La generosidad enriquece
EN Brooklyn, Nueva York, el último sábado por la tarde del junio pasado era sumamente cálido y húmedo. Pero eso no impidió que los ministros cristianos de Jehová visitaran las casas de la gente, buscando alojamiento para sus compañeros ministros que venían de 96 diferentes países para asistir a la Asamblea Sociedad del Nuevo Mundo, de los testigos de Jehová, que se celebraría en el estadio Yanqui de ahí a tres semanas. Evidentemente el tiempo había conducido a la mayor parte de los moradores de Brooklyn a la playa o al campo, porque en la mayoría de los lugares nadie contestaba al timbre de la puerta.
En un apartamiento una señora estaba hablando por teléfono cuando un ministro tocó el timbre. Estando abierta la puerta, ella gritó, preguntando qué se deseaba. El ministro comenzó a explicar el propósito de su visita pero fué interrumpido con “¡Absolutamente no!” Luego, continuando su llamada telefónica, explicó ella a la persona que estaba en el otro extremo de la línea: “Era la Wátchtower. ¡Imagínate el descaro de esa gente, andar buscando cuartos!” Sin embargo, alrededor de una hora antes una señora había invitado al mismo ministro a que pasara. “Vivo sola,” dijo ella. “Mi hijo acaba de partir para Corea. Tendré gusto en dejarles que usen su cuarto.” Cuando el ministro explicó la necesidad de cuartos, la señora declaró: “¿Dice usted que son ministros? Les dejaré que usen mi recámara también. Yo puedo irme de vacaciones mientras ellos estén aquí y ellos pueden usar todo el apartamiento. Esperaré hasta que lleguen y les daré la llave. . . . ¡Subiendo las escaleras en esta tarde tan calurosa! ¿Podría ofrecer a usted un vaso de ginger ale frío?” ¿Cuál de estas dos mujeres fué la más feliz, la más sabia?
Por supuesto la mayor parte de las personas diría que la que manifestó generosidad fué la más sabia, la más feliz de las dos, pero por sus acciones muchas de éstas desmentirían sus palabras. La tendencia de los tiempos es conseguir todo lo que uno pueda y dar tan poco como sea posible. El que vigila el reloj en la oficina o fábrica ciertamente no es generoso con su tiempo, energía y cerebro. El ama de casa que se apresura a hacer sus quehaceres a fin de poder usar la mayor parte de sus días chismeando o en el cine tampoco cree en ser generosa. Ni lo es el ministro cristiano que se contenta con sólo alcanzar el promedio de las actividades de su congregación en el asunto de tiempo o sostén financiero.
El egoísmo es insensatez. El que es mezquino y avariento en sus relaciones con otros recibirá semejante moneda en pago. No sólo eso, sino que su entera manera de mirar a la vida es contraída, escatimada, superficial y pequeña. Él da porque tiene que dar, y por eso no disfruta al dar; mientras menos da menos quiere dar y más le duele dar. Y, sobre todo, el tal se defrauda en cuanto al favor de Jehová. Y las bendiciones que él tiene para sus siervos generosos. ¡Cuán notablemente diferente de toda esa cicatería es el ejemplo puesto por Jehová Dios! Generosamente él se propuso que el hombre viviera eternamente y disfrutara de bendiciones infinitas e inagotables sobre la tierra. Y no sólo en sus bendiciones materiales sino también en sus dones espirituales es generoso Jehová: “Si alguno de ustedes carece de sabiduría, que siga pidiéndole a Dios, porque él da generosamente a todos y sin reproche, y se le dará.”—Sant. 1:5, NM.
Salomón apreció la sabiduría de ser generoso. “Hay quien esparce y sin embargo acrecienta; los hay también que retienen más de lo justo, y con todo van a parar en la indigencia. El alma generosa engordará, y el que riega será él mismo regado.” Y otra vez: “Echa tu pan sobre la haz de las aguas; que después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y también a ocho; pues que no sabes qué mal habrá sobre la tierra.”—Pro. 11:24, 25; Ecl. 11:1, 2.
Cristo Jesús también recalcó la sabiduría de ser generoso. “Practiquen el dar, y la gente les dará a ustedes. Derramarán en sus regazos una medida fina, apretada, remecida y rebosante. Porque con la medida que ustedes están midiendo, ellos a su vez les medirán a ustedes.” También, “Si alguien bajo autoridad les engancha para ir una milla, vayan con él dos millas. Den a cualquiera que les pida, y no se aparten de cualquiera que desee pedirles prestado sin interés.”—Luc. 6:38; Mat. 5:41, 42, NM.
Pablo también aclara esto, especialmente en su segunda carta a los corintios: “Nuestro corazón se ha ensanchado. . . . Hablo como a hijos—ustedes, también, ensánchense.” “El que siembra escasamente también cosechará escasamente, y el que siembra abundantemente también cosechará abundantemente.”—2 Cor. 6:11, 13; 9:6, NM.
Pero no cometamos el error de pensar que lo sabio de ser generoso aplica sólo de modo material. Los ministros cristianos frecuentemente pueden ser como los apóstoles Pedro y Juan, que no tuvieron plata ni oro que dar al inválido que yacía a la puerta del templo, pero que pudieron dar algo mucho más valioso, salud física. Seguramente nuestros dones de la verdad, la esperanza y consuelo del reino de Dios que resultan en salud espiritual, son mucho más valiosos que cualquier oro y plata que nosotros o algunos otros pudieran dar. Y al grado que seamos generosos con nuestro tiempo y energía al llevar consuelo a otros, a ese grado seremos ‘regados,’ refrescados, y ‘engordaremos,’ prosperaremos, espiritualmente. Nuestro ejemplo de generosidad muy probablemente despertará sentimientos generosos en hombres de buena voluntad.
Todavía otro respecto en el que podemos mostrar generosidad y ser enriquecidos por ello es mediante el mostrar misericordia. Podemos ser generosos al juzgar a otros, aquellos con quienes vivimos como miembros de una familia, aquellos con quienes nos asociamos en nuestro empleo, y nuestros compañeros en la congregación cristiana. Todos somos imperfectos y cometemos errores.
Luego también puede ser que oigamos informes desfavorables concernientes a alguna persona. El proceder sabio es ser generosos, caritativos, magnánimos tocante a las faltas de otros. Hasta donde sea posible désele la ventaja en todo caso en que exista alguna duda; razónese que debe haber habido circunstancias atenuantes. Esta forma de pensar contribuye a nuestra propia tranquilidad de ánimo y nos coloca en posición de poder ayudar a los que cometen un error. Es mejor errar del lado de ser demasiado generosos que del lado de ser demasiado severos e inconmovibles. Mostrando misericordia recibiremos misericordia.
Verdaderamente, el manifestar generosidad es el proceder sabio: enriquece tanto al que se le extiende corno al que la manifiesta, ya sea que se exprese en dones materiales o espirituales o en la manifestación de misericordia a otros. La generosidad enriquece.