Por qué no hay madurez
POCO después que el general D. D. Eisenhower había llegado a ser el presidente electo de los Estados Unidos se fué de vacaciones a una ciudad del sur de los Estados Unidos. La noticia de que Eisenhower se hallaba en la ciudad produjo concurrencias enormes en varias iglesias protestantes el domingo siguiente, lo cual obviamente se debió, como algunos de los pastores locales observaron, a la esperanza de ver a “Ike”. El general no había indicado a qué lugar de adoración concurriría.
Sí, los pastores, aunque ellos mismos siempre tienen gusto en dar la bienvenida a grandes muchedumbres y hacen grandes esfuerzos por atraerlas, se sintieron bastante disgustados porque lo que había hecho venir a estas muchedumbres no fué ellos ni la religión, sino la curiosidad y el general. Dijo un pastor a su “rebaño”: “Si alguno de ustedes ha venido aquí para ver a los Eisenhowers debe estar avergonzado.” Y a una señora que telefoneó para saber si los Eisenhowers estarían en cierta iglesia o no, el pastor contestó: “No, pero Jesucristo sí.”—El Times de Nueva York del 17 de noviembre de 1952.
Pero ¿por qué deberían reconvenir a sus congregaciones dichos pastores? ¿Qué otra cosa pueden esperar? ¿No es verdad que millones de personas van a la iglesia todos los domingos, sólo para ver a sus pastores ejecutar ciertas ceremonias religiosas, a menudo en una lengua muerta, responder a su exhortación para una colecta generosa y escuchar por diez o quince minutos una discusión de alguna obra literaria de gran venta o algún problema político de la actualidad? Si su pastor comienza con un texto bíblico no tarda en salirse de él para tratar sobre alguna filosofía fácil de escuchar. Y tomando en cuenta tal alimento espiritual, ¿puede decirse que Jesucristo está presente?
Si en sus sermones el pastor llama la atención a las obras y los logros del hombre, se deleita en citar a los “grandes” hombres del mundo, ya sea en el comercio, la política, el arte o la ciencia; si así edifica adoración de criaturas, ¿puede culpar a su “rebaño” por querer ver a dichos héroes en persona? Si alaba a las Naciones Unidas como la única esperanza de la humanidad y pasa por alto el reino de Dios, por el cual ostensiblemente ora cada vez que repite el Padrenuestro, ¿puede quejarse entonces cuando su congregación prefiere ver al hombre cuyo genio militar en gran manera hizo posible a las Naciones Unidas en vez de oír algo acerca del Príncipe de Paz? Y cuando el pastor predica la filosofía del éxito, “la honradez es la mejor norma,” y “cómo conseguir amigos e influir a la gente”, ¿no es natural que sus oyentes quieran ver el ejemplo norteamericano sobresaliente del buen éxito?
¿Y no es verdad que la mismísima manera de predicar sirve para llamar la atención a la criatura en vez de al Creador? Palabras melosas, frases bien escogidas, ademanes estudiados, indumentaria ministerial inmaculada, etcétera, se hacen prominentes, como si el ministro cristiano ideal fuera el que pudiera dar una exhibición de elocución y representación sin tacha. ¡Cuán cierto de éstos que al fin de sus sermones ‘dan evidencia a todos de que si alguien fué edificado, no fueron ellos’! Para ayudar a llenar el vacío espiritual se edifican catedrales imponentes, pródigamente adornadas con órganos de cañones, ventanas de vidrio de color y otras obras de arte, y se entrenan coros. ¿Sorprende, entonces, que los feligreses no sean maduros cuando la meta de adoración que siguen es la diversión y el apelar a los sentidos en vez de edificación y el apelar a la razón y la conciencia del hombre?
Que los que ocupan puestos encumbrados en los círculos religiosos reconocen que algo falta en estos respectos se ve por la anuencia que manifestó la Noticias eclesiásticas episcopales al publicar un artículo por May Sarton, una autora norteamericana, en su número del 3 de febrero de 1952, artículo que en realidad es una denuncia de la adoración religiosa moderna. En este artículo de dos páginas, intitulado “Los que no concurren”, ella dijo: “La gente no va a la iglesia ni a ser invitada a una hora de café social ni a que se le cuenten cuentos para dormir. De seguro hay peligro para la religión verdadera si los que son feligreses regulares llegan a estar tan embotados que aceptan estas piedras por pan. De seguro hay peligro de que Dios no esté allí si la iglesia sólo es una costumbre cómoda, algo que la gente hace antes de una buena comida dominguera. ¿Puedo ahora hablar francamente y decir que no creo que los ministros pidan suficiente de sus congregaciones? ¿Que temen la verdad que tienen en su corazón, temen que sea de mal sabor o demasiado dura? Al proceder así, tal vez logren grandes congregaciones, pero ahuyentan al elemento verdaderamente religioso.”
Claramente el temor al hombre y el amor a un buen nombre ha conducido al clero a un lazo. (Pro. 29:25; Juan 5:44) En sus esfuerzos por conseguir y mantener grandes congregaciones han temido decir la verdad, y así están sin ningún propósito verdadero en la vida. Y por eso se inmiscuyen en los campos del filósofo, el psicólogo, el político, el científico y el festejador, llegando a ser, por decirlo así, ‘aprendices de todo y oficiales de nada.’ Con razón la Biblia asemeja la cristiandad a una vid que, no teniendo fruto, ni madera de ningún uso, sólo sirve para el fuego.—Eze. 15:1-8.
Estos mismos clérigos se quejan de que los testigos de Jehová les quitan sus mejores miembros, pero de lo que ya se ha dicho es evidente que ellos por temor de decir la verdad “ahuyentan al elemento verdaderamente religioso”. Los de este elemento, no contentos con las raciones de hambre que los mantienen en un estado de inmadurez espiritual, han vagado por todas partes, como ovejas sin pastor, buscando a Dios y su adoración verdadera. (Mar. 6:34; Hech. 17:27, NM) Conscientes de su necesidad espiritual y teniendo hambre y sed de justicia, han encontrado que el mensaje del reino de Dios llena todas sus necesidades. Recibiendo respuestas razonables a sus preguntas, han ejercido fe, invocado el nombre de Jehová, y ahora hacen esa confesión con los labios, lo cual asegura su salvación. Así crecen a la madurez.—Mat. 5:3, 6; 24:14; Rom. 10:8-15.
Aunque por eso la mayor responsabilidad por la inmadurez entre los cristianos profesos cae sobre los caudillos religiosos, los inmaturos no pueden excusarse basándose en eso. Son responsables a Jehová Dios por su propia manera de proceder y si quieren quedarse ciegos y seguir a caudillos ciegos caerán en el hoyo de la destrucción con ellos. (Mat. 15:14) Jehová amonesta al clero infiel de la destrucción inminente. Y las personas de sus rebaños a quienes les agrada dicho proceder compartirán su destino.—Jer. 5:30, 31; 23:16-32.