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VIDA

Estado de actividad. Existencia animada de un ser o la duración de esa existencia. Las tres manifestaciones de la vida terrestre o física son: el crecimiento producido por el metabolismo, la reproducción y la facultad de adaptarse a las variaciones del medio ambiente. La palabra hebrea de la que se traduce vida en las Escrituras es jay·yáh, y la griega, zo·é. También se utiliza el término hebreo né·fesch y el griego psy·kjé —ambos significan “alma”— para hacer referencia a la vida, no en el sentido abstracto, sino a la vida como persona o animal. (Compárese el uso que se les da a las palabras “alma” y “vida” en Job 10:1; Salmos 66:9; Proverbios 3:22.) La vegetación tiene vida en el sentido de que posee la facultad de crecer, reproducirse y adaptarse, pero no tiene vida como alma.

JEHOVÁ DIOS ES LA FUENTE

La vida siempre ha existido porque Jehová Dios es el Dios vivo, la Fuente de la vida, y su existencia no tiene ni principio ni fin. (Jer. 10:10; Dan. 6:20, 26; Juan 6:57; 2 Cor. 3:3; 6:16; 1 Tes. 1:9; 1 Tim. 1:17; Sal. 36:9; Jer. 17:13.) A la primera de sus creaciones, la Palabra, su Hijo unigénito, se le dio vida. (Juan 1:1-3; Col. 1:15.) Por medio de este Hijo fueron creados otros hijos angélicos de Dios. (Job 38:4-7; Col. 1:16, 17.) Más tarde, llegó a existir el universo físico (Gén. 1:1, 2), y en el tercero de los “días” creativos de la Tierra aparecieron las primeras formas de vida física: la hierba, la vegetación y los árboles frutales. En el quinto día se crearon las primeras almas vivientes: los animales marinos y las criaturas voladoras aladas. En el sexto día llegaron a existir los animales terrestres y, finalmente, el hombre. (Gén. 1:11-13, 20-23, 24-31; Hech. 17:25.)

No hubo evolución

Por consiguiente, la aparición de la vida en la Tierra no tuvo que esperar a que se produjera una combinación fortuita de elementos químicos bajo ciertas condiciones ideales. Tal cosa no se ha observado jamás y, de hecho, es imposible. La vida en la Tierra llegó a existir como resultado de un mandato directo de Jehová Dios, la Fuente de la vida, y por la acción directa de su Hijo al llevar a cabo ese mandato. Solo la vida puede engendrar vida. En todos los casos, el relato bíblico nos dice que lo creado produjo prole a su semejanza o “según su género”. (Gén. 1:12, 21, 25; 5:3.) Los científicos se han dado cuenta de que verdaderamente existen marcadas divisiones entre los diferentes “géneros”, y, con la excepción de la cuestión de su origen, este ha sido el principal obstáculo a su teoría de la evolución.

Fuerza de vida y aliento

En las criaturas terrestres o “almas” se conjugan la fuerza activa de vida o “espíritu” que las anima y el aliento que sustenta esa fuerza de vida. Tanto el espíritu (fuerza de vida) como el aliento son provisiones de Dios; Él puede destruir la vida por medio de quitar cualquiera de ambas cosas. (Sal. 104:29; Isa. 42:5.) En el tiempo del Diluvio los animales y los humanos se ahogaron; su aliento cesó y la fuerza de vida se extinguió. “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento de la fuerza de vida [literalmente, “en la cual (está) la fuerza activa (espíritu) de vida”], a saber, cuanto había en el suelo seco, murió.” (Gén. 7:22, nota al pie de la página; compárese con la traducción de Cantera Iglesias; véase ESPÍRITU.)

Organismo

Todo lo que tiene vida, sea espiritual o carnal, posee un organismo o cuerpo. La vida en sí misma es impersonal e incorpórea, y constituye simplemente el principio vital. Al considerar la clase de cuerpo con el que volverían las personas resucitadas, el apóstol Pablo explica que en la creación hay diferentes clases de cuerpos, dependiendo del ambiente para el que hayan sido creados. En cuanto a los que viven en la Tierra, dice: “No toda carne es la misma carne, sino que hay una de la humanidad, y hay otra carne del ganado, y otra carne de las aves, y otra de los peces”. También menciona que “hay cuerpos celestes, y cuerpos terrestres; mas la gloria de los cuerpos celestes es de una clase, y la de los cuerpos terrestres es de una clase diferente”. (1 Cor. 15:39, 40.)

Con respecto a la diferencia de la carne de los diversos cuerpos terrestres, la Encyclopædia Britannica dice: “Otro rasgo es la individualidad química que se manifiesta en todas partes, pues cada tipo distinto de organismo parece tener alguna proteína propia y distintiva, y un ritmo de metabolismo que le caracteriza. Así, considerando la cualidad general de persistencia en el metabolismo continuo, hay una tríada de hechos: 1) La síntesis de proteínas que compensa la descomposición de las mismas, 2) la aparición de dichas proteínas en un estado coloidal y 3) su carácter específico entre los diferentes tipos” [bastardillas nuestras]. (Ed. 1942, vol. 14, pág. 42.)

LA TRANSMISIÓN DE LA FUERZA DE VIDA

Jehová dio origen a la fuerza de vida de las primeras criaturas de cada “género” (por ejemplo: de la primera pareja humana), fuerza de vida que podría pasar después a la prole por medio de la reproducción. La vida del hombre y de los animales depende, en primer lugar, de la fuerza de vida iniciada en la primera pareja y, en segundo lugar, del aliento para sostener esa fuerza de vida. La ciencia biológica da testimonio de este hecho por la distinción que hace entre muerte somática o real (también llamada muerte clínica), que es el cese absoluto de las funciones del cerebro, sistema circulatorio y respiratorio (el cuerpo como una unidad organizada está muerto), y la muerte de los tejidos (también llamada muerte biológica o muerte absoluta), que significa la desaparición de toda actividad biológica en los tejidos y células del cuerpo. Así, aunque la persona haya muerto sin posibilidad humana de resucitación (muerte somática), la fuerza de vida todavía subsiste en las células de los tejidos del cuerpo hasta que finalmente cada célula muere por completo (muerte de los tejidos).

VIDA ETERNA PARA EL HOMBRE

A diferencia de los animales, al hombre se le dio capacidad espiritual. Esta capacidad creó una necesidad en Adán: él necesitaba algo más que alimento físico; necesitaba sustento espiritual. Y para su bienestar mental y físico tenía que ejercer dicha capacidad.

De manera que independientemente de Jehová Dios y sus provisiones espirituales no puede haber una continuidad indefinida de la vida. En cuanto a vivir para siempre, Jesús dijo: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Juan 17:3.)

Adán perdió la vida para sí mismo y para su prole

Cuando Adán fue creado, Dios puso en el jardín de Edén el “árbol de la vida”. (Gén. 2:9.) El fruto de este árbol no tenía ninguna cualidad intrínseca que impartiese vida, más bien representaba la garantía de vivir “hasta tiempo indefinido” que Dios otorgaría a aquel que recibiese su permiso para comer de su fruto. Ya que Dios colocó el árbol en el jardín con algún propósito, a Adán sin duda se le hubiese permitido comer de su fruto una vez que hubiera demostrado su fidelidad hasta un grado que Dios considerara satisfactorio y suficiente. Cuando Adán transgredió, se le impidió comer del árbol. Jehová dijo: “Ahora, para que no alargue la mano y efectivamente tome fruto también del árbol de la vida y coma y viva hasta tiempo indefinido...”. Entonces, Jehová respaldó sus palabras con acción. Él no permitiría que alguien que no fuera merecedor de vida viviese en el jardín hecho para personas justas y comiese del árbol de la vida. (Gén. 3:22, 23.)

Adán, que había disfrutado de vida perfecta —la continuidad de la cual estaba condicionada por su obediencia a Jehová (Gén. 2:17; Deu. 32:4)—, experimentó entonces la operación del pecado y su fruto: la muerte. Sin embargo, seguía teniendo una gran energía vital. Incluso en su triste situación, aislado de Dios y de la verdadera espiritualidad, vivió novecientos treinta años antes de que le abatiese la muerte. Mientras tanto, pudo transmitir a sus descendientes, no la plenitud de la vida, pero sí una medida de vida que permitió a muchos de ellos vivir de setecientos a novecientos años. (Gén. 5:3-32.) Santiago, el medio hermano de Jesús, describe el proceso que se dio en Adán: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte”. (Sant. 1:14, 15.)

Es oportuno mencionar de paso lo que algunos argumentan. Dicen que a pesar de la capacidad que el cuerpo humano tiene para sanarse y para reemplazar lo que se va desgastando, al hombre le es completamente imposible vivir para siempre debido a que las células del sistema nervioso central no pueden ser reemplazadas. Los experimentos de la actualidad parecen apoyar este punto de vista. Sin embargo, un nervio dañado puede sanarse por sí mismo; incluso un nervio cortado, si se sutura apropiadamente, puede regenerarse, si bien la curación de los nervios es más lenta que la de los otros tejidos. Así, aunque las células nerviosas no se desgastan ni se reemplazan como las de la piel, sí siguen un proceso de reparación y regeneración. Una confirmación de este proceso se encuentra en la notable longevidad de los hombres antes del Diluvio. Su sistema nervioso central era capaz de resistir los estragos de cientos de años, incluso bajo los efectos debilitadores del pecado y la muerte en sus cuerpos.

Regeneración

Con el fin de que el hombre pudiera recuperar la perfección corporal y la perspectiva de vivir para siempre, Jehová ha provisto la verdad, “la palabra de vida”, la cual, de seguirse, llevará a la persona obediente a esta condición. (Juan 17:17; Fili. 2:16.) El seguir la verdad proporcionará un conocimiento de la provisión que Dios ha hecho de Jesucristo, “que se dio a sí mismo como rescate correspondiente por todos”. (1 Tim. 2:5, 6.) Esta es la única manera de restaurar al hombre tanto la espiritualidad completa como la integridad física. (Hech. 4:12; 1 Cor. 1:30; 15:23-26; 2 Cor. 5:21; véase RESCATE.)

Por lo tanto, la regeneración a la vida viene por medio de Jesucristo. De él se dice que es “el último Adán [...] un espíritu dador de vida”. (1 Cor. 15:45.) Proféticamente se le llama “Padre Eterno” (Isa. 9:6) y se le identifica como el que “derramó su alma hasta la mismísima muerte” y que la ‘puso como ofrenda por la culpa’. Como tal “Padre”, él puede regenerar a la humanidad, dando así vida a los que son obedientes y ejercen fe en la ofrenda de su alma. (Isa. 53:10-12.)

La esperanza de los hombres de tiempos antiguos

Los hombres fieles de tiempos antiguos tenían la esperanza de vivir. El apóstol Pablo lo indica por medio de remontarse al tiempo de la prole de Abrahán antes de que se diera la Ley, y habla de sí mismo, un hebreo, como si estuviese vivo entonces, en el sentido de que era un descendiente en potencia de sus antepasados. Pablo dice: “Yo estaba vivo en otro tiempo aparte de ley; mas cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí. Y el mandamiento que era para vida, este hallé que fue para muerte”. (Rom. 7:9, 10; compárese con Hebreos 7:9, 10.) Hombres como Abel, Enoc, Noé y Abrahán esperaban en Dios. Creían en la “descendencia” que magullaría la cabeza de la serpiente, lo cual significaría liberación (Gén. 3:15; 22:16-18); esperaban la “ciudad que tiene fundamentos verdaderos” y creían en una resurrección de los muertos. (Heb. 11:10, 16, 35.)

Al darse la Ley, se hizo manifiesta la condición pecaminosa de los israelitas así como de la humanidad en general. Además, la Ley condenaba a muerte a los judíos. (Gál. 3:19; 1 Tim. 1:8-10.) El apóstol argumenta: “Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justicia realmente habría sido por medio de ley”. (Gál. 3:21.) Ahora, al haber sido condenados por la Ley, los judíos ya no solo eran pecadores como prole de Adán, sino que también estaban bajo una incapacidad adicional. Por esta razón, Cristo murió en un madero de tormento. Pablo dijo: “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley, llegando a ser una maldición en lugar de nosotros, porque está escrito: ‘Maldito es todo aquel que es colgado en un madero’”. (Gál. 3:13.) Al quitar este obstáculo (la maldición que se acarrearon los judíos por quebrantar la Ley), Jesucristo quitó de delante de los judíos la barrera que les impedía alcanzar la vida, dándoles así la oportunidad de conseguirla. De este modo, su rescate podía beneficiarles tanto a ellos como a otras personas.

La vida eterna: recompensa de Dios por la fidelidad

En todo el registro bíblico se evidencia que la esperanza de los siervos de Jehová ha sido la de recibir vida eterna de parte de Dios. Esta esperanza les ha animado a mantener fidelidad. No es una expectativa egoísta. El apóstol escribe: “Además, sin fe es imposible serle de buen agrado, porque el que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que llega a ser remunerador de los que le buscan solícitamente”. (Heb. 11:6.) Dios es remunerador, y esa es una de las cualidades por las que merece la plena devoción de sus criaturas.

Inmortalidad, incorrupción, vida divina

La Biblia dice que Jehová es inmortal e incorruptible. (1 Tim. 1:17.) Su Hijo ha sido la primera criatura a la que Él ha concedido estos dones. Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo, Cristo era el único que había recibido inmortalidad. (1 Tim. 6:16.) No obstante, también les ha sido prometida a los hermanos espirituales de Cristo. (Rom. 2:7; 1 Cor. 15:53, 54.) Ellos también llegan a ser partícipes de la “naturaleza divina”, llegan a ser personas espíritus, así como Dios, el Divino, es un espíritu. (2 Ped. 1:4; Jos. 22:22; 2 Cor. 3:17.) Los ángeles son criaturas espíritus, pero no son inmortales, pues los que se vuelven demonios serán destruidos. (Mat. 25:41; Luc. 4:33, 34; Rev. 20:10, 14; véanse INCORRUPCIÓN; INMORTALIDAD.)

Vida terrestre sin corrupción

¿Qué hay en cuanto a los demás de la humanidad que no reciben vida celestial? Jesús dijo: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna”. (Juan 3:16.) En su parábola de las ovejas y las cabras, las personas de las naciones que han sido juzgadas como ovejas y separadas a la diestra de Jesús parten “a la vida eterna”. (Mat. 25:46.) Pablo habla de los “hijos de Dios” y “coherederos con Cristo”, y dice que “la expectación anhelante de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios”. Luego, pasa a decir: “La creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom. 8:14-23.) Cuando Adán fue creado como humano perfecto era un “hijo de Dios”. (Luc. 3:38.) La visión profética de Revelación 21:1-4 señala al tiempo en el que existirá un “nuevo cielo” y una “nueva tierra”, y promete que entonces “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. Ya que esta no es una promesa para criaturas espíritus, sino específicamente para “la humanidad”, proporciona la garantía de que habrá una nueva sociedad humana terrestre que vivirá bajo el “nuevo cielo” y experimentará la restauración de la mente y el cuerpo hasta llegar a tener salud completa y vida eterna como “hijos de Dios” terrestres.

En su mandato a Adán, Dios dio a entender que si Adán obedecía, no moriría. (Gén. 2:17.) Por lo tanto, cuando la muerte sea reducida a la nada como el último enemigo del hombre, no habrá ningún pecado que obre en los cuerpos de la humanidad obediente para acarrear la muerte. Vivirán hasta tiempo indefinido. (1 Cor. 15:26.) La muerte será reducida a la nada al final del reinado de Cristo, el cual, según el libro de Revelación, durará mil años. (Rev. 20:4-6.) En este libro se dice que los que llegarán a ser reyes y sacerdotes con Cristo “llegaron a vivir y reinaron con el Cristo por mil años”. “Los demás de los muertos”, que no llegan a vivir “hasta que se terminaron los mil años”, tienen que ser aquellos que sigan con vida al fin de los mil años, pero antes de que Satanás sea liberado del abismo y traiga la prueba decisiva para la humanidad. Al fin de los mil años, las personas de la Tierra habrán alcanzado la perfección humana y estarán en la misma condición que estuvieron Adán y Eva antes de pecar. Entonces podrá decirse que verdaderamente tienen vida en perfección. (Rev. 20:7, 8, 10.)

EL CAMINO DE LA VIDA

Por medio de su Palabra de verdad, Jehová, la Fuente de la vida, ha revelado cuál es el camino de la vida. El Señor Jesucristo “ha arrojado luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2 Tim. 1:10.) Él les dijo a sus discípulos: “El espíritu es lo que es dador de vida; la carne no sirve para nada. Los dichos que yo les he hablado son espíritu y son vida”. Un poco después, Jesús preguntó a sus apóstoles si le iban a dejar como ya habían hecho otros. Pedro respondió: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna”. (Juan 6:63, 66-68.) El apóstol Juan llamó a Jesús “la palabra de la vida” y dijo: “Por medio de él era vida”. (1 Juan 1:1, 2; Juan 1:4.)

Las palabras de Jesús indican de un modo evidente que los esfuerzos humanos por prolongar la vida de manera indefinida son inútiles, al igual que las teorías de que ciertas dietas o regímenes traerán vida a la humanidad. Como máximo, pueden mejorar la salud temporalmente. El único camino a la vida es la obediencia a las “buenas nuevas”, es decir, a la “palabra de vida”. (Fili. 2:16.) Para conseguir vida, el individuo debe mantener su mente fija “en las cosas de arriba, no en las cosas sobre la tierra”. (Col. 3:1, 2.) Jesús dijo a sus oyentes: “El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no entra en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida”. (Juan 5:24; 6:40.) Ya no son pecadores condenados que están en el camino de la muerte. El apóstol Pablo escribió: “Por lo tanto, no tienen condenación los que están en unión con Cristo Jesús. Porque la ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte”. (Rom. 8:1, 2.) Juan dice que un cristiano sabe que ha “pasado de muerte a vida” si ama a sus hermanos. (1 Juan 3:14.)

El que busca la vida debe seguir a Cristo, ya que “no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. (Hech. 4:12.) Jesús mostró que uno ha de ser consciente de su necesidad espiritual y tener hambre y sed de justicia. (Mat. 5:3, 6.) No solo debe oír las buenas nuevas, sino que también ha de ejercer fe en Jesucristo e invocar el nombre de Jehová por medio de él. (Rom. 10:13-15.) Siguiendo el ejemplo de Jesús, tal persona debe bautizarse en agua. (Mat. 3:13-15; Efe. 4:5.) Luego seguir buscando el Reino y la justicia de Jehová. (Mat. 6:33; véase CORAZÓN.)

ESTA VIDA PRESENTE

El rey Salomón, después de probar todo lo que esta vida le podía ofrecer en cuanto a riquezas, casas, jardines y otros placeres, llegó a la conclusión: “Odié la vida, porque el trabajo que se ha hecho bajo el sol era calamitoso desde mi punto de vista, porque todo era vanidad y un esforzarse tras viento”. (Ecl. 2:17.) Salomón no odió la vida en sí, pues es una ‘dádiva buena y don perfecto de arriba’. (Sant. 1:17.) Lo que odió fue la vida calamitosa y vana que resulta de vivir como lo hace el mundo sujeto a futilidad. (Rom. 8:20.) En la conclusión de su libro, Salomón dio la exhortación de temer al Dios verdadero y guardar sus mandamientos, que es el camino a la verdadera vida. (Ecl. 12:13, 14; 1 Tim. 6:19.) El apóstol Pablo dijo de sí mismo y de sus compañeros cristianos que, después de su vigorosa predicación dando testimonio acerca de Cristo y de la resurrección, “si solo en esta vida hemos esperado en Cristo, de todos los hombres somos los más dignos de lástima”. Ellos no solo no conseguirían nada duradero de esta vida vana, sino que además habrían confiado en una esperanza falsa. “Sin embargo —continuó Pablo—, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos.” “Por consiguiente, amados hermanos míos, háganse constantes, inmovibles, siempre teniendo mucho que hacer en la obra del Señor, sabiendo que su labor no es en vano en lo relacionado con el Señor.” (1 Cor. 15:19, 20, 58.)

ÁRBOLES DE LA VIDA

Aparte del árbol de la vida de Edén (Gén. 2:9), del que ya se ha tratado anteriormente, la expresión “árbol [es] de la vida” aparece en varias ocasiones en las Escrituras, y siempre en un sentido figurado o simbólico. Se dice que la sabiduría es “árbol de vida a los que se asen de ella”, en el sentido de que les suministrará lo que ellos necesitan para conseguir la vida: conocimiento de Dios, discernimiento y buen juicio para obedecer sus mandamientos. (Pro. 3:18; 16:22.)

“El fruto del justo es un árbol de vida, y el que está ganando almas es sabio”, dice otro proverbio. (Pro. 11:30.) El justo, por su habla y ejemplo gana almas, es decir, que las personas que le escuchan consiguen alimento espiritual, son conducidas a servir a Dios y reciben la vida. De manera similar, “la calma de la lengua es árbol de vida, pero el torcimiento en ella significa un quebrantamiento del espíritu”. (Pro. 15:4.) El habla calmada de la persona sabia ayuda y refresca el espíritu de los que le oyen, fomenta en ellos buenas cualidades y les ayuda a proseguir en el camino de la vida; pero la torcedura de la lengua es como un fruto podrido, trae problemas y desánimo, y daña a los que escuchan lo que dice.

Proverbios 13:12 dice: “La expectativa pospuesta enferma el corazón, pero la cosa deseada es árbol de vida cuando sí viene”. El cumplimiento de un deseo que se ha esperado por mucho tiempo es fortalecedor y refrescante, y renueva las energías.

El glorificado Jesucristo le promete al cristiano que venza que le concederá comer del “árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Rev. 2:7), y de nuevo, en los últimos versículos del libro de Revelación, leemos: “Y si alguien quita algo de las palabras del rollo de esta profecía, Dios le quitará su porción de los árboles de la vida y de la santa ciudad, cosas de las cuales se ha escrito en este rollo”. (Rev. 22:19.) En el contexto de estos dos pasajes bíblicos, Cristo Jesús está hablando a los que vencen, a aquellos que no ‘recibirán daño de la muerte segunda’ (Rev. 2:11), a quienes se les dará “autoridad sobre las naciones” (Rev. 2:26), se les hará una “columna en el templo de mi Dios” (Rev. 3:12) y se sentarán con Cristo en su trono celestial. (Rev. 3:21.) Por lo tanto, el árbol o los árboles no pueden ser literales, pues los que venzan y coman de dichos árboles son participantes del llamamiento celestial (Heb. 3:1) y tienen lugares reservados para ellos en el cielo. (Juan 14:2, 3; 2 Ped. 1:3, 4.) De modo que estos árboles deben simbolizar la provisión de Dios para vida sostenida, en este caso, la vida celestial e inmortal que se les concede a los fieles como vencedores con Cristo.

En Revelación 22:1, 2 se habla de “árboles de vida” en un contexto diferente. Se muestra que las naciones comen las hojas de los árboles con propósitos curativos. Estas personas se encuentran a lo largo del río que fluye del templo-palacio de Dios, donde está su trono. Ese cuadro aparece después de verse establecer el nuevo cielo y la nueva tierra y oírse la declaración de que “la tienda de Dios está con la humanidad”. (Rev. 21:1-3, 22, 24.) Este sería, pues, un simbolismo de las provisiones curativas y sustentadoras de la vida para la humanidad a fin de que esta pueda finalmente vivir para siempre. Estas provisiones proceden del trono real de Dios y del Cordero Jesucristo.

EL LIBRO DE LA VIDA

Se hacen varias referencias al “rollo de la vida” o al “libro” de Dios. Al parecer, este contiene todos los nombres de las personas que merecen que Dios les conceda la vida, los nombres de las personas justas, empezando con Abel. Moisés rogó a Jehová a favor de Israel: “Pero ahora si perdonas su pecado..., y si no, bórrame, por favor, de tu libro que has escrito”. Jehová respondió: “Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro”. (Éxo. 32:32, 33.) Esto muestra que los nombres no están predestinados, sino que están inscritos solo temporalmente, siendo la obediencia lo que determina su permanencia en él. Por lo tanto, parece ser que la lista habría de experimentar ciertos cambios debido a la desobediencia de algunos, pero al final, los nombres registrados en el “libro” o “rollo” serían permanentes. Dios es quien ‘declara a uno justo’ y quien determina cuándo tiene que inscribirse un nombre de manera indeleble. (Rom. 8:33.)

En la escena de juicio que aparece en Revelación 20:11-15 se ve que el rollo de la vida se abre para que se apunten los nombres de las personas que están siendo sometidas a juicio. Al final del período de juicio, los nombres del rollo llegan a ser permanentes, pues por su descripción se ve que es un juicio definitivo. Los que no se hallan escritos en el libro son aniquilados en el lago de fuego (la muerte segunda). Entonces, aquellos que hayan pasado el juicio con éxito ya no sufrirán los efectos del pecado, y la muerte habrá sido aniquilada en el lago de fuego. (Compárese con 1 Corintios 15:26.)

“El rollo del Cordero”

“El rollo de la vida del Cordero” (Rev. 21:27) es un rollo aparte. Parece ser que solo contiene los nombres de los asociados del Cordero, Jesucristo, con quienes él comparte su gobierno del Reino (compárese con Revelación 14:1, 4), aunque sus nombres también están en el otro rollo, el “libro” de Dios, como merecedores de vida. (Fili. 4:3.) De los que están alistados en el ‘rollo del Cordero’ se dice que entran en la ciudad, la Nueva Jerusalén, ante la presencia de Dios y del Cordero. (Rev. 21:2, 22-27.)

“Desde la fundación del mundo”, es decir, desde que el mundo empezó a poblarse con los hijos de Adán, Dios había determinado que nadie que adorase a la bestia salvaje o a su imagen tendría su nombre escrito ni en el rollo del Cordero (Rev. 13:8) ni en el libro o rollo de la vida de Dios, donde, lógicamente, el nombre del justo Abel es el primero que aparece. (Rev. 17:8; Mat. 23:35; Luc. 11:50, 51; Heb. 11:6.)

EL RÍO DE AGUA DE VIDA

En la visión registrada en el libro de Revelación, Juan vio “un río de agua de vida, claro como el cristal, que fluía desde el trono de Dios y del Cordero” por en medio del camino ancho de la santa ciudad, la Nueva Jerusalén. (Rev. 22:1, 2; 21:2.) El agua es esencial para la vida. La visión nos traslada a un tiempo posterior al establecimiento de “un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el cielo anterior y la tierra anterior habían pasado”. (Rev. 21:1.) El contexto sitúa el fluir de este río después de la destrucción del presente sistema de cosas. La visión muestra que a lo largo del río hay árboles que producen fruto y cuyas hojas son para la curación de las naciones. De modo que estas aguas dadoras de vida deben ser las provisiones para la vida que Jehová ha hecho por medio del Cordero, Jesucristo, a favor de todos los que recibirán vida.

A continuación la escena retrocede en el tiempo hasta el día de Juan (Rev. 22:6, 7, 16, 17) y se oye al espíritu y a la novia decir “¡Ven!”, y luego mandar a los que oyen a que también digan “¡Ven!”. Además, se extiende la invitación a cualquiera que tenga sed para “[tomar] gratis el agua de la vida”. El espíritu y la novia invitan a las personas a empezar a beber de las provisiones de Dios para conseguir vida eterna por medio del Cordero de Dios. Tales invitados también pueden esperar beber del río de agua de vida para su curación completa mediante los servicios del Cordero y su novia después del establecimiento del nuevo cielo y la nueva tierra.

“LA HUMEDAD DE LA VIDA”

En Salmos 32:1-5 David muestra la felicidad que acompaña al perdón, aunque también revela la angustia experimentada antes de confesar a Jehová las transgresiones y recibir su perdón. Antes de confesar, y durante el tiempo en que intentaba ocultar su error, al salmista le remuerde la conciencia y dice: “La humedad de mi vida se ha cambiado como en el calor seco del verano”. El intentar reprimir una conciencia culpable le agotó, y la angustia debilitó su vigor tal como un árbol puede perder su humedad dadora de vida durante una sequía o en el intenso calor seco del verano. Las palabras de David pueden indicar sufrimiento mental y físico o, al menos, la pérdida de gozo en la vida por no haber confesado su pecado. El perdón y el alivio solo vendrían como resultado de confesar su pecado a Jehová. (Pro. 28:13.)

“LA BOLSA DE LA VIDA”

Cuando Abigail suplicó a David que no se vengase de Nabal, librándole así de incurrir en culpa de sangre, le dijo: “Cuando se levante un hombre para ir en seguimiento de ti y para buscar tu alma, el alma de mi señor ciertamente resultará estar envuelta en la bolsa de la vida con Jehová tu Dios; pero, en cuanto al alma de tus enemigos, la lanzará como de dentro del hueco de la honda”. (1 Sam. 25:29-33.) Tal como una persona envuelve algo valioso para protegerlo y conservarlo, así la vida de David estaba en las manos del Dios vivo, quien lo salvaría de sus enemigos si esperaba en Él y no intentaba conseguir la salvación por su propia cuenta. Por otra parte, Dios desecharía el alma de los enemigos de David.

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