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Ayuda para entender la Biblia
ad págs. 1052-1053

MADRE

(heb. ’em; gr. mé·ter).

Al igual que la palabra ’av (“padre”), la palabra ’em (“madre”) es un vocablo imitativo que refleja uno de los primeros sonidos labiales del niño. Este término puede referirse a la propia madre, a una antepasada, como Eva, que fue “la madre de todo el que viviera” (Gén. 3:20; 1 Rey. 15:10), a una madrastra (Gén. 37:10; compárese con Génesis 30:22-24; 35:16-19) y también se usa en otros varios sentidos figurados.

Las mujeres hebreas tenían profundamente implantado en su corazón el deseo de tener una familia numerosa, especialmente debido a la promesa de Dios de convertir a Israel en una nación populosa y de que por medio de esa nación vendría la descendencia prometida. (Gén. 18:18; 22:18; Éxo. 19:5, 6.) El que una mujer no tuviera hijos se consideraba una de las mayores desgracias. (Gén. 30:1.)

Las madres hebreas daban el pecho a sus hijos hasta los tres años, y algunas veces hasta los cinco años o más, pues creían que cuanto más tiempo los amamantaran más fuertes crecerían. (Véase DESTETE.) Si la madre moría o no podía proveer suficiente leche, se valían de una nodriza. Así, la expresión “de los pequeñuelos y de los lactantes” que aparece en la Biblia podría referirse a los que tuvieran suficiente edad para ser destetados, adquirir el conocimiento necesario a fin de alabar a Jehová y ser entrenados en el santuario. (Mat. 21:15, 16; 1 Sam. 1:23, 24; 2:11.)

Entre la madre y los hijos existía una intimidad especial, pues ella cuidaba directamente de los hijos hasta que eran destetados, momento en que el padre empezaba a dirigir de modo más personal la educación del hijo. La posición de la madre en la casa era de reconocida importancia. Tenía que ser respetada aun en su vejez. (Éxo. 20:12; 21:15, 17; Pro. 23:22; Deu. 5:16; 21:18-21; 27:16.) Por supuesto, su posición era siempre secundaria en comparación con la de su esposo, a quien tenía que respetar y obedecer. De niño, Jesús se sujetó a su padre adoptivo José y a su madre María. (Luc. 2:51, 52.)

Cuando el padre tenía más de una esposa, los hijos distinguían a su verdadera madre de las demás esposas de su padre por medio de usar la designación “madre”. Igualmente, para diferenciar a los medio hermanos de los hermanos carnales se usaba la expresión “hijos de mi madre”. (Jue. 8:19; Gén. 43:29.)

La madre debía transmitir a los hijos las instrucciones y mandatos del padre y procurar que se cumplieran. (Pro. 1:8; 6:20; 31:1.) Ella era la administradora de la casa bajo la jefatura de su esposo. El dar a luz y criar a los hijos de la manera apropiada la mantenía ocupada y la protegía a buen grado de ser chismosa o entremetida en asuntos ajenos. El continuar en la fe le resultaría ser una gran salvaguarda. (1 Tim. 5:9-14; 2:15.) Una buena madre preparaba alimento y prendas de vestir para sus hijos y otros miembros de la casa, de modo que su esposo e hijos apropiadamente podrían alabarla ante otros. (Pro. 31:15, 19, 21, 28.)

USO FIGURATIVO

En Jueces 5:7 la palabra “madre” se aplica en el sentido de una mujer que atiende y cuida a otros. Pablo se refirió a la ternura que sentía hacia los que había introducido en la verdad, sus hijos espirituales, comparándose con una “madre que cría”. (1 Tes. 2:7.) Debido a la estrecha relación espiritual que existe en la congregación, las mujeres cristianas son como madres y hermanas de sus compañeros cristianos, y tienen que ser tratadas con el mismo respeto y castidad. (Mar. 3:35; 1 Tim. 5:1, 2.) A las esposas cristianas que siguen el buen ejemplo de Sara, la esposa de Abrahán, se las llama “hijas” de ella. (1 Ped. 3:6.) Como el cuerpo del hombre fue hecho “del polvo del suelo”, la Tierra puede asemejarse figurativamente a su “madre”. (Gén. 2:7; Job 1:21.) A veces se describe una ciudad como si se tratase de una madre, y a sus habitantes se les llama sus hijos. (2 Sam. 20:19.) En el caso de Jerusalén, la ciudad—como sede del gobierno—representó a toda la nación, y a los israelitas se les consideró sus hijos. (Gál. 4:25, 26; Eze. 23:4, 25; compárese con Salmos 137:8, 9.) También, se decía que una gran ciudad era como una madre para sus “poblaciones dependientes” circundantes, o, literalmente, sus “hijas”. (Eze. 16:46, 48, 53, 55; véase también la nota al pie de la página para el versículo 46.) Babilonia la Grande, “la gran ciudad”, es llamada “la madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra”. (Rev. 17:5.)

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