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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
w53 15/6 págs. 360-364

Deleitándose en hacer la voluntad de Dios

EL DELEITARSE en hacer la voluntad de Dios significa tener goce vehemente, gran placer y verdadera satisfacción en hacerla. Significa hacer la voluntad de Dios no sólo anuente, sino ansiosa, entusiasmadamente. El hacer la voluntad de Dios de manera perfunctoria, negativa o descontenta jamás nos conseguirá su aprobación y su recompensa de vida eterna en el nuevo mundo; porque sólo si nos deleitamos en hacer esa voluntad podremos hacerla de la mejor manera posible, al grado más pleno, y podremos perseverar en hacerla a pesar de todas las tentaciones que el Diablo y sus agentes puedan traer.

Hubo un tiempo cuando todas las criaturas inteligentes de Dios se deleitaban en hacer su voluntad. Luego un querubín cubridor permitió que la ambición egoísta le robara ese deleite y logró inducir a nuestros primeros padres a perder su deleite en hacer la voluntad de Dios. Muchos han seguido su ejemplo, tales como la esposa de Lot, la multitud murmurante de israelitas en el desierto y el rey Saúl.

En agudo contraste con todos ésos está el ejemplo que nos puso Cristo Jesús. En su existencia prehumana, desde su misma creación, él ocasionó deleite diario a su Padre debido a que siempre se regocijaba delante de él a medida que sirvió como un “maestro de obras” y Logos o “Palabra”. (Pro. 8:22-30 AN; Juan 1:1-3; Apo. 3:14, NM) Y cuando la voluntad de Dios para el Logos indicó que dejara su gloriosa existencia espiritual y viniera a la tierra para vivir como humano en un ambiente imperfecto, desfavorable y hasta antagónico, el Logos no perdió su deleite en hacer la voluntad de Dios. Cuando, como el hombre Jesús, vino al Jordán para dedicarse a hacer la voluntad de Dios, la disposición de su corazón todavía era la misma: “He aquí yo vengo; (en el rollo del libro está escrito de mí); me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón.”—Sal. 40:7, 8; Heb. 10:7-9, NM.

Jesús ansiosa y celosamente se empeñó en hacer la voluntad de su Padre. Fué su mismísimo alimento para él. “Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me envió y terminar su obra.” (Juan 4:34, NM) Siempre alerta, predicó temprano y tarde; tuvo un celo consumidor por la causa de su Padre.—Mar. 6:30-34; Luc. 21:38; Juan 2:17; 3:2, NM.

¿Qué le dió a Jesús ese deleite en hacer la voluntad de Dios? Fué el ‘tener la ley de Dios en su corazón’. Esa ley consiste principalmente de los dos grandes mandamientos: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con toda tu fuerza,” y, “tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.” (Mar. 12:30, 31, NM) El tener esos mandamientos en su corazón quiso decir no sólo que estaba familiarizado con ellos sino que se interesaba en obedecerlos.

Teniendo ese amor por su Padre celestial, Jesús lo consideró un gozo verdadero poder vindicar el nombre de su Padre por medio de mantener integridad bajo prueba, y por eso gozosamente se despojó de todo lo que tenía para llegar a ser la cabeza del reino que completamente vindicará el nombre de Jehová destruyendo a todos sus enemigos. (Job, capítulos 1 y 2; Pro. 27:11; Mat. 13:45, 46; Fili. 2:5-11; Heb. 12:2, NM) Por eso, aun cuando la voluntad de Dios quiso decir sufrimiento físico y mental y una muerte de criminal, Jesús continuó haciéndola con deleite. Jamás refunfuñó, se quejó, criticó, o se compadeció de sí mismo.

EL AMOR PRODUCE DELEITE

¿Estamos imitando el ejemplo que Jesús puso de continuar haciendo la voluntad de Dios con deleite? No hay duda acerca de ello: cuando primero oímos la verdad, fué tan maravillosa, tan hermosa, tan consoladora, tan satisfactoria, tan nueva, tan diferente, tan justa y razonable, que literalmente nos enamoramos de ella, ¿no es verdad? Bajo el impulso de ese primer amor (no el temor de tormento ni el deseo de ganancia egoísta) nos dedicamos a hacer la voluntad de Dios, diciendo como Jesús: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío.”

Pero surge la pregunta a medida que el tiempo pasa: ¿Tenemos todavía ese mismo primer amor ardiente, esa misma apreciación ansiosa, ese mismo entusiasmo, ese mismo deleite en hacer la voluntad de Dios? O ¿estamos perdiendo nuestra apreciación, se está enfriando nuestro primer amor? Como resguardo contra este peligro Pablo escribió a los cristianos hebreos: “Continúen recordando los días anteriores en los cuales, después que ustedes fueron iluminados, aguantaron una gran contienda bajo sufrimientos.”—Heb. 10:32, NM.

Si, como Jesús, tenemos la ley de Dios en nuestro corazón, estamos interesados en obedecer los dos grandes mandamientos, nuestra apreciación no disminuirá, nuestro amor no se enfriará. Y si apreciamos quién Dios Jehová verdaderamente es, lo que él ha hecho por nosotros, está haciendo por nosotros y todavía hará por nosotros, nuestra gratitud nos hará hacer la voluntad de Dios con deleite. ¡Si hasta el mismo hecho de que tenemos la oportunidad de expresar nuestra apreciación y gratitud por medio de hacer la voluntad de Dios nos debe traer deleite! Lo que él requiere de nosotros no es gravoso.—1 Juan 5:3, NM.

El apreciar lo que se logra por hacer la voluntad de Dios también nos ayudará a hacerla con deleite. ¡Sólo piense en ello! El gran Jehová, el Todopoderoso, el Altísimo, el Rey de la Eternidad, el Creador de todas las cosas y el Manantial de la vida, nos dice, a cada uno de nosotros, criaturas imperfectas de arcilla, meras motitas en una motita: “¡Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón; así tendré qué responder al que me vitupere!”—Pro. 27:11.

El amor por nuestro prójimo igualmente nos da deleite en hacer la voluntad de Dios, porque teniendo amor por nuestro prójimo nos deleitaremos en traerle el consuelo que tanto necesita. Y cuando consideramos que trabajando concienzuda y constantemente, con tino y paciencia, nosotros podemos poner a nuestro prójimo en el camino de vivir para siempre en el maravilloso y hermoso nuevo mundo de justicia, ¿cómo podemos menos que sentir deleite en ayudarle?

El amor no sólo nos hará deleitarnos al ayudar a nuestros prójimos, quienes son personas de buena voluntad no dedicadas todavía a Jehová Dios, dándoles un entendimiento de Jehová Dios y sus propósitos, sino que también nos hará deleitarnos al hacer la voluntad de Dios concerniente a nuestro prójimo que está trabajando con nosotros en el servicio activo dando a conocer las buenas nuevas del Reino. Al grado que mostramos misericordia, al grado que tratamos de ser verdaderamente útiles a nuestros hermanos, a ese grado nuestro deleite en hacer la voluntad de Dios aumentará. Pero el guardar odiosamente un rencor en contra de nuestro hermano nos robará de nuestro deleite en hacer la voluntad de Dios y también puede disminuir el deleite de otra persona.—Lev. 19:18; Pro. 11:17; Heb. 12:15, NM.

TAMBIÉN SE REQUIERE FE

El deleite de Jesús en hacer la voluntad de su Padre se basó no sólo en su amor perfecto a Dios y su prójimo, sino también en fe firme. A todo tiempo tuvo una confianza inmóvil en su Padre celestial. Sabía que Dios le sostendría y recompensaría por su fidelidad. (Heb. 5:7) Y es igual con nosotros. Para tener deleite en hacer la voluntad de Dios también debemos tener fe firme. La multitud murmurante en el desierto careció de fe. Aparentemente hacían la voluntad de Dios, pero el informe malo de los diez espías reveló que no tenían deleite en hacerla. Su falta de deleite se debió a su falta de fe en el poder de Jehová Dios. Josué y Caleb, por otra parte, tuvieron fe en que Dios estaba con ellos y que podían ocupar la tierra. Se deleitaban en hacer la voluntad de Dios. (Núm. 13:21 a 14:38) David, teniendo fe en Dios, manifestó deleite en hacer la voluntad de Dios, tanto al salir en contra de Goliat como después al luchar en contra de los filisteos. ¡Cuán diferente fué su conducta a la del infiel rey Saúl! (1 Sam. 13:8-15; 15:4-35; 17:1-54; 1 Cró. 14:8-17) Sólo si tenemos fe firme en que Jehová Dios nos sostendrá y recompensará podremos hacer su voluntad con deleite.—Isa. 54:17; 1 Cor. 10:13; 15:58; Heb. 11:6, NM.

Sí, si nuestra fe en la vindicación de Jehová y su nuevo mundo es firme, nos deleitaremos en hacer su voluntad. Entonces no miraremos atrás con vehemencia a las cosas que dejamos. Recuerde que nadie que pone la mano sobre el arado y luego mira atrás es bien apto para el Reino. El mirar atrás puede resultar fatal, como en el caso de la esposa de Lot. Ella empezó a huir de Sodoma y Gomorra con su familia, pero no tuvo deleite en obedecer así el mandato de Dios, porque a pesar de su amonestación miró atrás, para su destrucción eterna.—Luc. 9:62; 17:32, NM.

¿Por qué mirar atrás? ¿Qué tiene el mundo que ofrecer? Hasta admite el mundo que con él la “familiaridad produce desprecio” y que “lo que se anticipa es siempre mejor que lo que se realiza”. Los que siguen su proceder inevitablemente sufrirán desilusión; y no hay duda de ello: mientras más se familiariza uno con su comercio, religión y política, más los desprecia. El mundo impulsado por temor o deseo de ganancia egoísta no tiene verdadero deleite en su trabajo, y por eso trata de escapar de la realidad persiguiendo los placeres. Ridiculiza la Biblia como impráctica, pero sus preocupaciones y ansiedades marchan junto a sus buscadores de placer, arrojando siempre a más de ellos en instituciones de desordenados mentales o en sepulcros prematuros.

Pero esos proverbios no aplican a la Teocracia, a las verdades, a las asociaciones y a la organización que están en armonía con los principios de verdad y justicia de Dios como se hallan en la Biblia. El servir a Dios trae aun ahora una recompensa céntupla, mientras que las bendiciones del nuevo mundo que aguardan a los que se deleitan en hacer la voluntad de Dios sencillamente no pueden ser exageradas; lo que se realice dejará muy atrás a lo que se haya anticipado. (Isa. 65:17-25; Mar. 10:29, 30, NM) Y mientras más nos familiaricemos con la verdad, con nuestros consiervos y con la organización de Dios, mayor será nuestro respeto, nuestro aprecio, nuestro amor por éstos. De modo que no manifestemos fe débil retirando nuestra vista de las cosas de la Teocracia, cosas que valen la pena, y fijándola en las cosas sin valor del sistema de Satanás y de esta manera perdamos nuestro deleite en hacer la voluntad de Dios.—2 Cor. 4:4, NM.

También tenemos que ejercer fe en la provisión misericordiosa de Dios del rescate por Cristo para cubrir nuestros pecados y faltas si queremos deleitarnos en hacer la voluntad de Dios. No podemos mirar atrás continuamente a los errores que hicimos y estar azotándonos mediante el repasar éstos vez tras vez y esperar tener deleite en hacer la voluntad de Dios. Si caemos, levantémonos de nuevo, pidiendo el perdón de Dios mediante el mérito de Cristo; y luego, olvidando el pasado, avancemos en la obra a la mano. (1 Juan 2:1-3, NM) Despida el orgullo y la vanidad heridos, deje que las piedras de tropiezo lleguen a ser piedras para escalar, y ejerza fe en la misericordia de Dios.

RESULTADOS DEL DELEITE

El grado a que nos ocupemos en el servicio de Dios dependerá no en grado pequeño del deleite que tengamos en hacer la voluntad de Dios. Continuamente se les presentan oportunidades de servicio a los ministros de Dios hoy, así como se le presentaron a Cristo Jesús cuando estuvo sobre la tierra, algunas grandes, algunas pequeñas. Sin embargo, a menos que nos deleitemos en hacer la voluntad de Dios dejaremos de ver muchas de ellas o adoptaremos un modo menospreciativo de ver las oportunidades más pequeñas. El deleite en hacer la voluntad de Dios nos capacita a ser fieles en aquello también que es lo menos.—Luc. 16:10, NM.

El deleite en hacer la voluntad de Dios resulta en aumentar no sólo la cantidad de nuestro servicio sino también la calidad. Un artista, doctor o abogado que se deleita en su profesión escogida siempre estará buscando mejorar su pericia y sus habilidades, resultando en que obtenga todavía más deleite de ella. Lo mismo también será cierto de nosotros. Si nos deleitamos en hacer la voluntad de Dios estaremos alerta para mejorar nuestro ministerio valiéndonos de todos los medios provistos por Jehová Dios mediante su “esclavo fiel y discreto” de modo que podamos hacer buenos comentarios en las reuniones de estudio, dar testimonio efectivamente en el campo y cumplir con asignaciones de tribuna de tal modo que traigamos honra al nombre de Jehová y edifiquemos a los oyentes.

Si carecemos de deleite en hacer la voluntad de Dios hallaremos que siempre estamos listos para apoderarnos de una excusa para no hacerla. Entonces, por decirlo así, dejaremos que el viento nos impida sembrar, las nubes nos impidan cosechar, y el temor de un león en las calles nos mantenga indolentemente en casa. (Pro. 22:13; Ecl. 11:4) Entonces, semejante a la murmurante multitud de israelitas en el desierto, amplificaremos todo obstáculo que se nos interponga.

Pero si nos deleitamos en hacer la voluntad de Dios, siempre estaremos alerta para salvar tales obstáculos. Observe a nuestros hermanos en países totalitarios. No se desaniman fácilmente. Las duras circunstancias quizás les obliguen a usar su inventiva y prueben su fe y su amor, pero resueltamente hallan una manera de continuar dando el testimonio. A medida que el tiempo pase podemos esperar que tales circunstancias desfavorables se extiendan a más y más lugares; a menos que nos deleitemos en hacer la voluntad de Dios, seguramente saldremos perdiendo.

Una esposa y madre que hace sus deberes domésticos de manera triste, con desgana o con actitud negativa, o que se compadece de sí misma, en realidad está arrojando reproche sobre su esposo. Si carecemos de deleite en hacer la voluntad de Dios, si refunfuñamos o nos quejamos, si nos compadecemos de nosotros mismos, si estamos inclinados a hacer comparaciones desfavorables entre nuestra porción y la de otra persona, entonces nosotros también estamos arrojando reproche sobre nuestro Guardián y Proveedor, Jehová Dios. Nos ayudará en este respecto el apreciar que nos dedicamos a Jehová Dios, que estamos en una relación personal con él, que él notó nuestra dedicación; que él sabe y entiende, y que si él permite que cierta situación continúe, tiene razones sabias y amorosas para hacerlo así y por lo tanto debemos deleitarnos en servir a pesar de ello.

Cuando nos dedicamos a servir a Jehová ejercimos nuestro propio libre albedrío. No fuimos obligados, ni forzados, no, ni siquiera instados o impelidos. Dejamos constancia de que era un deleite para nosotros hacer la voluntad de Dios. Sólo si continuamos deleitándonos en hacerla podremos hacerla hasta el grado más pleno, de la manera más eficaz, y continuar haciéndola a pesar de las tentaciones y persecuciones. Una apreciación vívida de lo que se logra por hacer la voluntad de Dios, basándonos en amor a Dios y a nuestro prójimo, nos capacitará a mantener ese deleite. Habiendo emprendido el servicio de Dios diciendo: ‘Me complazco en hacer tu voluntad,’ continuemos en él con deleite, porque sólo si nos deleitamos en hacer la voluntad de Dios ahora nos dará Dios el privilegio de hacer su voluntad a través de la eternidad.

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