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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
w56 1/5 pág. 287

Preguntas de los lectores

● ¿Hasta qué grado está obligado el amo de casa a asegurarse de que se le haya extraído la sangre a la carne que él compra? ¿Debería un invitado quedarse callado y comer, sabiendo que la costumbre del país es no extraer la sangre a ciertas carnes, tales como de ave y conejo, o debería mencionar que no es bíblica la costumbre y no comer lo servido?—D. W., Inglaterra.

En países donde es la costumbre general extraer la sangre a los animales al matarlos no parece que sea necesario hacer indagación específica al tiempo de comprar, o al comer carne preparada en un hogar o restaurante de tales países. No obstante, si la costumbre de un país es no extraer la sangre a ciertas carnes, el comprador estaría al tanto de esto y difícilmente podría negar responsabilidad por comer la sangre. Quizás se ofrezca una variedad de disculpas y razonamientos débiles en justificación del comer cosas estranguladas o no sangradas, pero ninguna de ellas es válida en vista de la explícita regla bíblica: “Porque al espíritu santo y a nosotros nos pareció bien no agregarles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias, que se mantengan libres de cosas sacrificadas a los ídolos y de la sangre y de cosas que matan sin extraerles su sangre [de cosas estranguladas, margen] y de la fornicación. Si se guardan cuidadosamente de estas cosas, prosperarán. ¡Que tengan buena salud!”—Hech. 15:28, 29, NM.

Si uno está en un hogar como convidado y se le sirve carne “de cosas estranguladas,” uno no debería comerla. Si el huésped no es testigo de Jehová quizás decida uno no declarar su motivo, o quizás lo haga, según las circunstancias que conozca uno. Sin embargo, si el que sirve la carne es testigo de Jehová es correcto llamar a su atención la costumbre errónea, tanto para el bienestar espiritual de él como en explicación del porqué uno no participa.

Este caso no es igual al de carnes sacrificadas a ídolos. Cuando esa carne era parte de una comida de sacrificio en un templo pagano o en otro lugar y constituía una participación con los dioses demoníacos representados por los ídolos, se les prohibía a los cristianos comerla. Pero había veces que no se usaba de esta manera toda la carne del animal del sacrificio; la entregaban a los mercados o carnicerías para que la vendieran a otros. En estas circunstancias los cristianos podían comprar y usar esta carne, o comer de tal carne cuando se les servía en los hogares de otros. No era necesario hacer ninguna averiguación. Solamente si otro cristiano, menos maduro y tal vez con la conciencia débil, pensaba que el comer de tal carne era malo desistiría de comer el cristiano maduro, para no hacer tropezar a su hermano más débil. No había nada verdaderamente malo en comer de esta carne que no era parte de una comida de sacrificio. Esta situación no puede compararse con el comer de cosas estranguladas, pues el comer de carne no sangrada es malo a todo tiempo y en todo lugar.—1 Cor. 8:1-13; 10:25-33.

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