Jehová nos cuidó durante la proscripción—Parte 2
DURANTE la Segunda Guerra Mundial la hebilla del cinturón de mi uniforme nazi llevaba la inscripción “Dios está con nosotros”. Para mí aquello había sido simplemente otro ejemplo del envolvimiento de las iglesias en la guerra y el derramamiento de sangre. Aquello me había repugnado. Por eso cuando conversaron conmigo dos testigos de Jehová en Limbach-Oberfrohna, Alemania oriental, ya estaba harto de la religión y me había hecho ateo y evolucionista.
“No piensen que voy a hacerme cristiano”, dije a los Testigos que me visitaron. Pero sus argumentos me convencieron de que existe un Dios. Por curiosidad, compré una Biblia y con el tiempo empecé a estudiarla con ellos. Aquello sucedió en la primavera de 1953, cuando la obra de los Testigos en Alemania oriental ya había estado bajo proscripción por los comunistas por casi tres años.
La Atalaya del 1 de diciembre de 1953 describió la situación de los testigos de Jehová en aquel tiempo así: “Aunque constantemente son espiados y amenazados, aunque no pueden visitarse sin primero asegurarse de que nadie los sigue, aunque el ser descubiertos con literatura de la Watchtower en posesión de uno significa dos o tres años en la cárcel por ‘distribución de literatura de instigación’, y aunque cientos de los hermanos más maduros, los que habían estado llevando la delantera, se hallan en la cárcel, no obstante los siervos de Jehová en la Alemania oriental siguen predicando”.
En 1955 mi esposa, Regina, y yo asistimos a la asamblea internacional de los testigos de Jehová en Nuremberg, Alemania occidental, y el año siguiente nos bautizamos en Berlín occidental. Por supuesto, aquello fue antes de que se erigiera el muro de Berlín en 1961, el cual separó a Alemania oriental de Berlín occidental. Pero mi lealtad a Jehová Dios fue sometida a prueba aun antes de que me bautizara.
Asumo responsabilidad
La congregación de los testigos de Jehová a la que empezamos a asistir en Limbach-Oberfrohna necesitaba a alguien que pudiera recoger literatura bíblica en Berlín occidental. Teníamos un pequeño negocio y dos hijitos, pero servir a Jehová ya había llegado a ser lo más importante en nuestra vida. Modificamos nuestro viejo automóvil de modo que pudiéramos esconder 60 libros en él. Era peligroso servir de correo o mensajero, pero aprendí a confiar en Jehová.
No era fácil cruzar en automóvil desde Berlín oriental hasta el sector occidental, y a menudo me pregunto cómo lo logramos. Una vez que estábamos en el sector libre, recogíamos la literatura y ocultábamos los libros en el automóvil antes de cruzar la frontera de regreso a Alemania oriental.
En cierta ocasión, acabábamos de esconder los libros cuando un extraño salió de un apartamento. “¡Oigan!”, gritó. Casi se me paralizó el corazón. ¿Había estado observándonos? “Más vale que la próxima vez se vayan a otro lugar. La policía de Alemania oriental se estaciona en un automóvil equipado con radio en aquella esquina, y pudieran prenderlos.” Di un suspiro de alivio. Cruzamos la frontera sin percance, y los cuatro pasajeros cantamos por el camino hasta que llegamos a casa.
Preparación para el aislamiento
En los años cincuenta los hermanos de Alemania oriental dependían de los hermanos de la parte occidental para conseguir literatura y recibir instrucciones. Pero en 1960 se hicieron ajustes que ayudaron a cada Testigo de Alemania oriental a mantenerse en comunicación más estrecha con sus compañeros Testigos que vivían en la misma zona. Luego, en junio de 1961 se celebró en Berlín la primera clase de la Escuela del Ministerio del Reino para ancianos. Asistí a ese primer curso de cuatro semanas. Unas seis semanas después se nos separó súbitamente de la parte occidental cuando se erigió el muro de Berlín. Ahora no solo teníamos que efectuar nuestra obra clandestinamente, sino en aislamiento también.
Algunos temían que las actividades de los testigos de Jehová en Alemania oriental cesarían por completo. Sin embargo, los ajustes de organización que se habían introducido menos de un año antes nos ayudaron a permanecer espiritualmente unidos y fortalecidos. Además, el adiestramiento que recibimos los ancianos en la primera clase de la Escuela del Ministerio del Reino nos equipó para instruir a otros ancianos después. Así que Jehová nos preparó para el aislamiento, tal como nos había preparado para la proscripción en 1950 mediante las asambleas de distrito de 1949.
Puesto que se nos separó de la Alemania occidental, fue patente que teníamos que tomar la iniciativa para mantener en marcha la organización. Escribimos a nuestros hermanos cristianos de Berlín occidental y sugerimos encontrarnos con ellos en una carretera de la parte oriental que era accesible a los viajeros de la parte occidental. Simulamos que se nos había dañado el automóvil en el lugar señalado. Dentro de unos minutos llegaron los hermanos con literatura bíblica. ¡Cuánto me alegré de que también trajeran mi libro de texto de la Escuela del Ministerio del Reino, las notas que había tomado y la Biblia que había dejado en Berlín por razones de seguridad! ¡Qué emocionante fue tenerlos de nuevo! No tenía la menor idea de cuánto los necesitaría en los años venideros.
Escuela clandestina
Unos días después de aquello recibimos instrucciones para organizar clases de la Escuela del Ministerio del Reino por toda la Alemania oriental. Se nombró a cuatro instructores, y entre ellos estaba yo. Pero me parecía imposible adiestrar a todos los ancianos mientras nuestra obra estaba proscrita. Para disfrazar nuestras actividades, decidí organizar las clases como si fueran excursiones campestres.
Cada clase se componía de cuatro estudiantes, un cocinero y yo como instructor, seis hermanos en total. También estaban presentes las esposas y los hijos. Así que por lo general el grupo constaba de 15 a 20 personas. No habría sido prudente acampar en cualquier lugar, de modo que mi familia y yo empezamos a buscar lugares apropiados.
Cierto día mientras viajábamos por una aldea notamos un camino que conducía a un bosquecillo alejado de las carreteras principales. El lugar parecía ideal, de modo que hablé con el alcalde. “Estamos buscando un lugar donde podamos acampar por un par de semanas con otras familias —expliqué—. Queremos un lugar solitario para que nuestros hijos puedan saltar y corretear con toda libertad. ¿Pudiéramos usar aquel bosquecillo?” Él accedió, así que proseguimos con los planes.
En aquel bosque colocamos las tiendas y mi remolque en la forma de un cuadrángulo para no quedar expuestos a la vista de otros. El remolque sirvió de sala de clases. Nos reuníamos allí para estudiar intensamente por 8 horas al día durante 14 días. En el área que habíamos cercado colocamos sillas y una mesa, en caso de que llegaran visitantes inesperados. ¡Y llegaron algunos! En esos momentos de veras agradecimos el apoyo amoroso de nuestras familias.
Mientras estábamos reunidos en clase, nuestras familias servían de guardias. En cierta ocasión notaron que el alcalde, quien también era el secretario local del partido comunista, venía por la vereda que conducía hacia donde estábamos. Nuestro guardia apretó un conmutador que estaba conectado por cable a una alarma en el remolque. Salimos inmediatamente del remolque, tomamos nuestros asientos a la mesa y empezamos un juego de naipes. Hasta teníamos una botella de aguardiente para que todo pareciera más real. El alcalde fue amigable con nosotros y regresó a casa sin tener la menor idea de lo que realmente estaba sucediendo.
Se celebraron clases de la Escuela del Ministerio del Reino por todo el país desde la primavera de 1962 hasta fines de 1965. El entrenamiento intenso que recibieron los ancianos, lo cual incluyó información sobre cómo hacer frente a nuestra situación particular en Alemania oriental, los preparó para supervisar la obra de predicar. Para asistir a las clases, los ancianos no solo sacrificaron sus vacaciones, sino que se arriesgaron a ser encarcelados también.
Beneficios de la escuela
Las autoridades observaban cuidadosamente nuestras actividades, y a fines de 1965 —después que la mayoría de los ancianos habían asistido a la escuela— intentaron poner fin a nuestra organización. Arrestaron a 15 Testigos a quienes ellos consideraban como los que llevaban la delantera en la obra. Se habían preparado bien para el ataque, pues abarcaron todo el país. De nuevo, muchos pensaron que terminaría la obra de los Testigos. Pero con la ayuda de Jehová nos ajustamos a las circunstancias y seguimos trabajando como lo habíamos hecho antes.
Lo que especialmente hizo eso posible fue el adiestramiento que los ancianos habían recibido en la Escuela del Ministerio del Reino y los vínculos de confianza que se habían formado mediante el compañerismo de que disfrutaron en esas clases. Así la organización mostró su aguante y valor. ¡Cuán importante resultó ser nuestra obediencia y el que siguiéramos con sumo cuidado las instrucciones de la organización! (Isaías 48:17.)
En los meses posteriores se hizo evidente que las medidas drásticas que tomaron las autoridades gubernamentales no habían afectado adversamente nuestra actividad. En poco tiempo pudimos reanudar las clases de la Escuela del Ministerio del Reino. Una vez que las autoridades notaron nuestra fuerza moral, se vieron obligadas a cambiar sus tácticas. ¡Qué triunfo fue aquel para Jehová!
Activos en el ministerio
En aquellos días nuestros grupos de Estudio de Libro de Congregación se componían de unas cinco personas. Cada uno de nosotros recibía su literatura bíblica mediante el arreglo del estudio de libro, y la predicación se coordinaba desde esos grupitos. Desde el principio Jehová nos bendijo a Regina y a mí al permitirnos hallar a muchas personas que querían estudiar la Biblia.
Se adaptó en cierto modo la obra de casa en casa para que las autoridades no nos descubrieran y nos arrestaran. Tocábamos a la puerta de un hogar, y entonces pasábamos por alto unos cuantos hogares antes de tocar a otra puerta. En cierta ocasión, una señora nos invitó a pasar. Mientras considerábamos un asunto bíblico con ella, entró su hijo en la habitación. Él fue muy directo.
“¿Han visto ustedes alguna vez a su Dios? —preguntó—. Solo para que sepan, yo creo únicamente en lo que veo. Todo lo demás es basura.”
“No puedo creer eso —contesté—. ¿Has visto alguna vez tu cerebro? Todo lo que haces indica que tienes uno.”
Regina y yo mencionamos otros ejemplos de cosas cuya existencia aceptamos aunque no las vemos, como la electricidad. El joven escuchó atentamente, y empezamos a estudiar la Biblia con él y su madre. Ambos se hicieron Testigos. De hecho, 14 personas con quienes estudiamos llegaron a ser Testigos. A siete de ellas las hallamos en la obra de casa en casa, y a las otras siete las conocimos en la testificación informal.
Una vez que empezábamos a conducir regularmente un estudio bíblico en el hogar de alguien y considerábamos que la persona era confiable, la invitábamos a nuestras reuniones. Sin embargo, lo más importante era determinar si el estudiante pondría en peligro o no la seguridad del pueblo de Dios. Por eso a veces pasaba como un año antes de que invitáramos a un estudiante de la Biblia a una reunión, y había ocasiones en que pasaba mucho más tiempo. Recuerdo a un señor que era bastante prominente; se llevaba muy bien con los altos funcionarios del partido comunista. ¡Se estudió la Biblia con él por nueve años antes de que se le permitiera asistir a las reuniones! Hoy él es nuestro hermano cristiano.
Las autoridades todavía tras nosotros
Después de 1965 no experimentamos más arrestos en masa, pero tampoco se nos dejó en paz. Las autoridades todavía nos vigilaban cuidadosamente. Durante ese tiempo llegué a estar estrechamente relacionado con el funcionamiento de nuestra organización, de modo que los funcionarios me vigilaron más de cerca. En muchas ocasiones me arrestaron para interrogarme. “Puede olvidarse de su libertad ahora —me decían—. Lo vamos a encarcelar.” Pero tarde o temprano siempre me dejaban ir.
En 1972 dos funcionarios me visitaron e inadvertidamente hicieron un comentario muy favorable acerca de nuestra organización. Habían estado escuchando el Estudio de La Atalaya de nuestra congregación. “Nos pareció muy ofensivo el artículo”, protestaron. Obviamente les preocupaba lo que la gente pensaría acerca de la ideología comunista si leían el artículo que se consideró. “Después de todo —dijeron—, La Atalaya tiene una circulación de cinco o seis millones de ejemplares, y se lee en países en vías de desarrollo. No es una simple revista barata y escandalosa.” Pensé: ‘¡Cuánta razón tienen!’.
Para 1972 ya habíamos estado bajo proscripción por 22 años y Jehová nos había guiado amorosa y sabiamente. Habíamos seguido sus instrucciones con cuidado, pero pasarían otros 18 años antes de que los Testigos de Alemania oriental recibieran reconocimiento legal. ¡Cuán agradecidos estamos por las maravillosas libertades de que ahora disfrutamos para adorar a nuestro Dios, Jehová!—Según lo relató Helmut Martin.
[Fotografía de Helmut Martin en la página 26]