MINISTRO
(heb. una forma de la raíz verbal scha·ráth, que significa: “ministrar” [en el sentido de atender o servir a otros]; gr. di·á·ko·nos. Algunos doctos relacionan la palabra griega di·á·ko·nos, con di·á, “a través de”, y kó·nis, “polvo”, indicando así a alguien que se llenara de polvo por correr al servir a otros; otros dicen que no se sabe el origen de esta palabra. Tanto en hebreo como en griego, el verbo o las formas nominales se aplican igual a varones que a mujeres [2 Sam. 13:17, 18; 1 Rey. 1:4, 15; 2 Cor. 3:6; Rom. 16:1]). Josué fue el ministro de Moisés “desde su mocedad en adelante”. (Núm. 11:28; Jos. 1:1.) El servidor de Eliseo fue llamado su ministro y criado. (2 Rey. 4:43; 6:15.) Los reyes y los príncipes tenían sus servidores o ministros de la realeza (2 Cró. 22:8; Est. 2:2; 6:3), algunos de los cuales servían la mesa real. (1 Rey. 10:4, 5; 2 Cró. 9:3, 4.) El término “ministro” también se aplica a los ángeles. (Sal. 104:4; Heb. 1:13, 14; véase ÁNGEL.)
LA TRIBU DE LEVÍ
Después que los israelitas fueron librados de Egipto, y cuando la nación estaba organizada bajo el pacto de la Ley, Jehová escogió a los varones de la tribu de Leví como sus ministros especiales (Núm. 3:6; 1 Cró. 16:4), de los cuales, los de la familia de Aarón eran sacerdotes. (Deu. 17:12; 21:5; 1 Rey. 8:11; Jer. 33:21.) Los levitas tenían varias responsabilidades en su ministerio: algunos cuidaban el santuario con todos sus utensilios, otros eran ministros en el canto, etc. (Núm. 3:7, 8; 1 Cró. 6:32.)
PROFETAS
Además de a todos los varones de la tribu de Leví, Jehová utilizó a otros para ministrar a su pueblo Israel de una manera especial. Estos fueron los profetas, los cuales solo sirvieron bajo nombramiento individual y comisionados por Jehová. Aunque los hubo del linaje o descendencia sacerdotal, muchos fueron de otras tribus de Israel. (Véase PROFETA.) Fueron mensajeros de Jehová; fueron enviados para advertir a la nación cuando esta se desviaba de la Ley, e intentaban hacer volver a los reyes y al pueblo a la adoración verdadera. (2 Cró. 36:15, 16; Jer. 7:25, 26.) Sus profecías ayudaron, animaron y fortalecieron a los de corazón justo, especialmente durante tiempos de decadencia espiritual y moral, y cuando Israel estaba amenazada por los enemigos que le rodeaban. (2 Rey., cap. 7; Isa. 37:21-38.)
Sus profecías también señalaron a Jesucristo y al reino mesiánico. (Rev. 19:10.) Juan el Bautista hizo una obra sobresaliente de volver “el corazón de padres hacia hijos, y el corazón de hijos hacia padres” a fin de preparar el camino para el representante de Jehová, el Señor Jesucristo. (Mal. 4:5, 6; Mat. 11:13, 14; Luc. 1:77-79.) Los profetas no solo ministraron a sus contemporáneos, sino que, como el apóstol Pedro escribe a los cristianos: “A ellos les fue revelado que, no para sí mismos, sino para ustedes, ministraban las cosas que ahora han sido anunciadas a ustedes mediante los que les han declarado las buenas nuevas con espíritu santo enviado desde el cielo. En estas mismas cosas los ángeles desean mirar con cuidado”. (1 Ped. 1:10-12.)
JESUCRISTO
Jesucristo es el principal ministro (di·á·ko·nos) de Jehová. (Rom. 15:8-12.) Su nombramiento lo recibió del propio Jehová. Cuando se presentó para bautizarse “los cielos se abrieron”, dice el relato, “y [Juan el Bautista] vio descender como paloma el espíritu de Dios que venía sobre él [Jesús]. ¡Mire! También hubo una voz desde los cielos que decía: ‘Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado’”. (Mat. 3:16, 17.) Jesús había servido a Jehová desde tiempo inmemorial en su existencia prehumana, pero entonces emprendió un nuevo ministerio. Al servir tanto a Dios como a sus semejantes Jesús probó que él era realmente ministro de Dios. Por consiguiente, en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se crió, Jesús pudo tomar el rollo de Isaías y leer lo que ahora es el capítulo 61, versículos 1 y 2. (Luc. 4:16-21.)
Cuando Pedro predicó a Cornelio, el primer converso gentil, describió el proceder de Jesús durante sus tres años y medio de ministerio terrestre, dirigiendo la atención de Cornelio a “Jesús que era de Nazaret, cómo Dios lo ungió con espíritu santo y poder, y fue por la tierra haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el Diablo; porque Dios estaba con él”. (Hech. 10:38.) Jesús anduvo literalmente muchos kilómetros ‘a través del polvo’, recorriendo a lo largo y a lo ancho todo su territorio asignado, en el servicio de Jehová y del pueblo. No solo eso, sino que realmente entregó su mismísima alma como rescate por otros. Él dijo: “El Hijo del hombre no vino para que se le sirviera, sino para servir y para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mat. 20:28.)
MINISTROS CRISTIANOS
En su obra ministerial Jesús hizo que muchos otros se asociaran con él, sus apóstoles y sus discípulos, y los entrenó para continuar con la misma obra ministerial. Al principio envió a los doce, después a otros setenta. La fuerza activa de Dios también estaba sobre ellos, capacitándoles para realizar muchos milagros. (Mat. 10:1, 5-15, 27, 40; Luc. 10:1-12, 16.) Pero el trabajo principal que tenían que realizar era el de predicar y enseñar las buenas nuevas del Reino de Dios. De hecho, los milagros se ejecutaron en primer lugar para dar evidencia pública de que habían sido nombrados y aprobados por Jehová. (Heb. 2:3, 4.)
Jesús entrenó a sus discípulos, tanto de palabra como por ejemplo. De los relatos que se registran en los evangelios se desprende que los discípulos de Jesús estaban presentes en muchas de las ocasiones en que él dio testimonio a diversas clases de personas, pues hasta se registran las conversaciones. Él explicó a sus discípulos en qué consistía ser un verdadero ministro de Dios: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y a los que tienen autoridad sobre ellas se les llama Benefactores. Ustedes, sin embargo, no han de ser así. Antes, el que sea mayor entre ustedes hágase como el más joven, y el que actúe como principal, como el que ministra. Porque, ¿cuál es mayor?: ¿el que se reclina a la mesa, o el que ministra? ¿No es el que se reclina a la mesa?”. Luego, usando como ejemplo su propio proceder y conducta, continuó diciendo: “Mas yo estoy en medio de ustedes como el que ministra”. (Luc. 22:25-27.) En aquella ocasión, él demostró cabalmente estos principios, incluyendo el de la humildad, por medio de lavar los pies de los discípulos. (Juan 13:5.)
Jesús además señaló a sus discípulos que los ministros de Dios no aceptan para sí títulos religiosos aduladores ni los otorgan a otros: “Ustedes, no sean llamados Rabí, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen padre de ustedes a nadie sobre la tierra, porque uno solo es su Padre, el Celestial. Tampoco sean llamados ‘caudillos’, porque su Caudillo es uno, el Cristo. Pero el mayor entre ustedes tiene que ser su ministro. El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”. (Mat. 23:8-12.)
A los seguidores ungidos del Señor Jesucristo se les llama ‘ministros de las buenas nuevas’, como en el caso de Pablo (Col. 1:23); también son “ministros de un nuevo pacto”, estando en esa relación de pacto con Jehová Dios mediante Cristo como Mediador. (2 Cor. 3:6; Heb. 9:14, 15.) De esta manera son ministros de Dios y de Cristo. (2 Cor. 6:4; 11:23.) Este nombramiento procede de Dios mediante Jesucristo, no de ningún hombre u organización. La prueba de su ministerio no está en ningún papel o certificado, como una carta de recomendación o autoridad. Su “carta” de recomendación se halla en las personas a quienes han enseñado y entrenado a ser como ellos, ministros de Cristo. (2 Cor. 3:1-3; véase CORAZÓN.)
Así que, después de ascender al cielo, Cristo dio “dádivas en hombres” a la congregación cristiana. Algunos de ellos servían como apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros, y habían sido dados “con miras al reajuste de los santos, para obra ministerial, para la edificación del cuerpo del Cristo”. (Efe. 4:7-12.) De modo que el que estos ministros estuviesen capacitados provenía de Dios. (2 Cor. 3:4-6.)
La Revelación dada al apóstol Juan describió “una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas”. No se habla de que estos estén, como los hermanos ungidos de Jesucristo, en el nuevo pacto y por lo tanto sean ministros de ese pacto; sin embargo, se les muestra gozando de una condición limpia ante Dios y “[rindiéndole] servicio sagrado día y noche en su templo”. Por consiguiente están ministrando, y apropiadamente pueden ser llamados ministros de Dios. Tal como la visión de la Revelación y el propio Jesús (por ilustración) mostraron, en el tiempo de la presencia de Cristo sobre su glorioso trono, habría personas que amorosamente ministrarían a los hermanos de Jesucristo, ayudándoles, cuidándoles y apoyándoles. (Rev. 7:9-15; Mat. 25:31-40.)
SIERVOS MINISTERIALES EN LA CONGREGACIÓN
Después de enumerar los requisitos para los que sirven como “superintendentes” (epí·sko·poi) en las congregaciones, Pablo enumera los que se requerían de los “siervos ministeriales” nombrados (di·á·ko·noi). (1 Tim. 3:1-10, 12, 13.) La palabra griega di·á·ko·nos se traduce en algunos lugares simplemente como “ministro” (Mat. 20:26) y como “sirviente”. (Mat. 22:13.) Ya que todos los cristianos eran “ministros” (o siervos) de Dios, es evidente que en esa cita el término di·á·ko·noi adquiere un sentido particular, uno relacionado con el orden y la estructura de la congregación. Así, había dos grupos de hombres que ocupaban puestos de responsabilidad en la congregación: los “superintendentes” o “ancianos” y los “siervos ministeriales”. Como se muestra en los artículos ANCIANO y SUPERINTENDENTE, en cada congregación solía haber varios superintendentes y siervos ministeriales. (Compárese con Filipenses 1:1; Hechos 20:17, 28.)
Al comparar la lista de los requisitos para los siervos ministeriales con la de los requisitos para los superintendentes, así como las designaciones para ambos puestos, se ve que a los siervos ministeriales no se les asignaba la responsabilidad de enseñar o pastorear (un pastor es un superintendente de ovejas). La capacidad para enseñar no era un requisito para su asignación. La denominación di·á·ko·nos en sí misma indica que estos hombres servían como ayudantes del cuerpo de superintendentes de la congregación, siendo su responsabilidad básica la de atender los asuntos de naturaleza no pastoral a fin de que los superintendentes pudieran concentrar su tiempo y atención en su actividad de enseñanza y pastoreo.
Un ejemplo de esta manera de organizar las responsabilidades se puede hallar en la acción de los apóstoles cuando surgieron problemas en cuanto a la distribución (literalmente, “el servicio” [di·a·ko·ní·a]) de los alimentos que diariamente se efectuaba a favor de los cristianos necesitados en Jerusalén. Declarando que ‘no sería cosa grata el que ellos dejen la palabra de Dios’ para encargarse de los problemas relacionados con el alimento material, los apóstoles mandaron a los discípulos: “Búsquense siete varones acreditados de entre ustedes, llenos de espíritu y de sabiduría, para que los nombremos sobre este asunto necesario; mas nosotros nos dedicaremos a oración y al ministerio [di·a·ko·ní·a] de la palabra”. (Hech. 6:1-6.) El principio era este; pero no quería decir necesariamente que los siete hombres escogidos no calificaran en este caso como “ancianos” (pre·sbý·te·roi), pues esta no era una situación normal o corriente sino un problema especial que había surgido, y de una naturaleza bastante delicada debido al sentimiento de discriminación que existía por la cuestión de la nacionalidad. Ya que esto afectaba a la entera congregación cristiana, era un asunto que exigía “espíritu y sabiduría”, y por lo tanto los siete hombres escogidos podían de hecho haber sido “ancianos” en un sentido espiritual, y reconocidos como tales, pero que en ese momento asumían de manera temporal una asignación de trabajo como la que normalmente desempeñarían los “siervos ministeriales”. Era un asunto “necesario” pero no igual de importante que el “ministerio de la palabra”.
Por la forma en que procedieron los apóstoles mostraron que evaluaban correctamente los asuntos, y probablemente los cuerpos de superintendentes de las congregaciones que se desarrollaron fuera de Jerusalén siguieron su ejemplo al asignar responsabilidades a los “siervos ministeriales”. Sin duda había muchos asuntos de naturaleza más material, rutinaria o mecánica que requerían atención, como la compra de material para copiar las Escrituras, o incluso el copiarlas en sí.
Los requisitos que tenían que cumplir los ayudantes ministeriales servían de pauta para proteger la congregación de cualquier acusación legítima en cuanto a su selección de hombres para encargarse de responsabilidades especiales, manteniendo así una posición justa ante Dios y una reputación limpia entre los de afuera. (Compárese con 1 Timoteo 3:10.) Los requisitos regulaban la moralidad, la conducta y la espiritualidad, y la aplicación de dichos requisitos resultaría en que los que llegasen a ocupar puestos de servicio fuesen hombres sensatos, honrados, concienzudos y confiables. Los que ministraban de una manera excelente adquirirían para sí mismos “una excelente posición y gran franqueza de expresión en la fe con relación a Cristo Jesús”. (1 Tim. 3:13.)
GOBERNANTES TERRESTRES
Dios ha permitido actuar a los gobiernos de este mundo hasta que llegue Su debido tiempo para ponerles fin, después de lo cual el reino de Cristo regirá la Tierra de manera indisputable. (Dan. 2:44; Rev. 19:11-21.) Durante el tiempo que Dios les tolera gobernar, realizan muchos servicios para las personas, como el construir carreteras, el proveer escuelas, servicios de policías, bomberos y otros. También tienen leyes para castigar a los ladrones, asesinos, etc. Por lo tanto al realizar estos servicios y llevar a cabo estas leyes con justicia, son ‘ministros’ (di·á·ko·noi) de Dios. Si alguien, incluso un cristiano, viola tales leyes, el castigo que recibe de manos del gobierno procede indirectamente de Dios, puesto que Dios está contra toda iniquidad. También, si el gobierno protege al cristiano de los violadores de la ley, está actuando como ministro de Dios. De ello se deriva que si un gobernante abusa de su autoridad y actúa contra Dios, es responsable por ello y debe rendir cuentas ante Él. Si tal gobernante inicuo intenta instigar al cristiano a que viole la ley de Dios, entonces no está actuando como ministro de Dios, y recibirá Su castigo. (Rom. 13:1-4.)
FALSOS MINISTROS
Hay hombres que alegan ser ministros de Dios pero que son hipócritas, siendo en realidad ministros de Satanás que luchan contra Dios. El apóstol Pablo tuvo que contender con personas de esa clase que estaban causando problemas a la congregación de Corinto. (2 Cor. 11:13-15; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)