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  • Jehová nos cuidó durante la proscripción—Parte 3

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  • Jehová nos cuidó durante la proscripción—Parte 3
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 15/5 págs. 28-31

Jehová nos cuidó durante la proscripción—Parte 3

ERA el 14 de marzo de 1990. Ese día trascendental me hallaba entre los que estuvieron presentes cuando un alto funcionario gubernamental del Ministerio de Asuntos Religiosos de Berlín oriental entregó el documento que concedía estado legal a los testigos de Jehová en lo que entonces se llamaba la República Democrática Alemana, o Alemania oriental. Durante los actos que tuvieron lugar ese día me remonté al tiempo en que me hice Testigo, y reflexioné sobre los tiempos difíciles que habíamos experimentado.

A mediados de los años cincuenta —cuando Margarete, una compañera de trabajo que era Testigo, me habló por primera vez sobre sus creencias bíblicas— los testigos de Jehová de Alemania oriental sufrían una persecución intensa. Poco después ella se fue a trabajar a otro lugar, y yo empecé a estudiar la Biblia con otro Testigo. Me bauticé en 1956, y ese mismo año me casé con Margarete. Nos asociábamos con la congregación de Lichtenberg en Berlín. La componían unos 60 publicadores del Reino que participaban en la obra de predicar.

Dos años después de mi bautismo, agentes del gobierno visitaron el hogar del hermano que llevaba la delantera en nuestra congregación. Querían arrestarlo, pero él se hallaba trabajando en Berlín occidental. Su familia pudo avisarle que permaneciera allá, y unos meses después se unieron a él en el sector occidental. Aunque yo solo tenía 24 años de edad, recibí entonces responsabilidades de peso en la congregación. Estoy agradecido de que Jehová da la sabiduría y la fortaleza necesarias para atender tales deberes. (2 Corintios 4:7.)

Provisión de alimento espiritual

Cuando se erigió el muro de Berlín en agosto de 1961, súbitamente los testigos de Jehová en la parte oriental quedaron aislados de sus hermanos en la parte occidental. Así empezó el período en que hacíamos copias de nuestra literatura, primero a máquina y después mediante una serie de multicopistas. A partir de 1963 pasé dos años construyendo un escondite en nuestro hogar para imprimir literatura. Después que trabajaba todo el día fabricando herramientas, pasaba las noches produciendo copias de La Atalaya con la ayuda de otros dos hermanos. Las autoridades estaban empeñadas en descubrir nuestra organización de imprenta, pero Jehová nos ayudó para que nuestro alimento, como lo llamábamos, apareciera a tiempo.

La producción de suficientes copias de nuestras revistas requería grandes cantidades de papel, las cuales no eran fáciles de conseguir. Si hubiéramos comprado regularmente papel a granel, eso habría despertado las sospechas de las autoridades. Por eso, diferentes Testigos compraban el papel en pequeñas cantidades y lo traían a nuestro grupo de estudio bíblico. De allí se llevaba al lugar donde producíamos las revistas. Luego otros Testigos distribuían las revistas terminadas.

Puesto que las autoridades sospechaban que yo tenía que ver con la impresión de literatura, me vigilaban constantemente. A fines de 1965 noté que me seguían más de lo acostumbrado y percibí que planeaban algo. De repente, fueron a buscarme temprano cierta mañana.

Me libro por un pelo

Salí a trabajar aquella mañana de invierno. Era antes del alba, y cobré ánimo para hacerle frente al frío que cortaba. Mientras caminaba, noté cuatro cabezas por encima de las cercas. Los hombres doblaron la esquina y se dirigieron hacia mí por la senda. Me llené de pánico cuando reconocí que eran agentes del gobierno. ¿Qué debería hacer?

La nieve profunda había sido paleada hacia los lados y había un paso estrecho. Seguí andando. Bajé la cabeza y continué mi camino con la mirada fija hacia el suelo. Enseguida me puse a orar en voz baja. Los hombres se fueron acercando cada vez más. ¿Me habían reconocido? Cuando me pasaron por el lado en la senda estrecha, casi no pude creer lo que estaba sucediendo. Seguí caminando más rápido. “¡Eh —gritó uno de ellos—, es él! ¡Deténgase!”

Corrí con todas mis fuerzas. Doblé la esquina a toda velocidad, salté la cerca de un vecino y pasé al patio de mi casa. Entré como un rayo en la casa y le puse el cerrojo a la puerta. “¡Levántense todos! —grité—. ¡Han venido a buscarme!”

Margarete bajó las escaleras rápidamente y se paró al lado de la puerta. En un abrir y cerrar de ojos yo estaba en el sótano alimentando las llamas de la estufa. Tomé todos los registros de la congregación que tenía y los tiré al fuego.

“¡Abran!”, vociferaron los hombres. “¡Abran la puerta! ¡Es el fiscal!”

Margarete se mantuvo firme en su lugar mientras yo lo quemaba todo hasta convertirlo en cenizas. Entonces me uní a Margarete y le hice una seña para que abriera la puerta. Los hombres irrumpieron en la casa.

“¿Por qué echó a correr?”, preguntaron.

En poco tiempo llegaron más agentes del gobierno y registraron toda la casa. Lo que más me preocupaba era que descubrieran el escondite donde estaban nuestra imprenta y 40.000 hojas de papel. Pero no dieron con la entrada oculta. Aunque los interrogatorios duraron muchas horas, Jehová me ayudó a conservar la calma. Esa experiencia nos acercó más a nuestro amoroso Padre celestial y nos fortaleció para aguantar.

En prisión, pero libres

A fines de los años sesenta se me informó que me presentara para el servicio militar. Puesto que la conciencia no me permitía servir en el ejército, me obligaron a pasar siete meses bajo custodia en un campamento de trabajo forzado. Había 15 Testigos en el campamento de Cottbus, al sudeste de Berlín. Todos estábamos allí debido a nuestra neutralidad cristiana. (Isaías 2:2-4; Juan 17:16.) Nuestros días laborables eran largos, y el trabajo era duro. Nos levantábamos a las 4.15 de la mañana y nos llevaban fuera del campamento para trabajar en las vías ferroviarias. Sin embargo, mientras estuvimos en prisión se nos presentaron oportunidades de hablar a otros sobre el Reino de Jehová.

Por ejemplo, con nosotros había dos adivinos en Cottbus. Cierto día oí que el más joven quería desesperadamente hablar conmigo. ¿Para qué me querría? Desahogó su corazón. Su abuela había sido adivina, y él había desarrollado facultades similares después de leer los libros de ella. Aunque este hombre anhelaba librarse de los poderes que lo dominaban, temía a las represalias. Lloró y lloró. Pero ¿qué tenía que ver yo con todo eso?

En nuestra conversación explicó que no podía ejercer su facultad para predecir el futuro cuando estaba en compañía de testigos de Jehová. Le expliqué que había tanto espíritus malos, o demonios, como espíritus buenos, o ángeles justos. Le puse el ejemplo de los que se hicieron cristianos en la antigua ciudad de Éfeso, y le recalqué que tenía que deshacerse de todos los artículos relacionados con la adivinación o cualquier otra práctica espiritista. (Hechos 19:17-20.) “Entonces comunícate con los Testigos —le dije—. Hay Testigos por todas partes.”

Varios días después el joven salió del campamento, y no supe más de él. Pero la experiencia que tuve con ese aterrorizado y desconsolado hombre que anhelaba la libertad profundizó mi amor a Jehová. Los 15 Testigos estábamos en el campamento de trabajo debido a nuestra fe, pero estábamos libres en sentido espiritual. Aquel joven había sido puesto en libertad, pero todavía era esclavo de un “dios” que lo aterrorizaba. (2 Corintios 4:4.) ¡Cuánto debemos estimar nosotros los Testigos nuestra libertad espiritual!

Se somete a prueba a nuestros hijos

No solo los adultos tuvieron que mantenerse firmes en sus convicciones bíblicas, sino también los jóvenes. Se ejercía presión sobre ellos en la escuela y en los lugares de empleo. Nuestros cuatro hijos tuvieron que adoptar una postura firme a favor de sus creencias.

Cada lunes había una ceremonia para saludar la bandera. Los niños salían en filas al patio, cantaban una canción y hacían lo que se conocía como el saludo de Thälmann mientras se izaba la bandera. Ernst Thälmann fue un comunista alemán asesinado por la SS nazi en 1944. Después de la segunda guerra mundial, Thälmann se convirtió en un héroe en la Alemania oriental. Debido a nuestra convicción bíblica de que se debe rendir servicio sagrado sólo a Jehová Dios, mi esposa y yo instruimos a nuestros hijos para que se mantuvieran de pie respetuosamente durante tales ceremonias, pero sin participar en ellas.

A los niños de edad escolar también se les enseñaban canciones sobre el comunismo. Margarete y yo fuimos a la escuela adonde iban nuestros hijos y explicamos por qué no cantarían esas canciones de temas políticos. Con todo, mencionamos que sí estarían dispuestos a aprenderse canciones de otra índole. Así, desde tierna edad nuestros hijos aprendieron a mantenerse firmes y a ser diferentes de sus condiscípulos.

Hacia fines de los años setenta nuestra hija mayor quiso trabajar de aprendiz en una oficina. No obstante, se requería que cada aprendiz pasara por 14 días de entrenamiento militar preliminar. Puesto que la conciencia de Renate no le permitía participar en eso, adoptó denodadamente una postura firme y finalmente se le eximió de la responsabilidad de recibir dicho entrenamiento.

Durante su aprendizaje, Renate fue a una clase en la que se le exigía que participara en prácticas de tiro. “Renate, tú también tienes que asistir a las prácticas de tiro”, dijo el maestro. Él se mostró indiferente ante las objeciones de ella. “No tienes que disparar armas —prometió—. Puedes encargarte de los refrigerios.”

Por la noche consideramos el asunto como familia. Nos pareció que no era correcto que Renate estuviera presente en las prácticas de tiro, aunque no participara directamente. Fortalecida por la consideración que tuvimos y la oración, ella no se dejó intimidar. ¡Cuánto nos animó ver a nuestra joven hija adoptar una postura firme a favor de los principios justos!

Aumentamos nuestra actividad de predicar en público

Cuando la oposición a nuestra obra aminoró a fines de los años setenta, empezamos a recibir de la parte occidental grandes cantidades de nuestras publicaciones cristianas. Aunque era una labor peligrosa, hermanos valerosos se ofrecieron de voluntarios para efectuarla. Apreciamos muchísimo el aumento en los abastecimientos de literatura y los esfuerzos de los hermanos que hacían posible aquello. La actividad de predicar de casa en casa fue un verdadero desafío durante los primeros años de la proscripción, pues la persecución era intensa. De hecho, algunos dejaron de predicar por temor a las represalias. Pero con el tiempo nuestra predicación pública aumentó muchísimo. En los años sesenta solo como un 25% de los publicadores del Reino tomaba parte con regularidad en el servicio de casa en casa. Sin embargo, ¡el número de los que participaban regularmente en ese rasgo del ministerio había aumentado a 66% a fines de los años ochenta! Para ese tiempo las autoridades prestaban menos atención a nuestra predicación pública.

En cierta ocasión trabajé en el ministerio con un hermano que trajo consigo a su hijita. Una ancianita se mostró afectuosa cuando vio a la niña y nos invitó a entrar en su casa. Agradeció la información bíblica que le presentamos y accedió a que regresáramos. Después le pedí a mi esposa que la visitara, y pronto empezó a conducir un estudio bíblico en el hogar de ella. A pesar de su edad avanzada y mala salud, la señora llegó a ser nuestra hermana y sigue activa en el servicio de Jehová.

Ajustes a medida que se acercaba la libertad

Jehová nos preparó para el tiempo en que disfrutaríamos de mayor libertad. Para ilustrarlo: Poco antes de que se removiera la proscripción se nos aconsejó que cambiáramos la manera como nos llamábamos unos a otros en las reuniones. Por razones de seguridad, habíamos estado usando solo nuestro nombre, sin usar el apellido. Muchos que se habían conocido por años no sabían el apellido de sus compañeros de creencia. No obstante, en preparación para recibir cordialmente en nuestras reuniones a muchas más personas interesadas en el mensaje bíblico, se nos estimuló a que nos llamáramos unos a otros por nuestro apellido. A algunos eso les pareció impersonal, pero a los que aplicaron el consejo se les hizo más fácil ajustarse cuando se nos otorgó la libertad.

También se nos estimuló a que empezáramos nuestras reuniones con un cántico. Así fuimos acostumbrándonos al procedimiento que se sigue en las congregaciones en otras partes. Otro ajuste que hicimos fue en el tamaño de los grupos de estudio. Estos aumentaron gradualmente de cuatro personas por grupo en los años cincuenta a ocho por grupo. Luego aumentaron a 10, y finalmente a 12. Además, se examinó la situación para cerciorarse de que el lugar donde se reunía cada congregación estuviera en un lugar céntrico para la mayoría de los Testigos.

A veces pudimos ver la sabiduría de cierto ajuste sugerido sólo después de haberlo hecho. ¡Cuántas veces ha demostrado Jehová que es un Padre sabio y considerado! Poco a poco fue ayudándonos a estar en armonía con el resto de su organización terrestre, y eso nos hizo sentir cada vez más como que éramos parte de la hermandad mundial de su pueblo. No hay duda de que Jehová Dios había protegido amorosamente a su pueblo a través de los casi 40 años en que funcionó bajo proscripción en la Alemania oriental. ¡Cuánto nos regocijamos ahora de tener reconocimiento legal!

Hoy hay 22.000 testigos de Jehová o más en lo que antes era la Alemania oriental. Son testimonio viviente de que Jehová Dios provee guía sabia y cuidado amoroso. Su apoyo durante los años en que la obra estuvo proscrita muestra que podemos superar cualquier situación. Sin importar el arma que se forme contra nosotros, no tendrá éxito. Jehová siempre cuida bien a los que confían en él. (Isaías 54:17; Jeremías 17:7, 8.)—Según lo relató Horst Schleussner.

[Fotografía en la página 31]

Horst y Margarete Schleussner en el local de la Sociedad en Berlín oriental

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