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  • Niña de trece años de Berlín mantiene integridad

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  • Niña de trece años de Berlín mantiene integridad
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1954
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Niña de trece años de Berlín mantiene integridad

RENATA Grosse, de trece años, repetidamente se quejaba de estar muy cansada. El doctor de la familia, sin embargo, despidió su queja diciéndole a la mamá de ella: “A las niñas jóvenes les gusta fingir. No se preocupe.” Pero cuando Renata se desmayó en la escuela y tuvo que ser traída a casa fué llevada al hospital, donde su caso se diagnosticó como reumatismo en las articulaciones. Sin embargo, cuando el tratamiento no dió resultado se llamó a un especialista de la sangre que declaró que su caso era leucemia, un cáncer de los glóbulos de la sangre, para el cual ninguna curación se ha hallado todavía, y para el cual los doctores recomiendan transfusiones regulares.

La madre de Renata, puesto que es testigo de Jehová, se opuso a las transfusiones de sangre, ante lo cual el especialista de la sangre estalló en furia. Simplemente no podía entender cómo una madre que decía que amaba a su hija podía rechazar el único medio de curación, y por eso la manera en que los testigos de Jehová ven el asunto de las transfusiones de sangre se le explicó a él en presencia del director del hospital y los médicos de sala. Un doctor, testigo de Jehová, examinó el caso y declaró que la enfermedad había avanzado tanto que Renata sólo tenía seis semanas de vida.

Al enterarse de la decisión de madre e hija, parientes, enfermeras y otros pacientes de la sala bombardearon tanto a la madre como a Renata con argumentos, pero en vano. El médico de sala, un católico romano, insistió en pasar por alto las objeciones de la madre, exhortando repetidamente a Renata a tomar transfusiones. Una noche a las 21:30 se sentó en la cama de ella y pintó un cuadro terrible de cuán pronto moriría ella y de qué manera, pero todo en vano. Después que él salió, Renata escribió una carta en la que expresó sus convicciones para que todos supieran que se trataba de su decisión también, y no sólo de la de su mamá.

Al ser visitada unas cuantas semanas después, se hallaba feliz, aunque su condición visiblemente empeoraba. Quería oír acerca de las nuevas cosas que explicaban las revistas La Atalaya y ¡Despertad!, y habló poco acerca de su enfermedad. De hecho, bromeó acerca de la oferta del médico de transfundirle su propia sangre, y dijo: “Mamá, en caso de que sanara hay muchas cosas que queremos hacer diferentemente y servir a Jehová más, pero si no entonces aquí está esta carta en mi bolsillo, usted sabe.”

Al discutir el caso de Renata con un testigo de Jehová, el médico director exclamó: “¿Cree usted que una niña de trece años puede tener convicciones religiosas lo suficientemente profundizadas para rehusar tratamiento de un médico cuando está en peligro de muerte?” Se le aseguró que la propia conducta de Renata contestaba su pregunta, porque, después de saber ella que iba a morir, estuvo aun más feliz y más amigable que antes. Más tarde el médico director declaró: “En toda mi práctica jamás he visto tal caso, en que una niña o niño estuviera tan feliz después de saber que tenía que morir.”

Renata murió. En su funeral la carta que había escrito esa noche después que el médico de sala había tratado de obligarla a tomar transfusiones se leyó en voz alta:

“A todos los parientes y personas que conozco: Estimados, bondadosa pero encarecidamente les pido que no le causen ni un poquito de dificultad a mi madre porque ella rehusó la transfusión de sangre que se suponía que yo recibiera del doctor. Yo también tengo la firme voluntad de ser fiel y obediente a la Palabra de Dios más bien que ser una transgresora y vivir artificialmente por medio de tener una transfusión de sangre cada seis meses. Verdaderas son las palabras: ‘El que ama su vida la perderá, pero el que pierde su vida en fidelidad a mí la recibirá otra vez.’

“Pero mi gran esperanza no es flotar de acá para allá en alguna parte del cielo como espíritu. No, sino que estoy descansando en el sepulcro hasta después del Armagedón, y si el gran Dador de vida Jehová me considera digna me dará una resurrección—en carne y sangre verdaderos como humana en una tierra depurada y paradisíaca con deleite y felicidad. Así que ustedes ven por qué no se me hizo difícil morir. ¿Pueden entender eso?

“Soy joven, es verdad, pero he entregado mi vida en manos del Creador, y él guía todo de manera correcta. Por eso al terminar una vez más les pido encarecidamente que no pongan ningún obstáculo en el camino de mamá. Evítenle toda agitación innecesaria. En cambio, sean bondadosos y amigables con ella, y en ningún caso digan cosas malas. Cordiales saludos y besos a todos ustedes de parte de su amorosa Renata. Tengan la bondad de tomar esto a pechos.”

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