública de las Escrituras y las celebraciones en la “plaza pública que [estaba] delante de la Puerta del Agua”, al este de la ciudad (Neh. 8:1-18), se planeó aumentar la población de la ciudad haciendo que uno de cada diez israelitas entrase a morar en Jerusalén. Esto se decidió por medio de echar suertes, aunque hubo quienes se ofrecieron voluntariamente. (Neh. 11:1, 2.) Se efectuó una obra de limpieza espiritual para que la población de la ciudad tuviera un buen fundamento en lo que respecta a la adoración pura. (Neh. 12:47-13:3.) La gobernación de Nehemías duró unos doce años, en el curso de la cual hizo un viaje a la corte del rey persa. Después de volver a Jerusalén, vio necesario realizar otra limpieza. (Neh. 13:4-31.) Con las enérgicas medidas tomadas por Nehemías para desarraigar la apostasía poco después de 443 a. E.C., termina el registro de las Escrituras Hebreas.

CONTROL HELÉNICO Y MACABEO

Con la conquista de Alejandro Magno en el año 333 a. E.C., el control pasó de los medopersas a los griegos. Los historiadores griegos no mencionan que Alejandro entrase en Jerusalén. A pesar de eso, la ciudad llegó a estar bajo el dominio griego, y es razonable concluir que Alejandro entraría en ella. En el primer siglo de la era común, Josefo registra una tradición judía, según la cual al acercarse a Jerusalén, Alejandro fue recibido por el sumo sacerdote judío y se le mostraron las profecías divinamente inspiradas registradas por Daniel, las cuales predecían las conquistas relámpago que Grecia realizaría. (Dan. 8:5-7, 20, 21.) En cualquier caso, parece ser que Jerusalén sobrevivió al cambio de control sin sufrir ningún daño.

Después de la muerte de Alejandro, Jerusalén y Judea llegaron a estar bajo el control de los tolomeos, los cuales gobernaron desde Egipto. En el año 198 a. E.C., Antíoco el Grande—que gobernaba en Siria—tomó la ciudad fortificada de Bidón, después de lo cual capturó Jerusalén. Finalmente, Judá llegó a ser parte del dominio del imperio seléucida. (Compárese con Daniel 11:16.) Jerusalén llegó a estar bajo e l dominio seléucida durante treinta años. Entonces, el rey sirio Antíoco IV (Epífanes), en su intento por helenizar completamente a los judíos, en el año 168 a. E.C. dedicó el templo de Jerusalén a Zeus (Júpiter) y profanó el altar por medio de un sacrificio inmundo. (1 Macabeos 1:57, 62; 2 Macabeos 6:1, 2, 5.) Esto provocó la sublevación macabea (o asmonea). Después de tres años de lucha, Judas Macabeo consiguió el control de la ciudad y del templo, y volvió a dedicar el altar de Jehová a la adoración verdadera en el aniversario de su profanación, el 25 de Kislev del año 165 a. E.C. (1 Macabeos 4:52-54; 2 Macabeos 10:5; compárese con Juan 10:22.)

La guerra contra los gobernantes seléucidas no había terminado. Los judíos solicitaron ayuda a Roma, de modo que en el año 161 a. E.C. una nueva potencia llegó a presentarse en la escena de Jerusalén. (1 Macabeos 8:17, 18.) Así fue como Jerusalén llegó a estar bajo la influencia del, ahora en ascenso, imperio romano. Cerca de 142 a. E.C., Simón Macabeo pudo hacer de Jerusalén la capital de una región aparentemente libre de sumisión o vasallaje a una nación gentil. Aristóbulo I, sumo sacerdote de Jerusalén, incluso asumió el título de “Rey” en el año 104 a. E.C., pero no era de la línea de David.

Jerusalén no fue una ‘ciudad de paz’ durante este período. De hecho, se vio afectada por luchas internas propiciadas por ambiciones egoístas y empeoradas por facciones religiosas rivales, como los saduceos, los fariseos o los celotes. Una violenta disputa entre Aristóbulo II y su hermano Hircano resultó en que se llamara a Roma para que arbitrara esta querella. Bajo el general Pompeyo, en el año 63 a. E.C. las fuerzas romanas asediaron Jerusalén durante tres meses, a fin de entrar en la ciudad y resolver la disputa. Según los registros históricos, murieron doce mil judíos, muchos de ellos a manos de sus compañeros israelitas.

En el relato de Josefo sobre la conquista de Pompeyo se menciona por primera vez la arcada que cruzaba el valle de Tiropeón. Servía para unir las mitades oriental y occidental de la ciudad y permitía que los que estaban en la mitad occidental pudieran tener acceso directo a la zona del templo.

En este tiempo, Antípater, un idumeo, fue nombrado gobernador romano de Judea, y se dejó a un macabeo como sumo sacerdote y etnarca local en Jerusalén. Posteriormente, Roma nombró al hijo de Antípater, Herodes (el Grande), como “rey” de Judea. Pero no consiguió el control de Jerusalén hasta el año 37 ó 36 a. E.C., fecha a partir de la cual empezó su gobierno efectivo.

BAJO HERODES EL GRANDE

El gobierno de Herodes se caracterizó por un ambicioso programa de construcción, y la ciudad disfrutó de bastante prosperidad. Se construyó un teatro, un gimnasio, un hipódromo así como otros edificios públicos. Herodes también construyó un palacio real bien fortificado, probablemente en el ángulo NO. de la ciudad, donde los arqueólogos creen haber encontrado el fundamento de una de las torres. Otra fortaleza, la Fortaleza Antonia, estaba cerca del templo, con el que se conectaba por medio de un pasadizo. (Antigüedades Judías, Libro XV, cap. XI, sec. 7.) Esto permitía que la guarnición romana tuviera un rápido acceso a la zona del templo, como probablemente ocurrió cuando los soldados rescataron a Pablo de una chusma en la mencionada zona. (Hech. 21:31, 32; véase ANTONIA, FORTALEZA.)

Sin embargo, la obra más importante de Herodes fue la reconstrucción del templo y de su complejo de edificios. Esta obra comenzó en el año decimoctavo de su reinado. (Antigüedades Judías, Libro XV, cap. XI, sec. 1.) La casa santa fue completada en un año y medio, pero la obra de los edificios y los patios adyacentes prosiguió hasta mucho después de su muerte. (Juan 2:20.) La superficie total abarcaba de unas seis a ocho hectáreas, el doble de la superficie del templo anterior. Se cree que el “Muro de las Lamentaciones” es una parte de la muralla occidental del patio del templo que aún se mantiene en pie. Los arqueólogos datan las diecinueve hiladas inferiores de enormes bloques—de unos 90 cm. de alto cada uno—como pertenecientes al tiempo de la construcción de Herodes.

DEL AÑO 2 A. E.C. AL 70 E.C.

Cuarenta días después de su nacimiento, Jesús fue llevado a Jerusalén y presentado en el templo como el primogénito de María. Simeón y Ana, ya envejecidos, se regocijaron al ver al Mesías prometido, y Ana habló de él “a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”. (Luc. 2:21-38; compárese con Levítico 12:2-4.) No se dice cuántas veces más Jesús fue llevado a Jerusalén durante su niñez; solo hay registro específico de una visita efectuada cuando tenía doce años. En esa ocasión, conversó con los maestros en la zona del templo, manteniéndose así ocupado en la ‘casa de su Padre’, en la ciudad que Él había escogido. (Luc. 2:41-49.)

Después de su bautismo y durante su ministerio de tres años y medio, Jesús fue a Jerusalén con regularidad. Allí estuvo sin duda para las tres fiestas anuales, pues la asistencia a las mismas era obligatoria para todos los varones judíos. (Éxo. 23:14-17.) No obstante, pasó mucho de su tiempo fuera de la capital, mientras predicaba y enseñaba en Galilea y otras regiones del país.

Aparte de la zona del templo, donde Jesús frecuentemente enseñó, se mencionan pocos puntos específicos de la ciudad en conexión con su ministerio. El estanque de Betzata, con sus cinco columnatas (Juan 5:2), se cree que era el que se ha desenterrado justo al norte de la zona del templo. El estanque de Siloam está ubicado en una de las laderas de la parte meridional de la loma oriental, y recibe el agua del manantial de Guihón a través del conducto y del túnel que se suponen del tiempo de Ezequías. (Juan 9:11.) Se da un cuadro más detallado de la ciudad en el relato de la última visita de Jesús a Jerusalén.

Seis días antes de la fiesta de la Pascua del año 33 E.C., Jesús fue a Betania, a unos 3 Km. de Jerusalén en el lado oriental del monte de los Olivos. Al día siguiente, el 9 de Nisán, como el rey ungido de Jehová, se dirigió hacia la capital montado sobre un pollino, en cumplimiento de la profecía de Zacarías 9:9. (Mat. 21:1-9.) Al descender del monte de los Olivos, se detuvo para ver la ciudad y lloró por ella, prediciendo de manera gráfica el venidero sitio y la desolación que experimentaría. (Luc. 19:37-44.) Al entrar en la ciudad, probablemente a través de una puerta del muro oriental, toda la ciudad “se puso en conmoción”, pues las noticias correrían rápidamente en esa zona relativamente pequeña. (Mat. 21:10.)

Durante el resto del tiempo que él permaneció en Jerusalén, aunque pasaba la noche en Betania (Luc. 21:37, 38), limpió de comerciantes la zona del templo (Mat. 21:12, 13), tal como lo había hecho unos tres años antes. (Juan 2:13-16.) El 11 de Nisán llevó a cuatro discípulos al monte de Jos Olivos, desde donde podían verse la ciudad y su templo, y allí pronunció su gran profecía con respecto a la destrucción venidera de Jerusalén, su presencia y la “conclusión del sistema de cosas”. (Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21.) El 13 de Nisán sus discípulos hicieron los preparativos para la comida de la Pascua en un aposento alto de Jerusalén donde, aquella noche (el comienzo del 14 de Nisán), Jesús celebraría la cena con ellos. Después de la consideración que tuvo con ellos, salieron de la ciudad, cruzaron el “torrente invernal de Cedrón” y llegaron al jardín llamado Getsemaní, en el monte de los Olivos. (Mat. 26:36; Luc. 22:39; Juan 18:1, 2; véase GETSEMANÍ.)

Aquella noche, Jesús fue arrestado y llevado a Jerusalén ante los sacerdotes Anás y Caifás y a la sala del Sanedrín para ser juzgado. (Mat. 26:57-27:1; Juan 18:13-27.) Al amanecer fue llevado de allí a Pilato, quizás a la Fortaleza Antonia, situada al norte del templo. (Mat. 27:2; Mar. 15:1.) Luego se le condujo ante Herodes Antipas, probablemente al palacio de Herodes, situado en el extremo NO. de la ciudad. (Luc. 23:6, 7.) Finalmente, fue devuelto a Pilato para el juicio definitivo en “El Empedrado”, lugar llamado en hebreo “Gábbatha”. (Luc. 23:11; Juan 19:13.) Muchos creen que un extenso pavimento descubierto en la zona de la Fortaleza Antonia fue el lugar donde Pilato pronunció su juicio.

En el Gólgotha, que significa “Lugar del Cráneo”, Jesús fue fijado en un madero. (Mat. 27:33-35; Luc. 23:33.) Aunque obviamente este lugar debió estar fuera de los muros de la ciudad, probablemente hacia el norte, y por lo tanto no lejos de la Fortaleza Antonia, el sitio exacto no se sabe con certeza. (Véase GÓLGOTHA.) Lo mismo ocurre con respecto al sepulcro de Jesús. La Tumba del Jardín de Gordon, situada al norte de la actual Puerta de Damasco, por lo menos da una idea de cómo eran las tumbas típicas de los ricos en los primeros siglos de la era común. Está excavada en la roca, y tiene una gran piedra redonda colocada en un surco para sellar la entrada.

El “campo del alfarero para sepultar a los extraños”, comprado con el dinero del soborno que Judas tiró en el templo para devolvérselo a los sacerdotes (Mat. 27:5-7), se sitúa tradicionalmente en la parte sur del valle de Hinón, cerca de su confluencia con el valle de Cedrón. En esa zona se encuentran muchas tumbas.

Durante el período apostólico

Después de su resurrección, Jesús mandó a sus discípulos que no se retiraran de Jerusalén en ese tiempo. (Luc. 24:49; Hech. 1:4.) Este tenía que ser el punto de partida de la predicación de arrepentimiento para el perdón de pecados sobre la base del nombre de Cristo. (Luc. 24:46-48.) Diez días después de su ascensión al cielo, los discípulos, reunidos en un aposento alto, recibieron el ungimiento por espíritu santo. (Hech. 1:13, 14; 2:1-4.) Jerusalén estaba abarrotada de judíos y prosélitos de todas partes del imperio romano que asistían a la fiesta del Pentecostés. El testimonio que añadieron aquellos cristianos llenos de espíritu santo resultó en que miles llegaran a ser discípulos bautizados. En una ciudad de menos de trescientas hectáreas de superficie, con miles de personas dando testimonio de su fe, no sorprende que los líderes religiosos airados clamaran: “¡Miren!, han llenado a Jerusalén con su enseñanza”. (Hech. 5:28.) Los milagros que realizaron añadieron fuerza al testimonio: por ejemplo, la curación del mendigo cojo en “la puerta del templo que se llamaba Hermosa”, probablemente la puerta oriental del Atrio de las Mujeres. (Hech. 3:2, 6, 7.)

Aun después de que la testificación empezara a esparcirse fuera de Jerusalén a “Samaria y hasta la parte más lejana de la tierra” (Hech. 1:8), Jerusalén siguió siendo la sede del cuerpo gobernante de la congregación cristiana. La persecución pronto hizo que ‘todos salvo los apóstoles fueran esparcidos por las regiones de Judea y Samaria’. (Hech. 8:1; compárese con Gálatas 1:17-19; 2:1-9.) Desde Jerusalén se envió a algunos apóstoles y discípulos para que ayudaran a los nuevos grupos de creyentes, como en el caso de Samaria. (Hech. 8:14; 11:19-22, 27.) Saulo de Tarso (Pablo) rápidamente creyó apropiado acortar su primera visita como cristiano a Jerusalén debido a los complós que había para quitarle la vida (Hech. 9:26-30); no obstante, hubo también períodos de calma. (Hech. 9:31.) Fue en Jerusalén donde Pedro informó a la asamblea cristiana que Dios había aceptado a creyentes gentiles, y fue también allí donde se zanjó la cuestión sobre la circuncisión y otros asuntos relacionados. (Hech. 11:1-4, 18; 15:1, 2, 22-29; Gál. 2:1, 2.)

Jesús había descrito a Jerusalén como: “La que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella”. (Mat. 23:37; compárese con los versículos 34-36.) Aunque individualmente muchos de sus ciudadanos mostraron fe en el Hijo de Dios, en conjunto la ciudad continuó siguiendo el proceder del pasado. Por esa razón, ‘su casa se le dejó abandonada a ella’. (Mat. 23:38.) En el año 66 E.C. una sublevación judía hizo que las fuerzas romanas bajo Cestio Galo fueran a la ciudad, la rodearan y avanzaran hasta los muros del templo. (Compárese con Lucas 21:20.) De pronto, y sin ninguna razón aparente, Cestio Galo se retiró. Esto permitió que los cristianos obraran de acuerdo con las instrucciones de Jesús: “Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella”. (Luc. 21:20-22.) Eusebio, basándose en la información de los escritos de Hegesipo, del segundo siglo, dice en su Historia Eclesiástica (III, 5:3) que los cristianos dejaron Jerusalén y huyeron a las inmediaciones de Pela, en la región montañosa de Galaad.

El alivio de Jerusalén debido a la retirada de los romanos fue de breve duración, como cuando los babilonios se retiraron temporalmente para enfrentarse a los egipcios. Bajo el general Tito, las fuerzas romanas volvieron con muchos más soldados y sitiaron la ciudad, que estaba abarrotada con los que se encontraban celebrando la Pascua. Los romanos levantaron rápidamente terraplenes de asedio y una muralla o valla continua que rodeaba toda la ciudad, para impedir la huida tanto de día como de noche. Esto también cumplió la profecía de Jesús. (Luc. 19:43.) Dentro de la ciudad, las facciones rivales disputaban y luchaban, se destruyó gran parte del suministro de alimento, y se mataba como traidores a los que se aprehendía intentando huir de la ciudad. Josefo, tomado como fuente de esta información, relata que el hambre llegó a ser tan grave que la gente tuvo que comer manojos de heno, cuero y hasta a sus propios hijos. (Compárese con Lamentaciones 2:11, 12, 19, 20; Deuteronomio 28:56, 57.) Las ofertas de paz por parte de Tito fueron rechazadas una y otra vez por los testarudos líderes de la ciudad.

Por fin los romanos abrieron metódicamente brechas en los muros, y sus tropas invadieron la ciudad. El templo fue quemado por completo, en contra de las órdenes que se habían dado. Según Josefo, esto tuvo lugar en el aniversario de la destrucción del primer templo, siglos antes, por Nabucodonosor. Su relato también dice que fue quemado el archivo donde estaban todos los libros con los registros genealógicos de la descendencia tribual y familiar así como los derechos de herencia. Por consiguiente, los medios legales para establecer el linaje de los miembros de la tribu mesiánica de Judá y la tribu sacerdotal de Leví llegaron a su fin.

La conquista se completó en tan solo cuatro meses y veinticinco días, desde el 3 de abril hasta el 30 de agosto del año 70 E.C. Así, la tribulación, aunque intensa, fue notablemente corta. La actitud y las acciones irrazonables de los judíos en el interior de la ciudad contribuyeron a esa brevedad. Aunque Josefo calcula que hubo 1.100.000 muertos, también quedaron sobrevivientes. (Compárese con Mateo 24:22.) Se tomaron 97.000 cautivos, muchos de los cuales fueron vendidos como esclavos a Egipto y a otros países. Esto también cumplió profecía divina. (Deu. 28:68.)

Toda la ciudad fue demolida. Tan solo se dejaron en pie las torres del palacio de Herodes y una parte del muro occidental para mostrar a las generaciones venideras lo inútiles que habían sido las fuertes defensas. Josefo observa que, aparte de esos restos, “los encargados de destruirla allanaron de tal manera el ámbito de la ciudad, que daba la impresión de que ese sitio jamás hubiese sido habitado”. (La Guerra de los Judíos, Libro VII, cap. I, sec. 1.) En el Arco de Tito, en Roma, hay un relieve que representa a los soldados romanos llevando los vasos sagrados del templo destruido. (Compárese con Mateo 24:2.)

LA SIGNIFICACIÓN DE LA CIUDAD

Jerusalén fue mucho más que la capital de una nación terrestre. Fue la única ciudad en toda la Tierra sobre la cual Jehová Dios puso su nombre. (1 Rey. 11:36.) Cuando el arca del pacto—que simbolizaba la presencia de Dios—fue llevada a la ciudad, y especialmente cuando se construyó el santuario del templo o casa de Dios, Jerusalén llegó a ser la ‘residencia’ figurativa de Jehová, su “lugar de descanso”. (Sal. 78:68, 69; 132:13, 14; 135:21; compárese con 2 Samuel 7:1-7, 12, 13.) Debido a que los reyes de la línea de David eran ungidos por Dios y se sentaban en el “trono de Jehová” (1 Cró. 29:23; Sal. 122:3-5), Jerusalén era llamada “el trono de Jehová”, y de hecho, las tribus o naciones que se volvían a ella en reconocimiento de la soberanía de Dios, estaban siendo congregadas al nombre de Jehová. (Jer. 3:17; Sal. 122:1-4; Isa. 27:13; compárese con 33:17, 20-22.) Los que eran hostiles o luchaban contra Jerusalén, en realidad se oponían a la soberanía de Dios. Esa hostilidad tenía que producirse, en vista de la declaración profética de Génesis 3:15.

Por lo tanto Jerusalén representó la sede del gobierno divinamente constituido o reino típico de Dios. De ella salía la ley de Dios, su palabra y su bendición. (Miq. 4:2; Sal. 128:5.) Los que trabajaban a favor de la paz de Jerusalén y su bienestar estaban trabajando por el éxito del propósito justo de Dios, por la prosperidad de su voluntad. (Sal. 122:6-9.) Aunque estaba situada entre las montañas de Judá y su apariencia sin duda era impresionante, la verdadera posición encumbrada y belleza de Jerusalén se debía a la manera en que Jehová la había honrado y glorificado para que le sirviera de “corona de hermosura”. (Sal. 48:1-3, 11-14; 50:2; Isa. 62:1-7.)

Ya que principalmente son las criaturas inteligentes las que alaban a Jehová y hacen su voluntad, no iban a ser los edificios que formaban la ciudad los que determinarían si se les seguía usando, sino las propias personas, los gobernantes y gobernados, los sacerdotes y el pueblo. (Sal. 102:18-22; Isa. 26:1, 2.) Mientras fueron fieles, al honrar el nombre de Jehová por sus palabras y modo de vivir, Él bendijo y defendió a Jerusalén. (Sal. 125:1, 2; Isa. 31:4, 5.) Pero debido al proceder apóstata que siguió la mayoría, tanto el pueblo como sus reyes pronto cayeron en el disfavor de Jehová. Por esa razón, Jehová declaró su propósito de rechazar a la ciudad que había llevado su nombre. (2 Rey. 21:12-15; 23:27.) Él quitaría el “apoyo y sostén” de la ciudad, y como resultado abundaría la tiranía, la delincuencia juvenil y la falta de respeto a los hombres que ocuparan puestos honorables. Jerusalén sufriría degradación y gran humillación. (Isa. 3:1-8, 16-26.) Aunque Jehová restauró la ciudad setenta años después de permitir su destrucción a manos de Babilonia, y la hizo otra vez hermosa como el centro gozoso de la adoración verdadera en la Tierra (Isa. 52:1-9; 65:17-19), el pueblo y sus líderes volvieron una vez más al proceder apóstata.

Jehová conservó la ciudad hasta que envió a su Hijo a la Tierra para que así se cumplieran las profecías mesiánicas. (Isa. 28:16; 52:7; Zac. 9:9.) El proceder apóstata de Israel llegó a su clímax al fijar al Mesías, Jesucristo, en un madero. (Compárese con Mateo 21:33-41.) Esta acción, que tuvo lugar en Jerusalén y fue instigada por los líderes de la nación con el apoyo del pueblo, hizo que Dios rechazara completa e irreversiblemente a Jerusalén como la ciudad que le representaba y llevaba Su nombre. (Compárese con Mateo 16:21; Lucas 13:33-35.) Ni Jesús ni sus apóstoles predijeron que Dios restauraría a la Jerusalén terrestre después de su destrucción, destrucción que había sido decretada divinamente y que ocurrió en el año 70 E.C.

No obstante, el nombre de Jerusalén siguió usándose como símbolo de algo mayor que la ciudad terrestre. El apóstol Pablo, por inspiración divina, reveló que hay una “Jerusalén de arriba”. Hizo referencia a ella como la “madre” de los cristianos ungidos. (Gál. 4:25, 26.) Esto coloca a la “Jerusalén de arriba” como esposa de Jehová Dios, el gran Padre y Dador de vida. Cuando se escogió a la Jerusalén terrestre como ciudad principal de la nación escogida de Dios, también se habló de ella como una mujer casada con Dios, unida a Él con lazos santos en una relación de pacto. (Isa. 51:17, 21, 22; 54:1, 5; 60:1, 14.) De manera que ella significó o representó a toda la congregación de siervos humanos de Dios. La “Jerusalén de arriba” debe representar por lo tanto a toda la congregación de siervos espíritus de Jehová.

La Nueva Jerusalén

En la Revelación inspirada, el apóstol Juan registra información concerniente a la “nueva Jerusalén”. (Rev. 3:12.) Juan ve en visión a esta “santa ciudad” descendiendo “del cielo desde Dios y preparada como una novia adornada para su esposo”. Esto guarda relación con la visión de “un nuevo cielo y una nueva tierra”. De esta “novia” se dice que es “la esposa del Cordero”. (Rev. 21:1-3, 9-27.) Otros escritos apostólicos aplican el mismo simbolismo a la congregación cristiana de ungidos. (2 Cor. 11:2; Efe. 5:21-32.) En el capítulo 14 de Revelación se representa al “Cordero”, Cristo, en el monte Sión, un nombre que también se asocia con Jerusalén (compárese con 1 Pedro 2:6), y con él están los 144.000 que tienen su nombre y el nombre de su Padre escritos en sus frentes. (Rev. 14:1-5; véase NUEVA JERUSALÉN.)

La Jerusalén infiel

Ya que mucho de lo que se dice concerniente a Jerusalén en las Escrituras es en tono condenatorio, está claro que solo la Jerusalén fiel simboliza o prefigura a la verdadera congregación cristiana, el “Israel de Dios”. (Gál. 6:16.) La Jerusalén infiel, representada como una prostituta y una mujer adúltera, llegó a ser como los amorreos e hititas paganos que en un tiempo controlaron la ciudad. (Eze. 16:3, 15, 30-42.) Como ciudad infiel, solo podía representar a apóstatas, a los que siguen un proceder de ‘prostitución’ o infidelidad al Dios cuyo nombre alegan llevar. (Sant. 4:4.)

Por consiguiente, se puede ver que el nombre “Jerusalén” se usa en varios sentidos, y debe considerarse el contexto en cada caso para entender bien su aplicación.

[Mapa de la página 874]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Principales rasgos geográficos de JERUSALÉN y sus alrededores

MONTE SCOPUS

MONTE MORIA

MONTE DE LOS OLIVOS

MONTE SIÓN

COLINA OCCIDENTAL

Valle de Hinón

Valle Transversal

Valle de Tiropeón

Valle torrencial de Cedrón

Guihón

En-roguel

[Mapa de la página 880]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

JERUSALÉN DURANTE EL MINISTERIO DE JESÚS Y SUS APÓSTOLES

Tumba del jardín (?)

Gólgotha (?)

(Este muro exterior del norte lo empezó a construir Herodes Agripa I [c. 41-44 E. C])

Estanque de Betzata

Fortaleza Antonia

Templo

Sanedrín (?)

Palacio de Herodes

VALLE DE TIROPEÓN

Estanque de Siloam

VALLE DE HINÓN O GEHENA

Akéldama (?)

VALLE DE CEDRÓN

Columnata de Salomón

Getsemaní (?)

MONTE DE LOS OLIVOS

[Imagen de la página 876]

La Torre de David, en el lado occidental de Jerusalén. Hay quien cree que esta torre data de los días del rey Herodes

[Imagen de la página 881]

Moneda romana que conmemora la destrucción de Jerusalén en 70 E.C. Judaea Capta (“Judea Cautiva”). SC (“Senatus Consultus”, que significa “por un decreto del senado”)

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