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  • LOS QUE PARTICIPAN Y OTROS ASISTENTES A LA CENA
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CENA DEL SEÑOR

Es una cena literal que conmemora la muerte del Señor Jesucristo, por lo que apropiadamente se la denomina la Conmemoración. Este es el único acontecimiento referido en la Biblia que tienen que celebrar los cristianos. (1 Cor. 11:20.)

El 14 de Nisán de 33 E.C., la noche antes de su muerte, Jesús observó su última cena pascual, después de lo cual instituyó la Cena del Señor. Antes de que empezara la cena de la Conmemoración, el traidor Judas fue enviado afuera, y el registro bíblico dice que para entonces ya “era de noche”. (Juan 13:30.) Puesto que en el calendario judío el día comenzaba al anochecer e iba hasta el anochecer del día siguiente, la Cena del Señor se celebró también el 14 de Nisán, es decir, el anochecer del jueves 31 de marzo según el calendario gregoriano.

REGULARIDAD CON LA QUE SE OBSERVABA

Tanto Lucas como Pablo registran que, al tiempo de instituir la conmemoración de su muerte, Jesús dijo: “Sigan haciendo esto en memoria de mí”. (Luc. 22:19; 1 Cor. 11:24.) De estas palabras es razonable concluir que Jesús quiso decir que sus seguidores deberían celebrar la Cena del Señor una vez al año, y no con más frecuencia. La Pascua, que se observaba en conmemoración de la liberación que trajo Jehová en 1513 a. E.C. sobre el pueblo de Israel cautivo en Egipto, se conmemoraba tan solo una vez al año: cada 14 de Nisán. En consecuencia, dado que la Conmemoración también era un aniversario, sería lógico que se celebrara únicamente el 14 de Nisán.

Pablo citó a Jesús cuando dijo concerniente a la copa: “Sigan haciendo esto, cuantas veces la beban, en memoria de mí”, y añadió: “Porque cuantas veces coman este pan y beban esta copa, siguen proclamando la muerte del Señor, hasta que él llegue”. (1 Cor. 11:25, 26.) La expresión “cuantas veces” se puede referir a algo que se hace solo una vez al año, especialmente cuando esta acción se repite durante muchos años. (Heb. 9:25, 26.) El 14 de Nisán Cristo dio su cuerpo literal como sacrificio en un madero de tormento y derramó su sangre vital para perdón de pecados. Por lo tanto, fue en ese día que aconteció la “muerte del Señor” y, por consiguiente, la fecha en la que se habría de conmemorar su muerte.

Los participantes estarían “ausentes del Señor” y, hasta que muriesen en fidelidad, habrían de celebrar ‘muchas veces’ la Cena del Señor. Una vez que resucitasen a vida celestial, estarían junto con Cristo y ya no habrían de necesitar una celebración como recordatorio de él. Al decir, con respecto a la duración de esta observancia, “hasta que él llegue”, el apóstol Pablo evidentemente se refirió a que Cristo vendría de nuevo y les recibiría en el cielo cuando ellos resucitasen al tiempo de su presencia. Las palabras que Jesús dirigió a los once apóstoles más tarde aquella misma noche clarifican esta idea: “Si prosigo mi camino y les preparo un lugar, vengo otra vez y los recibiré en casa a mí mismo, para que donde yo estoy también estén ustedes”. (Juan 14:3, 4; compárese con 2 Corintios 5:1-3, 6-9.)

Jesús les mencionó a sus discípulos que el vino que había bebido (en esta Pascua, antes de la Conmemoración) era lo último que bebería del producto de la vid “hasta aquel día en que lo beba nuevo con ustedes en el reino de mi Padre”. (Mat. 26:29.) Ya que él no bebería vino de manera literal en el cielo, obviamente se refería a lo que el vino a veces simboliza en las Escrituras: el gozo. Lo que ellos esperaban con gran expectación era estar juntos en el Reino. (Rom. 8:23; 2 Cor. 5:2; compárese con Salmos 104:15; Eclesiastés 10:19.)

LOS EMBLEMAS

En lo que tiene que ver con el pan que Jesús usó al instituir la Cena del Señor, Marcos registra lo siguiente: “Mientras continuaban comiendo, él tomó un pan, y habiendo dicho una bendición, lo partió y se lo dio a ellos, y dijo: ‘Tómenlo; esto significa mi cuerpo’”. (Mar. 14:22.) El pan era el que había disponible para la cena pascual que Jesús y sus discípulos acababan de celebrar. Era pan sin levadura, ya que no podía haber levadura en los hogares judíos durante la Pascua ni en el transcurso de la fiesta de las tortas no fermentadas, la cual tenía lugar inmediatamente después. (Éxo. 13:6-10.) A veces en las Escrituras se usa la levadura para denotar pecaminosidad. Es apropiado que el pan no tuviese levadura porque representa el cuerpo carnal sin pecado de Jesús. (Heb. 7:26; 9:14; 1 Ped. 2:22, 24.) El pan ácimo era aplastado y quebradizo; por lo tanto, como era costumbre entonces al comer, este pan hubo de partirse. (Luc. 24:30; Hech. 27:35.) De igual manera hizo Jesús cuando multiplicó milagrosamente el pan para miles de personas: lo partió con el fin de distribuirlo. (Mat. 14:19; 15:36.) Por consiguiente, queda claro que el partir el pan de la Conmemoración no tenía en sí ningún significado espiritual.

Cuando Jesús hubo pasado el pan, tomó una copa y “ofreció gracias y se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Y les dijo: ‘Esto significa mi “sangre del pacto”, que ha de ser derramada a favor de muchos’”. (Mar. 14:23, 24.) Él usó vino fermentado, no zumo de uvas sin fermentar. Cuando en la Biblia aparece el término vino, es con referencia al vino literal, no al zumo de uvas sin fermentar. El vino fermentado, y no el zumo de uvas, reventaría los “odres viejos”, tal como dijo Jesús. Sus enemigos le acusaron de ser “dado a beber vino”, acusación que no tendría significado alguno si el “vino” hubiese sido simplemente zumo de uvas. (Mat. 9:17; 11:19.) En aquella ocasión todavía había vino de la celebración pascual que acababa de concluir y Cristo muy apropiadamente pudo usarlo al instituir la conmemoración de su muerte. Sin duda el vino era tinto, pues solo así sería un símbolo apropiado de la sangre. (1 Ped. 1:19.)

COMIDA DE COMUNIÓN

En el antiguo Israel un hombre podía disponer una comida de comunión. En primer lugar, traía un animal al santuario y allí se degollaba. Entonces, una porción del animal ofrecido se colocaba sobre el altar para “olor conducente a descanso a Jehová”, otra porción era para el sacerdote que oficiaba y una tercera para los hijos sacerdotales de Aarón; además, el que presentaba la ofrenda junto con su casa participaban de la comida. (Lev. 3:1-16; 7:28-36.) Al que era ‘inmundo’ según la Ley se le prohibía comer un sacrificio de comunión bajo pena de ser “[cortado] de su pueblo”. (Lev. 7:20, 21.)

La Cena del Señor es también una comida de comunión porque hay una participación conjunta. (1 Cor. 10:18-21.) Jehová Dios participa como el Autor de la celebración, Jesucristo es el sacrificio de rescate y sus hermanos espirituales toman de los emblemas como copartícipes. El que ellos coman de “la mesa de Jehová” significa que están en paz con Él. (1 Cor. 10:21.) De hecho, las ofrendas de comunión se llamaban a veces “ofrendas de paz”. (Lev. 3:1, nota al pie de la página.)

Los que participan en comer del pan y beber del vino reconocen que son copartícipes en Cristo y que están en completa unidad. El apóstol Pablo dice: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es un participar de la sangre del Cristo? El pan que partimos, ¿no es un participar del cuerpo del Cristo? Porque hay un solo pan, nosotros, aunque muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos de ese solo pan”. (1 Cor. 10:16, 17.)

Al participar, indican que están en el nuevo pacto y que reciben sus beneficios: Dios les perdona los pecados por medio de la sangre de Cristo. Ellos estiman como de gran valor la “sangre del pacto” por la cual son santificados. (Heb. 10:29.) En las Escrituras se dice de ellos que son “ministros de un nuevo pacto” y que sirven para sus fines. (2 Cor. 3:5, 6.) Con toda propiedad, participan del pan emblemático, porque pueden decir: “Por dicha ‘voluntad’ hemos sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre”. (Heb. 10:10.) Participan de los sufrimientos de Cristo y de una muerte como la suya: muerte de integridad. Y esperan participar de su resurrección. (Rom. 6:3-5.)

El apóstol Pablo dice de aquellos que participan: “Cualquiera que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable respecto al cuerpo y la sangre del Señor. Primero apruébese el hombre a sí mismo después de escrutinio, y así coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe, come y bebe juicio contra sí mismo si no discierne el cuerpo”. (1 Cor. 11:27-29.) Las prácticas inmundas, no bíblicas o hipócritas harían a la persona indigna de comer. Si comiese en tal condición, estaría comiendo y bebiendo juicio contra sí misma. Lejos de mostrar aprecio por el sacrificio de Cristo, su propósito y significado, estaría desplegando falta de respeto y desprecio. (Compárese con Hebreos 10:28-31.) Tal persona estaría en peligro de ser ‘cortada del pueblo de Dios’, como ocurría en Israel con aquel que participaba en condición inmunda de una comida de comunión. (Lev. 7:20.)

En efecto, Pablo compara la Cena del Señor a una comida de comunión israelita, cuando primero habla de los que participaban juntos en Cristo y luego pasa a decir: “Miren a aquello que es Israel según la carne: Los que comen los sacrificios, ¿no son partícipes con el altar? [...] No pueden estar bebiendo la copa de Jehová y la copa de demonios; no pueden estar participando de ‘la mesa de Jehová’ y de la mesa de demonios”. (1 Cor. 10:18-21.)

LOS QUE PARTICIPAN Y OTROS ASISTENTES A LA CENA

Estando con sus doce apóstoles, Jesús les dijo: “En gran manera he deseado comer con ustedes esta pascua antes que sufra”. (Luc. 22:15.) Pero el relato de Juan, que fue testigo ocular, revela que Jesús despidió al traidor Judas antes de instituir la Conmemoración. En el transcurso de la Pascua, sabiendo que Judas era quien le iba a traicionar, Jesús mojó un bocado y se lo dio, ordenándole que se marchase. (Juan 13:21-30.) El registro de Marcos también da a entender el mismo orden de acontecimientos. (Mar. 14:12-25.) Durante la Cena del Señor que vino después, Jesús pasó el pan y el vino a los once apóstoles restantes, diciéndoles que comieran y bebieran. (Luc. 22:19, 20.) Más tarde, él les dijo que ellos eran los que ‘con constancia habían continuado con él en sus pruebas’, otra indicación de que Judas ya había sido despedido. (Luc. 22:28.)

No hay ninguna evidencia de que Jesús mismo comiera del pan o bebiera de la copa durante la Conmemoración. Él dio su cuerpo y su sangre a favor de ellos y para validar el nuevo pacto, por medio del cual les serían borrados los pecados. (Jer. 31:31-34; Heb. 8:10-12; 12:24.) Sin embargo, Jesús no tenía pecados. (Heb. 7:26.) Él medió el nuevo pacto entre Jehová Dios y los que fueron escogidos para ser sus coherederos. (Heb. 9:15; véase PACTO.) Además de los apóstoles, presentes en aquella cena, otros miembros llegarían a formar parte del “Israel [espiritual] de Dios”, es decir, del “rebaño pequeño” que finalmente serían reyes y sacerdotes con Cristo. (Gál. 6:16; Luc. 12:32; Rev. 1:5, 6; 5:9, 10.) Por lo tanto, todos los hermanos espirituales de Cristo en la Tierra habrían de participar en esta cena cada vez que se celebrase. Se habla de ellos como “ciertas primicias de sus criaturas” (Sant. 1:18) que han sido comprados de la humanidad como “primicias para Dios y para el Cordero”, y en la visión de Juan se revela que ascienden a 144.000. (Rev. 14:1-5.)

Los observadores que no participan

El Señor Jesucristo reveló que durante su presencia habría personas que harían bien a sus hermanos espirituales, visitándoles en tiempo de necesidad y dándoles apoyo. (Mat. 25:31-46.) Al asistir estas personas a la celebración de la Cena del Señor, ¿tendrían derecho de participar de los emblemas? Las Escrituras dicen que Dios, por medio de su espíritu santo, proporcionaría evidencia y seguridad a los que tuvieran derecho de ser hijos de Dios, y que como tales participan de los emblemas como “herederos por cierto de Dios, mas coherederos con Cristo”. El apóstol Pablo escribe: “El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”. Él prosigue diciendo que hay otras personas que se benefician de lo que Dios ha previsto para estos hijos: “Porque la expectación anhelante de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios”. (Rom. 8:14-21.) Ya que los coherederos con Cristo tienen que ‘gobernar como reyes y sacerdotes sobre la tierra’, el Reino beneficiará a sus súbditos terrestres. (Rev. 5:10; 20:4, 6; 21:3, 4.) Estos, como es lógico, estarían interesados en el Reino y en su desarrollo. Por lo tanto, asistirían y observarían la celebración de la Cena del Señor, pero, al no ser coherederos con Cristo ni hijos espirituales de Dios, no participarían de los emblemas, como es el caso de los copartícipes en la muerte de Cristo, los cuales tienen la esperanza de una resurrección a vida celestial con él. (Rom. 6:3-5.)

NO HUBO NINGUNA TRANSUBSTANCIACIÓN O CONSUBSTANCIACIÓN

Jesús todavía tenía su cuerpo carnal cuando ofreció el pan. Este cuerpo, completo e intacto, tenía que ofrecerse la tarde siguiente (según el calendario judío seguiría siendo el mismo día 14 de Nisán) como un sacrificio perfecto e inmaculado por los pecados. Asimismo, conservaba toda su sangre para aquel sacrificio perfecto: “Derramó su alma [que está en la sangre] hasta la mismísima muerte”. (Isa. 53:12; Lev. 17:11.) Por consiguiente, él no realizó durante la cena ningún milagro de transubstanciación, cambiando el pan y el vino por su carne y sangre literales. Por las mismas razones, tampoco se puede decir, como alegan los que se adhieren a la doctrina de la consubstanciación, que él hizo que su carne y su sangre estuvieran presentes o combinadas milagrosamente con el pan y el vino.

Por otra parte, el comer carne y sangre humanas sería canibalismo. Las palabras de Jesús: “A menos que coman la carne del Hijo del hombre y beban su sangre, no tienen vida en ustedes”, tenían un significado figurativo, pero algunos de sus discípulos judíos las tomaron de manera literal, y dijeron: “Este discurso es ofensivo; ¿quién puede escucharlo?”. Estas palabras indican cuál era el punto de vista judío respecto a comer carne y sangre humanas, de acuerdo a lo que decía la Ley. (Juan 6:53, 60.)

Asimismo, el beber sangre era una violación de la ley de Dios, no solo porque así se estipulaba en el pacto de la Ley, sino también porque el propio Jehová Dios, antes de dar la Ley, lo había declarado a Noé. (Gén. 9:4; Lev. 17:10.) Y el Señor Jesucristo nunca mandaría a otros que violasen la ley de Dios. Él mismo dijo: “Cualquiera que quiebre uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe así a la humanidad, será llamado ‘más pequeño’ con relación al reino de los cielos”. (Mat. 5:19.) Además, Jesús mandó: “Sigan haciendo esto en memoria de mí”, no ‘en sacrificio de mí’. (1 Cor. 11:23-25.)

Por lo tanto, el pan y el vino son emblemas que representan la carne y sangre de Cristo de una manera simbólica, como son simbólicas sus palabras en cuanto a comer su carne y beber su sangre. Jesús había dicho a los que se ofendieron por sus palabras: “De hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo” (Juan 6:51), lo cual se cumplió al morir en sacrificio en el madero de tormento. Luego, su cuerpo fue enterrado y su Padre dispuso de él antes de que se corrompiese. (Hech. 2:31.) Nadie comió jamás de su carne o de su sangre de manera literal.

OBSERVANCIA APROPIADA Y ORDENADA

En algunos aspectos la congregación cristiana de Corinto había entrado en una mala condición espiritual, de modo que el apóstol Pablo les dijo que ‘muchos estaban débiles y enfermizos, y no pocos estaban durmiendo en la muerte’. En buena parte, esto se debía a que no entendían bien la Cena del Señor y su significado, y no estaban respetando el carácter sagrado de la ocasión. Los miembros de la congregación que tenían considerables recursos comían y bebían en sus casas abundantemente antes de asistir a la celebración, por lo que algunos estaban soñolientos y otros hasta borrachos. Los de escasos recursos venían hambrientos, y esperaban la observancia de la Conmemoración para satisfacer su apetito. Al parecer, los hambrientos comenzaban a comer antes de que llegasen los demás. Ninguno de los dos grupos reconocía que aquella cena representaba la unidad. No se daban plena cuenta de lo serio del asunto: los emblemas representaban el cuerpo y la sangre del Señor, y la cena era un recordatorio de su muerte. Por eso, Pablo subrayó el grave peligro que corrían los que participaban sin discernir estos hechos. (1 Cor. 11:20-34.)

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