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  • Manteniendo la actitud mental de Cristo

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  • Manteniendo la actitud mental de Cristo
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
w53 1/4 págs. 217-219

Manteniendo la actitud mental de Cristo

LA COSA principal en la mente de Jesús fué saber y hacer la voluntad de su Padre para agradarle. Desde el mismo principio su actitud mental fué una de deleitarse en su Padre, Jehová Dios: “El SEÑOR me formó como la primera de sus obras, el principio de sus proezas de la antigüedad. Cuando estableció los cielos estaba yo allí, cuando trazó la bóveda sobre la faz del abismo. Estuve al lado de él como guardián suyo; y diariamente me llenaba yo de delicia, mientras me ejercitaba delante de él todo el tiempo.”—Pro. 8:22, 27, 30, UTA.

Jesús halló deleite al considerar la Palabra e instrucciones de su Padre: “Tú has hecho grandes cosas, oh SEÑOR mi Dios; maravillosos son tus pensamientos hacia nosotros; no hay ninguno que se compare a ti. Si los fuera a declarar y decir, serían demasiados para enumerarlos.” “¡Cuán preciosos son tus pensamientos para mí, oh Dios! ¡Cuán grande la suma de ellos! Si los fuera a contar—¡serían más numerosos que las arenas! Si fuera a llegar al fin de ellos, ¡mi vida tendría que ser tan larga como la tuya!” A través de su ministerio demostró gran familiaridad con la Palabra de su Padre, apelando a ella para probar sus puntos y refutar los de sus contrarios.—Sal. 40:5; 139:17, 18, UTA.

Sin importar lo que quería decir en cuanto a sufrimientos, la actitud mental de Jesús fué la de deleitarse en hacer la voluntad de su Padre: “Entonces dije yo: ‘¡Mira! Yo he venido (en el rollo del libro está escrito acerca de mí) para hacer tu voluntad, oh Dios.’” (Heb. 10:7, NM; Sal. 40:7, 8) Por eso el apóstol Pablo nos aconseja: “Retengan en sí mismos esta actitud mental que también estaba en Cristo Jesús, quien, aunque estaba existiendo en forma de Dios, no dió consideración a un arrebatamiento, a saber, que debía ser igual a Dios. No, sino que se despojó a sí mismo y tomó la forma de un esclavo y vino a estar en la semejanza de los hombres. Más que eso, cuando se halló en forma de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento.”—Fili. 2:5-8, NM.

Que el hacer la voluntad de su Padre era lo principal en la mente de Jesús a todo tiempo es evidente de su propio testimonio: “No puedo hacer ni una sola cosa de mi propia iniciativa; así como oigo, juzgo, y el juicio que yo dicto es justo, porque yo busco, no mi propia voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió.” “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió.” Y de nuevo: “Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me envió y terminar su obra.”—Juan 4:34; 5:30; 6:38, NM.

¿CUÁL FUE SU GOZO?

Concerniente al ejemplo que Jesús nos puso, leemos además: “Miramos atentamente al caudillo y perfeccionador de nuestra fe, Jesús. Por el gozo que fué puesto delante de él aguantó el madero de tormento, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.” (Heb. 12:2, NM) ¿Cuál era este gozo puesto delante de Jesús que le capacitaba a aguantar tanto? El gozo de poder alegrar el corazón de su Padre vindicándole: “¡Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón; así tendré qué responder al que me vitupere!” Como el salmista expresó proféticamente los sentimientos de Jesús: “He proclamado tu vindicación en la grande asamblea. He aquí, yo no cierro los labios; oh SEÑOR, tú sabes. Tu vindicación no la he ocultado dentro del corazón; tu fidelidad y tu victoria he contado.”—Pro. 27:11; Sal. 40:9, 10, UTA.

El nombre de su Padre tenía que ser honrado y vindicado a causa del reproche traído sobre él por el querubín cubridor, quien después llegó a ser Satanás el Diablo. Ese, en vez de tener una mente que se deleitara en hacer la voluntad de Dios, tenía una mente llena de iniquidad; y, en vez de seguir el curso sabio de la humildad y la obediencia, como Jesús, corrompió su sabiduría con orgullo y rebelión. Amontonó reproche sobre el nombre de Jehová por su propio curso inicuo e influyendo a otros a tomar un curso semejante.—Job, capítulos 1 y 2.

Cristo Jesús, en contraste notable con ese querubín rebelde, amó a su Padre celestial y fué celoso por la honra de su nombre. Apreciando plenamente la razón de su venida a la tierra, usó toda oportunidad para traerle honra diciendo a otros cuán bueno y amoroso es su Padre. Repetidamente leemos de su predicación en las casas de la gente, en sus sinagogas, en el templo, en la falda de la montaña y a la orilla del mar. Aun mientras descansaba al lado de un pozo usó bien una oportunidad para predicar a una samaritana de mala reputación, con el resultado de que un gran testimonio se dió a su ciudad.—Juan 4:6-42.

Debido a que la honra y vindicación del nombre de su Padre era lo principal en su mente, ardía en Jesús el celo de exponer a los que lo estaban reprochando. Por eso atacó tan enérgicamente vez tras vez a los escribas, fariseos y doctores de la ley, y, tanto al comienzo como al fin de su ministerio terrestre, con indignación correcta echó a los cambistas del templo. Exclamó él: “Está escrito: ‘Mi casa será llamada casa de oración,’ pero ustedes la están convirtiendo en una cueva de ladrones.”—Mat. 21:12, 13; 23:1-39; Juan 2:13-17, NM.

Sabiendo con certeza lo que era la voluntad de Dios para él, Jesús ejerció su voluntad para tener una determinación inflexible de no permitir que nada le desviara. Los dardos sutiles y lisonjeros del Diablo rebotaron en su escudo de fe sin hacer daño en el encuentro que tuvo con ése en el desierto. Ni dejó que la multitud judía se apoderara de él por la fuerza y le hiciera rey, porque sabía que ésa no era la voluntad de Dios para él y no tenía la ambición de ensalzarse él mismo. Cuando Pedro trató de persuadirle de que no siguiera el curso humilde de sufrimiento señalado para él por su Padre celestial, él le reprendió: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Me eres un tropiezo, porque tú piensas, no los pensamientos de Dios, sino los de los hombres.” Sabiendo plenamente lo que le aguardaba, cuando el debido tiempo llegó él “firmemente se resolvió a viajar a Jerusalén”.—Mat. 4:1-10; 16:23; Luc. 9:51; Juan 6:15, NM.

Identificando claramente el propósito de su venida a la tierra, Jesús le dijo a Poncio Pilato, cuando estaba siendo enjuiciado delante de él: “Con este propósito he nacido y con este propósito he venido yo al mundo, para dar testimonio a la verdad.” Y que esa verdad principalmente tenía que ver con el nombre de su Padre Jesús lo indicó en la oración a su Padre la noche de su traición: “Te he glorificado sobre la tierra, habiendo acabado el trabajo que me has dado para hacer. He hecho tu nombre manifiesto a los hombres que del mundo me diste.”—Juan 17:4, 6; 18:37, NM.

La actitud mental de Jesús se resume bien en las palabras del profeta Isaías (42:19, NC): “¿Quién es ciego sino mi siervo? ¿Quién sordo, como el mensajero que yo envié? ¿Quién ciego, como mi dilecto? ¿Quién sordo, como el siervo de Yavé?” Sí, Jesús fué ciego y sordo tanto a los halagos como a los reproches y amenazas de Satanás y sus engañados. Lo único que él veía y oía era lo que su Padre ponía ante él para que lo considerara e hiciera.

IMITANDO A CRISTO JESÚS

De lo susodicho podemos ver que aunque Jesús era incontaminado y enteramente sin engaño o pecado, el tener la actitud mental de Cristo requiere mucho más que sólo evitar los pecados más crasos. (Juan 8:46; Heb. 7:26) También que la posesión de un semblante santurrón y el usar una indumentaria religiosa absolutamente no es indicación de que uno tenga la actitud mental de Cristo; de hecho, muestra lo contrario.

¿Deseamos la mente, la actitud mental de Cristo? Entonces ante todo tenemos que deleitarnos en la Palabra de Dios, al igual que Jesús. Tenemos que almacenar en la mente el conocimiento de Jehová Dios y sus propósitos; información tocante a sus atributos de sabiduría, justicia, amor y poder; acerca de su propósito principal de vindicar su nombre y soberanía, que es la razón primera por la que extiende salvación a las criaturas, por la que ha tolerado a los inicuos, y por la que con el tiempo destruirá a todos los inicuos; acerca de la parte que Cristo Jesús ha desempeñado en proveer nuestro rescate y en vindicar el nombre de su Padre y la parte que todavía desempeñará en esto; y acerca de la presencia del Reino por el cual hemos estado orando y las bendiciones que pronto traerá en el nuevo mundo de justicia. Alrededor de estas verdades cardinales giran todas las demás verdades bíblicas.—Éxo. 9:16, UTA; Sal. 83:1-18; Eze. 36:20-22; Mat. 6:10; 20:28; 24:1-44, NM.

Sin embargo, el almacenar estas verdades en nuestro corazón o mente por medio de estudio y fe en ellas no es suficiente. Para tener la actitud mental de Cristo tenemos que ejercer nuestra voluntad tocante a ellas. Tenemos que determinar hacer algo acerca de estas verdades y luego perseverar con esa determinación sin importar lo que los hombres o demonios puedan traer contra nosotros. Eso significa, ante todo, el dedicarnos al servicio de Dios como Jesús lo hizo, manifestando que nos deleitamos en hacer la voluntad de Dios. (Sal. 40:8) Y como fué para él, así para nosotros la voluntad de Dios principalmente es que prediquemos la verdad de su nombre y reino.—Mat. 24:14; 1 Ped. 2:9.

Para tener la actitud mental de Cristo tenemos que ser celosos del buen nombre de nuestro Padre celestial; y por eso tenemos que exponer las enseñanzas falsas que traen reproche sobre él, al mismo tiempo cuidando que no hagamos nada que vaya a traer reproche sobre el nombre de Jehová. Jamás podemos avergonzarnos de confesar el nombre de Jehová delante de los hombres ni suavizar la verdad para evitar la ira de los hombres. Semejantes a Cristo, tenemos que ser ciegos y sordos tanto a los halagos que el mundo ofrece para seducirnos de nuestra determinación como a las amenazas y reproches que emplea en un esfuerzo por desanimarnos. A todo tiempo nuestro motivo debe ser, no el conseguir la aprobación de los hombres, sino la aprobación de Dios.

Y en nuestras relaciones con nuestros compañeros cristianos debemos escuchar el consejo de Pablo: “Entonces, si hay algún invigorizamiento en Cristo, si alguna consolación de amor, si alguna participación de espíritu, si algunos tiernos afectos y compasiones, hagan pleno mi gozo en que ustedes son de la misma mente y tienen el mismo amor, estando unidos en alma, teniendo en mente un solo pensamiento, no haciendo nada movidos por espíritu de contradicción o egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes, vigilando, no con interés personal sobre sólo sus propios asuntos, sino también con interés personal sobre los de los demás. Retengan en sí mismos esta actitud mental que también estaba en Cristo Jesús.”—Fili. 2:1-5, NM.

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