Aprendió la verdad antes que fuera demasiado tarde
EL 6 de junio de 1950 Teodoro Barrameda, de 60 años, murió en la silla eléctrica en Muntinlupa, Rizal, en las Islas Filipinas. Fué ejecutado por haber sido un colaborador en pro de los japoneses durante la II Guerra Mundial. Su caso fué muy raro y causó gran alboroto entre la gente.
De 1931 a 1933 este hombre había sido policía en Lipa. Luego sirvió como soldado, después de lo cual se volvió agricultor. Poco antes de la guerra se interesó en la política y se unió a la “quinta columna” filipina ganap en Batangas. Cuando los japoneses entraron ingresó en la fuerza policíaca de ocupación.
Terminada la guerra fué enjuiciado y sentenciado a cadena perpetua por cuatro cargos. Fué acusado de estar implicado en la muerte de cuatro norteamericanos, además de quemar a una anciana, el matar a sangre fría a dos niños ciegos, y dar ayuda y comodidad al enemigo. Estos cargos, sin embargo, los negó de plano como falsos. Cuando se apeló el caso, el tribunal supremo hizo una maroma cambiando la pena de cadena perpetua a la pena de muerte. Dos veces suplicó al presidente Quirino y dos veces rehusó el presidente conmutar la sentencia. Todos los esfuerzos humanos para salvar su vida fracasaron.
Entonces algo pasó. Durante su encierro Barrameda llegó a conocer el mensaje del Reino y supo del propósito de Dios de establecer un nuevo mundo de justicia bajo Su amado Rey Cristo Jesús. Empezó a estudiar la Biblia, obtuvo conocimiento de la verdad, hizo una consagración, y fué bautizado el 12 de junio de 1949. Durante el último año de su vida sirvió como un testigo de Jehová detrás de los muros de la cárcel.
Llegó el día de la ejecución, y la orden formal de muerte fué leída por el director de la prisión. Todos los presentes se asombraron por la serenidad y calma de Barrameda. En vez de pasar las últimas pocas horas llorando, lamentándose y yendo a misa, como lo hacen tantos presos católicos supersticiosos, este hombre cantó canciones del Reino de alabanza a Jehová, agradecido de que hubiera tenido la oportunidad de aprender la verdad antes de su muerte. También les habló sin reserva a los guardias, dándoles consuelo y esperanza. Su conciencia estaba limpia. En ignorancia se había mezclado en la política, pero él era completamente inocente de los crímenes bárbaros por los cuales lo iban a ejecutar. Declaró que era “una víctima de acusaciones fabricadas”, igual que el Dr. José Rizal, héroe nacional de las Filipinas.
Conducido a la cámara de muerte, rehusó tomar morfina o cloroformo, diciendo: “Sólo los culpables desearían ser anestesiados.” Diferente a los criminales endurecidos que son odiosos y amargos, bondadosamente se despidió de los que lo ataron a la silla, con el espíritu de un verdadero cristiano.—Mat. 5:44; Hech. 7:60; Rom. 12:14; 1 Cor. 4:12, 13.
La resolución y serenidad mentales que se apoderan del que sabe que está en lo correcto impresionaron mucho a los que estuvieron presentes en la ejecución de Barrameda. Como escribió el reportero Virgilio Talusán en el Daily Mirror de Manila: “Los seis periodistas que presenciaron la ejecución, así como también los otros testigos, unánimemente alabaron el valor del hombre. Pero me permito diferir de ellos. Yo creo que no es valor sino resignación, sustentada por una confianza en la creencia del hombre de un juicio en la vida futura.” Puesto en mejor lenguaje, Barrameda temió al Todopoderoso Dios, no a los que mataron su cuerpo. Su esperanza estaba en la resurrección, y, como el malhechor que colgaba en la estaca de tormento junto a Cristo, él apeló su caso al Juez Supremo y tiene esperanza de vida en el paraíso de justicia del nuevo mundo.—Mat. 10:28; Luc. 23:39-43, NM.
Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, ensalzada tu diestra. Justicia y juicio son el asiento de tu trono; misericordia y verdad irán delante de tu rostro. ¡Dichoso el pueblo que sabe cantarte alegremente! andarán, oh Jehová, a la luz de tu rostro. En tu nombre se alegrarán todo el día, y en tu justicia serán ensalzados. Porque tú eres la gloria de su fortaleza, y con tu favor nuestro cuerno será ensalzado. Porque Jehová es nuestro escudo, y nuestro Rey es el Santo de Israel.—Sal. 89:13-18.