Apreciando los dones de Dios
LLAMANDO atención a la bondad de Jehová, el discípulo Santiago declara: “Todo don bueno y toda dádiva perfecta es de arriba, porque desciende del Padre de las luces celestiales.” Sí, toda bendición de vida que gozamos emana de nuestro Padre Celestial. Y él continúa confiriendo sus dones sobre sus criaturas humanas aun cuando ellas no manifiestan aprecio y agradecimiento y los toman como cosa rutinaria. Su ingratitud no hace que él se amargue y retire sus dones. Él goza confiriendo sus dones sobre la humanidad, con lo cual le da razón para ser feliz y saber que él es el Creador amoroso. Él mismo nos da la mejor demostración de que “hay más felicidad en dar que la que hay en recibir”.—Mat. 5:45; Hech. 20:35; 1 Tim. 1:11; Sant. 1:17, NW.
La tierra misma es uno de los dones de Dios, y también lo es la vida del hombre sobre la tierra. Aunque al comienzo del hombre la vida era un don libre, Dios hizo que el gozo continuado de ese don por el hombre dependiera de su obediencia, de su aprecio de ese don y de su anuencia para cooperar con Dios en el propósito por el cual Dios le había dado ese don.—Gén. 1:26-28; 2:7, 17; Sal. 115:16.
Nuestros primeros padres no mostraron aprecio del don de la vida, rehusaron cooperar con el propósito de Dios, desobedecieron, pecaron. Por razón de ese tropiezo toda su prole perdió el don de la vida. Sin embargo, sabiendo que algunos de éstos manifestarían aprecio por sus dones Dios abrió el camino para que los tales obtuvieran la vida mediante todavía otro don, el de su amado Hijo unigénito. Por medio de ese don no sólo la vida, sino la vida eterna, se hace obtenible. “Porque el salario que paga el pecado es muerte, pero el don que Dios da es vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor.”—Rom. 5:12; 6:23, NW.
Ninguno de nosotros está en posición de merecer los dones de Dios, y menos que todo de merecer el don de la vida. Pero podemos manifestarnos dignos del don de vida eterna demostrando ahora, con los dones que tenemos, que usaremos apropiadamente el don de vida eterna cuando Dios nos lo dé por Cristo Jesús. Con ese fin tenemos que cultivar la amistad de Jehová y su Hijo dedicando todo nuestro tiempo, energía y medios a la obra de hacer propiedad nuestra este don de la vida eterna. Eso significa el dedicarnos a Jehová y luego manifestarnos fieles a esa dedicación.—Sal. 49:6-9; Mat. 19:21; Luc. 16:9, NW.
DONES PARA EL MINISTERIO
Los que se han dedicado al servicio de Jehová se ponen en línea para recibir muchos más dones, siendo el primero de tales la fuerza vigorizadora o espíritu santo de Dios. Dios primero confirió este don por medio de Cristo Jesús a 120 de sus siervos, en el día del Pentecostés. Con eso los dotó de poderes especiales, tales como el hablar en lenguas, interpretación, profetizar, habilidad para enseñar, para curar y habilidad directiva. En todo esto se tuvo “como mira el entrenamiento de los santos para la obra ministerial, para la edificación del cuerpo del Cristo”.—Hech. 2:18; Efe. 4:12; 2 Tim. 1:7, NW.
Para establecer la congregación cristiana en su infancia y para facilitar la obra misionera, el espíritu santo así confirió dones milagrosamente. Habiendo servido su propósito, estos dones terminaron. Hoy Dios confiere los dones del espíritu tomando en cuenta las habilidades inherentes o innatas y talentos naturales sin cultivo que los cristianos tengan, y de acuerdo con su celo y deseo de ser usados por Dios.—1 Cor. 13:8.
Por supuesto, hoy no se les dan los mismos dones a todos, igual como en la congregación primitiva no todos los miembros recibieron los mismos dones. (1 Cor. 12:27-31) Dios, mediante su espíritu santo, confiere sus dones en gran variedad para que su organización visible, la congregación cristiana, sea un instrumento ensanchado, bien equilibrado y plenamente capacitado para lograr sus propósitos. Por lo tanto no debemos quejarnos si vemos que otros tienen dones y oportunidades de servicio que nosotros no tenemos. Más bien debemos esforzarnos por derivar provecho de aquellos que tienen tales dones usándolos para mejorar nuestro propio ministerio, así como en los tiempos apostólicos los otros no envidiaron a los apóstoles sus dones especiales sino que gozosamente aceptaron su ayuda.—1 Cor. 12:4-11; Efe. 4:16, NW.
CULTIVANDO LOS DONES
Todos tenemos ciertas habilidades innatas, ciertas facultades sin cultivo, y todos tenemos ciertas oportunidades para emplear éstas. El espíritu santo que Dios da ayuda y mejora éstas para hacernos más útiles en el ministerio. Pero no lo hace separado de nuestros propios esfuerzos. Cada uno tiene que estar alerta para sacar el mayor provecho de sus oportunidades, tiene que cultivar y educar sus poderes latentes al grado más pleno para el adelanto de los intereses del Reino sobre la tierra y para demostrar a Jehová que es digno de la vida eterna con todavía más dones que usar. “Porque con este fin estamos trabajando duro y esforzándonos, porque hemos puesto nuestra esperanza en un Dios viviente, que es el Salvador de hombres de toda clase, especialmente de los fieles.”—1 Tim. 4:10, NW.
Los casos de Noé y Bezalel y el apóstol Pablo ilustran cómo el Señor usa su espíritu santo para activar a sus siervos. Noé no fué escogido porque era edificador de barcos, sino porque era un hombre recto y andaba con Dios. No obstante, por su obediencia a las instrucciones de Dios y con la ayuda de la fuerza activa de Dios, Noé pudo construir esa gran arca o cajón, con lo cual dió una exhibición notable de lo que el espíritu de Dios puede lograr. Aquí podríamos hacer un paralelo con la obra de los testigos de Jehová en tiempos modernos. Todos ellos predican las buenas nuevas del Reino yendo de casa en casa, estando de pie en las calles y haciendo revisitas a la gente y conduciendo estudios bíblicos de casa. Y ellos hacen esto aun cuando no tuvieron educación anterior en dichos asuntos antes de venir a ser testigos, sino que trabajaban como agricultores, carpinteros, amas de casa, etc.—Gén. 6:9, 14; Zac. 4:6.
Por otra parte, es muy probable que Bezalel, que fué usado para superentender la excelente mano de obra en la construcción del tabernáculo y sus accesorios, tuvo ciertas habilidades naturales, educación y experiencia, así como el apóstol Pablo fué instruído en la ley antes de ser cristiano. Sus habilidades naturales, educación y experiencia previa, junto con su buena voluntad y el espíritu santo de Dios, los capacitaron para servir en capacidades muy especiales. Así es hoy, a medida que se necesitan siervos con capacidades especiales el espíritu santo activa a los que tienen posibilidades o experiencia previa y que tienen el deseo de ser usados.—Éxo. 31:2-6; Hech. 22:3.
Dios ha prometido proporcionarnos los dones necesarios. Si tenemos fe verdadera en su promesa no quedaremos satisfechos con sólo desear u orar por tales dones, sino que vigorosamente nos prestaremos al trabajo a la mano, nos esforzaremos expresamente hasta el límite por causa de la obra. ¿Se nos ha dado un nombramiento o una asignación? Entonces emprendámoslo con lo mejor que tengamos, sea que precise estudio anticipado, práctica u otra preparación.
Así que manifestemos aprecio por los dones que tenemos cultivándolos con toda sinceridad, usando todo medio que el Señor ha provisto para nuestra instrucción y entrenamiento: su Palabra, las ayudas bíblicas de la Wátchtower, reuniones y actividad en toda parte del ministerio cristiano. Como Pablo aconsejó a Timoteo: “Continúa aplicándote a la lectura pública, a la exhortación, a la enseñanza. No descuides el don . . . Reflexiona acerca de estas cosas, absórbete en ellas, para que tu progreso sea manifiesto a toda persona. Cuídate a ti mismo y a tu enseñanza. Persiste en estas cosas, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.” (1 Tim. 4:13-16, NW) Y, sobre todo, con eso estaremos llenando de gozo el corazón de nuestro gran Benefactor, manifestando aprecio por sus dones.—Pro. 27:11.