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  • Santiago, el hermano de Jesús

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  • Santiago, el hermano de Jesús
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
w53 1/5 págs. 277-280

Santiago, el hermano de Jesús

JESÚS, el Hijo de Dios, en una ocasión dijo: “Un profeta no carece de honor salvo en su territorio natal y en su propia casa.” Que él mismo tuvo esta experiencia tocante a su familia inmediata es evidente del registro hecho por su discípulo preferido, Juan: “Sus hermanos, de hecho, no estaban ejerciendo fe en él.” Mateo y Marcos mencionan a cuatro hermanos, Santiago, José, Simón y Judas. (Mat. 13:55-57; Mar. 6:3; Juan 7:5, NM) Sin embargo, después de la muerte y resurrección de Jesús, por lo menos algunos de sus hermanos uterinos (de la misma madre pero de diferente padre) sí ejercieron fe en él, porque leemos que, acercándose el Pentecostés, los once apóstoles de común acuerdo “persistían en oración, junto con algunas mujeres y María la madre de Jesús y con los hermanos de él”.—Hech. 1:13, 14, NM.

Considerando que algunos de nuestros lectores podrían objetar a la declaración de que María tuvo otros hijos además de Jesús, sosteniendo que ella fué “siempre virgen”, antes de considerar lo que las Escrituras cristianas griegas dicen acerca de Santiago, el hermano de Jesús, consideremos brevemente esa objeción. Si María fué “siempre virgen”, entonces ¿por qué dijo Mateo en el capítulo uno, versículo veinticinco Mt 1:25, que José “no la conoció”, es decir, “no tuvo relaciones con ella hasta que dió a luz un hijo”? (NC; NM) Y ¿por qué describió Lucas a Jesús como el “primogénito” de ella? (Luc. 2:7) Si María no hubiera dado a luz otros hijos ¿no se habría referido él a Jesús como el “único” hijo de ella? Claramente Mateo y Lucas no consideraron que Jesús fué el único hijo de María, de otra manera ciertamente que habrían recalcado el punto; especialmente si ellos hubieran pensado que este asunto era tan vital como algunas organizaciones religiosas lo piensan.

Tampoco puede argüirse que estos “hermanos” no eran de la familia inmediata de Jesús, sino que eran parientes o primos, porque la palabra usada significa literalmente “de la misma matriz”. (Concordancia de Young) Si se hubiera querido decir únicamente parientes los escritores inspirados sin duda habrían usado la palabra griega traducida prima y primos en Lucas 1:36, 58 (V A). (“Prima” y “parientes” en la Douay) Ni es defendible la posición de que estos “hermanos” eran sus hermanos espirituales o discípulos, porque, como ya hemos visto, ellos no ejercieron fe en Jesús en ese tiempo. Que estos “hermanos” eran separados y distintos de sus discípulos el registro de Juan lo aclara, porque en él leemos: “Después de esto él [Jesús] y su madre y hermanos y sus discípulos descendieron a Cafarnaúm.”—Juan 2:12, NM.

PROMINENTE EN LA CONGREGACIÓN PRIMITIVA

De estos hermanos de carne y sangre que llegaron a ser discípulos de Jesús después de su resurrección Santiago fue el más prominente. Evidentemente previendo el papel que Santiago desempeñaría en la congregación cristiana primitiva, Cristo Jesús le escogió para atención especial, porque Pablo, al dar prueba de la resurrección de Jesús, parece referirse a Santiago, el hermano de Jesús, cuando escribe: “Después de eso se apareció a Santiago,” el único que Pablo menciona de nombre, aparte de Pedro y él mismo, como aquellos a quienes Jesús se apareció individualmente.—1 Cor. 15:7, NM.

Pedro igualmente da a Santiago mención especial. Cuando visitó al grupo de cristianos reunidos en la casa de María, la madre de Juan Marcos, después de su liberación milagrosa de la cárcel, Pedro los instruyó: “Informen de estas cosas a Santiago y a los hermanos.” (Hech. 12:17, NM) Y que Santiago no sólo fué principal entre sus hermanos de carne y sangre sino también prominente entre sus hermanos espirituales parece aparente del hecho de que evidentemente él presidió la reunión especial efectuada en Jerusalén para discutir la cuestión de si los conversos gentiles al cristianismo debían ser circuncidados o no, pues él resumió las deliberaciones. Sus recomendaciones fueron adoptadas y se enviaron instrucciones en armonía con ellas a las diferentes congregaciones cristianas.—Hech. 15:14-21, NM.

No sólo Pedro hace claro al tiempo de su liberación milagrosa de la cárcel que Santiago debe ser notificado, sino que Pablo de igual manera le menciona especialmente. Al decir a los gálatas de sus primeros años como ministro cristiano él declara: “Después subí a Jerusalén a visitar a Cefas, y me quedé con él por quince días. Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sólo a Santiago el hermano del Señor.”—Gál. 1:18, 19, NM.

Sin duda Santiago el hermano de Jesús desempeñó un papel prominentísimo en el cuerpo gobernante de la congregación cristiana primitiva situado en Jerusalén. Él sería lógicamente la persona que escribiera la carta que lleva el nombre de Santiago. El apóstol Santiago, quien fué hermano de Juan, fué martirizado demasiado temprano para poder haber sido el autor de tal carta, y puesto que no se sabe casi nada de Santiago el hijo de Alfeo, no es probable que él hubiera escrito esta carta y no se hubiera identificado como apóstol. Pedro y Pablo repetidamente mencionan el hecho de que son apóstoles, mientras que Juan en sus cartas no deja duda de que fué un asociado íntimo de Jesús. Particularmente en vista de la naturaleza franca de la carta, si el escritor hubiera sido apóstol lo hubiera expresado para añadir peso a su mensaje, en vez de sólo comenzar con “Santiago, un esclavo de Dios y del Señor Jesucristo”.—Sant. 1:1, NM.

En vista de lo susodicho también resulta que esta carta fué enviada por lo menos en 62 d. de J.C. ¿Por qué? Porque, según la historia seglar, fué en ese año que el procurador de Judea, Festo, murió; y antes de que Albino, quien iba a ocupar su lugar, llegara, los judíos promovieron un disturbio en el que Santiago, el hermano de Jesús, fué arrastrado ante el Sinedrio. Ahí, debido a cargos falsos hechos en contra de él por el sumo sacerdote, quien, parece, había convocado este concilio con este mismo propósito, Santiago fué entregado para ser muerto a pedradas.

LA CARTA DE SANTIAGO

Parece que para el tiempo que Santiago escribió esta carta la iglesia primitiva había crecido considerablemente, había llegado a estar bastante firmemente establecida y hasta cierto punto disfrutaba de libertad de persecución. Como consecuencia algunos estaban descuidándose y dejándose manchar por el mundo y buscaban amistad con él. Había chismes, rendición a deseos egoístas y hasta pecado voluntarioso. Para despertar a los cristianos al peligro de que el Diablo los corrompiera así, Santiago escribió su carta.

Santiago, a través de su carta, muestra discernimiento penetrante en cuanto a los motivos que impulsan al individuo y aconseja del modo más directo. Comenzando con decir a sus hermanos que se regocijen en las pruebas debido a los frutos que el aguante de tales pruebas produce, él entonces muestra la necesidad de sabiduría que Dios da generosamente a todos si pedimos confiadamente. Luego señala la causa de la tentación, mostrando que no proviene de Dios. “Cada uno es probado por medio de ser atraído e inducido por su propio deseo.” Por eso hagan a un lado toda “maldad moral” y sean hacedores de la Palabra, y no sólo oidores. Y “mantenerse sin mancha del mundo”.—Sant. 1:1-27, NM.

En el segundo capítulo Santiago primero reprueba a los que juzgan por la apariencia exterior, que muestran favoritismo a los ricos; eso no es amar uno a su prójimo como a sí mismo. Luego la parte que muestra cuán práctica es la carta: La fe sin obras que la apoyen no tiene ningún valor. Si su hermano tiene hambre, frío, y está desnudo, y todo lo que usted dice es: ‘Llénese, caliéntese, vístase,’ ¿cuánto provecho recibe él? ¿No fueron declarados justos Abrahán y Rahab porque probaron su fe mediante sus obras? “En verdad, . . . la fe sin obras está muerta.”—Snt 2 v. 26.

Santiago da más exhortación práctica al discutir el uso y el poder de la lengua. La lengua es un miembro diminuto pero puede hacer muchísimo daño, así como una gran conflagración puede resultar de sólo un fuego pequeño. El usar nuestra lengua para alabar a Dios por una parte y calumniar o maldecir a los hombres por otra no tiene sentido. Los celos amargos, la mentira y rasgos similares son terrenos, sensuales y diabólicos. “Pero la sabiduría que es de arriba ante todo es casta, después pacífica, razonable, lista para obedecer, llena de misericordia y buenos frutos, sin hacer distinciones parciales, ni ser hipócrita.”—Santiago, capítulo 3.

Los que son impulsados por deseo egoísta producen dificultad en una congregación cristiana, y a éstos Santiago en seguida los amonesta preguntándoles: “Adúlteras, ¿no saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desea ser un amigo del mundo se está constituyendo un enemigo de Dios.” Los que adoptan tal manera de proceder revelan presunción, orgullo, y por lo tanto deberían estar alerta, porque “‘Dios se opone a los arrogantes, mas da bondad inmerecida a los humildes.’ Sométanse, por lo tanto, a Dios; pero opónganse al Diablo, y él huirá de ustedes.”—Santiago 4.

Santiago comienza su capítulo quinto dando a los ricos alguna de la condenación más fuerte que se encuentra en las Escrituras. Él los censura por su proceder codicioso y sensual y advierte que sus ganancias mal habidas serán testimonio contra ellos, clamando por venganza. No sólo han oprimido a sus trabajadores sino que han matado al justo. Luego Santiago nos aconseja ser pacientes y considerar el ejemplo de Job en cuanto a aguante.

Algunos han entendido que la exhortación de Santiago de que oren los cristianos los unos por los otros quiere decir que podemos esperar curación divina, puesto que “la súplica de un hombre justo cuando está en acción tiene mucha fuerza”. Sin embargo, el contexto indica claramente que Santiago se refiere a enfermedad espiritual, no física: “Por lo tanto confiesen abiertamente sus pecados los unos a los otros y oren los unos por los otros, para que sean curados.” El sostener que esto se refiere a enfermedad física es acusar a todos los que sufren de enfermedad corporal de ser pecadores crasos e implica que todos los que disfrutan de buena salud son buenos cristianos.

Verdaderamente la carta de Santiago es muy práctica.

SANTIAGO, EL APÓSTOL Y HERMANO DE JUAN

Santiago el hijo de Zebedeo, junto con su hermano Juan, dejó su comercio de pescado para llegar a ser uno de los primeros seguidores de Cristo Jesús. Generalmente se cree que de los dos Santiago era el mayor, no sólo por ser mencionado primero, sino también en vista de que Juan vivió hasta alrededor del año 100 d. de J.C. También se ha sugerido que Santiago y Juan estuvieron familiarizados con Jesús antes de que los llamara para seguirle.—Mat. 4:21; Mar. 1:19, NM.

Entre sus doce apóstoles Jesús prefirió a tres, y Santiago estuvo entre éstos. Por lo tanto estuvo con Jesús en el monte de la transfiguración; estuvo con él cuando levantó a la hija de Jairo, y acompañó a Jesús más adentro del jardín de Getsemaní en la noche de su traición; los otros dos de este grupo favorecido siendo, por supuesto, Pedro y Juan.—Mat. 26:36-39; Luc. 8:41, 51-56; 9:28-36, NM.

Santiago y su hermano Juan fueron llamados Boanerges, “hijos del trueno.” En una ocasión cuando cierta ciudad rehusó la entrada a Jesús estuvieron listos para pedir que descendiera fuego del cielo que devorara a sus habitantes. Ellos también ambicionaron ser primero en el reino de Jesús, como se reveló por la petición de su madre.—Mat. 20:20-28; Mar. 3:17; 9:33-35; 10:35-40; Luc. 9:51-55, NM.

Aunque el libro de los Hechos da poca información concerniente a Santiago parece razonable concluir que este ‘hijo del trueno’ fué un ministro denodado de las buenas nuevas. Esto explicaría por qué fué el primero de los doce apóstoles que sufrió martirio y por qué los judíos estuvieron tan complacidos por esta acción asesina de Herodes Agripa.

Jesús amonestó que sus seguidores serían perseguidos. Santiago el discípulo y hermano de Jesús y Santiago el apóstol y hermano de Juan tuvieron el privilegio de probar que eran “fieles aun bajo peligro de muerte”. Ellos pusieron un buen ejemplo para todos los cristianos que han vivido y viven desde su día.—Mat. 10:16-31; Apo. 2:10, NM.

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